Guillermo Deveraux le prometió a su hija que daría con Anna Collins, reconocía que se portó como un patán cuando aquella mujer fue hasta sus oficinas a reclamarle, cosa que lo exacerbó al límite de ser indolente y desagradecido. Además, sabía que le había infligido un gran dolor a la nana de su hija. No estaba seguro de por qué ella no formó una familia. Cuidar a su hija a medida que ella crecía no resultaba tan absorbente. Sin embargo, Anna jamás pretendió irse.Su personal de seguridad le informó que lograron dar con la mujer. No obstante, conociéndola como lo hacía, estaba seguro de que ella no regresaría solo porque la mandase a buscar. El orgullo, si bien es un pecado que se puede considerar positivo o negativo dependiendo de para qué se emplease, no se encontraba exento del carácter de las personas, el orgullo muchas veces nos ayuda a sobrevivir cuando todo lo demás falla. Aun cuando en ocasiones se transformase en soberbia.—Isadora, mande a que preparen el helicóptero debo par
Deveraux llegó a su casa después de un largo día en la oficina. Lo único que quería era descansar, relajarse en la biblioteca al leer un buen libro o algo simple como sentarse a mirar televisión. Algo que no solía hacer, pues su vida era demasiado ocupada como para perder tiempo procrastinado ante el televisor.El vacío que cohabitaba con él en aquellas paredes no le placía en lo más mínimo, si cuando Katherine se fue sintió un dolor agudo en el pecho, muestra de un corazón roto, el que Anna se marchase lo volvió insoportable y tortuoso. Ella lograba que la sensación de pérdida no fuera tan intensa.Sin embargo, había fracasado al querer que ella regresara. Debió entender sus razones.—Buenas tardes, señor. La cena está lista para cuando quiera que le sirva —su ama de llaves apareció ante él mientras se aproximaba a las escaleras.Resopló y asintió sin decir palabra.—Por ahora, no tengo hambre.—Señor debe comer. Podría enfermar si sigue así… —La mujer lo miró con pena. Él parecía un
Guillermo respiró profundo en cuanto el hombre se hubo marchado. La emoción que sintió al ver a Anna había sido desplazada por una amarga sensación, generada por ese hombre. A decir verdad, no se esperó tener que lidiar con el suegro de su hija. El sujeto era un ser algo oscuro, con negocios turbios y fama de desleal.—¡Disculpe mi intromisión! —Anna Collins interrumpió el hilo de pensamiento de Guillermo—. Sé que no me compete, pero…—Guillermo, Anna. Recuerde tutearme —volvió a recordarle.—Eso es lo de menos ahora —ella argumentó para quitarle tanta complejidad al asunto—. No me agrada ese hombre, tiene un no sé qué en la boca cuando habla y cierto desdén en la mirada que no me genera confianza.Guillermo la miró y respiró profundo antes de hablar.—Siéntate, Anna —ahora que la formalidad era una barrera superada, ella no pudo evitar que su corazón latiera con ferocidad—. Usted, no debe disculparse. En todos estos años, ha sido una madre para mi hija, por eso insisto en que me llam
Treinta minutos después estaban recostados sobre dos tumbonas debajo de una pequeña carpa sobre la arena blanca de la isla, no se encontraba tan llena debido a la temporada baja del lugar, había algunos yates y personas en motos acuáticas y otros practicando los deportes más osados. Katherine sacó de su bolso de playa el protector solar y comenzó a aplicársela sobre los brazos, cuando iba a verter más crema sobre su mano, Daniel la detuvo. —Yo puedo hacer eso, Ángel. —Pensé que no te ofrecerías —lo amonestó y luego sonrió coqueta. La joven enderezó los hombros, irguió la espalda y dejó un espacio para que él se sentara detrás. Daniel dejó un beso en su hombro y prosiguió hasta dejar uno detrás de su oreja. Katherine sonrío con la piel hormigueándole. Mientras tanto, él comenzó a masajear su nívea piel, disfrutaba el poder tocarla como nunca sopesó poder hacerlo antes del giro inesperado que dio su relación, aunque sospechaba, muy en el fondo, que esto ocurriría tarde o temprano. Con
Llegar al departamento era lo que Katherine había estado deseando desde el encuentro desagradable con aquel zoquete. La tensión de aquel encuentro funesto la terminó venciendo, dejándola rendida a los brazos de Morfeo durante la hora que tardaron en retornar de la Isla de Coche. A pesar de ese percance, todo fue mágico y maravilloso, desde la noche en la que su cuerpo hubo experimentado las ávidas caricias de Daniel en su piel y el modo en la que le hizo el amor. —No puedo creer que ayer saliéramos a cenar y hasta ahora estemos regresando —dijo al entrar al departamento. Dejó su bolso de playa en uno de los sofás de la sala y fue hasta la cocina para tomar un poco de agua. El sol de la isla podía agotar a cualquiera, la temperatura era demasiado alta, como para correr el riesgo de deshidratarse. —Yo disfruté mucho del día fuera, pero más disfruté la noche de anoche —acotó él con una mórbida sonrisa. Se acercó sinuoso hasta ella, la tomó por la cintura atrayéndola hacia su cuerpo co
Escuchó pasos por el pasillo y cómo una puerta se abrió y se cerró, Daniel de seguro se había ido a la biblioteca. Ella exhaló aire y respiró profundo un par de veces hasta ralentizar su corazón y tratar de volver a sentirse como la vieja Katherine, esa que desconocía la profundidad de sus afectos hacia Daniel. La que no temía a las argucias del destino. Su estómago le recordó con el rugido estrepitoso que debía alimentarse. Así que casi a hurtadillas pasó por el pasillo, procurando no perturbar a Daniel, y se fue hasta la habitación. Cerró la puerta tras ella y volvió a respirar acompasada. La habitación permanecía impregnada de la fragancia de su esposo, trató de no recordar la forma en la que él se había marchado, sin dirimir acerca de lo que ella argumentó. Tenía por defecto decir todo lo que pensaba, olvidando que en ocasiones era necesario filtrar las palabras. Un baño tal vez la ayudaría a despejar la mente y a dejar de sentirse dentro de una absurda historia romántica de conf
La planta baja en el departamento se impregnó con rapidez de olores provenientes de los condimentos y las verduras. Katherine sirvió un poco de vino tinto en una copa y dio un sorbo, mientras ultimaba darle sazón a la cena.Daniel debió haber estado muy ocupado, porque desde que la dejó en la habitación no lo había visto salir ni para tomar agua. Seducción de Thalía inundó sus oídos y ella continuó bailando, dejándose llevar por el ritmo de la música que salía desde sus audífonos.Terminó por añadir el calabacín rebanado a la serpentina de vegetales que estaba preparando y apagó el fuego. Observó todo y su estómago hizo aquellos extraños sonidos que evidencian el hambre. Dio otro sorbo a su copa de vino y se apresuró hacia el gabinete donde se hallaban los platos, estaba de puntillas tratando de alcanzar la vajilla sin que esta cayera sobre su cabeza cuando Daniel se acercó con sigilo y pegó su cuerpo al de ella, demasiado cerca como para que sintieran el calor del otro traspasando su
Subió a la recámara con el entusiasmo intacto. Se duchó de nuevo para quitar los olores de la comida sobre su piel. Sacó un short blanco del clóset y una camisa anaranjada sin mangas, se colocó unas sandalias bajas y negras, observó su atuendo en el espejo completo de la habitación y recogió su cabello en una trenza de lado y un cintillo. Quiso pasar del maquillaje, al final solo declinó por algo simple: polvo compacto, rímel, blosh y un brillo tenue en los labios.Daniel entró en el preciso instante en que ella iba saliendo de la habitación, y la recorrió con la mirada de arriba abajo, como si estuviera sopesando si sería buena idea ir por el postre teniendo el pastel en casa.—Creo que no querrás helarte allá afuera.¿Helarse? ¿Se había vuelto loco? Por Dios, estaban en la isla, no podía hacer tanto frío como para que ella se helara.—No hay modo de que eso suceda —protestó.Entonces lo vio bajar las escaleras y unirse a ella en la sala, vestido con una franela gris ceñida a su cuer