—¡Scarlett!
Mi mente estaba tan distraída con lo que acababa de ver, que el resto de mi cuerpo se encargó de llamarla.
—¡Scarlett!
Un segundo después, oí sus sigilosos pasos acercarse a mí.
—¿Qué pasó? ¿Por qué te detuviste?
No respondí. La dirección en la que veían mis ojos lo decía todo.
Oí una tenue risita de ella. —¿Lo ves? Te lo dije.
Debería decir que me arrepentía de haber hecho lo siguiente, pero en aquel momento me era imposible pensar en otra cosa. Ya nada más importaba.
Tomé a Scarlett de los brazos y la atraje hacia mí. La envolví en un abrazo cálido, fuerte y larg
Excepto que tal vez sí lo había.Un estruendo como el de una supernova sacudió cada molécula del aire dentro del edificio. Tony sintió el corazón hacérsele añicos, al igual que su voz, que quiso salir como un desgarrador grito, pero en su lugar salió como un inaudible jadeo de dolor. Cerró sus ojos con fuerza. Quizá Scarlett ya no le hacía latir el corazón como si tuviera taquicardia, pero sin duda le seguía importando. Sacó su arma, destrozado, totalmente dispuesto a sacrificarse por sus padres y vengar la muerte de la chica que lo había hecho sentir cada una de las emociones posibles dentro del espectro existente.Pero no.Al dar el primer paso fuera del escondite, un
Sus compañeros de élite miraban a Beatrice con expresiones muy distintas. Unos la veían como a una auténtica traidora, con un aborrecimiento que sólo se ve una vez en la vida. Le pareció que nunca nadie había querido asesinar a otra persona como ellos ahora. Pero otros pocos la miraban con indiferencia, como si esperaran que tarde o temprano, alguien con mucho odio hacia la Reina se infiltrara y le pegara un tiro en la frente. Mientras Tony corría hacia el bullicio a pelear por la que para él seguía siendo la heroína enmascarada, Scarlett se quedó unos segundos en el suelo, con el hombro enviándole explosiones de ardor a cada segundo. Miraba el cadáver inerte de su madre, sin creer lo que había visto. Ella nunca la quiso como cualquier otra madre lo haría con su hija. Nunca fue esa mejor amiga a la que podía contarle todo. Tampoco
—¿Qué les dijeron en el hospital?— preguntó la morena. Wendy estaba sentada bajo el frondoso árbol en el que habíamos pasado las últimas semanas, casi en el tope de la colina, nuestra colina. Traía un bonito vestido corto azul, y el pelo atado en un moño desordenado. Me senté junto a ella, tratando de esconder el sobre que traía en las manos, detrás de mí. —Scarlett estará bien. Ya casi está completamente curada.— respondí. —Me preocupaba. Ha pasado más de un mes allí.— dijo, con un dejo de tristeza. —Nunca tuve la oportunidad de hablar con ella y conocerla. Perderla... no sé... hubiera sido horrible...— sonrió débilmente. —Por algo te enamoraste de ella, ¿no? —Sí... Pero eso fue hace mucho tiempo.
Hola, persona lectora.Este es un mensaje que me gustaría dedicarte. Pero antes de dirigirme a ti, me gustaría nombrar a algunas personas que hicieron esto posible. Mi mamá, que nunca dudó en estallar de alegría cuando mi novela tenía diez lecturas más. Mi papá, que me escuchaba durante horas mientras le contaba sobre las ideas que tenía. A Marianita, quien fue mi principal lectora desde que esta historia esbozaba sus primeras páginas. A Emiliano, alguien a quien le debo las incontables tardes de nuestra infancia que pasamos jugando con las muñecas que años después me brindarían la inspiración para esta historia. Y por supuesto, al equipo de Dreame, quienes me permitieron cumplir el sueño de ver mi novela más allá de Wattpad.Ahora, me g
Los vientos de una iracunda tormenta amenazaban con tirar las diminutas casas de la costa de Gisborne, Nueva Zelanda. Serían casi las tres de la mañana y la pequeña niña de los rizos caoba aún no estaba lista. Tendría que estarlo, pues la embarcación saldría a las tres y cuarto. Hizo las cuentas mentalmente: veinte minutos para empacar y recorrer el kilómetro que la separaba del puerto. Los libros de la escuela estaban desparramados por el suelo mientras ella metía ropa frenéticamente a su mochila. Sabía que tenía que obedecer a su madre, tenía que obedecer aquella última orden que le había dado por teléfono, pero no comprendía porqué, cómo, cuándo, no comprendía nada en realidad. Las lágrimas salían a borbotones. ¿Qué había pasado? Su madre sonaba tan fuera de sí, tan preocupada, tan desesperada... Su cerebro infantil intentaba entender con todas sus fuerzas qué estaba pasando, sin éxito. Sus padres habí
Faltaban quince minutos para las tres de la tarde. A pesar del sol en la mitad del cielo, el frío clima no se había aplacado ni un poco. Mis amigos y yo estábamos sentados en nuestro lugar de siempre: un espacio amplio entre dos enormes robles junto al edificio del gimnasio. Llevaban molestándome un largo rato con la pregunta de si me atraía alguien. Ante mis negativas, habían sacado conclusiones y asumido que el motivo de mis sonrojos era Scarlett, una chica de intercambio con la que compartía varias clases. En aquel momento, la situación se parecía más a un interrogatorio policial que a una plática casual. —Acéptalo. No hay nada de malo en que te guste. No todas son como Alison. Al menos ella no.— dijo uno de mis amigos, Jorge, después de numerosos comentarios poco serios. Alison, un nombre que conocían todos l
Tuve que entrecerrar los ojos para ver quien era, pues no traía puestos mis lentes, sin los que estaba prácticamente ciego. Y al igual que si me hubiera caído y estampado contra el suelo mojado, mi estómago dio un vuelco cuando vi quién era. Al levantar la mirada me encontré con el rostro de Scarlett a centímetros del mío. Sus cabellos pelirrojos de un tono casi anaranjado, inconfundible, me hacían cosquillas en las mejillas. Inmediatamente sentí que toda la sangre me llegaba a la cara. ¿Qué hacía ahí? No recordaba haberla visto antes en los entrenamientos y vaya que la habría notado entre la multitud. —Ya sabes que no hay que correr en la alberca.— me soltó en un tono travieso. Su pronunciación del español era buena, pero dejaba ver que no era su lengua natal. Me pareció gracioso como pronunciaba la 'r'. ✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲✲ Seis días habían pasado. La pequeña de los rizos caoba miraba por una de las incontables ventanas del crucero. El mar parecía infinito, sus olas calmadas y cuyo movimiento era relajante constituían todo el paisaje. Estaba a punto de atardecer y los últimos rayos del sol le daban las clásicas pinceladas anaranjadas a la superficie reflejante del océano, que tantos artistas disfrutaban plasmar en pinturas. El cielo estaba despejado, a excepción quizá de una parvada de gaviotas que pasaba por ahí. Tal vista resultaría en un deleite para cualquiera, que habría olvidado todos sus problemas y simplemente se hubiera dejado llevar por la belleza de la vista. Pero la pequeña no. Ella no veía a las gaviotas, ni al mar, ni al cielo. Ella seguía viendo la lluvia, seguía sintiendo el nudo en la garganta, la enorme angustia de no saberIII. Helio