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Máximo alzó la mirada.Su mano temblorosa, ya fuera por el frío o la incertidumbre, se extendió lentamente hacia Dylan.Cuando sus dedos rozaron el rostro de su hijo, lo hizo con una suavidad que desarmaba cualquier barrera.Aquella caricia no era como otras; tenía un peso especial, una intensidad que atravesaba la piel y llegaba directo al corazón.Dylan permaneció inmóvil, permitiendo que el gesto lo envolviera.En ese instante, entendió algo que había tardado años en vislumbrar: no todas las heridas necesitan perdón para sanar.Algunas simplemente encuentran su redención en la aceptación. La aceptación de que, a pesar del dolor, la vida sigue adelante.Con decisión, Dylan tomó a Máximo del brazo, ayudándolo a levantarse.—Vamos, padre. Debemos ir a casa.Máximo vaciló, una mezcla de incredulidad y miedo llenando sus ojos.—¿Por qué estás aquí, Dylan? —preguntó, su voz quebrada por los sollozos—. ¡No merezco que me ayudes!Dylan negó con la cabeza, y en su mirada había una calidez qu
Cuando Máximo despertó, abrió los ojos lentamente, sintiendo un peso incómodo en el pecho.Miró a su alrededor, desorientado. Por un instante, no supo dónde estaba, pero luego los recuerdos lo asaltaron: la lluvia, la caricia de Dylan, su voz firme y compasiva.La puerta se abrió antes de que pudiera procesar todo. Dylan entró acompañado por un médico. Máximo intentó levantarse, pero su cuerpo le recordó su fragilidad.—¡Dylan! —exclamó con un hilo de voz—. ¿Estás aquí? ¿No es un sueño?Dylan lo miró con algo que Máximo no supo identificar. No era lástima, pero tampoco simple afecto. Había en sus ojos una mezcla de determinación y ternura que lo desarmó.—No, Máximo. No es un sueño. El médico está aquí para revisarte. Por favor, coopera.Antes de que Máximo pudiera replicar, Dylan salió de la habitación. El médico, un hombre serio, pero amable, comenzó a revisarlo. Máximo quiso resistirse, pero la debilidad lo obligó a ceder.Más tarde, Dylan habló con el médico en la sala contigua.—S
—¡Darrel! Ven ahora mismo conmigo —sentenció Dylan con una voz firme, pero no carente de cariño.Darrel frunció el ceño, desconcertado. Estaba a punto de obedecer cuando Máximo, el hombre que tanto resentía, lo detuvo con una mano temblorosa.—Hijo… —murmuró Máximo, su voz cargada de años de culpa y arrepentimiento.Darrel apartó su brazo bruscamente.—No me llames, hijo —respondió con dureza, su mirada llena de reproche.Máximo tragó saliva, el peso de sus errores estaban cayendo sobre él como una losa.—Lo sé, tienes razón. No soy digno de llamarme tu abuelo, ni siquiera de ser el padre de Dylan. He fallado tanto… —su voz se quebró, y las lágrimas que había contenido durante décadas finalmente cayeron—. Pero si pudiera volver el tiempo atrás, si pudiera deshacer todo el daño que causé, lo haría sin dudar.Las palabras de Máximo golpearon a Darrel como un balde de agua fría.Su máscara de valentía se desmoronó al ver a aquel hombre, que siempre imaginó como un villano indomable, derru
Un Mes DespuésAlma y Salvador estaban recostados en la cama, al fin tenían un remanso de paz después de días de preparativos.Salvador acariciaba el vientre de Alma, maravillado con los movimientos del bebé que respondían a su toque.Su voz era un susurro lleno de ternura.—Creo que nuestro bebé ya extraña a papá… Muy pronto nos veremos, cariño.Alma sonrió, aunque un suspiro escapó de sus labios, mezcla de cansancio y dicha.—Déjalo dormir un poco, amor. A este ritmo, creo que será igual de inquieto que tú.—¿Eso es malo? —preguntó él, con una risa que iluminó el ambiente.—No, es maravilloso —respondió Alma antes de reír también.Salvador se inclinó para besar sus labios, sus dedos, recorriendo con suavidad las facciones de su esposa.—¿Todo está listo para el gran día, futura madrina?—Todo está perfecto —aseguró Alma, sonriendo—. Será un día mágico, mi amor.Salvador la abrazó, sosteniéndola como si en ese momento el mundo se detuviera solo para ellos.—Gracias por aparecer en mi
Darrel acunaba a Dalia con cuidado, tarareando una suave melodía que parecía calmar no solo a la pequeña, sino también a su propio corazón.A unos pasos de él, Mora amamantaba a Dana, quien bebía con voracidad.Sus ojos cansados, pero llenos de ternura, se alzaron hacia Darrel, y durante un instante compartieron una mirada que decía más de lo que cualquier palabra podría expresar.Sus vidas habían cambiado radicalmente. No era sencillo acostumbrarse al caos de pañales, llantos y noches sin dormir, pero en medio de todo eso había momentos como este: instantes de serenidad que les recordaban lo afortunados que eran.—¿Crees que fue lo correcto? —preguntó Darrel de repente, rompiendo el silencio con un susurro cargado de duda—. ¿Que mi padre fuese con Máximo?Mora se tomó un segundo para procesar la pregunta.Sus pensamientos viajaron al rostro de su padrino, a la sombra de los errores que los habían llevado hasta aquí.Finalmente, asintió.—Es lo mejor, Darrel —respondió, su voz firme pe
La camioneta se detuvo en un camino que parecía perdido en el tiempo.Dylan bajó primero, sus zapatos hundiéndose ligeramente en la tierra húmeda.Frente a él, la cabaña junto al río parecía intacta, como si estuviera esperando su regreso.A madera, aunque desgastada, mantenía ese aire acogedor que siempre recordaba de su niñez.Máximo descendió del vehículo con paso lento, mirando a su alrededor con una mezcla de nostalgia y culpa.—¿Alguna vez volviste? —preguntó Dylan mientras recogía las cañas de pescar.Máximo negó, hundiendo las manos en los bolsillos como un niño regañado.—No sin ti.El silencio se coló entre ellos mientras tomaban las herramientas y caminaban hacia el bote.Las aguas del río reflejaban el cielo despejado, y el sonido de los remos rompía la calma casi sagrada del lugar.Dylan remaba con fuerza, sus movimientos firmes y constantes, mientras su padre miraba el horizonte perdido en sus pensamientos.Una vez anclados en un punto tranquilo, comenzaron a pescar.Al p
Los meses avanzaron con una mezcla de nervios y expectación en el hogar de Alma y Salvador.Florecita, llena de entusiasmo infantil, se encargaba de acompañar a Alma en los preparativos para la llegada del bebé.Esa tarde, madre e hija estaban en el cuarto del pequeño, rodeadas de juguetes nuevos y decoraciones tiernas que llenaban el espacio de calidez.—Cuidaré mucho a mi hermanito, mamita, no te preocupes por nada —aseguró Florecita mientras colocaba un peluche en la cuna.Alma sonrió con ternura y acarició el cabello de la pequeña.Sin embargo, pronto su rostro se contrajo en un gesto de dolor.—¿Te duele, mamita? —preguntó Florecita, alarmada.—Un poquito —respondió Alma, frotando suavemente su vientre—. Es que tu hermanito está moviéndose mucho.Florecita, curiosa como siempre, ladeó la cabeza mientras se sentaba junto a su madre.—Mami, ¿cómo llegó mi hermanito hasta aquí?La pregunta pilló a Alma desprevenida. Abrió la boca para responder, pero las palabras no salieron.Levantó
Pronto, todos visitaron al nuevo bebé y a la hermosa mamá.La habitación del hospital estaba llena de risas, susurros emocionados y miradas de ternura.Suzy abrazó a su hija con lágrimas en los ojos mientras Franco sujetaba a Florecita para que pudiera besar la frente de su hermanito.Más tarde, en los cuneros, Franco y Dylan observaban al pequeño a través del cristal. La cálida luz bañaba al recién nacido, destacando su fragilidad y perfección.—Es un pequeño hermoso —comentó Franco, con una sonrisa orgullosa—. Igual que tu esposa e hija. Porque si saliera a ti, sería feo.Dylan soltó una carcajada.—Eres un bobo. —Sacudió la cabeza, pero sus ojos no podían despegarse del bebé. La escena lo llenaba de una paz que hacía tiempo no sentía—. Soy feliz, ¿y cómo va todo con Máximo?Dylan tomó aire, su sonrisa adquirió un matiz más suave.Sus ojos, llenos de emociones encontradas, brillaron con una mezcla de esperanza y melancolía.—No lo sé —admitió, con sinceridad—. Pero soy feliz de tener