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Darrel apretó los puños con fuerza.La noticia sobre Bernardo lo dejó inmóvil, como si una losa se hubiera instalado en su pecho.Nunca había esperado que la desgracia fuese tan grande, ni que el destino pudiera ser tan cruel, incluso con alguien como él.No era compasión lo que sentía, sino una profunda tristeza que lo carcomía por dentro.Bernardo había sido su enemigo, su tormento constante, pero incluso ahora, Darrel no podía encontrar espacio en su corazón para el odio.Respiró profundamente, intentando mantener la calma, pero su voz tembló al hablar.—Aun así, papá... —murmuró, su mirada fija en el suelo—, no puedo evitar sentirme culpable. Tal vez, si hubiera hecho algo... si lo hubiera detenido antes...Dylan, percibiendo la lucha interna de su hijo, dio un paso adelante y colocó ambas manos firmemente sobre sus hombros.Su voz, aunque serena, estaba cargada de una mezcla de amor y autoridad.—¡No, Darrel! Escúchame bien. Esto no es tu culpa. Bernardo eligió cada uno de sus pas
La familia estaba reunida en el cálido salón principal.A pesar de los intentos por mantener la calma, la tensión se sentía en el aire. Los murmullos eran apagados y las miradas inquietas.Entonces, la puerta se abrió, y Alma y Salvador entraron juntos, tomados de la mano.Ambos tenían una sonrisa radiante y un brillo especial en los ojos que desbordaba felicidad.—¡Nuestro bebé está completamente sano! —exclamó Alma con voz llena de emoción, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.Un suspiro colectivo recorrió la sala. Las expresiones de angustia se transformaron en sonrisas llenas de alivio.Suzy, fue la primera en reaccionar. Cruzó la sala con rapidez y envolvió a su hija en un abrazo firme y reconfortante, estaba tan feliz de que el temor hubiese pasado y ahora todo fuese felicidad.—Mi niña… —susurró Suzy, dejando escapar un sollozo.Alma, aún abrazada a su madre, hizo un gesto para llamar la atención de todos. Su mano descansó con delicadeza sobre su vientre, y su voz
Darrel extendió su mano y ayudó a Cecilia a levantarse del suelo. No podía permitir que una madre se humillara de esa manera, por muy complejo que fuera el motivo.La culpa lo golpeó de nuevo como una ola implacable, recordándole los eventos pasados.Miró a su esposa, quien parecía debatirse internamente.Ambos estaban atrapados en un torbellino de emociones y no tenían claro qué hacer.—¿Qué crees que debo hacer? —preguntó Mora, buscando en los ojos de Darrel una guía, una respuesta que ella misma no podía encontrar.Él tomó su mano con ternura, acariciándola mientras sus ojos se llenaban de empatía.—No lo sé, amor —respondió con honestidad—. Pero lo que sea que dicte tu corazón, será lo correcto. Yo siempre estaré contigo, pase lo que pase.Mora desvió la mirada hacia sus hijas, que dormían tranquilas en el carrito, ajenas a todo el dolor que el mundo podía ofrecer. Esa imagen le dio un breve momento de calma.Respiró hondo, como si ese aliento le diera el valor necesario para tomar
Mora, al ver a Bernardo tan frágil y vulnerable ante ella, sintió como si una marea de sentimientos la invadiera.La rabia, el resentimiento, y la pena que había guardado durante tanto tiempo, se entremezclaban con algo más profundo.La pena por la caída de un hombre que alguna vez fue su amigo, el mismo que le había causado tanto dolor, pero que ahora yacía ante ella quebrado, arrepentido.No podía hablar. Su garganta parecía cerrada por el nudo de emociones que se agolpaban en su pecho.—Yo… Bernardo… —las palabras salieron entrecortadas, apenas un susurro, como si la misma emoción la empujara hacia el abismo. Mora cerró los ojos, buscando algo de fuerza en lo más profundo de su ser, y asintió, desbordada, por un dolor ajeno que no podía ignorar—. Yo te perdono todo; perdono que no hayas comprendido que nunca te amé como hombre, sino como amigo. Perdono que te hayas aliado con Tina, que hayas hecho de mi vida y la de Darrel un infierno, y te perdono por haber enamorado a Alma, destro
Máximo alzó la mirada.Su mano temblorosa, ya fuera por el frío o la incertidumbre, se extendió lentamente hacia Dylan.Cuando sus dedos rozaron el rostro de su hijo, lo hizo con una suavidad que desarmaba cualquier barrera.Aquella caricia no era como otras; tenía un peso especial, una intensidad que atravesaba la piel y llegaba directo al corazón.Dylan permaneció inmóvil, permitiendo que el gesto lo envolviera.En ese instante, entendió algo que había tardado años en vislumbrar: no todas las heridas necesitan perdón para sanar.Algunas simplemente encuentran su redención en la aceptación. La aceptación de que, a pesar del dolor, la vida sigue adelante.Con decisión, Dylan tomó a Máximo del brazo, ayudándolo a levantarse.—Vamos, padre. Debemos ir a casa.Máximo vaciló, una mezcla de incredulidad y miedo llenando sus ojos.—¿Por qué estás aquí, Dylan? —preguntó, su voz quebrada por los sollozos—. ¡No merezco que me ayudes!Dylan negó con la cabeza, y en su mirada había una calidez qu
Cuando Máximo despertó, abrió los ojos lentamente, sintiendo un peso incómodo en el pecho.Miró a su alrededor, desorientado. Por un instante, no supo dónde estaba, pero luego los recuerdos lo asaltaron: la lluvia, la caricia de Dylan, su voz firme y compasiva.La puerta se abrió antes de que pudiera procesar todo. Dylan entró acompañado por un médico. Máximo intentó levantarse, pero su cuerpo le recordó su fragilidad.—¡Dylan! —exclamó con un hilo de voz—. ¿Estás aquí? ¿No es un sueño?Dylan lo miró con algo que Máximo no supo identificar. No era lástima, pero tampoco simple afecto. Había en sus ojos una mezcla de determinación y ternura que lo desarmó.—No, Máximo. No es un sueño. El médico está aquí para revisarte. Por favor, coopera.Antes de que Máximo pudiera replicar, Dylan salió de la habitación. El médico, un hombre serio, pero amable, comenzó a revisarlo. Máximo quiso resistirse, pero la debilidad lo obligó a ceder.Más tarde, Dylan habló con el médico en la sala contigua.—S
—Dime, Marella, si un accidente ocurre ahora, ¿A quién piensas que salvaría tu prometido, a ti o a mí?Glinda conducía ese auto, Marella iba en el asiento de copiloto.La mujer tenía una sonrisa maliciosa en sus labios rojos.Marella sintió miedo, un escalofrío la recorrió hasta la columna vertebral.—¿Por qué dices cosas así, Glinda? Basta, conduce con cuidado.Glinda sonrió. Miró al frente.—¿Quieres apostar? Él dijo que te quiere, que se casará contigo, pero solo fue por mi pequeño error, porque en realidad, Eduardo lo dejaría todo por mí, incluso a ti.Marella quería gritar, ¡cuánto quería maldecirla! Odiaba a Glinda como nunca odió a nadie, pero no podía hacer nada, Glinda era la viuda del mejor amigo de su prometido Eduardo y, además, su primer amor imposible, le tenía mucho cariño.Glinda siempre fue la fuente de problemas, un problema con ella sería uno con su prometido, estaban a días de casarse, iban camino a su fiesta de compromiso, no quería arruinarlo.Marella se quedó ca
Marella escuchó el ruido de las sirenas, miró alrededor y vio a los paramédicos, la sacaron del auto, su cuerpo estaba adolorido, tenía una herida en la frente, la subieron a la camilla y notaron que tenía sangrado vaginal.—¡Estoy embarazada…! ¡Ayúdame por fa! —susurró débil—¡Está embarazada! Apúrense, está sufriendo un aborto, debemos llegar rápido para que la auxilien —dijo el paramédico.Le suministraron oxígeno y pronto estuvo en la ambulancia.Iba consciente, a veces perdía el conocimiento y luego volvía en sí.***En el hospital.Eduardo Aragón caminaba de un lado a otro con una gran desesperación.Su corazón latía al recordar las palabras de Glinda.Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando vio a Glinda en una camilla, era trasladada a una habitación, él se acercò y tomó la mano de la mujer, besando su dorso con ternura.—Todo va a estar bien, cariño, nuestro bebé va a sobrevivir.Marella despertó de su aturdimiento, iba en la camilla, pero, pudo ver a lo lejos a Eduardo y