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La jeringa cayó de sus manos, rodando hasta detenerse junto a la pata de la cama.Bernardo la miró desde su posición, incapaz de estirarse lo suficiente para alcanzarla.La voz de la joven que había irrumpido en su habitación seguía resonando en sus oídos, como una campana que rompía la muralla de apatía y desesperanza que había construido a su alrededor.—¡No te matarás! —gritó Emma, sus ojos encendidos de furia y tristeza mientras se apresuraba a recoger la jeringa.Bernardo apretó los dientes y la observó con una mezcla de enojo y sorpresa.¿Quién era esa mujer que se atrevía a entrometerse? ¿Qué sabía ella de su dolor?—¡Entrometida! —espetó, con la voz quebrada—. Busca tus propios asuntos y déjame en paz.Emma no se inmutó. Sujetó la jeringa con fuerza y la arrojó al otro lado de la habitación, donde se deslizó hasta quedar fuera de su vista.—No puedo hacer eso —respondió ella con firmeza, aunque su voz temblaba ligeramente—. No puedo dejarte destruirte. Tu vida vale más de lo qu
Dylan observó a Cecilia, quien parecía a punto de quebrarse. Su desesperación llenaba la sala con un peso insoportable.—Cecilia, no puedes rendirte. —La voz de Dylan era firme, pero suave, como una promesa que no pensaba romper—. Haremos todo lo posible para que Bernardo encuentre un motivo para vivir. Te lo prometo.Emma, de pie a un lado, se alejó de ellos, pero se mantuvo cerca de Cecilia, estaba angustiada por Bernardo, quizás lo conocía muy poco, ella era voluntaria en el hospital con niños enfermos, pero quería ayudar a ese hombre.El abogado salió poco después, con su rostro inexpresivo, ajeno al sufrimiento de la familia.—Es decisión del paciente —dijo en tono frío—, y está en su derecho legal de solicitar la eutanasia.Cecilia sintió que el suelo bajo sus pies se desmoronaba.—¡Pero él no quiere morir! —gritó, la voz desgarrada por la angustia—. ¡Es solo la depresión, no lo entiende!El abogado apenas movió un hombro en un gesto de indiferencia antes de marcharse. El esposo
Los días transcurrían con una lentitud abrumadora, y la cirugía de Bernardo se acercaba como un presagio inevitable.La tensión en el ambiente era palpable, pero nada comparado con el peso que llevaba en el pecho. El miedo lo asfixiaba, y aunque se había acostumbrado al dolor físico después de tantas operaciones, este era diferente.Este era el temor al fracaso, a un resultado que lo dejara atrapado para siempre en esa prisión que era su cuerpo.En el silencio de la habitación, su mente lo traicionaba con pensamientos oscuros.«No quiero morir… pero tampoco sé cómo vivir así» pensó con una resignación que lo desesperaba.De repente, la puerta se abrió con un chirrido que lo sacó de sus pensamientos.Cuando alzó la mirada, ahí estaba ella. La joven que había irrumpido en su vida como una tormenta inesperada, arrebatándole la única certeza que había tenido: su decisión de terminar con todo.Cerró los ojos, como si al ignorarla pudiera hacerla desaparecer, pero no fue así.Sintió su prese
Al día siguienteCecilia apenas había dormido.Las lágrimas caían incesantes por su rostro, como si cada gota fuera un pedazo de la angustia que consumía su alma.Sentada en la fría sala de espera, se aferraba al rosario que llevaba entre las manos, susurrando oraciones entre sollozos.De repente, sintió la calidez de una mano sobre la suya. Al alzar la vista, encontró los ojos serenos y llenos de determinación de Emma.Sin pensarlo, la abrazó.—¡Emma! —sollozó—. Gracias… gracias por estar aquí.Emma sonrió con una dulzura que parecía iluminar la penumbra del momento.—He rezado mucho, señora Cecilia. Su hijo va a estar bien, lo prometo. Dios no abandonará a Bernardo.Cecilia suspiró profundamente, queriendo creer en esas palabras con todo su corazón, pero el miedo era un monstruo que no la soltaba.Su esposo, que había estado en silencio hasta entonces, tomó su mano con fuerza.—Confía en ella, amor. Emma tiene razón. Bernardo saldrá bien de la operación.Pero Cecilia no podía ignorar
—¡¿Cómo está mi hijo?! —exclamó Cecilia, desesperada, sintiendo que su pecho iba a estallar por la incertidumbre.El médico, un hombre sereno, pero cansado, dejó que pasaran unos segundos antes de responder, como si quisiera asegurarse de transmitir la noticia de la manera más clara posible.—¡La operación fue exitosa!Por un momento, Cecilia se quedó inmóvil, incapaz de procesar las palabras. Luego, una sonrisa se dibujó en su rostro, amplia y radiante, como si el sol hubiera regresado después de días de tormenta.—¡Dios mío! —gritó entre sollozos, llevándose las manos al rostro—. ¡Gracias, Dios! ¡Gracias!El médico levantó la mano con calma para detenerla antes de que la emoción la desbordara por completo.—Entiendo su alegría, señora, pero aún debemos ser pacientes. Aunque todo indica que fue un éxito, necesitamos esperar a que despierte. Será crucial verificar cómo responde y asegurarnos de que no haya complicaciones.Cecilia asintió, luchando por calmar su respiración.—¿Puedo ver
El doctor ingresó a la habitación con una carpeta en mano y una sonrisa tranquila en su rostro, lo que de inmediato llenó el ambiente de un leve alivio. Bernardo, recostado en la cama, apenas podía contener su ansiedad. Cecilia, sentada junto a él, sostuvo su mano con fuerza, rezando en silencio.—Bueno, Bernardo, tengo buenas noticias —anunció el doctor con tono sereno, mientras revisaba las notas—. La operación fue todo un éxito.Los ojos de Bernardo se iluminaron.—¿De verdad? ¿Ya estoy bien? —preguntó, aferrándose a cada palabra.—Ha sido un gran avance. Tienes sensibilidad en tus extremidades, y lo más importante, has comenzado a recuperar la movilidad. Ahora dependerá de ti y de tu disciplina en las terapias para que tus músculos y tu columna vertebral se fortalezcan.—¡Haré todo lo que sea necesario! —exclamó Bernardo con un brillo de determinación en los ojos, mientras sus labios temblaban por la emoción.El doctor sonrió.—Esa es la actitud. En unos días comenzarás la rehabili
Emma y Bernardo rompieron el beso, y por un instante se miraron a los ojos, como si en ese silencio se hubieran dicho todas las palabras que nunca habían podido pronunciar.—No sé si sea correcto… —murmuró Bernardo, su voz quebrada por un temor que no sabía cómo callar—. No sé si soy bueno para ti, Emma.Ella no apartó la mirada, y en su rostro no había más que una mezcla de ternura y determinación.—Eso lo decido yo, Bernardo. Y te aseguro que eres bueno para mí.El corazón de Bernardo, tan acostumbrado al peso del arrepentimiento y el dolor, pareció latir con una ligereza que no reconocía. Por primera vez en años, se sintió digno de algo más que sus errores.—Entonces… quiero ser bueno para ti —dijo al fin, con una sonrisa que hablaba de esperanza.Emma se inclinó hacia él, sus labios tocando los suyos con una ternura que desarmaba cualquier resistencia que pudiera quedarle. El beso era breve, pero en él latía una promesa, un inicio que ninguno de los dos se atrevía aún a nombrar.**
Un año despuésLa fiesta de aniversario de la empresa Aragón brillaba con luces doradas y una atmósfera de celebración.Todos los invitados lucían radiantes, como si aquel evento marcara el fin de un ciclo turbulento y el comienzo de algo nuevo. La música suave llenaba el salón, mientras las copas de champán tintineaban entre risas.En el centro de la pista de baile, Mora y Darrel se movían al ritmo de una melodía romántica, completamente ajenos al bullicio a su alrededor.Darrel sostenía a su esposa con ternura, sus ojos no se apartaban de los de ella.—Te amo, ¿te lo he dicho hoy? —preguntó, su voz llena de calidez.Mora sonrió, fingiendo pensar mientras deslizaba los dedos por la nuca de su esposo.—Mm… Creo que no lo he escuchado en media hora. Ya lo necesitaba.Darrel soltó una carcajada antes de besarla, un gesto lleno de dulzura que los hacía parecer la pareja perfecta.No muy lejos, Salvador y Alma también bailaban. Salvador susurraba algo al oído de Alma, lo que provocó una ri