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Dylan estaba furioso. Su corazón latía tan rápido como si fuera a explotar, el nudo en su estómago era insoportable.Cuando vio a Cecilia desnuda en esa cama, la rabia se apoderó de él.Sus palabras salieron con tanta furia que ni siquiera él podía reconocer su propia voz.—¿Esto es una trampa? ¡Cecilia, no me importas en lo más mínimo! ¡Eres solo un maldito fantasma del pasado, y los fantasmas no existen! —gritó, con el pecho empapado de desprecio.La puerta se cerró con violencia, pero la mirada de Eduardo, que apareció en el umbral, fue suficiente para encender aún más la ira de Dylan.«No puede ser», pensó Eduardo, mientras Dylan se acercaba con una calma que solo lograba irritarlo más.—¿Así que estás detrás de esto? —Dylan lo tomó del cuello de la camisa con fuerza, las manos temblándole por la rabia—. ¡Quédate con esta zorra, Eduardo! Los dos quedan perfectos, un par de traidores infieles.Empujó a Eduardo hacia la habitación, sin importarle la mirada de Cecilia, que apenas se c
Marella sintió cómo el terror la paralizaba cuando las pistolas apuntaron directamente hacia ellos. Sus manos temblaban mientras dos hombres enmascarados abrían las puertas del auto, forzándolos a salir. El frío del metal contra su piel le provocó un escalofrío, pero fue el grito desesperado de su propio corazón lo que retumbó más fuerte que sus alaridos de pánico.—¡Déjenme ir! —gritó con todas sus fuerzas, aferrándose a lo que podía.Uno de los hombres la agarró con brutalidad y la cargó como si fuera una muñeca de trapo. Marella luchó con cada fibra de su ser, pateando, arañando, intentando escapar. Pero el peso del miedo y la fuerza de sus captores resultaron invencibles.La oscuridad la envolvió poco después.Cuando volvió en sí, un dolor punzante en las muñecas le recordó que estaba atada. Miró a su alrededor, sus ojos recorrieron el lúgubre espacio donde la tenían. La penumbra solo era interrumpida por la luz tenue de un foco que oscilaba ligeramente, iluminando las figuras somb
Marella estaba atrapada en un rincón de la habitación, sus ojos llenos de terror. Escuchaba las risas grotescas y los comentarios de los hombres mientras discutían sobre la cantidad de dinero que recibirían.—¡Es una fortuna! —dijo uno, con un tono que helaba la sangre. Otro lo miró con una sonrisa ladina, sus ojos fijos en ella.—¿Y qué hacemos mientras? —Se inclinó hacia Marella, evaluándola como si fuera un objeto—. Mírala… parece una diosa griega, ¿no crees?—Eso es cierto —asintió el otro hombre, acercándose peligrosamente. Su voz, cargada de malicia, retumbaba en sus oídos—. Tal vez podríamos divertirnos un poco antes de entregarla. Nadie se enterará.Marella retrocedió con pasos temblorosos, buscando una salida que no existía. Su pecho subía y bajaba con respiraciones rápidas, y las paredes parecían cerrarse a su alrededor.—¡No se atrevan a tocarme! —gritó, tratando de imponer valentía donde solo había pánico—. ¡Si lo hacen, les juro que los matarán! ¡Malditos!Uno de ellos so
En la iglesia, el ambiente era tenso. Los murmullos de los invitados llenaban el espacio, creando un mar de expectativas y curiosidad. Todos se preguntaban qué estaba retrasando la ceremonia, especialmente cuando Miranda había puesto tanto empeño en que cada detalle fuera perfecto.Con esfuerzo y dinero, Miranda logró que tanto el sacerdote como el juez aceptaran esperar un poco más. No era fácil convencerlos, pero ser una Aragón siempre abría puertas, aunque la situación la tenía al borde del colapso. En el salón de recepciones, propiedad de la familia, los invitados permanecían tranquilos, disfrutando del lujo y las atenciones, pero en la iglesia el aire era completamente distinto.Miranda, vestida de impecable azul, paseaba de un lado a otro con las manos temblorosas. Su futuro consuegro, Agustín, intentaba calmarla, pero sus palabras apenas lograban atravesar el torbellino de sus pensamientos.—Miranda, por favor, relájate. Todo va a salir bien. Marella aparecerá, ella no se march
El abuelo leyó la nota con atención, sus cejas fruncidas en una expresión de profunda concentración. Era un informe de sus guardias más leales, en el que detallaban los últimos movimientos de Eduardo.Según el informe, Eduardo había recibido una llamada de Marella y había salido a buscarla. Los guardias lo siguieron y atestiguaron cómo se encontraron y sostuvieron una breve conversación.Sin embargo, Eduardo, visiblemente molesto, la dejó sola en medio ese lugar, abandonándola, sin mirar atrás.El silencio que llenó la habitación tras la lectura del informe era tan pesado que parecía succionar el aire.—¿Y no tomaron fotos? —exclamó el abuelo, su voz tronando como un látigo.Los guardias intercambiaron miradas nerviosas antes de negar tímidamente con la cabeza.—Lo sentimos, señor…El abuelo apretó los puños con tal fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.—¡Inútiles! —rugió, dejando caer el informe sobre la mesa.Eduardo alzó la barbilla con una mezcla de indignación y falsa tranq
Marella y Dylan entraron tomados de la mano, como si una fuerza interna y poderosa les guiara, como si su unión fuera la última salvación en un mundo que se desmoronaba a su alrededor. El brillo en sus ojos decía más de lo que sus palabras podrían jamás expresar.Ella, con su vestido hermoso y elegante, había logrado restaurarlo tras el desastre de la jornada. Aunque su peinado ya no era perfecto, su cabello largo y rizado caía con una gracia salvaje, adornado por su tocado.Ella caminaba como si ninguna calumnia pudiera tocarla, su porte erguido como una reina.Dylan, a su lado, con el ceño fruncido y una mirada fulgurante de rabia contenida, parecía estar a punto de estallar.Cada paso que daba hacia el altar era un desafío, una amenaza invisible para todos aquellos que se habían atrevido a menospreciar su amor.—¿Es esto suficiente espectáculo para ti, hermano? —la voz de Dylan resonó, fuerte y retumbante, como un trueno que sacudía las paredes del templo.Glinda apenas pudo tomar l
Dylan llegó al altar, se paró en su lugar, acompañado por Franco, su padrino de bodas.Con una mirada, encontró al abuelo sentado en el lugar de honor, al lado de su madre. Su sonrisa se amplió, y la marcha nupcial comenzó, resonando como una señal de que todo lo que había sucedido los había llevado a ese preciso momento.La novia apareció, con paso firme y majestuoso, del brazo de su padre.La sala se levantó en un suspiro colectivo. Marella, luciendo como una princesa, caminaba hacia su destino con el corazón acelerado, sin poder creer que horas antes estaba al borde de una pesadilla, y ahora caminaba hacia el hombre que le había salvado de tantas formas.El amor brillaba en sus ojos, y cuando sus miradas se encontraron, el mundo desapareció.Marella recordó todo: el hombre que la había salvado, su primer beso, la paz que solo él le ofrecía. En medio del caos, había encontrado un refugio. Y ese refugio, se llamaba Dylan Aragón.Dylan la observaba, con una mirada que ya no estaba llen
Santiago se giró lentamente hacia su nieto, Eduardo. En su rostro no había más que una mezcla abrasadora de decepción y rabia. Sus ojos, normalmente cálidos, ahora eran dos pozos oscuros que reflejaban su decisión irrevocable. Dio un paso adelante, su figura imponiendo silencio en el salón lleno de invitados. Eduardo retrocedió instintivamente.—¡No es verdad, abuelo! —gritó Eduardo, su voz quebrándose—. ¡Son mentiras! ¡Quieren incriminarme! ¡Esto es una conspiración!El eco de sus palabras apenas se apagó cuando Santiago, sin más advertencia, levantó la mano y abofeteó a su nieto con fuerza. Eduardo cayó al suelo, aturdido no solo por el golpe, sino por la humillación.Un murmullo de estupor se propagó entre los invitados. Nadie podía creer lo que acababa de ocurrir. El poderoso Santiago Aragón, siempre estoico y reservado, había perdido el control ante todos.Yolanda corrió hacia su hijo, abrazándolo como si pudiera protegerlo del juicio implacable de su abuelo.—¡Eres una bestia, Sa