Katherine se revolvió entre la sedosidad de las sábanas que resaltaban la silueta de su cuerpo desnudo debajo de ellas, se estiró a la vez que palpaba el lado de la cama donde debía de estar Daniel.Pero no estaba. Su rostro se contrajo en decepción y se sentó en la cama para observar mejor la habitación.No se suponía que tras una noche como la de anoche, ella debió amanecer con él abrazándola como mínimo, aquello la enfadó. Se levantó de la cama y buscó el vestido con el que llegó la noche anterior, no estaba por ningún lugar. Se dispuso a hallar la ropa interior, que por fortuna encontró sobre el pequeño banco frente a la modesta peinadora. Abrió lo que parecía ser el armario pequeño y consiguió ropa de Daniel y, para mujer un pequeño short de jean, un par de franelillas y una camisa de chifón, lentes de sol y un sombrero de ala ancha.Tampoco le resultó bueno haber encontrado ropa de mujer en el clóset de su esposo, ahora sí que, en todo el sentido de la palabra, se negaba a usar
Una hora más tarde Katherine y Daniel llegaban a su destino. El centro comercial era bastante grande, aunque de un solo nivel, el diseño estaba basado en una especie de canoa o bote volteado, con un enorme tragaluz en el centro; cada entrada lleva el nombre de una de las playas de la isla. Los pasillos amplios y la luz natural, quedaba atrapada en él. Recorrieron varias tiendas, porque Katherine quería ver todo, entraron a algunas tiendas, entre ellas a Zara en la que se fue directo al departamento de caballeros, donde había visto ropa que, de acuerdo a su pensamiento, le quedaban de un bien a su esposo. Ese cuerpo digno de pecado podía vestir con harapos e igual le quedarían como mandados a hacer.Daniel se mostró renuente a ser un maniquí para su esposa con ropa que le obligaba a probarse, pero como sería costumbre en él más tarde, accedió con algunas, aunque sin tener que pasar por el probador.Pasaron frente a una de las galerías de arte en el centro y Katherine tan impulsiva como
La admisión de su pelirroja amiga le pareció triste. No podía concebir que una joven tan preciosa anduviera por la calle de la amargura a causa de un amor, o, mejor dicho, por un hombre. Sin embargo, ante ella estaba una prueba fehaciente de que eso era posible.«¡Vaya y cómo no adivinó antes que se trataba de un hombre!». Ni modo que ella hablara de una madre impositiva.—Lo siento, no sé por qué dije eso.—Supongo que porque lo necesitabas —argumentó. Comenzaba a sentir una fuerte empatía por esa desconocida.La chica parecía haberse calmado en serio, entonces recordó que no se habían presentado, por lo que seguían siendo desconocidas.—Soy Katherine.Después de la pelirroja haberla visto como si fuera de otro mundo, le respondió:—Stefanía, y puedes decirme Nía. —Muy bien dejaron de ser dos desconocidas hablando en un cubículo, lo que a la vista de otros sería loco, interesarse por una desconocida que lloraba al lado, ambas sonrieron—. De nuevo, gracias por ayudarme.—Y cuéntame, N
Cinco minutos después las jóvenes se despedían, no sin antes intercambiar números de teléfono, Facebook y todas las redes sociales habidas para que se mantuvieran en contacto. Stefanía fue la primera en irse, pues Katherine, aunque quería ver al dichoso novio de la pelirroja, se había olvidado de escoger un par de trajes de baños más, a diferencia de su recién adquirida amiga, ella sí podía elegir sin imposiciones y de verdad los necesitaba. Su teléfono sonó, haciendo que sobresaltara.Daniel G; 10:30 a. m.Voy en camino. Espero estés lista, Ángel. Estoy muriendo de hambre y quiero aprovechar la mañana para el paseo. D. Escoge uno que solo me mostrarás a mí…Era un mensaje de su esposo lo que la hizo reír como una idiota enamorada. Negando con la cabeza guardó de nuevo su teléfono en el bolso, recogió los trajes de baño que llevaría, apartando los que no le agradaron, salió del probador y allí estaba la joven que no dejó de comerse a su esposo con los ojos, rebuscó su nombre en la m
Guillermo Deveraux le prometió a su hija que daría con Anna Collins, reconocía que se portó como un patán cuando aquella mujer fue hasta sus oficinas a reclamarle, cosa que lo exacerbó al límite de ser indolente y desagradecido. Además, sabía que le había infligido un gran dolor a la nana de su hija. No estaba seguro de por qué ella no formó una familia. Cuidar a su hija a medida que ella crecía no resultaba tan absorbente. Sin embargo, Anna jamás pretendió irse.Su personal de seguridad le informó que lograron dar con la mujer. No obstante, conociéndola como lo hacía, estaba seguro de que ella no regresaría solo porque la mandase a buscar. El orgullo, si bien es un pecado que se puede considerar positivo o negativo dependiendo de para qué se emplease, no se encontraba exento del carácter de las personas, el orgullo muchas veces nos ayuda a sobrevivir cuando todo lo demás falla. Aun cuando en ocasiones se transformase en soberbia.—Isadora, mande a que preparen el helicóptero debo par
Deveraux llegó a su casa después de un largo día en la oficina. Lo único que quería era descansar, relajarse en la biblioteca al leer un buen libro o algo simple como sentarse a mirar televisión. Algo que no solía hacer, pues su vida era demasiado ocupada como para perder tiempo procrastinado ante el televisor.El vacío que cohabitaba con él en aquellas paredes no le placía en lo más mínimo, si cuando Katherine se fue sintió un dolor agudo en el pecho, muestra de un corazón roto, el que Anna se marchase lo volvió insoportable y tortuoso. Ella lograba que la sensación de pérdida no fuera tan intensa.Sin embargo, había fracasado al querer que ella regresara. Debió entender sus razones.—Buenas tardes, señor. La cena está lista para cuando quiera que le sirva —su ama de llaves apareció ante él mientras se aproximaba a las escaleras.Resopló y asintió sin decir palabra.—Por ahora, no tengo hambre.—Señor debe comer. Podría enfermar si sigue así… —La mujer lo miró con pena. Él parecía un
Guillermo respiró profundo en cuanto el hombre se hubo marchado. La emoción que sintió al ver a Anna había sido desplazada por una amarga sensación, generada por ese hombre. A decir verdad, no se esperó tener que lidiar con el suegro de su hija. El sujeto era un ser algo oscuro, con negocios turbios y fama de desleal.—¡Disculpe mi intromisión! —Anna Collins interrumpió el hilo de pensamiento de Guillermo—. Sé que no me compete, pero…—Guillermo, Anna. Recuerde tutearme —volvió a recordarle.—Eso es lo de menos ahora —ella argumentó para quitarle tanta complejidad al asunto—. No me agrada ese hombre, tiene un no sé qué en la boca cuando habla y cierto desdén en la mirada que no me genera confianza.Guillermo la miró y respiró profundo antes de hablar.—Siéntate, Anna —ahora que la formalidad era una barrera superada, ella no pudo evitar que su corazón latiera con ferocidad—. Usted, no debe disculparse. En todos estos años, ha sido una madre para mi hija, por eso insisto en que me llam
Treinta minutos después estaban recostados sobre dos tumbonas debajo de una pequeña carpa sobre la arena blanca de la isla, no se encontraba tan llena debido a la temporada baja del lugar, había algunos yates y personas en motos acuáticas y otros practicando los deportes más osados. Katherine sacó de su bolso de playa el protector solar y comenzó a aplicársela sobre los brazos, cuando iba a verter más crema sobre su mano, Daniel la detuvo. —Yo puedo hacer eso, Ángel. —Pensé que no te ofrecerías —lo amonestó y luego sonrió coqueta. La joven enderezó los hombros, irguió la espalda y dejó un espacio para que él se sentara detrás. Daniel dejó un beso en su hombro y prosiguió hasta dejar uno detrás de su oreja. Katherine sonrío con la piel hormigueándole. Mientras tanto, él comenzó a masajear su nívea piel, disfrutaba el poder tocarla como nunca sopesó poder hacerlo antes del giro inesperado que dio su relación, aunque sospechaba, muy en el fondo, que esto ocurriría tarde o temprano. Con