Capítulo 39: Un víbora inesperada

Luego de aquel almuerzo tan interesante, todo volvió a la normalidad de cierta manera, porque no se podía llamar normal a aquella tormenta silenciosa que vivía ese par, en especial cuando se encontraban frente a frente.

El resto del domingo y todo el lunes, fue una especie de bajar la cabeza, disculparse por entorpecer el camino y encerrarse en sus despachos o habitaciones. Lo único que pudieron compartir sin huir fue esos chocolates matutinos… y los llantos emocionados de Giselle por el final del libro.

“—Ya tengo en mi lista negra a esas Day Torres y Jeda Clavo, por hacerte llorar tanto.

—Yo las amo, son las mejores.”

Y como siempre que se termina un libro, se espera un tiempo prudencial para asimilar el dolor del fin… cinco minutos después, Giselle estaba buscando qué leer.

Luego de una despedida algo incómoda esa mañana, Giselle decidió manejar

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