—Ahora, ¿qué quieres, Amador? —respondió con cierto fastidio al notar la cercanía de su hermano. Sus ojos expresaban impaciencia, aunque también cierto desafío. —Dime qué sucedió contigo y Giuseppe, ¿por qué salió con la mejilla golpeada? —inquirió Amador. Sabía que la pregunta podría desatar la ira de su hermana, pero no podía simplemente ignorar lo que había presenciado. Ámbar, cruzando los brazos y mostrando una expresión de indiferencia, respondió. —Hermano mío, el muy imbécil se quiso pasar de listo conmigo y yo solo me estaba defendiendo —mintió Ámbar descaradamente mientras Amador la observaba con una ceja alzada, una mueca de incredulidad dibujada en su rostro. —No te creo, Ámbar. Te conozco demasiado bien como para caer en tus engaños. Sé que lo hiciste a propósito. Giuseppe es amigo de Alessandro, y ambos son nuestra mejor apuesta para evitar que la vieja Regina nos deje sin nada. Despierta, Ámbar, pronto nos echarán de aquí, y terminaremos en la calle. Tienes que disculp
En la amplia cocina de la mansión, Allison estaba sentada en la isla central, perdida en sus pensamientos. La luz del sol entraba a raudales por las ventanas, jugando con las sombras en las paredes y el suelo de mármol. A pesar de la belleza y la calma del lugar, Allison no podía dejar de pensar en su hogar, en los recuerdos que ahora solo existían en su memoria y en el dolor persistente de la ausencia de sus padres. El peso de no haber estado presente en su entierro la asfixiaba a veces, y solo podía imaginar cómo su abuela, debía estar lidiando con la pérdida de su hijo. Fue entonces cuando Rocío, se acercó a ella con una radiante sonrisa que parecía iluminar toda la habitación. —Allison, mira qué tal me quedó este pastel —dijo Rocío con entusiasmo, procurando sacar a Allison de sus pensamientos. Con cuidadosa atención, cortó un pedazo y lo ofreció a Allison, quien lo aceptó y, tras un gran bocado, asintió con aprobación. —Delicioso, nunca antes había probado algo así —comentó
—Vine a ver cómo está Dante —explicó la anciana —. Después de todo, soy su nana, es normal estar aquí, Rocío. Las vacaciones en Tailandia no son para siempre —mientras tanto, Rocío bebió un sorbo de café, asintiendo, la cálida bebida calmaba cualquier ansiedad que pudiera sentir. —Ya lo sé, señora Lucrezia. ¿Y no piensa regresar otra vez? —preguntó Rocío con una pizca de curiosidad. La anciana negó, aunque de manera un tanto indecisa. —No lo sé, quizás sí, quizás no. Todo depende de cómo estén las cosas por aquí —respondió Lucrezia, dejando entrever que su decisión no estaba tomada. Rocío apretó los dientes ligeramente, sabiendo que la presencia de Lucrezia en la mansión podría alterar el delicado equilibrio que todos intentaban mantener. Lucrezia observó a su alrededor. La mansión, aunque familiar, parecía diferente. Tal vez el tiempo pasado en Tailandia había desdibujado su recuerdo de cómo eran las cosas, o quizá simplemente todo había cambiado en su ausencia. Allison, por otra
Por otra parte, Dante llegó a su oficina aquella mañana sabiendo que tenía que confrontar los fantasmas que él mismo había dejado crecer en la penumbra. Al ingresar, vio a Kerrie sentada sobre su escritorio, una visión que lo hizo suspirar y pensar en las decisiones que había tomado últimamente. —Señor Parker, bienvenido —saludó Kerrie con una voz que pretendía seducir, pero Dante permaneció inmóvil, consciente de la línea que estaba a punto de cruzar, traicionando la confianza de Allison. Desde que ella le había ofrecido una segunda oportunidad, él había prometido ser un hombre renovado, alguien digno de ese nuevo comienzo. Suspiró con el peso de su conciencia antes de hablar. —Señorita Durand, por favor váyase —pidió, su tono firme pero cargado de las emociones que lo acechaban. Para Kerrie, aquellas palabras fueron un balde de agua fría; enfadada, cruzó los brazos como escudo ante el rechazo. —¿Qué sucede, Señor Parker? ¿No soy lo suficientemente buena para complacerlo? —increpó
Mientras tanto, Ámbar se detuvo frente al club, una fachada oscura iluminada por luces de neón que parpadeaban de manera irregular. En su pecho, una mezcla de incertidumbre y urgencia latía con fuerza. Había llegado hasta allí siguiendo el rastro de su hermana menor, quien supuestamente había sido enviada a aquel tenebroso lugar. Con paso decidido, Ámbar entró en el club. El ambiente estaba cargado, una mezcla sofocante de música a todo volumen y conversaciones amortiguadas que la envolvieron al instante. A medida que avanzaba entre la multitud, sintió varias miradas se deslizaron sobre ella, evaluadoras y atrevidas. Sin embargo, su determinación era impenetrable, y esquivó a quienes intentaron acercarse, moviéndose con la elegancia de alguien que conoce su propio valor. Llegó a la barra y llamó al barman, un hombre de aspecto cansado que limpiaba un vaso con lentitud metódica. Le preguntó por Allison, describiéndola de manera casi automática, como si las palabras hubieran dejado de
—¡Basta, Dante, me estás lastimando! —suplicó Allison con voz entrecortada. Sus palabras parecieron devolverle un atisbo de cordura a Dante. La soltó de inmediato, dando un paso atrás, horrorizado por su propia reacción. Sin embargo, la realidad lo sacudía con fuerza; las mentiras que había intentado esconder debajo de capas de confidencias se desvanecían. —¿Dime quién te lo dijo? —insistió, aunque sabía en el fondo que eso era irrelevante. Allison, todavía tambaleante, lo miró con intensidad antes de hablar. —Tu camisa blanca, la que llevaste el día anterior… —su voz se quebró. Negó con la cabeza, dejando caer la sentencia que sellaría su decisión—. ¡No voy a seguir con esto! —negó vehementemente con la cabeza, temblando de emoción contenida—. No soy el juguete de nadie, Dante. Soy alguien con sentimientos, y tú, ¿qué has hecho desde que me conoces? —soltó finalmente, su voz cargada de dolor y desilusión. Dante cerró los ojos, agotado, y se tocó el entrecejo, intentando encontrar
Mientras tanto, en la empresa, Nathaniel estaba inquieto. Se dirigió directamente a la oficina de Dante, sólo para encontrarla vacía. No era común que Dante llegara tarde o se ausentara sin previo aviso. Con una sensación creciente de preocupación, Nathaniel decidió preguntarle a Merav, la asistente de Dante, pero ella tampoco sabía nada sobre el paradero de su jefe.Nathaniel sintió que algo andaba mal. Marcó al número de Dante varias veces, pero cada intento lo llevó al buzón de voz. Consternado, decidió llamar a la mansión Parker, esperando obtener respuestas. Para su sorpresa, quien atendió fue Rocío, que esperaba quizá la llamada de Allison. —Rocío, ¿está Dante en la mansión? —preguntó Nathaniel con urgencia —. No ha llegado y su teléfono parece estar apagado —Rocío frunció el ceño, visiblemente preocupada. Sabía que algo había ocurrido la noche anterior.—El Señor Parker no se encuentra. Anoche, Allison se fue de la mansión sin su permiso. El Señor Parker salió a buscarla, pero
Nathaniel se dirigió hacia la salida con un veloz paso, sabiendo que el tiempo era apremiante y que los ejecutivos no esperarían. Su encuentro con Dante había sido breve, pero determinante; ahora era momento de acelerar los preparativos para la nueva obra. Sin embargo, antes de partir, había algo más que debía atender. Levantó la mirada, buscando a Allison, pero no la encontró por ningún lado. El jardín era su siguiente opción. Pocas personas mostraban tanto amor por las plantas como Allison, y en efecto, allí estaba, sumida en el cuidado de las flores. Nathaniel se acercó en silencio, intentando no perturbar su concentración, y le tocó el hombro con suavidad. —Allison, ¿puedo hablar contigo? —preguntó con un tono cálido. Allison giró sobre sus talones, regalándole una sonrisa que iluminó su rostro. —Por supuesto —respondió, antes de tomar asiento junto a él en una antigua banca de madera desgastada por el tiempo. Nathaniel inhaló profundamente, reuniendo las palabras adecuadas en