Elizabeth fingió que el cuerpo no le temblaba y que agarrar aquella copa de vino sin volcarla por los nervios no fue una odisea.Le sudaban las manos, sentía el estómago oprimido y le picaban los ojos por aguantar las lágrimas.En cuanto lo vio cruzar la puerta y la miró sin reconocerla, ella tuvo que guardar silencio porque no estaba segura de que le saliera la voz.No lo amaba, no podía continuar amándolo después de noches y noches de lágrimas.De dormirse con el rostro enterrado en la almohada para no gritar por no poder sacar ese sentimiento del pecho.Se había sentido como si pasara un infierno, caminando sobre brasas, descalza y quemándose para lograr salir de allí.Y lo había conseguido…Había vuelto porque creyó que podía enfrentarse a él sin sentir nada, pero su estúpido corazón quería escapar de su pecho y caer sobre las manos de Roger.Ese órgano inservible quería que él lo agarrara y lo estrujara de nuevo hasta matarla.El coraje hacía ella misma fue lo que le dio el valor
—¿Cómo estás? —le preguntó su padre al verla salir hecha una furia.—Llévame a casa, quiero ver a Andrew, no soporto estar frente a ese hombre ni un minuto másSu padre lo hizo, y pesar de mantener el silencio durante gran parte del camino, terminó por preguntar.—¿No fue cómo lo imaginaste? Debo suponer que se negó.Elizabeth lo miró como si la hubiera poseído un demonio.Se clavaba las uñas en las manos y sentía mucha rabia hacía Roger.—¡Se negó! Papá, rompió los papeles del divorcio frente a mí. ¡Le ofrecí desaparecer de su vida y él no aceptó!¿Por qué? No dejaba de preguntarse el motivo, si nunca la quiso, ¿por qué se negaba a divorciarse de ella y dejarla hacer su vida en paz?Su padre sonrió de medio lado, muy satisfecho con lo ocurrido en lugar de estar enfadado como ella.—Yo tampoco le daría el divorcio a tu madre, una vez que consigues a la mujer que quieres debes ser muy tonto para dejarla ir.—¡Tú amas a mamá! —se quejó ella que no entendía a qué venía eso.—Por eso.Eli
—Robson, sígueme para que formalicemos esto —le dijo su padre a su esposo y Elizabeth creyó que perdería el sentido allí mismo.Traicionada y por su propio padre.Por unos momentos no pudo moverse del lugar.La silla parecía haberse adherido a su cuerpo y las piernas no querían responderle.Estaba en shock, aquello debía ser una pesadilla y continuaba en su cama, dormida.Se pellizcó y recibió el dolor, miró a su alrededor y los accionistas la observaban como si estuvieran esperando algo de ella.Se levantó y susurró un: «el circo ya terminó, pueden irse», para después salir corriendo detrás de su padre y de Roger, pero no había ni rastro de ellos.Cuando llegara a casa… ¡No tenía la menor idea de qué iba a hacer cuando llegara, pero aquello no podía quedar así!***Roger siguió a su suegro que era bastante rápido para su edad.—Patterson, ¿a dónde se supone que vamos? —le preguntó a su suegro al ver que no le decía ni una sola palabra.El hombre parecía estar huyendo de un huracán po
Roger llegó a la empresa de los primeros, fue el guardia de seguridad de la noche que estaba por finalizar su turno quien le dejó paso.No había podido descansar, toda la noche la pasó dando vueltas y lo poco que logró dormir soñó con ella.Con su Elizabeth, la de antes, la mujer con la que se casó, no esa arpía con cuerpo de modelo de lencería que había regresado a terminar de volverlo loco.Le había costado mucho aceptar que su esposa lo había abandonado y soportar todos los ataques de su suegro, pero cuando por fin se estaba estabilizando emocionalmente y aceptando que iba a tener que darle el divorcio… Ella regresó.Y para él la realidad era clara después de tenerla de frente.Elizabeth todavía lo amaba por más que intentara ocultarlo y mientras eso fuese así, él no pensaba abandonar la lucha.Ella podría ganar muchas batallas, pero la guerra sería para él.Roger había decidido esperar a Elizabeth en el vestíbulo del edificio, intentaría entablar conversación con ella y le sugerirí
—¿Lo sientes, mi gordita? —ronroneó Roger a la vez que se acercaba a ella y la aprisionaba contra su pecho—. Todavía tiemblas cuando me tienes cerca, no niegues que aún me deseas.Elizabeth buscó a su espalda para aferrarse a la barandilla del elevador. No era capaz de mirarlo a los ojos y se mostraba tan indefensa en ese instante que casi lo hizo desistir.Estaba jugando sucio, se estaba aprovechando de la pasión que existía entre ellos para retenerla, pero era incapaz de controlar sus impulsos.Tres años sin estar con una mujer no era lo que lo hacía reaccionar de esa forma.Había tenido muchas oportunidades en ese tiempo de estar con otras mujeres, pero no deseaba a otra, quería a su esposa.Elizabeth lo había castrado, metafóricamente, para el resto del sexo femenino y si ella no lo perdonaba se veía viviendo como un monje el resto de sus días.De mujeriego a célibe, nadie podría creer eso de él.Roger le abarcó la cintura con sus manos, se sentía incapaz de alejarse y dejarla ir.
Elizabeth escapó de Roger como si la persiguiera la peste negra para acabar con su vida.¿Por qué había sido tan estúpida de permitir que la besara?Frustrada por lo sucedido y muy enfadada por darse cuenta de que él seguía teniendo el mismo poder sobre ella después de tres años, se dirigió a la oficina.Cuando llegó a la puerta y miró el rótulo casi no pudo creerlo.«Roger Robson y Elizabeth Robson, directores ejecutivos».—Muy graciosito, esposo mío —gruñó.Al principio pensó que el rótulo de la puerta era solo una broma de su marido, pero cuando entró y vio la oficina organizada con dos escritorios, tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no ponerse a gritar.No, Roger no podía tener la intención de compartir la oficina con ella por muy amplia que fuera.Ella no pensaba revivir los momentos en los que fue su asistente y vivó enamorada de él en silencio.Si por Elizabeth fuera ni siquiera se quedaría en esa oficina porque le traía demasiados recuerdos amargos, pero era la mejo
En su huida de la oficina, Roger se encontró con la que al parecer era su nueva asistente.Decía al parecer porque apenas llevaba dos semanas trabajando para él y la muchacha se esforzaba, pero él solo tenía quejas y más quejas.Ninguna asistente le había durado.Y todo por culpa de su esposa.Esa arpía embustera y mentirosa que lo había aniquilado y no solo en lo referente a otras mujeres, también había dejado el listón muy alto para sus asistentes.Las despedía una tras otra, sin parar, porque ninguna era ella.Cada vez que veía a una mujer diferente entrar a su oficina la recordaba y el dolor que sentía era tan intenso que se enfurecía y las enviaba a por finiquito.Miró a la extraña mujercilla que se había plantado frente a él con una taza de café humeante en las manos.Tenía unas enormes gafas que le ocupaban la mitad del rostro y que ocultaban unos bonitos ojos verdes.Los ojos de su Elizabeth eran extraños, tenían motitas de color dorado y se les aclaraban con la luz.No había
Elizabeth todavía se estaba recuperando del mal momento que había pasado durante la llamada con su mejor amigo y la aparición de Roger, cuando llamaron a la puerta.Corrió hacia el escritorio y se sentó para fingir que estaba inmersa en el trabajo, aunque en realidad lo que había estado haciendo era dejar fluir todo el coraje que sentía por la actuación magistral de Roger.Al darse cuenta del tiradero que había hecho en el suelo, corrió a levantar las carpetas que había lanzado producto de la desesperación que sintió.Las colocó en el escritorio y volvió a su asiento como si allí no hubiera pasado nada.Si no supiera cómo era Roger en realidad, casi hubiera creído que de verdad estaba celoso.—Puede pasar —dijo con la certeza de que no sería su marido, Roger no se molestaría en llamar.Seguía considerando aquel lugar su oficina, pero ella iba a demostrarle que no volvería a ser suya hasta que no le firmara el divorcio. Cuando la puerta se abrió, por ella apareció el odioso y repugnan