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Darrel extendió su mano y ayudó a Cecilia a levantarse del suelo. No podía permitir que una madre se humillara de esa manera, por muy complejo que fuera el motivo.La culpa lo golpeó de nuevo como una ola implacable, recordándole los eventos pasados.Miró a su esposa, quien parecía debatirse internamente.Ambos estaban atrapados en un torbellino de emociones y no tenían claro qué hacer.—¿Qué crees que debo hacer? —preguntó Mora, buscando en los ojos de Darrel una guía, una respuesta que ella misma no podía encontrar.Él tomó su mano con ternura, acariciándola mientras sus ojos se llenaban de empatía.—No lo sé, amor —respondió con honestidad—. Pero lo que sea que dicte tu corazón, será lo correcto. Yo siempre estaré contigo, pase lo que pase.Mora desvió la mirada hacia sus hijas, que dormían tranquilas en el carrito, ajenas a todo el dolor que el mundo podía ofrecer. Esa imagen le dio un breve momento de calma.Respiró hondo, como si ese aliento le diera el valor necesario para tomar
Mora, al ver a Bernardo tan frágil y vulnerable ante ella, sintió como si una marea de sentimientos la invadiera.La rabia, el resentimiento, y la pena que había guardado durante tanto tiempo, se entremezclaban con algo más profundo.La pena por la caída de un hombre que alguna vez fue su amigo, el mismo que le había causado tanto dolor, pero que ahora yacía ante ella quebrado, arrepentido.No podía hablar. Su garganta parecía cerrada por el nudo de emociones que se agolpaban en su pecho.—Yo… Bernardo… —las palabras salieron entrecortadas, apenas un susurro, como si la misma emoción la empujara hacia el abismo. Mora cerró los ojos, buscando algo de fuerza en lo más profundo de su ser, y asintió, desbordada, por un dolor ajeno que no podía ignorar—. Yo te perdono todo; perdono que no hayas comprendido que nunca te amé como hombre, sino como amigo. Perdono que te hayas aliado con Tina, que hayas hecho de mi vida y la de Darrel un infierno, y te perdono por haber enamorado a Alma, destro
Máximo alzó la mirada.Su mano temblorosa, ya fuera por el frío o la incertidumbre, se extendió lentamente hacia Dylan.Cuando sus dedos rozaron el rostro de su hijo, lo hizo con una suavidad que desarmaba cualquier barrera.Aquella caricia no era como otras; tenía un peso especial, una intensidad que atravesaba la piel y llegaba directo al corazón.Dylan permaneció inmóvil, permitiendo que el gesto lo envolviera.En ese instante, entendió algo que había tardado años en vislumbrar: no todas las heridas necesitan perdón para sanar.Algunas simplemente encuentran su redención en la aceptación. La aceptación de que, a pesar del dolor, la vida sigue adelante.Con decisión, Dylan tomó a Máximo del brazo, ayudándolo a levantarse.—Vamos, padre. Debemos ir a casa.Máximo vaciló, una mezcla de incredulidad y miedo llenando sus ojos.—¿Por qué estás aquí, Dylan? —preguntó, su voz quebrada por los sollozos—. ¡No merezco que me ayudes!Dylan negó con la cabeza, y en su mirada había una calidez qu
Cuando Máximo despertó, abrió los ojos lentamente, sintiendo un peso incómodo en el pecho.Miró a su alrededor, desorientado. Por un instante, no supo dónde estaba, pero luego los recuerdos lo asaltaron: la lluvia, la caricia de Dylan, su voz firme y compasiva.La puerta se abrió antes de que pudiera procesar todo. Dylan entró acompañado por un médico. Máximo intentó levantarse, pero su cuerpo le recordó su fragilidad.—¡Dylan! —exclamó con un hilo de voz—. ¿Estás aquí? ¿No es un sueño?Dylan lo miró con algo que Máximo no supo identificar. No era lástima, pero tampoco simple afecto. Había en sus ojos una mezcla de determinación y ternura que lo desarmó.—No, Máximo. No es un sueño. El médico está aquí para revisarte. Por favor, coopera.Antes de que Máximo pudiera replicar, Dylan salió de la habitación. El médico, un hombre serio, pero amable, comenzó a revisarlo. Máximo quiso resistirse, pero la debilidad lo obligó a ceder.Más tarde, Dylan habló con el médico en la sala contigua.—S
—Dime, Marella, si un accidente ocurre ahora, ¿A quién piensas que salvaría tu prometido, a ti o a mí?Glinda conducía ese auto, Marella iba en el asiento de copiloto.La mujer tenía una sonrisa maliciosa en sus labios rojos.Marella sintió miedo, un escalofrío la recorrió hasta la columna vertebral.—¿Por qué dices cosas así, Glinda? Basta, conduce con cuidado.Glinda sonrió. Miró al frente.—¿Quieres apostar? Él dijo que te quiere, que se casará contigo, pero solo fue por mi pequeño error, porque en realidad, Eduardo lo dejaría todo por mí, incluso a ti.Marella quería gritar, ¡cuánto quería maldecirla! Odiaba a Glinda como nunca odió a nadie, pero no podía hacer nada, Glinda era la viuda del mejor amigo de su prometido Eduardo y, además, su primer amor imposible, le tenía mucho cariño.Glinda siempre fue la fuente de problemas, un problema con ella sería uno con su prometido, estaban a días de casarse, iban camino a su fiesta de compromiso, no quería arruinarlo.Marella se quedó ca
Marella escuchó el ruido de las sirenas, miró alrededor y vio a los paramédicos, la sacaron del auto, su cuerpo estaba adolorido, tenía una herida en la frente, la subieron a la camilla y notaron que tenía sangrado vaginal.—¡Estoy embarazada…! ¡Ayúdame por fa! —susurró débil—¡Está embarazada! Apúrense, está sufriendo un aborto, debemos llegar rápido para que la auxilien —dijo el paramédico.Le suministraron oxígeno y pronto estuvo en la ambulancia.Iba consciente, a veces perdía el conocimiento y luego volvía en sí.***En el hospital.Eduardo Aragón caminaba de un lado a otro con una gran desesperación.Su corazón latía al recordar las palabras de Glinda.Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando vio a Glinda en una camilla, era trasladada a una habitación, él se acercò y tomó la mano de la mujer, besando su dorso con ternura.—Todo va a estar bien, cariño, nuestro bebé va a sobrevivir.Marella despertó de su aturdimiento, iba en la camilla, pero, pudo ver a lo lejos a Eduardo y
Marella despertó, miró alrededor, nadie estaba en su habitación, se sentía tan cansada.Tocó su vientre, sintió un gran miedo, lo recordó, todo lo que vino a su mente era que Eduardo la había abandonado en un accidente, y eligió salvar a su primer amor, a la mujer que tanto le causaba inseguridad en su relación.Comenzó a gritar desesperada.Hasta que una enfermera apareció.—¡Señorita, cálmese, por favor!—¡Mi bebé! Por favor, dígame, ¿Cómo está mi hijo?La enfermera titubeó, hundió la mirada, no supo qué decir.El doctor apareció y la enfermera se hizo a un lado.—Señorita Ruiz… cuando llegó al hospital su estado era muy crítico, por desgracia, el sangrado era muy intenso, no pudimos hacer nada…—¡¿Qué?! ¿Qué dice? —exclamó, las lágrimas se aferraban a sus ojos ensanchados que miraban al doctor sin entender—. ¿Mi bebé…?El doctor negó.—Lo siento, no pudimos salvarlo, cuando llegó aquí, ya lo había perdido, no pudimos hacer nada, tuvimos que hacer un legrado.Marella parecìa tan des
—¡Ella está embarazada, abuelo!Los ojos del anciano se abrieron enormes al escuchar las palabras de su nieto, le miró con rabia.De pronto, el abuelo lanzó una bofetada a Eduardo.El hombre tocó su mejilla, mientras su madre le abrazaba.—¡Por favor, suegro, no le pegues a mi hijo! —suplicó Yolanda, la madre de Eduardo.—¡Cállate! Esto es tu culpa, Yolanda, siempre defendiendo a este cobarde, bueno para nada. ¡No puedo creerlo! Si te quedas con esa mujerzuela, ¡no serás el CEO de ninguna empresa! Solo un empleado más.Eduardo le miró sorprendido.—¿De verdad? ¿Prefieres que mi hijo quede sin padre?El abuelo sintió que eso le dolía.—¿Prefieres que Glinda sea solo una madre soltera y mi hijo pague por mis pecados? —exclamó EduardoEl abuelo sintió que no tenía fuerzas, hundió la mirada.—Bien, cásate con esa mujer, pero nunca la aceptaré, ya veremos si tú o tu hijo heredan algo, porque en este momento prefería dejar todo a la beneficencia pública que a ti, o al estúpido de tu padre,