Treinta minutos después estaban recostados sobre dos tumbonas debajo de una pequeña carpa sobre la arena blanca de la isla, no se encontraba tan llena debido a la temporada baja del lugar, había algunos yates y personas en motos acuáticas y otros practicando los deportes más osados. Katherine sacó de su bolso de playa el protector solar y comenzó a aplicársela sobre los brazos, cuando iba a verter más crema sobre su mano, Daniel la detuvo. —Yo puedo hacer eso, Ángel. —Pensé que no te ofrecerías —lo amonestó y luego sonrió coqueta. La joven enderezó los hombros, irguió la espalda y dejó un espacio para que él se sentara detrás. Daniel dejó un beso en su hombro y prosiguió hasta dejar uno detrás de su oreja. Katherine sonrío con la piel hormigueándole. Mientras tanto, él comenzó a masajear su nívea piel, disfrutaba el poder tocarla como nunca sopesó poder hacerlo antes del giro inesperado que dio su relación, aunque sospechaba, muy en el fondo, que esto ocurriría tarde o temprano. Con
Llegar al departamento era lo que Katherine había estado deseando desde el encuentro desagradable con aquel zoquete. La tensión de aquel encuentro funesto la terminó venciendo, dejándola rendida a los brazos de Morfeo durante la hora que tardaron en retornar de la Isla de Coche. A pesar de ese percance, todo fue mágico y maravilloso, desde la noche en la que su cuerpo hubo experimentado las ávidas caricias de Daniel en su piel y el modo en la que le hizo el amor. —No puedo creer que ayer saliéramos a cenar y hasta ahora estemos regresando —dijo al entrar al departamento. Dejó su bolso de playa en uno de los sofás de la sala y fue hasta la cocina para tomar un poco de agua. El sol de la isla podía agotar a cualquiera, la temperatura era demasiado alta, como para correr el riesgo de deshidratarse. —Yo disfruté mucho del día fuera, pero más disfruté la noche de anoche —acotó él con una mórbida sonrisa. Se acercó sinuoso hasta ella, la tomó por la cintura atrayéndola hacia su cuerpo co
Escuchó pasos por el pasillo y cómo una puerta se abrió y se cerró, Daniel de seguro se había ido a la biblioteca. Ella exhaló aire y respiró profundo un par de veces hasta ralentizar su corazón y tratar de volver a sentirse como la vieja Katherine, esa que desconocía la profundidad de sus afectos hacia Daniel. La que no temía a las argucias del destino. Su estómago le recordó con el rugido estrepitoso que debía alimentarse. Así que casi a hurtadillas pasó por el pasillo, procurando no perturbar a Daniel, y se fue hasta la habitación. Cerró la puerta tras ella y volvió a respirar acompasada. La habitación permanecía impregnada de la fragancia de su esposo, trató de no recordar la forma en la que él se había marchado, sin dirimir acerca de lo que ella argumentó. Tenía por defecto decir todo lo que pensaba, olvidando que en ocasiones era necesario filtrar las palabras. Un baño tal vez la ayudaría a despejar la mente y a dejar de sentirse dentro de una absurda historia romántica de conf
La planta baja en el departamento se impregnó con rapidez de olores provenientes de los condimentos y las verduras. Katherine sirvió un poco de vino tinto en una copa y dio un sorbo, mientras ultimaba darle sazón a la cena.Daniel debió haber estado muy ocupado, porque desde que la dejó en la habitación no lo había visto salir ni para tomar agua. Seducción de Thalía inundó sus oídos y ella continuó bailando, dejándose llevar por el ritmo de la música que salía desde sus audífonos.Terminó por añadir el calabacín rebanado a la serpentina de vegetales que estaba preparando y apagó el fuego. Observó todo y su estómago hizo aquellos extraños sonidos que evidencian el hambre. Dio otro sorbo a su copa de vino y se apresuró hacia el gabinete donde se hallaban los platos, estaba de puntillas tratando de alcanzar la vajilla sin que esta cayera sobre su cabeza cuando Daniel se acercó con sigilo y pegó su cuerpo al de ella, demasiado cerca como para que sintieran el calor del otro traspasando su
Subió a la recámara con el entusiasmo intacto. Se duchó de nuevo para quitar los olores de la comida sobre su piel. Sacó un short blanco del clóset y una camisa anaranjada sin mangas, se colocó unas sandalias bajas y negras, observó su atuendo en el espejo completo de la habitación y recogió su cabello en una trenza de lado y un cintillo. Quiso pasar del maquillaje, al final solo declinó por algo simple: polvo compacto, rímel, blosh y un brillo tenue en los labios.Daniel entró en el preciso instante en que ella iba saliendo de la habitación, y la recorrió con la mirada de arriba abajo, como si estuviera sopesando si sería buena idea ir por el postre teniendo el pastel en casa.—Creo que no querrás helarte allá afuera.¿Helarse? ¿Se había vuelto loco? Por Dios, estaban en la isla, no podía hacer tanto frío como para que ella se helara.—No hay modo de que eso suceda —protestó.Entonces lo vio bajar las escaleras y unirse a ella en la sala, vestido con una franela gris ceñida a su cuer
Decir que la noche acabaría allí sería una utopía y de las más absurdas. Se tardaron en llegar al departamento, porque decidieron recorrer parte de Porlamar en moto, esta vez un poco más precavido. Pronto, Katherine le pidió a Daniel que acelerara mientras ella abría los brazos para recrearse en la sensación plena que daba correr a tantos kilómetros por hora y despejarse, solo dejándose llevar por la sensación de libertad que se experimentaba. Su espíritu rebelde no sabía aferrarse con demasía a los miedos. Llegaron al edificio y se metieron dentro del ascensor privado, con la adrenalina fluyendo por su torrente sanguíneo y un aspecto salvaje en las miradas que dio paso a la pasión. Él la tomó por la nuca, enroscando los dedos entre su trenza y deshaciéndola en el proceso, sus labios parecían flamas que quemaban con deleitable placer los de la joven. El beso se volvió dulce y posesivo, sus lenguas se exploraron con avidez y Katherine aprovechó la excitación para ceñirlo más a ella, su
Katherine sintió los rayos de sol filtrarse a través de la cortina de la habitación, eran demasiado claras como para mantener la luz fuera de ella. Entreabrió un ojo para fijarse que el color de las cortinas era de un ocre y se sorprendió. ¿En qué momento habían dejado de ser pistacho? Se obligó a sentarse en la cama, algo perdida, la sábana se descorrió dejando al descubierto su torso desnudo y la mitad del cuerpo de Daniel. No pudo evitar quedarse admirando su físico y la parte baja de este, por fortuna, la sábana no se había corrido hasta exhibir lo más portentoso de su esposo, porque con sólo mirarle de ese modo, se sonrojaba como una niña pecadora. Por la expresión tranquila de su rostro y lo calmo de su respiración, dedujo que estaba muy dormido aún. Así que, ¿por qué no terminar de apreciar una obra de Miguel Ángel en carne y hueso?—Pensar que todo eso me lo devoré anoche —murmuró con una tonta sonrisa en su rostro.Sintió deseos de trazar cada uno de los músculos perfectos y
Dante Gossec miraba por la ventana de su estudio hacia la entrada principal de su casa cuando un deportivo negro se estacionó, su ceño se frunció al imaginarse el conductor de tan ostentoso aparato, a pesar de todo no pudo contener la sorpresa al mirar quien descendía de este con una sonrisa triunfal y soberbia.El cuerpo se le descompuso ante el visitante. La aversión que sentía hacia el conductor era incomprensible. Desde que lo conoció lo aborreció.—¡Ivette! —El áspero tono de voz empleado por el hombre dejó claro su mal humor y el reproche que le generaba la joven.«De no ser por tu hermana, hace rato me habría desecho de ti», pensó.Ivette caminó zigzagueante por el camino que conducía a la entrada principal de la casa y fue más que obvio la razón de su tan deplorable andar, la muchacha parecía haberse embebido en todo el alcohol de la ciudad. La miró tambalearse y casi caer, y la divertida risa de su acompañante se dejó oír luego de ayudar a estabilizarla, para que continuara s