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Marella estaba atrapada en un rincón de la habitación, sus ojos llenos de terror. Escuchaba las risas grotescas y los comentarios de los hombres mientras discutían sobre la cantidad de dinero que recibirían.—¡Es una fortuna! —dijo uno, con un tono que helaba la sangre. Otro lo miró con una sonrisa ladina, sus ojos fijos en ella.—¿Y qué hacemos mientras? —Se inclinó hacia Marella, evaluándola como si fuera un objeto—. Mírala… parece una diosa griega, ¿no crees?—Eso es cierto —asintió el otro hombre, acercándose peligrosamente. Su voz, cargada de malicia, retumbaba en sus oídos—. Tal vez podríamos divertirnos un poco antes de entregarla. Nadie se enterará.Marella retrocedió con pasos temblorosos, buscando una salida que no existía. Su pecho subía y bajaba con respiraciones rápidas, y las paredes parecían cerrarse a su alrededor.—¡No se atrevan a tocarme! —gritó, tratando de imponer valentía donde solo había pánico—. ¡Si lo hacen, les juro que los matarán! ¡Malditos!Uno de ellos so
En la iglesia, el ambiente era tenso. Los murmullos de los invitados llenaban el espacio, creando un mar de expectativas y curiosidad. Todos se preguntaban qué estaba retrasando la ceremonia, especialmente cuando Miranda había puesto tanto empeño en que cada detalle fuera perfecto.Con esfuerzo y dinero, Miranda logró que tanto el sacerdote como el juez aceptaran esperar un poco más. No era fácil convencerlos, pero ser una Aragón siempre abría puertas, aunque la situación la tenía al borde del colapso. En el salón de recepciones, propiedad de la familia, los invitados permanecían tranquilos, disfrutando del lujo y las atenciones, pero en la iglesia el aire era completamente distinto.Miranda, vestida de impecable azul, paseaba de un lado a otro con las manos temblorosas. Su futuro consuegro, Agustín, intentaba calmarla, pero sus palabras apenas lograban atravesar el torbellino de sus pensamientos.—Miranda, por favor, relájate. Todo va a salir bien. Marella aparecerá, ella no se march
El abuelo leyó la nota con atención, sus cejas fruncidas en una expresión de profunda concentración. Era un informe de sus guardias más leales, en el que detallaban los últimos movimientos de Eduardo.Según el informe, Eduardo había recibido una llamada de Marella y había salido a buscarla. Los guardias lo siguieron y atestiguaron cómo se encontraron y sostuvieron una breve conversación.Sin embargo, Eduardo, visiblemente molesto, la dejó sola en medio ese lugar, abandonándola, sin mirar atrás.El silencio que llenó la habitación tras la lectura del informe era tan pesado que parecía succionar el aire.—¿Y no tomaron fotos? —exclamó el abuelo, su voz tronando como un látigo.Los guardias intercambiaron miradas nerviosas antes de negar tímidamente con la cabeza.—Lo sentimos, señor…El abuelo apretó los puños con tal fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.—¡Inútiles! —rugió, dejando caer el informe sobre la mesa.Eduardo alzó la barbilla con una mezcla de indignación y falsa tranq
Marella y Dylan entraron tomados de la mano, como si una fuerza interna y poderosa les guiara, como si su unión fuera la última salvación en un mundo que se desmoronaba a su alrededor. El brillo en sus ojos decía más de lo que sus palabras podrían jamás expresar.Ella, con su vestido hermoso y elegante, había logrado restaurarlo tras el desastre de la jornada. Aunque su peinado ya no era perfecto, su cabello largo y rizado caía con una gracia salvaje, adornado por su tocado.Ella caminaba como si ninguna calumnia pudiera tocarla, su porte erguido como una reina.Dylan, a su lado, con el ceño fruncido y una mirada fulgurante de rabia contenida, parecía estar a punto de estallar.Cada paso que daba hacia el altar era un desafío, una amenaza invisible para todos aquellos que se habían atrevido a menospreciar su amor.—¿Es esto suficiente espectáculo para ti, hermano? —la voz de Dylan resonó, fuerte y retumbante, como un trueno que sacudía las paredes del templo.Glinda apenas pudo tomar l
Dylan llegó al altar, se paró en su lugar, acompañado por Franco, su padrino de bodas.Con una mirada, encontró al abuelo sentado en el lugar de honor, al lado de su madre. Su sonrisa se amplió, y la marcha nupcial comenzó, resonando como una señal de que todo lo que había sucedido los había llevado a ese preciso momento.La novia apareció, con paso firme y majestuoso, del brazo de su padre.La sala se levantó en un suspiro colectivo. Marella, luciendo como una princesa, caminaba hacia su destino con el corazón acelerado, sin poder creer que horas antes estaba al borde de una pesadilla, y ahora caminaba hacia el hombre que le había salvado de tantas formas.El amor brillaba en sus ojos, y cuando sus miradas se encontraron, el mundo desapareció.Marella recordó todo: el hombre que la había salvado, su primer beso, la paz que solo él le ofrecía. En medio del caos, había encontrado un refugio. Y ese refugio, se llamaba Dylan Aragón.Dylan la observaba, con una mirada que ya no estaba llen
Santiago se giró lentamente hacia su nieto, Eduardo. En su rostro no había más que una mezcla abrasadora de decepción y rabia. Sus ojos, normalmente cálidos, ahora eran dos pozos oscuros que reflejaban su decisión irrevocable. Dio un paso adelante, su figura imponiendo silencio en el salón lleno de invitados. Eduardo retrocedió instintivamente.—¡No es verdad, abuelo! —gritó Eduardo, su voz quebrándose—. ¡Son mentiras! ¡Quieren incriminarme! ¡Esto es una conspiración!El eco de sus palabras apenas se apagó cuando Santiago, sin más advertencia, levantó la mano y abofeteó a su nieto con fuerza. Eduardo cayó al suelo, aturdido no solo por el golpe, sino por la humillación.Un murmullo de estupor se propagó entre los invitados. Nadie podía creer lo que acababa de ocurrir. El poderoso Santiago Aragón, siempre estoico y reservado, había perdido el control ante todos.Yolanda corrió hacia su hijo, abrazándolo como si pudiera protegerlo del juicio implacable de su abuelo.—¡Eres una bestia, Sa
Los guardias se miraron entre sí, inseguros de cómo proceder.La orden de Santiago había sido clara, pero enfrentarse directamente al nieto del gran señor Aragón era otra cosa.Eduardo soltó una carcajada amarga, llena de desprecio.—¿Qué pasa? ¿Tienen miedo? —los fulminó con la mirada, avanzando hacia ellos como un animal acorralado dispuesto a atacar—. ¡Vayan y díganselo! ¡Que tenga el valor de mirarme a los ojos mientras destruye a su propia sangre!La tensión en el ambiente era casi insoportable.Uno de los guardias dio un paso hacia adelante, titubeando.—Señor Eduardo, nuestras órdenes son claras. Debemos escoltarlo para que recoja sus pertenencias y abandonar la propiedad...Eduardo lo interrumpió con un rugido.—¡No necesito que me escolten! ¡Esta es mi casa! —sus puños se cerraron con fuerza, temblando por la rabia contenida—. ¡Soy un Aragón! ¡Ustedes no son nadie para decirme qué hacer!Subió las escaleras con pasos pesados, como si quisiera desafiar al mundo entero con cada
En la fiestaSuzy y Franco se movían al ritmo lento de la música, sus pasos sincronizados de forma casi involuntaria. La cercanía entre ambos era palpable, como si un hilo invisible los uniera más allá de la pista de baile.—¿No te sientes mal? —preguntó ella, su voz apenas un susurro.Franco negó con una leve sonrisa. —Estoy bien, Suzy... —Su tono era bajo, casi íntimo, y sus palabras dejaron en el aire un peso que ella sintió directamente en el pecho.Ella levantó la mirada, buscando en sus ojos algo que explicara esa respuesta.Lo encontró en la intensidad de su mirada, en el leve temblor de sus manos que sujetaban las suyas con fuerza, como si temiera que ella pudiera escapar.—Franco… —comenzó a decir, pero él la interrumpió suavemente, inclinándose apenas para hablar más cerca de su oído.—Suzy, acabo de presentar los papeles de divorcio. —Las palabras salieron de sus labios con una mezcla de liberación y determinación. Suzy lo miró sorprendida, el aliento atrapado en su gargan