Sebastian 15 de agosto de 2013 Meses antes Había pasado mucho tiempo desde la última vez que asistí a un evento en compañía de una mujer, y eso me tenía jodidamente ansioso. Hasta me planteé la idea de cancelar la cita que concerté a través de una empresa llamada Damas de Oro, a la que me afilié por insistencia de mi hermano Simon. Con ese pensamiento en mente, busqué el número de contacto de la señorita Morrison para notificarle que sus servicios no serían requeridos, pero antes de presionar el botón verde que activaría la llamada, me arrepentí. Sabía lo que pasaría si llegaba solo a la recepción de la boda de mi socio Will: me volvería el foco de atención de las mujeres. Algunas, se me acercarían para intentar que las llevara a la cama. Otras, buscarían convertirse en la futura señora Decker. Pero, en cualquier caso, estarían perdiendo su tiempo. Había renunciado al sexo. Me cansé de brindar placer y de nunca recibir. Porque, por más que lo intentara, por mucho que deseara que mi
KeiraPresente—Tranquila, cielo. Estoy aquí, estoy contigo y nunca me iré —susurra Robert en mi oído atrayéndome hacia él, pegando mi espalda a su pecho desnudo y rodeando mi cuerpo con sus brazos como un intento de consolarme, pero no puede hacerlo, nada en este mundo podrá borrar el dolor que habita en mi corazón. Nunca dejaré de extrañar a mi dulce Ángel, su partida dejó un enorme vacío en mi alma que no encuentro cómo calmar.Las lágrimas se deslizan por mis mejillas al recordar esa mañana. Le estaba dando sus medicinas y de pronto comenzó a ahogarse. Golpeé su espalda con mi palma abierta, una y otra vez, pero de nada sirvió, mi bebé murió en mis brazos sin que pudiera ayudarlo. Lo abracé contra mi pecho y lloré con profunda amargura durante mucho tiempo sin poder soltarlo. No estaba lista para decirle adiós. Nunca lo estuve. Extraño ver sus hermosos ojos color caramelo iluminando mi corazón. Extraño arrullarlo y acariciar su cabello caoba con mis dedos hasta que sus labios hací
Keira En la mañana, cuando lo que había hecho con Robert se asentó en mi cabeza, sucedió lo que él había previsto: me arrepentí. Estar con él solo me sirvió para recordar a Sebastian. Las caricias y besos del alemán seguían impregnadas en mi piel, su aroma y su cuerpo se sentían mucho mejor sobre el mío que el de Robert; pero, ¿cómo podía decirle algo así? Yo le había pedido que me amara, a pesar de haber escuchado sus miedos, y dejé que llegara hasta el final, habiéndome preguntado varias veces si estaba segura. No estuvo mal, todo lo contrario. Robert siempre fue un gran amante, pero no era Sebastian. Perturbador ¿verdad? Añorar las caricias y el amor de un hombre que hizo añicos mi corazón de la misma forma que lo hizo Robert años atrás. ¿En qué clase de círculo vicioso me metí?, me pregunté mientras vagaba por el lujoso apartamento de Robert. El sol se comenzaba a asomarse en el cielo, atravesando la pared de cristal de la sala principal, y un escalofrío erizó mi piel al perc
KeiraKeiraAlejo la oscura y densa nube gris de sus memorias, y me centro en el ahora.Jess se sienta a mi lado en el sofá y me quita a mi sobrina de las manos para hacerle monerías y llenarla de mimos. Paris se ríe mientras tira de los aros plateados que cuelgan de las orejas de mi amiga hasta que le quita uno. Su intención es obvia, quiere llevarlos a su boca, pero la detengo a tiempo.—Tienes un don —comenta Jess, sin mala intención, pero logra que mis ojos se llenen de lágrimas—. Keira… lo siento —balbucea apenada.—Es mi instinto de tía, nada más —sonrío, acariciando los suaves cabellos oscuros de mi sobrina—. ¿Tienen hambre? Porque yo sí. —Me levanto de un salto del sofá y camino rápido hacia la cocina. Meto la cabeza en el refrigerador y reviso para ver qué encuentro. Esa es mi forma de ocultar mi rostro el tiempo suficiente para que las lágrimas den un paso atrás.—Cielo —murmura Robert detrás de mí—, no tienes que ocultar tus emociones. Ellos están aquí para ti, comprenden q
Sebastian Alemania, noviembre de 2001 15 años antes He estado con muchas mujeres desde que fui activo sexualmente. No llevo la cuenta de cuantas ni me importa, ninguna para recordar. La primera fue una experiencia de m****a en el asiento trasero del viejo Mustang de mi padre con una prima de mi vecino; pero sin duda, lo que está pasando ahora mismo en esta habitación, jamás lo olvidaré. Los pechos de Claudia son suaves y pesados, con hermosos pezones rosados y sensibles. Apenas puse mi boca sobre el primero se puso erecto, clamando por mis atenciones. Su piel cremosa y suave es una delicia al paladar, y el sabor es adictivo. He estado entre sus piernas por varios minutos, jugando con ella, llevándola al límite una y otra vez, y la escucho rogar, pero me gusta aquí y no tengo planeado irme todavía. Ella jugó sucio conmigo por meses, me mantuvo en una jodida espera interminable, enlazó mi corazón y me hizo decir las palabras que jamás creí pronunciar. Y fue real, no tuve que mentir. L
KeiraPresenteKeira Presente Mi corazón late frenéticamente mientras el imbécil de Sebastian Decker me mira circunspecto, carente de emoción, como el hombre de hierro que sé que es. En cambio, yo he perdido el color natural de mi piel y mis ojos se han abierto de par en par, como si estuviera viendo al mismísimo diablo. Y sí, eso es él, un demonio malévolo que marcó mi alma con un sello de hierro al rojo vivo. Debería apartar mis ojos de él, pero no puedo. He perdido la capacidad de reaccionar, de parpadear, hasta de respirar… Comienzo a sentirme mareada. —Cielo ¿qué tienes? —pregunta Robert, deslizando su mano por mi espalda. Cambio mi punto de enfoque hacia él para que no se dé cuenta en quién estaba puesta mi atención—. ¿Keira? —Me observa preocupado.—E-estoy bien —respondo sin convicción, con el poco aire que resguardan mis pulmones. Tratando de serenarme, tomo inhalaciones pequeñas por mi nariz y las dejo escapar entre mis labios fruncidos.—Cariño, te ves pálida —interviene
Capítulo cuatroSebastianAlemania, Enero de 2004Doce años antesDesde que hablé con Claudia al mediodía, no he pensado en otra cosa más que en llegar a casa y meterme entre sus piernas. He estado viajando fuera de Alemania varios días y estoy desesperado por verla. No soporto estar lejos de mi mujer por mucho tiempo, pero son sacrificios que tengo que hacer para sacar a adelante mi creciente empresa. Al entrar a nuestra casa, cruzo el vestíbulo, subo las escaleras y entro a nuestra habitación. Sé que está esperándome, Claudia nunca me decepciona. Desanudo mi corbata, me la quito, luego el saco, y dejo ambos sobre el respaldo de uno de los sillones de la esquina. Cuando comienzo a desabotonarme la camisa, su voz sensual ordena que me detenga. Sonrío.¡Hoy habrá sexo ardiente!La habitación está casi oscura. Solo una luz tenue de una lámpara, al costado de la cama, alumbra la penumbra. Huele a vainilla y a lavanda, una mezcla inusual, pero muy característica de mi esposa. Es su esenci
KeiraPresente—Cielo, odio verte así. ¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor? —me pregunta Robert una vez que estamos solos en mi habitación. Él permanece de pie delante de mí en la cama mientras yo estoy sentada en el colchón, desabrochando las correas de mis sandalias.—Fóllame —respondo sin pensar, actuando por impulso, guiada por la rabia y la frustración.—¿Qué te folle? ¿Desde cuándo…? —Lo callo con un beso duro y fiero en la boca, tironeando de su labio inferior con mordidas salvajes y desquiciadas. No estoy de humor para su parloteo, solo quiero sexo ardiente y sin sentimientos. El amor solo causa dolor y devastación. Sin dejar de besarlo, tomo en dos puños su camisa y la rasgo con un tirón fuerte, haciendo saltar los botones en el suelo. Una vez desnudo del torso para arriba, beso su cuello, pecho, abdomen, y desciendo rápidamente hacia su hombría en alza. Desabrocho su correa, el botón, bajo la cremallera de sus pantalones y deslizo la tela por sus muslos, junto con su