Estaré subiendo capítulo semanalmente. Disfruten leyendo y ya saben. Comenten, quiero leer lo que sienten o piensan con cada capítulo.
Katherine lo miró analizando las opciones que tenía y debatiéndose entre su propia necesidad de tenerlo cerca, de estar con él; algo que se sobrevaloró una vez que miró sus ojos azules esperando por una respuesta con un extraño clamor de esperanza y anhelo. Aunque estuvo rehuyendo de ese sentimiento de querer adentrarse en el mundo perdido de aquel hombre que se debatía entre él mismo y las emociones en su interior, lo cierto era que le estaba resultando cada día más fácil la convivencia, ya sus discusiones no eran en el tono de discusiones, más se asemejaban a bromas pesadas entre dos personas que usaban el sarcasmo, intentando acoplarse en esa convivencia forzada. —No puedes comenzar diciendo sí a sus peticiones —masculló para sí misma. —¿Dijiste algo? —inquirió Daniel. Ella permaneció en silencio mirando la noche como si le solicitara permiso—. Bien, si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma —anunció él. —No… —gritó nerviosa—. Ni se te ocurra, subir. Ya bajo. —Tienes
Katherine continúo admirando el obsequio como si en su vida, nadie la hubiera agasajado, quizá se debía a que hace un tiempo que los regalos dejaron de emocionarla como esa guitarra. —Te la has ganado —le anunció con una genuina sonrisa. —¡Perdón! —dijo él confuso y sorprendido. —¿Qué más, tonto? La canción —añadió torciendo la mirada—. Te advierto, solo una y la que yo quiera. Daniel asintió sonriendo, entonces la joven se acomodó y se dispuso a afinar la guitarra antes de comenzar a tocar una de su preferencia. Mientras que duró la canción, él solo llegó a contemplar a la Katherine que parecía emerger de lo más profundo. Una más apasionada, más natural, sencilla y sin máscaras. Una chica que sin duda era digna de admirar. Esta mujer podía no solo meterse en su cabeza al límite de hacer cosas de las que antes no era capaz, sino que podía arrastrarlo con ella y hacer que olvidara todo el caos de vida que tenía. Era simple, ya no existía la pugna entre él y sus sentimientos. Sentirs
ebía alejarla…, debía alejarla. Todo el día lo pensó y mientras más lo hacía, más seguro estaba de que era lo correcto. Y después de escucharla cantar esa canción, supo que ella era todo lo que alguien quisiera tener y que, su deseo más grande era vivir un amor que él no podía darle. ¿Podía él hacer feliz a alguien en verdad? ¿Podría ser capaz de amar a otra mujer sin que esta huyera u optara por alguien más? ¿Podría hacerlo sin perder una vez más su corazón en el intento? «No, por supuesto que no lo haría. Al menos no sin perder algo más que su corazón». Hace tiempo que se había alejado de esa utópica idea mal concebida, llamada amor. Ese sentimiento evidenciaba lo vulnerables, dependientes y egoístas que podían ser las personas. Solo era una excusa que utilizaba el hombre para recrearse y fabricar una especie de realidad paralela al mundo que le tocaba vivir. Resultaba la manera más infame de arrastrar a otro a la inmundicia de autocompasión en la que podía volverse el simple hech
A la mañana siguiente, todo parecía haber vuelto a la normalidad. Daniel como de costumbre hizo su rutina de ejercicios cardiovasculares, antes de comenzar las faenas de la hacienda, en el gimnasio anexo a la casa. Katherine se levantó mucho más temprano de lo normal, acarició la bola de pelos que terminó instalándose a dormir en su habitación y se duchó. Con su rostro altivo bajó y tomó el desayuno, que sirvió con cierto desgano, ya vuelto costumbre, la sobrina de Marina. Había aprendido a ignorarla, aunque en ciertos momentos le resultaba incómodo que la joven la atendiera. También intentó en diversas ocasiones, fraternizar con la susodicha en cuestión. No obstante, por una u otra cosa, no se sentía segura en su intento y le resultaba un tanto hipócrita el pretender que todo pudiera mejorar. Su rutina de salir hasta el porche de la casa era una de las cosas que en el mes que tenía viviendo con Daniel, tomó como costumbre. Pasar un rato allí y otra ayudando en lo que Marina sólo le
La joven llegó al porche con un mejor ánimo que con el que salió. El sol volvía a salir e iluminar un poco más sus días. Por un momento se permitía ser feliz y no dejarse arrollar por el recuerdo de un beso que nunca debió suceder. Ese abatimiento que quedó tras ser sometida a la indiferencia por parte de Daniel, podía haber llegado a su fin ese día. Ya no le daría importancia. Sintió unos pasos en su dirección, ni volteó para saber de quién se trataba, algo ya se lo decía; era su piel, esa forma en que le hormigueaba cuando estaba cerca de él. Una electricidad que fluía rauda por sus venas y aceleraba su corazón. No lo había visto tan cerca desde la noche en que todo se descontroló. Lo notó algo perturbado; en sus ojos el azul era intenso incluso duro y frío como el mármol. Se fijó en su vestimenta; llevaba una camisa desabotonada y franelilla debajo de ella, botas y un pantalón rasgado en las rodillas, típica indumentaria para el trabajo en aquel ambiente. Se veía seductor, salvaje,
Katherine se apaciguó un poco luego de un par de horas, ya para cuando el Sol se hubo ocultado por completo, comenzó a desvestirse taciturna, para ducharse y colocarse ropa más cómoda. El apetito había desaparecido a medida que el ocaso se aproximaba, y solo podía pensar en el encuentro con Daniel, luego de varios días de distanciamiento; lo triste es que solo se debió a celos sin sentido. Porque claro, que todo aquello no fue más que una escena dirigida por los celos. Se sentó pensativa en el pie de cama y de la serenidad pasó al enojo una vez más. —Es un patán, él está acostumbrado a eso, Katherine. Debes ser inteligente —se reprendió una y otra vez—. Ya deja de pensar en eso. Necesitas enfocarte en algo más. Quizá sea buena idea la de aprender a montar. ¡Rayos! ¿A quién engaño? —¿Desde cuándo hablas sola, Ángel? —Aquella voz la sobresaltó. Se levantó de un respingo para cubrirse con la toalla, ya que estaba en ropa interior. —¿Qué haces aquí? —Ella se alarmó—. Es de educados toc
Katherine se levantó esa mañana dispuesta a no fustigarse con los recuerdos de su deplorable comportamiento la noche anterior. Aquellos impulsos no la llevarían a nada bueno, y dejaba mucho qué decir de su carácter. Si bien, no acostumbraba a disminuir su talante, tampoco era tan intrépida como para hacer lo de la noche anterior. Cuando estaba con Daniel parecía que algo la poseía. Debía controlarse si no quería salir perdiendo en esa especie de batalla que ambos libraban. Algo que sobresalía debajo de la puerta de su recámara, llamó su atención. Desdobló la pequeña hoja y leyó con rapidez. No quise despertarte tan temprano… Estaré fuera por tres días. No hubiera querido dejarte sola, pero es necesario. ¡Lo siento! DG. —Genial, después de todo lo que ha pasado, él se va dejándome encerrada en esta hacienda y deja una nota como para que no te quejes —bufó mientras dejaba la hoja sobre el buró al lado de su cama y salía hacia el balcón a ver el amanecer como de costumbre. Aquel
Dentro de la tristeza abundante y aquellas nubes que se posaban en su cielo en cuanto esta aparecía, los dos días tras la partida de Daniel parecían ser normales. Al menos eso se presumía hasta la tarde del segundo día. Eduardo tampoco apareció por la hacienda esos días, cosa que le extrañó a Katherine. Sobre todo, en ausencia de su esposo. Aunque esa tarde todo se volvió extraño. Varios animales comenzaron a enfermar de manera inexplicable, así que, el capataz de El Centinela consideró prudente llamar al veterinario, aunado a eso, algunos animales intentando escapar derribaron un tramo de la cerca; una res quedó atrapada en la alambrada y hubo que sacrificarla. Sergio le informó a Katherine lo sucedido, pero no era mucho lo que ella podía hacer, no tenía experiencia en ese ámbito y para más colmo se vino a dañar todo justo cuando Daniel no estaba para atenderlo. Qué iba a saber ella de qué se debía hacer, si ni siquiera hubo considerado todo el peligro al que se exponía cuando salía