Capítulo 2 + 3

El destierro

como salvación.

Los pájaros canturreaban, dichosos de poder presenciar el alba de la mañana, mientras el sol hacía acto de presencia, iluminándolo todo a su paso.

En un bello claro, junto a las colinas del sudoeste de Inglaterra, en el condado de Gloucestershire, había una hermosa casita, sobre la más alta de las colinas, que tenía un pequeño cercado alrededor, algo totalmente diferente a lo que solían tener las casas por allí.

La puerta de la casa se abrió y una bella mujer de unos 50 años salía al porche, desperezándose, abriendo los ojos para mirar hacia el bello lugar que tenía delante.

Se sentía en paz en aquel hermoso lugar, no había ningún lugar en el mundo en el que quisiese estar más que allí, ni siquiera en su antiguo hogar, donde había dejado atrás a sus hermanas.

Recién ahora apreciaba aquello con claridad, ser desterrada de su hogar, años atrás, parecía haber sido su salvación, pues gracias a ello había conocido al padre de sus hijos, a su marido, al gran amor de su vida, aquel que jamás pensó volver a encontrar.

Se sentó sobre la pequeña mecedora, frente al paisaje, y comenzó a pensar en lo acontecido años atrás, antes de que tuviese todo aquello, antes de que su marido llegase a su vida, cuando no era humana, tan sólo una simple sirena.

Recordaba aquella noche, la noche en la que la diosa la desterró por haber ayudado a aquella a la que protegía con su vida...

“Amethist, pegada al muro de piedra que la separaba del mar, de sus hermanas, de su propia madrina, intentaba salir de aquella cárcel en la que la diosa la había encerrado. Mientras Marina, levantaba ambos brazos y los posaba sobre la roca, intentando llegar hasta su amiga. En ese justo instante, el muro desaparecía, haciendo que la joven cayese sobre su amiga y se convirtiese en el ser que era, una sirena.

  • ¡Me has salvado! – exclamaba Esmeralda, mientras se abrazaba con fuerza a su salvadora, al mismo tiempo que esta rompía a llorar, pues al fin había logrado llegar a ella, después de semanas intentándolo.

  • Debemos darnos prisa – decía, intentando que la joven se sumergiese lo más pronto posible – si la diosa se entera…

  • ¿Acaso crees que la diosa no se ha enterado ya? – Preguntaba una voz tras ellas, haciendo que ambas se diesen la vuelta preocupadas, admirando frente a ellas a la gran diosa del mar. – te prohibí, explícitamente, que la ayudaras – regañó hacia su hija más desobediente, haciendo que esta bajase la cabeza, afligida.

  • Ella no ha tenido la culpa – comenzó Amethist, haciendo que la diosa la mirase enfurecida – yo la he guiado hasta aquí.

  • Esta vez no te salvarás – le espetó la diosa, hacia su hija más problemática – ni siquiera Amethist va a salvarte esta vez, ni siquiera esa conexión tan especial que tenemos lo hará – le recriminaba, enfadada, haciendo que su hija temiese lo peor – te marcharás del mar al anochecer…- comenzaba, haciendo que la joven levantase el rostro aterrada - … y jamás podrás volver, tu cola nunca volverá.

  • ¡No! – rogó su ahijada, pero ya no había nada que hacer, la diosa había tomado la decisión de desterrar a su hija, a la única que había escuchado con el corazón”

Se levantó de la mecedora, mientras una lágrima aparecía en su rostro, ante la idea de no volver a ver a su amiga nunca más.

Llevaba años en aquel lugar, aquel que había sido su hogar desde que había recuperado sus piernas, desde que se había vuelto humana. Estaba agradecida con los cielos, por haberle dado una nueva oportunidad, por haberle dado dos hijos maravillosos y un esposo al que idolatraba, pero, aun así, no podía dejar de lamentarse por lo que dejó atrás.

Unos pasos la hicieron salir de sus pensamientos, haciendo que volviese la vista hacia la puerta principal, donde un joven de unos 23 años aparecía.

  • Mamá, ¿has visto mi chaqueta azul? – Preguntó hacia ella, haciendo que esta sonriese hacia él, calmada, pues sabía que aquel bello y apuesto hombre era su hijo menor, el cual se había convertido en alguien digno de admirar

  • Está donde la dejaste ayer, en la cocina – explicaba su madre, mientras el joven caía en la cuenta, y se marchaba hacia el lugar que la mujer le había indicado.

Capítulo 3

Un paseo

por el océano

En aquella nublada tarde que amenazaba con tormenta, las olas, furiosas arremetían contra las rocas, cerca de los arrecifes. Los pájaros huían de la inminente tormenta, temerosos de que esta les cogiese antes de haber encontrado resguardo.

Sobre una de las rocas había una bella joven, sentada sobre ella, con su larga cola metida dentro del agua, sintiendo el fuerte viento sobre su rostro, que movía de forma espeluznante sus cabellos hacia atrás, y mecía sus pechos desnudos.

Parecía totalmente absorta en sus pensamientos, pues ni siquiera se había percatado de los truenos que sonaban a su alrededor. Miró hacia el cielo, hacia aquellas nubes negras, mientras una lágrima de tristeza salía al exterior, al recordar su desdichada suerte y lo que había perdido. La lágrima recorrió su rostro despacio, pero antes de que hubiese caído al mar, la muchacha la agarraba, admirando como casualmente se había convertido en una hermosa gema esmeralda y la guardaba en un pequeño bolsito que colgaba de su cuello.

  • No dejaré que otra lágrima se pierda – admitió ante el silencio de aquella tarde, roto tan sólo por el sonido del viento y del mar sobre las rocas – recuperaré hasta la última lágrima derramada.

Subió la cola hacia la roca, admirando como poco a poco esta se escurría, como sus membranas desaparecían y el bello tono verde desaparecía para volverse color carne, como sus piernas se hacían partícipe, pero duró poco, pues en ese justo instante, la lluvia comenzaba a empaparla, haciendo que su cola y sus membranas volviesen a aparecer.

Volvió la mirada hacia la costa que podía vislumbrar a lo lejos, aquel lugar donde se despidió una vez de su mejor amiga, Marina.

Sonrió al recordar su rostro junto a aquel hombre al que vio con ella tantas veces, tantas cuantas la había visitado, aunque siempre desde la lejanía, sin atreverse a acercarse, pues sabía que no la reconocería, sabía que la diosa le habría quitado sus recuerdos sobre su vida en el mar, así que de nada serviría acercarse y desorientarla.

Se introdujo en el mar, dejando todo su dolor atrás, dejando los pensamientos sobre su amiga en la superficie y a aquel al que una vez amó, lejos de sus pensamientos, mientras se acercaba al fondo, admirando como algunos pequeños peces buscaban algo que comer.

Al mismo tiempo que recordaba la conversación que había tenido con aquel ser de la superficie:

“- ¿Dónde puedo encontrar …? – preguntaba ella, con ganas de saber dónde se encontraba su última lágrima, aquella que llevaba tanto tiempo buscando, mientras el duende sonreía hacia ella, con malicia.

  • En el mercado de Camden Town, en Londres – aclaraba él – el bueno de Howar la tiene en su puesto, si no te das prisa la venderá a cualquier otro.”

Ese era su nuevo destino, encontrar aquella lágrima, una vez que la tuviese en su poder no volvería a desobedecer una orden directa de la diosa, sería una buena sirena y se quedaría en aquel lugar para siempre, incluso olvidaría con el tiempo a aquel al que amó, y aceptaría su destino de ser una sirena durante toda la eternidad.

Pero lo haría, rompería las reglas del mar una vez más, iría a ese mercado de Londres y recuperaría aquello que una vez fue suyo.

“Nunca volveré a pisar tierra después de esto” – se aseguraba a sí misma.

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