Elizabeth escapó de Roger como si la persiguiera la peste negra para acabar con su vida.¿Por qué había sido tan estúpida de permitir que la besara?Frustrada por lo sucedido y muy enfadada por darse cuenta de que él seguía teniendo el mismo poder sobre ella después de tres años, se dirigió a la oficina.Cuando llegó a la puerta y miró el rótulo casi no pudo creerlo.«Roger Robson y Elizabeth Robson, directores ejecutivos».—Muy graciosito, esposo mío —gruñó.Al principio pensó que el rótulo de la puerta era solo una broma de su marido, pero cuando entró y vio la oficina organizada con dos escritorios, tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no ponerse a gritar.No, Roger no podía tener la intención de compartir la oficina con ella por muy amplia que fuera.Ella no pensaba revivir los momentos en los que fue su asistente y vivó enamorada de él en silencio.Si por Elizabeth fuera ni siquiera se quedaría en esa oficina porque le traía demasiados recuerdos amargos, pero era la mejo
En su huida de la oficina, Roger se encontró con la que al parecer era su nueva asistente.Decía al parecer porque apenas llevaba dos semanas trabajando para él y la muchacha se esforzaba, pero él solo tenía quejas y más quejas.Ninguna asistente le había durado.Y todo por culpa de su esposa.Esa arpía embustera y mentirosa que lo había aniquilado y no solo en lo referente a otras mujeres, también había dejado el listón muy alto para sus asistentes.Las despedía una tras otra, sin parar, porque ninguna era ella.Cada vez que veía a una mujer diferente entrar a su oficina la recordaba y el dolor que sentía era tan intenso que se enfurecía y las enviaba a por finiquito.Miró a la extraña mujercilla que se había plantado frente a él con una taza de café humeante en las manos.Tenía unas enormes gafas que le ocupaban la mitad del rostro y que ocultaban unos bonitos ojos verdes.Los ojos de su Elizabeth eran extraños, tenían motitas de color dorado y se les aclaraban con la luz.No había
Elizabeth todavía se estaba recuperando del mal momento que había pasado durante la llamada con su mejor amigo y la aparición de Roger, cuando llamaron a la puerta.Corrió hacia el escritorio y se sentó para fingir que estaba inmersa en el trabajo, aunque en realidad lo que había estado haciendo era dejar fluir todo el coraje que sentía por la actuación magistral de Roger.Al darse cuenta del tiradero que había hecho en el suelo, corrió a levantar las carpetas que había lanzado producto de la desesperación que sintió.Las colocó en el escritorio y volvió a su asiento como si allí no hubiera pasado nada.Si no supiera cómo era Roger en realidad, casi hubiera creído que de verdad estaba celoso.—Puede pasar —dijo con la certeza de que no sería su marido, Roger no se molestaría en llamar.Seguía considerando aquel lugar su oficina, pero ella iba a demostrarle que no volvería a ser suya hasta que no le firmara el divorcio. Cuando la puerta se abrió, por ella apareció el odioso y repugnan
Roger salió de la oficina sin saber a dónde dirigirse.Para aumentar la molestia, Daniel lo interceptó y por la expresión que traía estaba furioso.—¡Me acaba de decir tu asistente que tengo que cambiar de oficina! No me digas que es porque invité a tu esposa a comer, Roger.—Señor Robson para ti y no, no es por eso, es porque necesito una oficina y la tuya está justo donde necesito. —Daniel no esperaba esa respuesta y comenzó a ponerse nervioso.—No seas así, hemos sido amigos, incluso hemos salido juntos…Era cierto, pero en aquel momento él estaba muy perdido después de lo ocurrido con Natalie y no se había dado cuenta todavía del hombre ruin que era.—Eso se acabó el día en que te escuché hablando mal de Elizabeth y lo sabes. Pero esto no tiene nada que ver con eso, necesito una oficina y la tuya me sirve, la quiero libre antes del final del día.Todavía le daba rabia cada vez que se acordaba.En aquel momento su esposa era su asistente y no estaban casados, pero recordaba muy bien
A Roger no le dio tiempo de reaccionar tras la información que su amigo le había proporcionado.Mientras él hablaba con toda la calma por teléfono, los bomberos habían accedido a la azotea del edificio.Antes de poder decir nada le habían hecho un placaje entre dos hombres y lo habían lanzado al suelo de espaldas.Hasta su teléfono salió despedido, pero el aparato no corrió con tanta suerte.Ese sí salió volando al otro lado del edificio y con su amigo en llamada.Todo se descontroló, comenzaron a tratarlo como a un suicida, a darle frases de ánimo y de que, aunque todo en la vida pudiera parecer oscuro, siempre había una luz y acabar con su vida era un error.—¡Luz la que me está dando de lleno en los ojos! ¡¿Quieren dejarme que me levante?! —Roger trastabilló para ponerse de pie, él no se había lanzado del edificio ni planes tenía de hacerlo, pero aquellos bomberos sí lo habían lanzado contra el suelo y le dejaron el cuerpo dolorido.—Le dejaremos que se levante si promete no hacer
Roger vio salir a Elizabeth y supuso que se marchaba a su casa.Él ya se encontraba instalado en la oficina que había pedido que desalojaran y desde donde tenía una vista inmejorable a la de dirección.Después de lo ocurrido tuvo que pedirle a su asistente que le consiguiera un nuevo teléfono ya que el suyo lo había recuperado, pero estaba destrozado después de la caída desde la azotea.Al menos conservaba el número, aunque después de encenderlo y ver la cantidad de llamadas que tenía de personas que habían visto lo ocurrido, casi prefirió haber cambiado de número, de país y hasta de planeta si era posible.De mujeriego a suicida, ya estaba viendo los titulares.Roger miró el reloj y vio que ya pasaban de las nueve de la noche, los empleados se habían marchado y por las luces que comenzaban a apagarse en los pasillos sabía que debía marcharse a casa.Pero desde que Elizabeth había regresado allí se le caía el mundo encima.La había comprado después de su marcha, ella nunca pudo verla,
Elizabeth ni siquiera se acordaba que ese día llegaba Bastian porque se había acostado con mucha hambre y de malhumor. Y todo se debía a que la noche anterior los ocupas de sus padres y de su suegro se adueñaron de su apartamento, de su sofá, de su televisión y de su comida.La despertó la llamada de su mejor amigo que estaba histérico porque había llegado al aeropuerto y ella no estaba allí para recibirlo.Con toda la rapidez que pudo se arregló y salió para el aeropuerto.Cuando llegó, apenas aparcó el coche comenzó a correr a la terminal.Era tardísimo y todavía le quedaba todo el viaje de vuelta, llegaría con mucho retraso a la empresa y seguro Roger comenzaría a quejarse.—¡Bastian! —le gritó al verlo, pero su amigo la miró con todo ese aire de diva despechada que tanto lo caracterizaba.—Ni me mires, ni me hables, ni me toques, dos horas llevo esperándote —farfulló muy molesto.—Lo siento, te lo juro que no fue a propósito, pero es que me han pasado demasiadas cosas. No seas así
Roger llevó a Alexander a su oficina porque no quería ponerse a dar gritos en mitad de los pasillos.No podía más, aquello ya era demasiado para él.Comenzaba a desear que Elizabeth no hubiera regresado porque verla de esa forma y con tanto odio hacia él lo estaba destrozando.Había cometido un error y era consciente de ello.No hubo un solo día en el que no se lo reprochara a sí mismo durante su ausencia.—¡Me cambiaron por una pulga! —gritó apenas entró a su oficina y cerró la puerta de un portazo.Roger se sentó con tanta fuerza en la silla de escritorio que incluso rodó hacia atrás y chocó con la pared.Alexander lo miraba con una sonrisilla, ¡encima tenía que aguantar las burlas de su mejor amigo!—Hace unos años —comenzó a decir y se acomodó en el asiento con esa actitud de quien ríe el último ríe mejor—. Durante un viaje a Canadá para buscar a mi supuesta esposa muerta.—¡No vamos a comenzar a sacar los trapitos sucios! Calladito estás más guapo —dijo, pero su amigo no le hizo