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El agudo sonido de la ambulancia cortó el aire, devolviendo a Marella y Dylan a la realidad. Marella se apresuró a arreglar su vestido y acomodar su cabello, con el corazón aún acelerado.—¡Dylan! ¿Pasó algo? —preguntó ella, la preocupación pintada en su rostro.Dylan no respondió de inmediato. La atrajo hacia sí, besándola con firmeza antes de susurrar:—Calma, nada malo pasó.De pronto, un crujido rompió el momento. Dylan se tensó y, sin pensarlo, se apartó para investigar. Apenas alcanzó a vislumbrar una sombra que se alejaba rápidamente.—¿Eduardo? —murmuró entre dientes, sintiendo una oleada de rabia. Su intuición le decía que algo no estaba bien, pero decidió guardar silencio. No quería alarmar a Marella, al menos no todavía.Cuando regresaron al salón, se encontraron con un espectáculo desconcertante: una ambulancia estacionada frente a la mansión y dos paramédicos cargando una camilla con el cuerpo inconsciente de Franco.—¡Franco! —exclamó Dylan, sintiendo un nudo en el estóma
Claudia salió del hospital cabizbaja, el peso de su derrota reflejado en sus ojos vidriosos. Suzy respiró hondo, como si el aire fresco pudiera disipar los restos del enfrentamiento. Sin embargo, una chispa de compasión titiló en su pecho al pensar en el bebé de Claudia.—Pobre criatura... No tiene culpa de los errores de su madre —murmuró Suzy, más para sí misma que para los demás.Marella la abrazó con calidez, pero en sus pensamientos no podía evitar sentirse implacable. Había visto la crueldad de Claudia y sabía que merecía lo que estaba viviendo, aunque eso no aliviaba del todo el nudo en su pecho.La conversación se interrumpió cuando el médico salió del área de emergencias. Su rostro era serio, y la tensión en el ambiente se volvió sofocante.—¿Cómo está Franco? —preguntó Suzy con un hilo de voz, las palabras casi atoradas en su garganta.—Tuvo mucha suerte —respondió el médico, hojeando los informes en su mano—. La cantidad de veneno en su organismo no fue letal, pero estuvo ce
Dylan caminó lentamente hacia la habitación del hospital. Estaba aliviado al ver a Franco, finalmente fuera de peligro.Los médicos habían dicho que lo darían de alta pronto.Al entrar, Franco lo miró con una sonrisa de complicidad.—No te librarás de mí, Dylan, estaré en tu matrimonio religioso —dijo con una sonrisa burlona.Dylan esbozó una sonrisa, aunque estaba cansado y agotado. La tensión del día pesaba sobre sus hombros.—Pues claro, eres el padrino —respondió con tono cansado, pero con un destello de cariño en sus palabras.Franco sonrió levemente, antes de decir algo que hizo que el ambiente cambiara. Su tono era más serio, casi oscuro.—Estuve pensando. Lo único que bebí antes de sentirme mal... fue la copa de vino que te llevaron a ti. —La mirada de Franco se fijó en Dylan, como si buscara una respuesta en sus ojos.Dylan sintió que el aire se le escapaba del pecho. La idea había rondado en su mente desde que Franco se puso mal, pero nunca se atrevió a mencionarlo.Ahora, es
Dylan estaba furioso. Su corazón latía tan rápido como si fuera a explotar, el nudo en su estómago era insoportable.Cuando vio a Cecilia desnuda en esa cama, la rabia se apoderó de él.Sus palabras salieron con tanta furia que ni siquiera él podía reconocer su propia voz.—¿Esto es una trampa? ¡Cecilia, no me importas en lo más mínimo! ¡Eres solo un maldito fantasma del pasado, y los fantasmas no existen! —gritó, con el pecho empapado de desprecio.La puerta se cerró con violencia, pero la mirada de Eduardo, que apareció en el umbral, fue suficiente para encender aún más la ira de Dylan.«No puede ser», pensó Eduardo, mientras Dylan se acercaba con una calma que solo lograba irritarlo más.—¿Así que estás detrás de esto? —Dylan lo tomó del cuello de la camisa con fuerza, las manos temblándole por la rabia—. ¡Quédate con esta zorra, Eduardo! Los dos quedan perfectos, un par de traidores infieles.Empujó a Eduardo hacia la habitación, sin importarle la mirada de Cecilia, que apenas se c
Marella sintió cómo el terror la paralizaba cuando las pistolas apuntaron directamente hacia ellos. Sus manos temblaban mientras dos hombres enmascarados abrían las puertas del auto, forzándolos a salir. El frío del metal contra su piel le provocó un escalofrío, pero fue el grito desesperado de su propio corazón lo que retumbó más fuerte que sus alaridos de pánico.—¡Déjenme ir! —gritó con todas sus fuerzas, aferrándose a lo que podía.Uno de los hombres la agarró con brutalidad y la cargó como si fuera una muñeca de trapo. Marella luchó con cada fibra de su ser, pateando, arañando, intentando escapar. Pero el peso del miedo y la fuerza de sus captores resultaron invencibles.La oscuridad la envolvió poco después.Cuando volvió en sí, un dolor punzante en las muñecas le recordó que estaba atada. Miró a su alrededor, sus ojos recorrieron el lúgubre espacio donde la tenían. La penumbra solo era interrumpida por la luz tenue de un foco que oscilaba ligeramente, iluminando las figuras somb
Marella estaba atrapada en un rincón de la habitación, sus ojos llenos de terror. Escuchaba las risas grotescas y los comentarios de los hombres mientras discutían sobre la cantidad de dinero que recibirían.—¡Es una fortuna! —dijo uno, con un tono que helaba la sangre. Otro lo miró con una sonrisa ladina, sus ojos fijos en ella.—¿Y qué hacemos mientras? —Se inclinó hacia Marella, evaluándola como si fuera un objeto—. Mírala… parece una diosa griega, ¿no crees?—Eso es cierto —asintió el otro hombre, acercándose peligrosamente. Su voz, cargada de malicia, retumbaba en sus oídos—. Tal vez podríamos divertirnos un poco antes de entregarla. Nadie se enterará.Marella retrocedió con pasos temblorosos, buscando una salida que no existía. Su pecho subía y bajaba con respiraciones rápidas, y las paredes parecían cerrarse a su alrededor.—¡No se atrevan a tocarme! —gritó, tratando de imponer valentía donde solo había pánico—. ¡Si lo hacen, les juro que los matarán! ¡Malditos!Uno de ellos so
En la iglesia, el ambiente era tenso. Los murmullos de los invitados llenaban el espacio, creando un mar de expectativas y curiosidad. Todos se preguntaban qué estaba retrasando la ceremonia, especialmente cuando Miranda había puesto tanto empeño en que cada detalle fuera perfecto.Con esfuerzo y dinero, Miranda logró que tanto el sacerdote como el juez aceptaran esperar un poco más. No era fácil convencerlos, pero ser una Aragón siempre abría puertas, aunque la situación la tenía al borde del colapso. En el salón de recepciones, propiedad de la familia, los invitados permanecían tranquilos, disfrutando del lujo y las atenciones, pero en la iglesia el aire era completamente distinto.Miranda, vestida de impecable azul, paseaba de un lado a otro con las manos temblorosas. Su futuro consuegro, Agustín, intentaba calmarla, pero sus palabras apenas lograban atravesar el torbellino de sus pensamientos.—Miranda, por favor, relájate. Todo va a salir bien. Marella aparecerá, ella no se march
El abuelo leyó la nota con atención, sus cejas fruncidas en una expresión de profunda concentración. Era un informe de sus guardias más leales, en el que detallaban los últimos movimientos de Eduardo.Según el informe, Eduardo había recibido una llamada de Marella y había salido a buscarla. Los guardias lo siguieron y atestiguaron cómo se encontraron y sostuvieron una breve conversación.Sin embargo, Eduardo, visiblemente molesto, la dejó sola en medio ese lugar, abandonándola, sin mirar atrás.El silencio que llenó la habitación tras la lectura del informe era tan pesado que parecía succionar el aire.—¿Y no tomaron fotos? —exclamó el abuelo, su voz tronando como un látigo.Los guardias intercambiaron miradas nerviosas antes de negar tímidamente con la cabeza.—Lo sentimos, señor…El abuelo apretó los puños con tal fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.—¡Inútiles! —rugió, dejando caer el informe sobre la mesa.Eduardo alzó la barbilla con una mezcla de indignación y falsa tranq