Me quedo de pie, justo delante de la puerta por un largo segundo. Es extraño, es tremendamente extraño cómo me siento. Observo cada rincón de la oficina a la que mi vista tiene acceso y todo sigue completamente igual a como estaba antes de hablar con Archie pero a su vez todo me parece diferente. Y es que desde luego nada será igual para mí. Ni el mes de compromiso, no los seis meses siguientes, ni lo que está por venir. Divorciada antes de los treinta, y finalmente libre también.
Sonrío ampliamente cuando pienso en esos cincuenta millones de dólares que caerán en mi cuenta y que me darán la libertad que tanto he anhelando este último año. La vida es una caja de sorpresas, mayormente pésimas sorpresas pero si son como estas, a veces vale la pena vivirla.
Me alejo de la puerta con una sonrisa de oreja a oreja mientras camino a mi escritorio, casi puedo escuchar algún ritmo sonoro proveniente del ruido de mis tacones sobre el piso. No recuerdo cuando fue la última vez que me sentí tan emocionada por algo.
Tan pronto llego a mi puesto de trabajo, me deslizo en mi silla, detrás del escritorio. Aún sonriendo miro a Chloe quien en cambio me mira como si mi cara estuviese pintada de azul.
—¿Qué?— Cuestiono ante su expresión confundida.
—Nada— Sacude su cabeza —Pensaba preguntarte cómo te había ido pero por tu cara supongo que te fue muy bien.
—Maravillosamente bien — Llevo ambas manos tras mi nuca y me inclino hacia atrás completamente relajada. Nunca me había dado cuenta de ello pero mi silla de trabajo es, de hecho, bastante cómoda. Sin embargo, no debería acostumbrarme demasiado, no cuando en poco tiempo pasaré a ser la esposa del presidente y posteriormente la dueña de mi propio negocio.
—Vaya— Escucho a Chloe pronunciar por lo bajo, casi para ella. Si rostro no deja de lucir esa expresión sorprendida que empieza a irritarme.
—¿Qué?— Soy yo quien la cuestiona ahora.
Pero antes de que pueda hablar, veo que un larguiducho de cara pecosa y grandes ojos verdes se acerca a mi escritorio y hace sonar sus dedos sobre este. Kevin sonríe y me mira expectante, pero no dice nada, en cambio, observa a Chloe quien niega con la cabeza. Un gesto que enseguida me hace sentir suspicaz.
—¿Y qué tal te fue con el jefe júnior?— Me pregunta Kevin apoyando su codo en el escritorio.
Entre todos los tipos de compañeros de trabajo que existen, Kevin representa lo peor. Trabaja en el departamento de administración y, aunque me cueste reconocerlo, su trabajo es de vital importancia para mantener los número en orden, y por lo tanto, toda la contabilidad de la cadena hotelera. Mi jefe, el Señor Simon, sabe que sin Kevin sería más difícil para él entender la parte administrativa que, a veces creo, es la única que le interesa. Kevin es el único que, además de mi, tiene acceso directo al jefe. Y eso lo hace sentirse superior, incluso cree tener el derecho de dar órdenes fuera de su departamento, y esa petulancia la esconde detrás de una personalidad amable, completamente exagerada que raya en lo irritante.
—¿Cómo sabes que me iba a reunir con el Señor Archie, Kevin?— Entre cierro mis ojos para concederle una mirada fulminante y entonces me dirijo a mi colega —Chloe ¿cómo sabe Kevin que iba a reunirme con tu jefe?— Chloe se encoge de hombros pero no le creo. No les creo absolutamente nada.
—Aquí todo se sabe, Vivian— Dice Kevin sonriente, con una expresión inocente que no compro en lo absoluto.
Por supuesto que todo se sabe— Cuerda de chismosos —Pero
si tanto les interesa saber cómo me fue, quiero que sepan que me fue de las mil maravillas. Ahora,— Hago una pausa para reclinarme —Si me disculpan, tengo que recoger mis cosas porque me voy.Pretendo no prestar atención pero aun inclinando un poco mi cabeza hacia abajo, dirigida al escritorio, puedo observar como Chloe y Kevin cruzan miradas.
—Aún no es la hora de salida— Chloe lo dice casi en un susurro pero lo suficientemente alto como para escucharla.
—Eso lo sé — Veo la hora en mi reloj de pulso y sonrío —De hecho me voy tres horas antes de que culmine mi horario de trabajo. Ah, y con permiso del Señor Archie— Añado con ironía esa última frase.
No me sorprende cuando Kevin dice:
—Pero Archie no es tu jefe, tu jefe es Simon— En ningún momento deja de sonreír, solo hace que quiera darle una bofetada para ver si quita esa expresión.
—No, llega dentro de dos días. Eso también lo sé. Pero si tanto te perturba que me esté yendo antes, puedes llamar a Simon e interrumpir sus vacaciones solo para darle un chisme. Estoy complemente segura que estará feliz con eso— cuánto me gusta no ser sarcástica. —De hecho,— comienzo a decir mientras me inclino para tomar de la última gaveta de mi escritorio mi cartera y empezar a guardar en ella mi teléfono y botella de agua —Sé que tan pronto ponga un pie en el elevador, cualquiera de los dos irá directamente a la oficina de Archie para llevar el chisme. Pero prefiero que seas tú, Chloe. Creo que Archie necesitará cierta información que solo tú le puedes dar — Le guiño un ojo y Chloe no deja de mirarme como si yo fuese una especie de extraterrestre.
Me pongo de pie, sonrío y miro a Kevin, luego a Chloe. Por un instante pienso en despedirme, pero no, prefiero marcharme sin decir nada más, prefiero salir con frente en alto, dejando que la curiosidad por mi repentina actitud los carcoma.
Cumpliendo mi palabra, camino hasta el elevador, esta vez no solo siento la mirada de Chloe y Kevin sobre mí, sino literalmente la de todos a mi alrededor. Solo puedo pensar en una cosa: van a morir cuando se enteren que en cuestión de semanas seré la esposa del jefe.
Mientras espero que el flujo del tráfico merme, de pie en el borde de la acera, aprovecho de buscar en mi cartera mis llaves. Acomodo nuevamente los tirantes de cuero sobre mi hombro y una vez que me aseguro de que la vía está libre, cruzo la calle.Tomo los tres escalones que me conducen a la parte inferior del townhouse, coloco la llave en la cerradura y abro la puerta para poder entrar, finalmente. Hogar, dulce, hogar. Junto a la puerta, en un perchero de madera, dejo mi bolso, los zapatos a los pie de este y camino directamente hasta el mueble junto a la mesa de centro, donde reposo mis pies.Mi hogar no es definitivamente un palacio, es de hecho el sótano de un townhouse, y aún así es el mejor lugar donde he vivido en toda mi vida.Nací y me crié en St. John, cerca de las costas de Carolina del Norte, en medio de una familia pobre y numerosa. Mis padres tienen una modesta siembra de tomate; la cual mi madre procesa y los convierte en salsas que luego mi papá sale a vender en su v
Me siento como una tonta. No debería estar nerviosa. No quiero estar nerviosa. Pero por alguna indescifrable razón, ver en mi casa a mi jefe, quien además será mi esposo, me causa ansiedad. Él entra a esta y se detiene justo en el centro, en el área que considero mi sala de estar pero se queda allí, tieso, como si fuese una estatua de piedra. Al menos no está mirando a todos lados como un fisgón, debo concederle el hecho de que así como ahorita, siempre me ha dado la impresión de que Archie es una persona bastante prudente.—Toma asiento, Archie. Mi casa no muerde — Digo poniendo los ojos en blanco.Él gira su rostro para mirarme y aunque entre abre sus labios para decir algo, no lo hace. Simplemente toma asiento en el sofá más amplio y apoya sus brazos en sus piernas.—Así que granjera— Lo escucho decir.Mis ojos se abren como enormes platos cuando enseguida comprendo a que se refiere. Me giro de golpe para corroborar mi teoría y lo veo allí, sentado, sosteniendo entre sus manos el p
Archie detiene su auto justo en frente del famoso The White Palace, el cual haciendo honor a su nombre tiene una fachada impoluta, extremadamente grande a pesar de ser una sola planta y, por supuesto, completamente blanca.Yo comienzo a andar hacia las escaleras pero un segundo después siento que alguien me toma de la mano. Más que sorprenderme, siento una especie de cosquilla en mi mano y en mi columna vertebral, mero reflejo del tacto de Archie contra mi piel. Yo bajo mi mirada a nuestras manos, ahora entrelazadas, y luego lo veo directamente a los ojos.—¿Vamos, cariño?— Dice antes de concederme una sonrisa y entonces pienso que es la primera vez que me sonríe. A mí. Vamos, puede que esté siendo sarcástico (estoy segura que lo está siendo) pero no puedo evitar sonreír también.—Me gustan tus hoyuelos — Le susurro.—¿Qué?— Me responde, creo que he hablado muy bajo y realmente no me ha escuchado así que acaricio suavemente su mejilla, justo uno de sus hoyuelos.—Buenas noches, Señor
Después de dar el último sorbo a la -segunda- copa de vino que tomo, la dejo vacía sobre la mesa. No puedo creer que por un segundo pensé en ordenar una soda o una cerveza cuando tengo la oportunidad de tomar este vino de quien sabe cuántos dólares que parece hecho con uvas del mismísimo Edén. Aunque debería de detenerme, después de esa segunda copa no me parece buena idea tomar tanto teniendo hambre, primero porque ¿y si no estoy lo suficientemente sobria como para saborear como es debido la comida que he ordenado? Y, segundo, estoy aquí para discutir temas importantes, temas que se deben discutir teniendo intacto los cinco sentidos.—No es buena idea despachar la bebida antes de la comida— Concluyo dando vueltas con mi dedo al borde de la copa que tengo delante de mí —¿Y si luego no me puedo comer todo lo que he pedido?— Claro está que un segundo después de hacer tal comentario, que es más un pensamiento en voz alta que otra cosa, recuerdo que este es un restaurante caro, con porcio
Yo me quedo perpleja, primero mientras lo escucho, y también porque...—¡Santo cielo! Eres tremendamente bueno para esto.Doy gracias al cielo que la cena ha llegado, así podré servir otra copa de vino porque un trago es justo lo que necesito ahora. Mientras el mesero va dejando cada plato sobre la mesa, yo solo pienso en todo lo que ha dicho ¡y es clavadisimo a como pasaron las cosas!Yo fui a Life and Place con la intención de trabajar como su asistente, ese era el cargo vacante, llegué puntual y usando mi mejor ropa que en ese instante no era más que una camisa blanca, unos vaqueros gastados y unas zapatillas que había comprado en una tienda de segunda mano un par de semanas antes. Allí estaba yo, de pie, sosteniendo mi síntesis curricular engañosa en una mano y extendiendo la otra hacia él, dibujando una sonrisa -mi mejor sonrisa- de esas que gritan n ¿Acaso no soy la persona más dulce que has visto en tu vida? Pero el pasó de mí, me miro de forma despectiva, con su ceño fruncido
No sabía que pronunciar la palabra mágica -sexo- mientras Archie da un sorbo a su vino podría ser casi mortal. El pobre se ha ahogado, al punto de que casi le sale vino por la nariz. Yo aprieto mis labios con fuerza porque no quiero reírme, no en su cara, en mi cabeza estoy tirada en el piso, sacudiendo las manos, riendo como una histérica.He descubierto que esa actitud impenetrable, cargada de misterio y cierta petulancia, e algo que detesto en él pero sólo Dios sabe porque es lo que también me atrae, lo que hace que no deje de interesarme por él, lo que me hace disfrutar sacarlo de quicio. «Yo hago que su impoluto mundo de tambalee».—Lo siento— Digo tratando de mantener la seriedad en mi rostro —Disculpa por pronunciar la palabra que empieza por S— Me burló —Olvidé que tienes doce años y aún te ruborizas al escucharla — Esta vez me valgo de una papa frita para disimular mi risa.—No seas irónica, Vivian— Me recrimina —Y no me he ruborizado.—No, te has ahogado. Lo cual es peor. Mu
—¡Ya no sigas dejando frases a medias, por favor!— Si suena a súplica es porque así lo siento, empieza a ser frustrante que deje cosas a medias ¿qué demonios pasa por su cabeza? ¿se está arrepintiendo de hacer esto? ¿no me cree digna de ser su esposa aunque sea de mentiras? Pues podría decírmelo a la cara.—Lo siento, no volverá a pasar.Mas te vale.—Eso espero. Lo otro es —Esta vez antes de formular la pregunta acabo con el vino que queda en mi copa—, durante estos meses que se nos vienen ¿podremos acostarnos con otras personas?—Absolutamente no.—¿Por qué?— Le replico.—Tú misma lo dijiste, no quieres arriesgar tu reputación ¿qué pasaría si te acuestas con algún conocido en común?—Eso lo dudo. Mi círculo social está muy pero muy pero muy, muy lejos del tuyo. Dudo que tengamos conocidos en común.—¿De verdad? ¿No puedes estar unos meses sin...?—¿Sin...?— Repito alzando una ceja, de cierta forma lo reto a que diga la palabra mágica.—Sin tener relaciones con nadie.—¿Son acostarme
Desde que tengo uso de razón, mi madre es la persona que más he admirado en el mundo. Aún siendo testigo en primera fila de lo que ha sido capaz de hacer, me resulta increíble que prácticamente sola haya sacado adelante una familia de cinco, teniendo en cuenta que de esos cinco, tres éramos niños y uno era un adicto. Como si ya no fuese eso alucinante, mi madre nunca se ha quejado. Sin embargo, a veces, me enojaba al ver como mi madre desperdiciaba todo su potencial. Solo sé que me daba mucho coraje ver como mi mamá, una mujer tan inteligente y tan inagotable, se conformaba con una casa de madera, en medio de la nada, rodeada de tomates. Por eso, cuando cumplí dieciocho salí despavorida a buscar trabajo. Sabía que los planes de mamá era emplearme en su pequeña fábrica de salsa de tomate casera, pero yo me negué a la idea. Mi plan -el menos realista- era mudarme a la ciudad pero ni tenía los recursos ni los medios para hacerlo. No contaba con el dinero suficiente para mudarme, ni tení