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25. ¿Tú dándome órdenes, fierecilla?

Sofía observó con alivio cómo los ojos de Gabriel revoloteaban antes de abrirse. Su expresión pasó de la confusión a la claridad cuando sus ojos se encontraron con los de ella. Aunque todavía débil, Gabriel intentó incorporarse, pero Sofía lo detuvo suavemente.

—No te muevas demasiado, Gabriel. La bruja acaba de hacerte un buen arreglo —le advirtió, pero sus ojos reflejaban una mezcla de alivio y preocupación.

Gabriel la miró como si estuviera viendo algo nuevo en ella. Se percató de la angustia en sus ojos, de la manera en que sujetaba su mano con fuerza como si temiera que él pudiera desvanecerse en cualquier momento.

—¿Sofía? —pronunció su nombre con suavidad, como si estuviera saboreando la sensación de tenerla allí.

Ella esbozó una sonrisa, pero los ojos aún le brillaban con lágrimas reprimidas. Él sintió una extraña mezcla de sorpresa y gratitud al verla tan preocupada por él. Los dos se encontraron en un silencio cargado de emociones.

—¿Cómo ocurrió? ¿Cómo te hirieron? —pregunt
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