Katherine dejó el caballo a cargo de Camilo y se fue a casa, recogió su cabello en un moño alto y secó el sudor generado por el sol y la cabalgata con la manga de su camisa. Cuando tropezó con la osca mirada de Alicia. Por alguna razón, era más hostil de lo que acostumbraba y pasó por su lado murmurando algo ininteligible. —El doble de lo que me desees —murmuró, como si eso pudiera ser una defensa. Subió a su cuarto a darse una ducha. Había sábanas en la cama y cortinas nuevas, lo que más la descolocó fue el hecho de que estas tenían bordadas en el centro las iniciales de ella y Daniel. —¡Granuja! —masculló. Si él era el autor de eso, ya la estaba hartando. Recogió las sábanas y las arrojó al cesto de ropa sucia, buscó algunas en su clóset y se dedicó a vestir la cama. «Esto no es un matrimonio real, no hay amor». Entró a su baño y abrió el grifo de la bañera, vertió gel de ducha y buscó su albornoz, se detuvo un momento a pensar en su padre y lo que estaría haciendo. Él funcion
Debía terminar con ese absurdo de una vez. Katherine y él sólo compartían un convenio, no existía ni debía existir nada más entre ellos, inclusive era poca la tolerancia de ambos, discutían por cualquier cosa, ella era tan testaruda y arrebatada como impositiva. Aunque persistía aquella sensación de tranquilidad y sosiego que le proporcionaba su cercanía, sensación que se nublaba con su deseo naciente de poseerla. Pero era ella quien lo impresionaba, ella quien no mostraba indicios que le proporcionaran una esperanza, una respuesta hacia lo que se podía estar despertando en él. Vivir huyendo de su atracción no era muy satisfactorio, sabía que de correr tanto solo quedaba rendirse o llegar a la meta, sin embargo, él huía de eso, porque la meta era ella. Aquel sentimiento absorbente que lo tenía pendiendo de un hilo, apenas perceptible de cordura cuando sentía esa imperiosa necesidad de quererla, le hacía recordar a la otra. Ivette, si podía existir una posibilidad entre Katherine y él
Manejar lo ayudó a disipar los pensamientos ya perpetuos sobre los sentimientos que en su interior se albergaban por Katherine Deveraux y que, por más que se negara a aceptar, estos pugnaban por exteriorizarse. —Estás muy pensativo. —La voz de su mejor amigo Luifer, lo sacó de sus pensamientos. Él lo observó con sobriedad y se limitó a tomar de su bebida. —¿Qué, no ha sido todo dicha y alegría en tu paraíso de recién casado a últimas fechas? —insinuó con la burla característica su amigo. —En mi vida todo marcha bien Aarón, he tenido algunos problemas ajenos a mi esposa, si es eso a lo que te refieres —mencionó tajante. —¡Aarón! Tengo años de no escuchar ese nombre. —Exhaló su amigo con amargura, odiaba recordar y Daniel lo sabía, aun así, no se disculpó. Ante los ojos del mundo, su amigo daba un nombre, ante él, solo era Aarón. Alguien a quien la vida como a él lo hirió demasiado. —No puedes seguir con la vida que llevas. ¿Desde cuándo no ves a tu familia, Aarón? —Desde hace tre
Katherine no vio a Daniel después del almuerzo, por lo que después de pasear por los alrededores y pasar un rato compartiendo con algunos de los hijos de los empleados de confianza que se quedaban a vivir en la hacienda, como ya se le había hecho costumbre, decidió irse a dar una ducha y luego, tomando la guitarra que él le había regalado se puso a tocar una de sus canciones preferidas: Donde está el amor de Jesse y Joy Ese tema calaba tan bien con ella, de modo que no podía evitar hacerla tan suya. Una vez que terminó de tocarla y cantarla, sintió como ese deseo expresado a través de la canción, se hubo suspendido tras la decisión de casarse con Daniel. Pero ¿en realidad eso fue lo que ocurrió? Daniel no era un mal tipo, hasta que abría su gran bocaza, para decir cualquier zoqueteada sobre el amor con sexo libre, consentido y sin atadura y la excusa, ya algo pasada de moda, de que es parte de las necesidades humanas; como orinar y defecar. En ocasiones pensó en los problemas de bip
El Sol ya hacía gala con su calor característico, para esa época parecía lanzar llamas ardientes sobre esa parte del país, claro que existían sitios más calientes que ese, sin embargo, ni se detuvo a quejarse de lo abrasador que este resultaba. La brisa agitó sus cabellos encegueciéndola, los retiró con arrojo. Contemplaba que el bipolar no era él sino ella por la forma en la que la hacía sentirse. Ese matrimonio era una montaña rusa de emociones. —Lo odio, lo odio…. Lo odio. Es un cretino y descarado —masculló camino a las caballerizas—. ¡Ay sí! No me di cuenta de ella —mal imitó la voz de Daniel. »Lo odio cada día más… No, no lo odio, me odio a mí misma por ser tan sentimental y dejarme llevar por sus tantos trastornos de personalidad. ¡Argh! Lo odio —terminó diciendo, cuando se tropezó sin querer con un hombre alto que vestía chaqueta de cuero y sombrero negro. Pidió disculpas, pero él aludido la ignoró y ni siquiera la miró a los ojos. —¡Oiga! ¿Qué no le han enseñado modales?
El camino a la ciudad, estuvo regido por un inconmensurable silencio. Daniel solo se limitó a mirar al frente y ella a observar el paisaje y lo destrozada que se encontraban las carreteras. Katherine se aturdió de tanto silencio, así que encendió la radio para matar el tiempo. Sacó su celular en busca de señal, pero nada. Resopló. La radio sonaba. Sin embargo, el silencio no dejaba de ser incómodo. —¿Qué es lo que necesitas? —Daniel quiso saber. «¿Amor? ¿Mi vida de vuelta? ¿El divorcio?», sopesó muchas cosas, mas no se atrevió a decirlas. —Algunas cosas de uso personal, quiero ir al banco a sacar dinero y comprarle algunas cosas al perro —respondió negándose a mirarlo. —Bien, haremos todo eso entonces —mencionó con acritud. Todavía podía sentir los celos reverberando por sus venas. Prefirió callar antes de terminar diciendo cosas que los colocara de nuevo en extremos opuestos. El silencio volvió a hacerse presente, hasta que llegaron al centro de la ciudad. —Detente en la esqui
¿Y ahora qué se supone que debería hacer?No tenía nada en que ocuparse en la ciudad, y tampoco es que recorrerla le llevara dos horas. Sus pensamientos eran cíclicos y desgastantes. Todos confluían en ella, en Katherine. En esa ansiedad que le generaba estar lejos de ella aun cuando compartieran un hogar. Queriendo sentirse el dueño y conformarse.Miró su celular y observó que restaban cincuenta y cinco minutos para reunirse con ella, justo cuando iba a soltarlo, este sonó. Sintió la bilis ascender por su esófago al ver el número. Durante semanas estuvo evitando esa llamada, tenía montones de mensajes de voz en su buzón.—¡Papá! —respondió con tono cansino.—¡Vaya! Hasta que te dignas a atenderme, Daniel —su padre le reprochó.—He estado muy ocupado —su respuesta fue seca.—¿Por qué no me avisaste que estabas en la ciudad? Sigo siendo tu padre por si se te olvidó —su progenitor hablaba con él como si fuera un niño al que podía seguir dominando.—¿Qué quieres, papá? Estoy muy ocupado
Pasaron dos días desde la conversación entre él y Katherine en el desayuno. No pudo negar lo mucho que se divirtió en su momento, sin embargo, se había dejado llevar por el imperativo adolescente que habitaba dentro de sí. Verla rabiosa y, sobre todo, ese fuego que se avivaba en sus ojos cada vez que él la hacía perder los estribos, era señal de que la indiferencia no era un problema en su relación.Aquel día con precisión, los celos se hicieron presentes cuando supo que ella iba a la ciudad con el veterinario, todo parecía írsele de las manos, como el agua y la arena. No importaba cuanto intentara detenerla. Debía admitirlo. Ese día la conversación con su padre terminó arrojándolo a las puertas del infierno. Katherine por su parte se mantuvo callada durante todo el trayecto. Marina le informó antes de irse esa mañana a supervisar las labores de la hacienda, que no quiso cenar y temió que hubiera sido por esa visita a la oficina de su padre. Él no quiso interrogarla al respecto.Sin e