CELESTE CÁRDENAS
—¿Te dijo si vendría? —preguntó Paula con las mejillas rojas por tanto correr con sus primos por el jardín.
—No lo sé… —contesté mientras le secaba el sudor de la frente—. Cumplí con mi palabra y te dije que le avisaría. Ahora todo depende de él.
No había visto a Zarco desde ese día en el hospital y lo único que había sabido de él era el teléfono que me había enviado por paquetería, como único medio para comunicarnos. Era un hombre tan enigmático y complicado, pero debía de admitir que su responsabilidad hacia Paula no era de dientes hacia afuera.
Junto con el teléfono hab&iac
CELESTE CÁRDENAS —Pero… Celeste… ¿Qué harás sola? —preguntó mi madre angustiada mientras cargaba la última caja de mudanza hacia el taxi que esperaba frente a la casa. —Mamá… Ya estoy grande, creo saber lo que haré… —contesté con dificultad, dejando caer la caja en la cajuela del auto. —Celeste, piensa… Tienes una niña a la cual cuidar —agregó ansiosa, viendo a Paula como si fuera una condenada a muerte—. Por favor, quédate… te ayudaré en cualquier emprendimiento que tengas. Solo quiero ofrecerte una seguridad para ti y para Paula. —Y la tendré… —La tomé por los hombros, queriendo consolarla—. Me estoy encargando de hacerle el vestuario a Isabella para sus futuras presentaciones y con el dinero que gané pondré un pequeño taller de costura. Haré vestidos y también composturas. Así empiezo a crecer. —¿Por qué haces esto? ¿Por qué no me quieres permitir que te ayude? —Parecía confundida, como si no recordara nada de lo que había pasado
CELESTE CÁRDENAS —Necesito hilo nylon, una jeringa, unas pinzas y algo de yodo —dijo Zarco sentado en una de las sillas del pequeño comedor. —Te desapareces y cuando regresas, tienes una rajada en la panza y las tripas de fuera. —La sangre me ponía de nervios. Rebusqué entre los cajones de mi costura y el botiquín de primeros auxilios, encontrando todo lo que pedía. —¿Siempre eres así de exagerada? —preguntó con una sonrisa cansada y después de una gran pausa, continuó—: No has tomado mucho del dinero que te deposito cada semana. —Solo tomo lo suficiente para poder terminar el mes… —contesté acercándole todo el material, viendo con atención cómo armaba una sutura y la desinfectaba con el yodo—. ¿Por qué no vas al hospital? ¡Claro! ¿Cómo se me ocurre? Un criminal no puede recurrir a esos sitios. —Me encanta como tú sola te has hecho ideas sobre mí —dijo divertido comenzando a suturarse solo. —¿Yo sola? —Me desesperaba la t
CELESTE CÁRDENAS Era extraño ese ambiente familiar entre un criminal, una modista frustrada y una adolescente. El desayuno fue muy bizarro, eran una familia disfuncional que nunca esperé tener. —¿Cómo llegué a la cama? —pregunté en un susurro. —Papá te llevó en sus fuertes brazos —contestó Paula con una sonrisa pícara que no me gustaba. —No tenías que hacer ningún esfuerzo… —agregué escondiendo mi preocupación por su herida fresca. —No fue nada —contestó Zarco con esa sonrisa arrogante y mirada de patán—. Eres muy ligera, de hecho, creo que deberías de alimentarte mejor. Vació un poco de comida de su plato al mío y me guiñó un ojo, mientras le dedicaba mi mirada iracunda de la m
CELESTE CÁRDENASSu apariencia era impecable, su atuendo era de un caballero de la alta sociedad, la tela era fina y costosa. Su cabello estaba completamente peinado hacia atrás, sujeto en una coleta que nacía de su nuca, y lo único que parecía confirmar su verdadera identidad como Zarco eran esos ojos rebeldes, que contenían una magia atrayente y fascinante. Entendí a la perfección porque todas las chicas de la reunión estaban muy emocionadas. Destilaba peligro y atracción, alborotaba las hormonas de cada mujer que se le pasaba por enfrente, y sí, no iba a negar que yo también me sentía atraída, pero como la adulta responsable que quería ser, no me iba a mostrar débil ante sus encantos. —¿Qué demonios…? —¡Celeste! ¡Esa boca! —intervino mi madre sonrojada.—Señora Romina, ¿me permite unos minutos con su encantadora hija? —preguntó Zarco con cordialidad y encanto.—¡Por supuesto, señor Carvajal! —respondió mi madre sin pensarlo y dio media vuelta, dándonos privacidad o, más bien, ab
CELESTE CÁRDENAS—Es curioso… —Zarco se acercó un poco más y extendió su mano hacía mi mejilla—. Todos me ven como alguien respetable, pero solo tú sabes que no soy del todo un hombre correcto. En cambio, a ti todos te ven como un monstruo, pero solo yo sé que, lo que hiciste, fue por Paula y que en realidad no querías hacer todo ese daño.»Quiero pensar que mi reputación será suficiente para hacer que todos se olviden de la tuya, de una u otra manera. ¿Cómo podrían ofender a la mujer de un general?—¿General? —pregunté desconfiada.—Creo que es momento de que me presente como se debe, ¿no crees? —agregó con
CELESTE CÁRDENASObviamente tuve que llamarle la atención a Paula, aunque no me fue del todo desagradable la forma en la que le habló a Mercedes. Aun así, le hice hincapié en que ella siempre debe de tener un corazón noble, no quería que fuera como yo o peor aún, como su padre. Ella no tenía que ser la víctima de nuestros errores ni repetir esos patrones destructivos y enfermos.Escogí uno de mis vestidos más casuales y sencillos, bien dicen que menos, es más. Después de verme al espejo del tocador y notar que todo estaba en orden, salí de la habitación en busca de Zarco, había llegado el momento de conocer a su madre y aunque no me sentía nerviosa, quería causar buena impresión.Llegué
CELESTE CÁRDENAS—Dime que, lo de la boda, también será una mentira… —supliqué saliendo del baño con el camisón puesto y una toalla enredada en la cabeza, conteniendo mi cabello mojado. Al no recibir respuesta, puse mi atención en él, quien parecía absorto, observandome, con la mente en otro lado—. ¿Zarco?Pestañeó con lentitud antes de regresar su atención a la cama. —Lamento decirte que no lo es, no puedo hacerle eso a mi madre. Si ella quiere verme casado, así será, si desea que tengamos un hijo… estoy dispuesto a esforzarme.—¡Oye, no! —exclamé retrocediendo preocupada.—Descuida, no lo hará…
CELESTE CÁRDENAS —Deberías regresar a tu habitación… —dijo Zarco tomándome por los hombros y alejándome. Lo entendía, no quería mi lástima, aunque en realidad no era lástima, más bien sentía… dolor, y un instinto de protección que me motivaba a quedarme a su lado. —Se supone que somos pareja desde hace doce años… ¿No debemos comportarnos como tal? —Créeme… Mi madre entiende que debes dormir en otra habitación —contestó con media sonrisa. —Intentémoslo… Tal vez lo único que necesitas es un gran y fuerte abrazo —mi observación lo hizo reír. —No creo que funcione así… —Durmamos, y si de nuevo te pones loco, entonces correré a mi habitación y me encerraré ahí. ¿Te parece? <