KeiraA las siete en punto de la noche, Dimitri toca la puerta de la suite del hotel que Sebastian alquiló para mí. Como la primera vez, encontré en la cama lo que tenía que usar: un hermoso vestido durazno corte sirena –con una abertura de medio metro en la falda, que alcanza la mitad de mi muslo izquierdo– y, por supuesto, no podía faltar el profundo escote en la espalda. La lencería es muy fina, ropa interior de encaje. ¡Ahhhh!, casi olvido aplicarme el perfume que el señor controlador aprueba. Es que con tanta atención en peinado y maquillaje de la estilista que contrató para mí, estaba esperando que fuese ella quien me aplicara la costosa fragancia. Es que hasta se ocupó de ponerme los pendientes de rubí que el alemán gruñón envió con su escolta, una hora atrás. ¡Dios! Había olvidado lo soberbio y mandón que era Decker. No debió extrañarme que eligiera una variedad de juguetes sexuales para mí si hasta decide el más insignificante detalle de lo que he de usar. Lo peor es que no t
Miro al frente, ignorando al robot que camina a mi lado –un sexy y atractivo robot, debo acotar—, y me concentro en el cálido color amarillo de la iluminación interior del teatro resplandeciendo a través de los amplios ventanales que, como carta de presentación, nos dan la bienvenida al Met. Los nervios comienzan a traicionarme, provocando temblores involuntarios en mis manos y una evidente vacilación en cada una de mis respiraciones a medida que avanzamos al interior del hermoso y elegante teatro. Me siento intimidada, fuera de lugar, como si las personas que me miran al andar del brazo de Decker sospecharan que solo soy una acompañante tarifada.—Respira, Keira —susurra Sebastian Decker en mi oído sin saber que su cálido aliento me enloquece, que su voz se ha vuelto mi debilidad y el catalizador que activa mis bajas pasiones.Obediente, inhalo a profundidad y dejo escapar suaves exhalaciones como recurso para calmar mis emociones, pero son tan fuertes, incontrolables e inusitadas, q
KeiraHa transcurrido casi un mes desde la última vez que vi o supe algo de Sebastian a pesar de que previamente había solicitado mis servicios para el siete de noviembre, fecha que ya pasó. A diario, reviso mi cuenta de e-mail por noticias suyas, pero es como si se hubiese esfumado de mi vida de la misma forma que apareció. No debería importarme, fui yo la que limitó nuestra comunicación solo al plano “laboral”, pero no esperaba este silencio.Aquella noche, al finalizar la ópera, los cuatro fuimos a cenar a un restaurant lujoso. Fue la cena más forzada e incómoda que he tenido en mi vida. Sebastian se comportó con frialdad conmigo, no me tocó ni una vez y no hizo nada por intentar disimular delante de sus amigos su mal humor, logrando que me ganara miradas compasivas de Cameron. Al llegar al hotel, se bajó de la limusina y me acompañó hasta el lobby. No sé para qué se molestó en ir conmigo, si no guardó las apariencias en toda la velada, no era necesario que tratara de verse como un
KeiraAl día siguiente, nos concentramos en buscar el perfecto vestido de novia para Jess. Claro que le pagaremos por nuestra cuenta por su servicios adicionales, no pretendo abusar del dinero de Decker, aunque le sobre.—¡Me encanta! ¡Te quiero, Juliet! —grita mi amiga dando saltos mientras se mira al espejo. El vestido que escogió es corte sirena, sin mangas, con escote corazón y de un clásico tono hueso. Le queda divino. ¡Al fin se decidió la mujer! Estaba por idear un plan para cancelar la boda si no encontraba el correcto—. Dime que entra en mi presupuesto —pregunta con nerviosismo.—Bueno… quizás se excede un poco. —Por el gesto de Juliet, sospecho que ese “poco”, es mucho.—¿Mil más? —niega—. ¿Dos mil?—Cuesta diez mil dólares.—¡Oh por Dios! ¿Por qué lo trajiste? Sabes que no tengo más de cinco mil. A lo mucho, cinco mil quinientos. Ahora te odio —espeta, cruzando los brazos.—Es que… —intenta Juliet.—Vamos a llevarlo —intervengo antes de que diga más—. Yo lo pagaré.—No, Kei
KeiraNo pude pronunciar ni una palabra. Al atender la llamada, comenzó a hablar sin tomar un respiro. Se escucha tan ansioso y perturbado que se me encoje el corazón. Algo duro tiene que estar pasando para que me muestre un lado vulnerable que no conocía.—Hola, Sebastian —lo saludo cuando me encuentro dentro del baño. No quiero despertar a Landa ni a Ángel.—Hola, Keira —enuncia él con una exhalación de alivio. Me mantengo en la línea sin decir nada, esperando por él. Dos minutos y no oigo ni una palabra, pero el sonido de su respiración me dice que sigue ahí.¿Por qué tanto silencio? ¿Hablo yo? —Le pedí a Juliet que enviara la ropa que elegimos a tu apartamento. No sé si hice bien, pero no tenía lugar en mi casa para tantas cosas —admito nerviosa, no soportaba tanto silencio.—Sí, Delia me llamó ayer para decirme —enuncia con voz tranquila, no parece que le haya molestado que lo hiciera. —¿Delia?—La señora del servicio —responde aclarando mi duda.—Sebastian…—¿Sí?—Puedes lla
KeiraEs la segunda vez que vengo al apartamento de Sebastian, pero ahora no se está celebrando una fiesta como aquella vez, aquí no hay nadie más que su ama de llaves y yo. ¿Y por qué estoy aquí? Por estúpida. Es que yo pensé que estaba haciendo una gracia, al enviar aquí la ropa que compré con Juliet, y me salió el tiro por la culata. ¿Para qué alquilar una suite en un hotel, si puedo vestirme en su elegante y enorme ático en el Upper East Side, donde hay una habitación con un enorme armario repleto de ropa y zapatos de mi talla? ¡Obvio que no tiene sentido!Mientras espero que el alemán llegue, camino inquieta por una sala con grandes vistas de Manhattan, la misma en la que él dijo sin descaro que me haría suya esa noche… y lo hizo. A la luz del día, todo se ve distinto, más brillante, suntuoso e imponente de lo que recordaba. Desde esta altura, uno llega a sentirse poderoso e invencible, muy conveniente para inflar el ego de cualquier hombre. Y no es que él necesite de un lugar as
KeiraSebastian se pone en pie y camina hasta un buró frente a la cama. Mi pecho sube y baja con fuerza, alentado por la contracción de mis pulmones. ¿Qué está buscando? No lo sé. Lo único que quiero es que vuelva aquí y termine lo que había iniciado. Me apoyo en mis codos y lo miro mientras camina de regreso a la cama, mostrándome su desnudez sin recato… Y no me quejo. Decker es precioso de una forma brutalmente abrumadora. No puedo apartar mis ojos de él, enfocándome sin ninguna vergüenza en la dureza que se alza entre los pliegues de sus muslos.—Cierra los ojos —ordena arrodillándose entre mis piernas unidas. Cuando lo hago, cubre mis párpados con una venda negra que noté que traía en sus manos—. Si te sientes incómoda con lo que esté pasando, solo dilo, me detendré —asiento tres veces mientras me mojo los labios con la punta de mi lengua. Estoy ansiosa por descubrir lo que va a hacer conmigo.El peso de su cuerpo abandona el colchón y, unos segundos después, una suave caricia toc
Le aplico la ley del hielo de camino a la fiesta. Estoy muy enojada con él por incitarme y luego dejarme en la habitación con una calentura que ni el agua fría de la ducha logró apagar.¡Imbécil engreído! Ya verás cómo te hago pagar por tu crueldad.—¿Vino, nena? —pregunta desde su esquina de mierda. Terminó ahí, cansado de perseguirme dentro de la limusina. Cada vez que se sentaba a mi lado, cambiaba de lugar—. Vamos, dulzura. Solo tengo esta noche contigo y no quiero pelear. Ven conmigo. —Lo ignoro. Eso le enseñará a no jugar conmigo—. Scheiße, ich bin ein idiot.[1] ¡Uh! Por la forma en que se frota las sienes, creo que dijo una palabrota. Pongo los ojos en blanco y le hago compañía al alemán gruñón. No vaya a explotarle la cabeza.—Espero que hayas aprendido la lección —advierto con altanería.—¿Ves? Disfrutas con mi desdicha —señala haciendo una expresión de sufrimiento.—¡Ja! Mira quién habla —ironizo riéndome.—¿Y si levanto tu falda y pago mi deuda contigo? —propone con la m