Alexander no podía creer su mala suerte.¡La hija de Albert Miller!Ese hombre llevaba años haciéndole la vida imposible y sobre todo desde que se había asociado con Izan Brown, no sabía cuál de los dos era peor.Izan no tenía escrúpulos y hacía lo que fuera por conseguir lo que quería, incluso intentó seducir a Rebeca para ponerla en su contra.Pero su difunta esposa era una buena mujer y nunca lo permitió.Aquello era increíble, de todas las mujeres que había en el mundo él tuvo que dejar embarazada a Diana Miller, la hija de un hombre al que detestaba con todo su ser.Intentaba creer que ella no tenía nada que ver con todas las jugarretas que le había hecho su padre a lo largo de los años, quería creer en Diana… Por sus hijos.La boda fue incómoda, la reunión que hicieron después también y cuando llegaron a la casa él solo quería agarrar una botella y continuar bebiendo.Ya lo había hecho mientras Diana hablaba cordialmente con sus padres.Ellos habían sido muy amables con ella por
La mañana llegó y a Alexander le dolía mucho la cabeza.Había soñado con esa bruja de nuevo y ni en sueños había logrado quitarse esas ganas que tenía de ella.La almohada era muy cómoda, mullida, blandita y suave.Olía delicioso y se apretó más contra ese agradable cojín.Le colocó la mano encima y se encontró frotándola.—Parece un pecho —murmuró medio dormido.—Es un pecho, no lo parece y es «mi pecho» el que estás agarrando.Alexander abrió los ojos de golpe y se encontró a Diana a su lado.Estaba soñando, seguro, él no pensaba compartir su habitación con su esposa. Volvió a agarrar el seno de sus sueños y lo apretó con suavidad.—Qué buen sueño —balbuceó y al sentir movimiento a su lado parpadeó varias veces.Se encontró un cuerpo femenino a su lado, desnudo.Ella lo miró, acusadora. Ni en sueños esa mujer lo dejaba ser feliz.¡Siempre con esa mirada de Alexander compórtate!—Si no vas a cocinar el pan, no calientes la panadería —le soltó Diana, molesta y le quitó la mano de su p
Diana había estado pensativa desde que Alexander se marchó.No podía entenderlo, estaba claro que ella no le era tan indiferente como quería hacerle ver. ¿Entonces por qué no les daba la oportunidad de comenzar de cero?No importaba cuánto lo intentaba, él se negaba incluso a mantener una amistad por el bien de sus hijos.Miró a los niños y decidió que no pensaba arruinarse el día porque su esposo hubiera decidido huir de ella y marcharse a trabajar.—¿Qué les parece si aprovechamos que hoy no fueron a la escuela? ¿Qué quieren hacer? —les preguntó.—¡Hacer rompecabezas!—¡Pintar!—Contigo nada —terminó por gruñir Nathan.—Está bien, entonces solo me llevaré a Gabriel y a Victoria al cine y les compraré palomitas. Como tú no quieres…—¡Sí, quiero! —se apresuró a decir Nathan.«Tan bipolar como su padre», pensó.—Vamos, ¡a prepararse!***Cuando Alexander llegó a casa se encontró que los niños no estaban y Diana tampoco.Miró su teléfono para ver si le había dejado algún mensaje o tenía
Diana se dirigió a la cocina, entre el dolor de cabeza por llorar y el hambre que sentía por haberse perdido la cena, cada vez se sentía de peor humor.Aunque su malhumor tenía nombre y apellido: Alexander Turner, su esposo y el hombre más insoportable que hubiera conocido.Ni su exmarido llegaba a ese nivel, al menos Izan se molestó en fingir durante un año que ella le agradaba.Después mostró lo despreciable que era, pero Alexander ya lo estaba siendo desde el principio.Bueno, de esa forma ya sabía a lo que atenerse y dejaba de hacerse falsas ilusiones.Diana se tomó la pastilla y después comenzó a buscar en el refrigerador algo para comer.Así la encontró Alexander, intentando agarrar un bote de yogur de litro de la parte superior.El objeto de su deseo estaba demasiado atrás y le costaba alcanzarlo. De puntillas y estirándose lo más que pudo, logró atraparlo con la yema de los dedos.Cuando lo tuvo agarrado y estaba a punto de conseguirlo, su esposo decidió darle un susto de muer
Alexander se quedó en la cocina y la vio marchar.No se veía como alguien que estuviera mintiendo.Sus lágrimas no se miraban falsas ni tampoco el dolor que se mostraba en sus ojos.Quería ir tras ella, no sabía qué era lo que deseaba escuchar, pero no soportaba verla tan infeliz por haberse casado con él.«De nuevo he caído en lo mismo y en esta ocasión sin la intervención de mi padre», esa frase se repitió en su mente.¿A qué se refería con caer en lo mismo?¿En qué había intervenido ese desgraciado de su padre?La cabeza comenzó a darle vueltas, tenía que aclararlo, tenía que saber…Agarró el teléfono y llamó a su asistente sin importarle la hora que era.Varios tonos después Roger contestó.—¡Dime qué has averiguado de mi esposa! —exigió sin saludar.—Buenas noches, señor Turner, qué placer que me saquen de mi sueño reparador a gritos. Imagino que me pagará horas extras por llamarme a horas tan intempestivas.—No estoy para tus juegos, Roger, dime qué averiguaste de mi esposa —gru
Cuando la mañana llegó y se escuchó la alarma que daría inició al día, Diana no quiso moverse porque Alexander se encontraba a su lado.La continuaba abrazando y se veía relajado.«Tal vez si despierta y ve que se quedó dormido a mi lado comience a dar gritos como el otro día», pensó.Así que intentó salir de la cama antes de que él abriera los ojos, pero no fue posible.—Estoy despierto desde hace rato —murmuró con la voz enronquecida y la apretó más contra su cuerpo—. No quise moverme para no despertarte.Diana, mientras lloraba el día anterior, había llegado a la conclusión de que no iba a luchar más por su matrimonio.También se dijo que no iba a permitir que la continuara dañando con esos tira y afloja que mantenía con ella.Estaba cansada de sufrir desilusiones.Era preferible que él fuese frío siempre para que su corazón entendiera, pero cuando su esposo la abrazaba su cuerpo respondía por inercia.—Debo arreglarme para despertar a los niños y llevarlos a la escuela —le explicó
Alexander había llegado de bastante buen humor esa mañana a la oficina.Había decidido llevar una buena relación con su esposa y dejarse llevar por sus instintos en lugar de por las ideas que lo torturaban.Su instinto siempre lo había ayudado en los negocios, ¿por qué debía ser diferente con las mujeres?Le daría a Diana el beneficio de la duda y esperaba que ella poco a poco se fuera abriendo con él y le contara su pasado.—Lo veo de muy buen humor esta mañana, señor Turner —lo saludó Roger—. ¿Acaso pasó una buena noche con su esposa?—No sé de qué me hablas, estoy como siempre, mi esposa no tiene nada que ver con mi humor. Por cierto, necesito una niñera.—Ya tiene una o ¿acaso se va a divorciar? —preguntó Roger.—Diana es mi esposa, no la niñera. Necesito alguien que se ocupe de mis hijos para que yo pueda pasar tiempo con… ¡Necesito una niñera y punto! ¿Desde cuándo tengo que dar explicaciones?—Ya veo que su hipotético amigo ha comenzado a confiar en su esposa.—¡Ah, sí! Mi amig
Alexander vio que Diana se marchaba enfadada.Intentó quitarse de encima a Tiffany sin armar un escándalo y le propuso una invitación a cenar en su casa.Esa mujer y él habían tenido una pequeña aventura.Pensó que podría casarse con ella y darles a sus hijos la madre que tanto pedían, pero eso no funcionó.Ni a Nathan ni a Gabriel les agradaba e hicieron todo lo posible por espantarla.Algo que agradecía, ya que lo habían salvado de cometer un terrible error.En cuanto pudo librarse de Tiffany y de la directora de la escuela, salió apresurado, pero solo alcanzó a ver a su esposa subirse al coche y marcharse.—Parece que al final no ocurrió nada grave —le dijo Roger en cuanto llegó a su lado.Alexander sonrió sin dejar de mirar cómo se alejaba el coche en el que iba Diana por la carretera.—Estaba celosa —murmuró y se le escapó una sonrisa bobalicona.—¿La directora?—No, idiota, mi esposa.Diana, celosa, ¿quién lo diría?***El día transcurrió, era la tarde y sus hijos ya se encontra