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La marea puede estar alta

Katherine se revolvió entre la sedosidad de las sábanas que resaltaban la silueta de su cuerpo desnudo debajo de ellas, se estiró a la vez que palpaba el lado de la cama donde debía de estar Daniel.

Pero no estaba. Su rostro se contrajo en decepción y se sentó en la cama para observar mejor la habitación.

No se suponía que tras una noche como la de anoche, ella debió amanecer con él abrazándola como mínimo, aquello la enfadó. Se levantó de la cama y buscó el vestido con el que llegó la noche anterior, no estaba por ningún lugar. Se dispuso a hallar la ropa interior, que por fortuna encontró sobre el pequeño banco frente a la modesta peinadora. Abrió lo que parecía ser el armario pequeño y consiguió ropa de Daniel y, para mujer un pequeño short de jean, un par de franelillas y una camisa de chifón, lentes de sol y un sombrero de ala ancha.

Tampoco le resultó bueno haber encontrado ropa de mujer en el clóset de su esposo, ahora sí que, en todo el sentido de la palabra, se negaba a usar
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