Sin formalidades

Guillermo respiró profundo en cuanto el hombre se hubo marchado. La emoción que sintió al ver a Anna había sido desplazada por una amarga sensación, generada por ese hombre. A decir verdad, no se esperó tener que lidiar con el suegro de su hija. El sujeto era un ser algo oscuro, con negocios turbios y fama de desleal.

—¡Disculpe mi intromisión! —Anna Collins interrumpió el hilo de pensamiento de Guillermo—. Sé que no me compete, pero…

—Guillermo, Anna. Recuerde tutearme —volvió a recordarle.

—Eso es lo de menos ahora —ella argumentó para quitarle tanta complejidad al asunto—. No me agrada ese hombre, tiene un no sé qué en la boca cuando habla y cierto desdén en la mirada que no me genera confianza.

Guillermo la miró y respiró profundo antes de hablar.

—Siéntate, Anna —ahora que la formalidad era una barrera superada, ella no pudo evitar que su corazón latiera con ferocidad—. Usted, no debe disculparse. En todos estos años, ha sido una madre para mi hija, por eso insisto en que me llam
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