Minutos más tarde, fue la voz de Rocío la que llenó la habitación, resquebrajando el sueño de Allison. Rocío, siempre puntual y llena de energía, se acercó a Allison con una sonrisa. —¿Rocío? —murmuró Allison somnolienta, aún refugiada bajo las suaves sábanas de algodón. Con un suspiro entre soñador y exasperado, trató de ignorar la sacudida del día que venía. —Es hora de levantarse, dormilona —sonrió Rocío, con la frescura de quien lleva horas despierta. Allison resopló, pero no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa en señal de rendición. Se incorporó lentamente, notando cómo el edredón se deslizaba a un lado, hábilmente doblado por su amiga. —Si no fueras mi amiga, ya te hubiera sacado de aquí hace rato —bromeó Allison, mientras sus pies tocaban el frío suelo. Rocío rió, esa risa cristalina que siempre iluminaba sus arduas jornadas. —Menos mal que lo soy, porque de lo contrario, tus amenazas tendrían peso —rió, sacudiendo la cabeza. Allison se dirigió al baño, pensando en lo
—¿De verdad crees que soy amiga de Allison por su dinero? ¿No es absurdo? No soy su amiga por su riqueza —replicó Grace, con voz firme y mirada firme. Palmer se rió entre dientes, un sonido carente de humor. —¡Por tu culpa, todos los de este club estamos metidos en este lío! Si no hubieras elegido ayudar a esa maldita idiota, ahora estaríamos bien —escupió Palmer, con su furia apenas contenida. Grace suspiró, comprendiendo la fuente de la ira de Palmer. Celos, crudos y no disimulados. —¿Te duele que hayan encontrado un mejor reemplazo? Porque aunque Allison es una "niña", como dices, sabía cómo manejar a ese hombre. Ella sabe cómo complacerlo en la cama —afirmó Grace, con una sutil sonrisa en los labios. Observó cómo el rostro de Palmer se sonrojaba de rabia. Palmer se abalanzó hacia delante, apuntando a Grace para abofetearla, pero dos corpulentos guardias de seguridad se materializaron, con sus armas desenvainadas, interceptando rápidamente el ataque. La escena se congeló, en ese
—No sé si estoy loca o celosa —dijo con un bufido, sintiendo que las palabras flotaban pesadas entre ambas. Allison, con el semblante sereno, envolvió a su amiga en un cálido abrazo. Sabía que Rocío era más que una amiga; era parte de su familia, una hermana.—Tú también eres parte de mi familia, Rocío —respondió Allison, apretándola con fuerza.Después de unos momentos de silencio compartido, ambas decidieron dirigirse a la habitación para distraerse con una película. Querían dejar sus preocupaciones a un lado, aunque sea por un rato. La oscuridad de la habitación les pareció el refugio perfecto, y en poco tiempo, se sumergieron en el entramado de una historia que las mantenía al borde del asiento.Una hora más tarde, cuando la tensión de la película había alcanzado su punto álgido, Dante, intrigado por el silencio, subió sigilosamente las escaleras. Al abrir la puerta, la luz iluminó la habitación de golpe, provocando un grito al unísono de las mujeres que miraban absortas la pantal
—Ahora, ¿qué quieres, Amador? —respondió con cierto fastidio al notar la cercanía de su hermano. Sus ojos expresaban impaciencia, aunque también cierto desafío. —Dime qué sucedió contigo y Giuseppe, ¿por qué salió con la mejilla golpeada? —inquirió Amador. Sabía que la pregunta podría desatar la ira de su hermana, pero no podía simplemente ignorar lo que había presenciado. Ámbar, cruzando los brazos y mostrando una expresión de indiferencia, respondió. —Hermano mío, el muy imbécil se quiso pasar de listo conmigo y yo solo me estaba defendiendo —mintió Ámbar descaradamente mientras Amador la observaba con una ceja alzada, una mueca de incredulidad dibujada en su rostro. —No te creo, Ámbar. Te conozco demasiado bien como para caer en tus engaños. Sé que lo hiciste a propósito. Giuseppe es amigo de Alessandro, y ambos son nuestra mejor apuesta para evitar que la vieja Regina nos deje sin nada. Despierta, Ámbar, pronto nos echarán de aquí, y terminaremos en la calle. Tienes que disculp
En la amplia cocina de la mansión, Allison estaba sentada en la isla central, perdida en sus pensamientos. La luz del sol entraba a raudales por las ventanas, jugando con las sombras en las paredes y el suelo de mármol. A pesar de la belleza y la calma del lugar, Allison no podía dejar de pensar en su hogar, en los recuerdos que ahora solo existían en su memoria y en el dolor persistente de la ausencia de sus padres. El peso de no haber estado presente en su entierro la asfixiaba a veces, y solo podía imaginar cómo su abuela, debía estar lidiando con la pérdida de su hijo. Fue entonces cuando Rocío, se acercó a ella con una radiante sonrisa que parecía iluminar toda la habitación. —Allison, mira qué tal me quedó este pastel —dijo Rocío con entusiasmo, procurando sacar a Allison de sus pensamientos. Con cuidadosa atención, cortó un pedazo y lo ofreció a Allison, quien lo aceptó y, tras un gran bocado, asintió con aprobación. —Delicioso, nunca antes había probado algo así —comentó
—Vine a ver cómo está Dante —explicó la anciana —. Después de todo, soy su nana, es normal estar aquí, Rocío. Las vacaciones en Tailandia no son para siempre —mientras tanto, Rocío bebió un sorbo de café, asintiendo, la cálida bebida calmaba cualquier ansiedad que pudiera sentir. —Ya lo sé, señora Lucrezia. ¿Y no piensa regresar otra vez? —preguntó Rocío con una pizca de curiosidad. La anciana negó, aunque de manera un tanto indecisa. —No lo sé, quizás sí, quizás no. Todo depende de cómo estén las cosas por aquí —respondió Lucrezia, dejando entrever que su decisión no estaba tomada. Rocío apretó los dientes ligeramente, sabiendo que la presencia de Lucrezia en la mansión podría alterar el delicado equilibrio que todos intentaban mantener. Lucrezia observó a su alrededor. La mansión, aunque familiar, parecía diferente. Tal vez el tiempo pasado en Tailandia había desdibujado su recuerdo de cómo eran las cosas, o quizá simplemente todo había cambiado en su ausencia. Allison, por otra
Por otra parte, Dante llegó a su oficina aquella mañana sabiendo que tenía que confrontar los fantasmas que él mismo había dejado crecer en la penumbra. Al ingresar, vio a Kerrie sentada sobre su escritorio, una visión que lo hizo suspirar y pensar en las decisiones que había tomado últimamente. —Señor Parker, bienvenido —saludó Kerrie con una voz que pretendía seducir, pero Dante permaneció inmóvil, consciente de la línea que estaba a punto de cruzar, traicionando la confianza de Allison. Desde que ella le había ofrecido una segunda oportunidad, él había prometido ser un hombre renovado, alguien digno de ese nuevo comienzo. Suspiró con el peso de su conciencia antes de hablar. —Señorita Durand, por favor váyase —pidió, su tono firme pero cargado de las emociones que lo acechaban. Para Kerrie, aquellas palabras fueron un balde de agua fría; enfadada, cruzó los brazos como escudo ante el rechazo. —¿Qué sucede, Señor Parker? ¿No soy lo suficientemente buena para complacerlo? —increpó
Mientras tanto, Ámbar se detuvo frente al club, una fachada oscura iluminada por luces de neón que parpadeaban de manera irregular. En su pecho, una mezcla de incertidumbre y urgencia latía con fuerza. Había llegado hasta allí siguiendo el rastro de su hermana menor, quien supuestamente había sido enviada a aquel tenebroso lugar. Con paso decidido, Ámbar entró en el club. El ambiente estaba cargado, una mezcla sofocante de música a todo volumen y conversaciones amortiguadas que la envolvieron al instante. A medida que avanzaba entre la multitud, sintió varias miradas se deslizaron sobre ella, evaluadoras y atrevidas. Sin embargo, su determinación era impenetrable, y esquivó a quienes intentaron acercarse, moviéndose con la elegancia de alguien que conoce su propio valor. Llegó a la barra y llamó al barman, un hombre de aspecto cansado que limpiaba un vaso con lentitud metódica. Le preguntó por Allison, describiéndola de manera casi automática, como si las palabras hubieran dejado de