XXIV. Quasar

El cielo aún estaba oscuro. Una delgada capa de nubes evitaba que estuviera completamente despejado, por lo que el brillo de la luna y de las estrellas más grandes se veía difuso. Eran las seis y veinte de la mañana, mis amigos y yo estábamos sentados en las heladas sillas metálicas coloridas del jardín detrás de un edificio de aulas. El frío de inicios de febrero calaba en los huesos. Pero a ninguno le interesaba, pues todos escuchábamos a José Luis con atención.

—Y con el tiempo la fui conociendo, y sin querer, me ha molado. Sólo me di cuenta hasta que Zac me lo preguntó una vez. Ahí fue donde lo acepté.— terminó de relatar. Nos intercambiamos miradas, tratando de decirnos algo, que nadie entendía realmente. —Pero no sé si ella siente lo mismo por mí

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