ISABELLA RODRÍGUEZ
—¿Mami? ¿Mamita? Despierta…
Escuché la dulce voz de mi patito y por un momento me imaginé que estaba en casa, aún en la cama, incluso si extendía mi mano, podría sentir el tibio cuerpo de Gabriel durmiendo a mi lado, pero entonces me di cuenta de que no podía mover las manos y que en vez de cama, estaba sobre el suelo, entre basura y vidrios rotos.
Abrí los ojos y, para mi sorpresa, me encontré con mi patito y Paula, que me veían preocupados. Con muy poca delicadeza, mi sobrina me arrancó la cinta de la boca, me había depilado medio rostro. La piel me palpitaba y sentía algo de adhesivo en mis labios.
—¿Cómo se liberaron? &mda
ISABELLA RODRÍGUEZ Cuando intenté levantarme, Esteban me tomó por el cabello al mismo tiempo que mi mano se cerró alrededor de un pedazo de cristal roto que terminó en su muslo, motivándolo a liberarme entre quejidos de dolor y maldiciones. Intenté correr, buscar otra salida, pero las ventanas estaban tapiadas con placas de acero e intentar subir a los respiradores significaba tener que atravesar las llamas que cada vez estaban más cerca. Como si el humo no fuera suficiente para comenzar a asfixiarme, su brazo rodeó mi cuello. —Todo era tan jodidamente fácil… No teníamos que llegar a esto —dijo en mi oído y, mientras con una mano intentaba liberarme de su agarre, la otra intentaba golpearlo—. Crees que yo soy el malo, cuando Gabriel ha hecho lo mismo. Me consideras el villano de tu historia mientras tu reducido cerebro se
CELESTE CÁRDENASMis pasos me llevaron a esa maldita habitación. Ese hombre había dicho la verdad, nos había llevado a esa bodega y ahora tenía que pagar mi deuda, aunque… podría no cumplir.Después de lo ocurrido, la policía comenzó a investigar todos los actos ilícitos a nombre de Esteban mientras que, al mismo tiempo, lo buscaban. Esa investigación había llegado hasta Zarco y algunos policías habían visitado el hospital.Si decía lo que había ocurrido y les decía en qué habitación se encontraba, conseguiría el tiempo suficiente para poder irme muy lejos con mi hija y jamás volver a saber de él.Me quedé por
ISABELLA RODRÍGUEZ La ceremonia se llevó a cabo en el hermoso jardín de la residencia Silva. El vestido que usaba resaltaba mi figura y a Celeste se le había ocurrido adornar mi cabello y el ramo con delicadas y sutiles plumas blancas, dándome esa apariencia de cisne. Tuve que usar un par de guantes, pues mi brazo aún no podía recuperarse de ese incendio y estaba valorando si en verdad deseaba cambiar mi piel quemada. Supongo que coincidía con Alondra, algunas cicatrices solo te recuerdan que pasaste por momentos difíciles y pudiste superarlos, volviéndose la muestra de tu valor. Era como colgarse una medalla. Mientras caminaba al altar, pude ver a toda la gente que nos acompañaba, no solo la familia Silva, sino también mi madre, con quien había limado asperezas y parecía más feliz que nunca por conocer a Paula.
CELESTE CÁRDENAS—¿Te dijo si vendría? —preguntó Paula con las mejillas rojas por tanto correr con sus primos por el jardín.—No lo sé… —contesté mientras le secaba el sudor de la frente—. Cumplí con mi palabra y te dije que le avisaría. Ahora todo depende de él.No había visto a Zarco desde ese día en el hospital y lo único que había sabido de él era el teléfono que me había enviado por paquetería, como único medio para comunicarnos. Era un hombre tan enigmático y complicado, pero debía de admitir que su responsabilidad hacia Paula no era de dientes hacia afuera.Junto con el teléfono hab&iac
CELESTE CÁRDENAS —Pero… Celeste… ¿Qué harás sola? —preguntó mi madre angustiada mientras cargaba la última caja de mudanza hacia el taxi que esperaba frente a la casa. —Mamá… Ya estoy grande, creo saber lo que haré… —contesté con dificultad, dejando caer la caja en la cajuela del auto. —Celeste, piensa… Tienes una niña a la cual cuidar —agregó ansiosa, viendo a Paula como si fuera una condenada a muerte—. Por favor, quédate… te ayudaré en cualquier emprendimiento que tengas. Solo quiero ofrecerte una seguridad para ti y para Paula. —Y la tendré… —La tomé por los hombros, queriendo consolarla—. Me estoy encargando de hacerle el vestuario a Isabella para sus futuras presentaciones y con el dinero que gané pondré un pequeño taller de costura. Haré vestidos y también composturas. Así empiezo a crecer. —¿Por qué haces esto? ¿Por qué no me quieres permitir que te ayude? —Parecía confundida, como si no recordara nada de lo que había pasado
CELESTE CÁRDENAS —Necesito hilo nylon, una jeringa, unas pinzas y algo de yodo —dijo Zarco sentado en una de las sillas del pequeño comedor. —Te desapareces y cuando regresas, tienes una rajada en la panza y las tripas de fuera. —La sangre me ponía de nervios. Rebusqué entre los cajones de mi costura y el botiquín de primeros auxilios, encontrando todo lo que pedía. —¿Siempre eres así de exagerada? —preguntó con una sonrisa cansada y después de una gran pausa, continuó—: No has tomado mucho del dinero que te deposito cada semana. —Solo tomo lo suficiente para poder terminar el mes… —contesté acercándole todo el material, viendo con atención cómo armaba una sutura y la desinfectaba con el yodo—. ¿Por qué no vas al hospital? ¡Claro! ¿Cómo se me ocurre? Un criminal no puede recurrir a esos sitios. —Me encanta como tú sola te has hecho ideas sobre mí —dijo divertido comenzando a suturarse solo. —¿Yo sola? —Me desesperaba la t
CELESTE CÁRDENAS Era extraño ese ambiente familiar entre un criminal, una modista frustrada y una adolescente. El desayuno fue muy bizarro, eran una familia disfuncional que nunca esperé tener. —¿Cómo llegué a la cama? —pregunté en un susurro. —Papá te llevó en sus fuertes brazos —contestó Paula con una sonrisa pícara que no me gustaba. —No tenías que hacer ningún esfuerzo… —agregué escondiendo mi preocupación por su herida fresca. —No fue nada —contestó Zarco con esa sonrisa arrogante y mirada de patán—. Eres muy ligera, de hecho, creo que deberías de alimentarte mejor. Vació un poco de comida de su plato al mío y me guiñó un ojo, mientras le dedicaba mi mirada iracunda de la m
CELESTE CÁRDENASSu apariencia era impecable, su atuendo era de un caballero de la alta sociedad, la tela era fina y costosa. Su cabello estaba completamente peinado hacia atrás, sujeto en una coleta que nacía de su nuca, y lo único que parecía confirmar su verdadera identidad como Zarco eran esos ojos rebeldes, que contenían una magia atrayente y fascinante. Entendí a la perfección porque todas las chicas de la reunión estaban muy emocionadas. Destilaba peligro y atracción, alborotaba las hormonas de cada mujer que se le pasaba por enfrente, y sí, no iba a negar que yo también me sentía atraída, pero como la adulta responsable que quería ser, no me iba a mostrar débil ante sus encantos. —¿Qué demonios…? —¡Celeste! ¡Esa boca! —intervino mi madre sonrojada.—Señora Romina, ¿me permite unos minutos con su encantadora hija? —preguntó Zarco con cordialidad y encanto.—¡Por supuesto, señor Carvajal! —respondió mi madre sin pensarlo y dio media vuelta, dándonos privacidad o, más bien, ab