II. Hidrógeno

Tuve que entrecerrar los ojos para ver quien era, pues no traía puestos mis lentes, sin los que estaba prácticamente ciego. Y al igual que si me hubiera caído y estampado contra el suelo mojado, mi estómago dio un vuelco cuando vi quién era. Al levantar la mirada me encontré con el rostro de Scarlett a centímetros del mío. Sus cabellos pelirrojos de un tono casi anaranjado, inconfundible, me hacían cosquillas en las mejillas. Inmediatamente sentí que toda la sangre me llegaba a la cara. 

¿Qué hacía ahí? No recordaba haberla visto antes en los entrenamientos y vaya que la habría notado entre la multitud. 

—Ya sabes que no hay que correr en la alberca.— me soltó en un tono travieso. Su pronunciación del español era buena, pero dejaba ver que no era su lengua natal. Me pareció gracioso como pronunciaba la 'r'.

Me levanté y la miré un segundo, luego pregunté con un ligero temblor que traté de disimular.

—Gracias... ¿Te acabas de inscribir? No te había visto por aquí antes.

—Sí, sí. Me pareció interesante, en England no tenemos… how do you say...— hizo un ademán que señalaba al resto de los compañeros, que exclamaban "¡Presente!" cuando el entrenador decía sus apellidos.

—Equipos.— le completé.

—¡Ecuipos!— repitió ella —Eso era. Allá en mi escuela sólo teníamos equipo de volleyball y de basquetball. Y ninguno de los dos me gusta.  Siempre me pegaban con la pelota.

Solté una risa, recordando que años atrás, en la secundaria, incluso aunque no estuviera jugando, y me encontrara sentado lejos del partido, con la nariz metida en un libro, los balones siempre encontraban el camino a mi cara.

Antes de que yo pudiera decir algo más, el entrenador llamó la atención de todos e indicó los ejercicios que haríamos esa tarde. Me tiré al agua y comencé mi rutina.

***

Acababa de ponerme los anteojos cuando salí del vestidor, listo para irme a casa, cuando Scarlett se paró enfrente de mí, dándome un susto y un subidón de adrenalina. Tenía el cabello húmedo, que le caía en la cara de piel apiñonada, tapando parte de sus ojos rasgados color avellana, y estaba un poco maquillada. Sostenía un trozo de plástico, que inmediatamente reconocí como mi credencial.

—Dijo una amiga mía que te la diera, la dejaste por ahí tirada y ella la encontró.— comentó ella sonriente.

No había notado la ausencia de mi credencial. Probablemente la había dejado entre los robles. Me la entregó y le agradecí. Empecé a caminar para irme, pero mi mente insistía en que era mi oportunidad para hablar con ella. Scarlett se me adelantó.

—A ti te gusta mucho leer, ¿verdad?— añadió en un tono dulce.

—Sí. ¿Y a ti?— dije volviéndome.

Ella sonrió. Su larga hilera de dientes blancos y ordenados contribuía bastante a que la encontrara atractiva.

Moreless. El español es difícil hablado, imagínate leído.

Solté una carcajada. —Bueno, tengo que confesarte que nunca he sido tan valiente como para echarme un libro en otro idioma. Pero tú tienes suerte de que la mayoría de libros están en inglés. Hay muchos que he querido leer pero no los encuentro traducidos.

Estuvo de acuerdo con eso. Comenzó a caminar hacia el exterior de la edificación de la alberca y la seguí por instinto. Caminamos juntos hacia la entrada del instituto, donde pasaban los autobuses. Le pregunté si tomaba el transporte público o el institucional. Dijo que se iba a ir con una amiga, pero que la esperaba en la parada. Así que seguimos conversando mientras yo esperaba el autobús y ella a su amiga. 

Intentaba controlarme, pero sentía los nervios invadirme cada vez más. Mis manos inmóviles y sudorosas en los costados daban la impresión de estar congeladas. Si es que notó mis palabras enredadas y mi tartamudeo ocasional, no le dio importancia.

Su amiga llegó poco después de diez minutos, en un automóvil negro. La reconocí, era una compañera con la que tomaba francés, Natalia. Scarlett se despidió de mí con la mano, y yo no aparté la mirada hasta que hubo desaparecido. Miré unos momentos al suelo, emocionado. Quizá después de todo, mis amigos tenían razón y sí me gustaba más allá de su físico. Me senté unos minutos en las bancas que había cerca, con la vista en la fila de árboles frondosos del otro lado de la calle. Mi mente había comenzado a imaginar las siguientes interacciones con Scarlett. ¿Y si había leído algunos libros que me gustaran? ¿Qué más le gustaría hacer? ¿Cómo habría llegado al país? Podríamos hablar de tantas cosas.

Luego miré al otro lado de la parada. Me encontré con Andrea, quien tenía la mirada en su celular. Retomé mi idea de hablarle, pero dudé unos momentos más. Quizá saldría corriendo en cuanto me viera, o me ignoraría por completo, nunca me había encontrado con ella sola. Siempre estaba con su grupito de amigas. A lo mejor ellas eran las que la hacían sentir insegura las pocas veces que me acerqué. Tras pensarlo unos segundos más, finalmente decidí hacerlo. Caminé hacia ella y me senté a su lado.

—Hola.— la saludé. Ella pareció reconocer inmediatamente mi voz, pues por un instante se quedó callada y sus dedos se tensaron alrededor de su móvil, bloqueándolo sin querer.

Vaciló un segundo y respondió nerviosa sin mirarme.

—Hola… ¿estás esperando… el camión?

Sonreí. Me parecía tierno su nerviosismo. Andrea nunca me había disgustado, pero me molestaba lo difícil que era acercarme a ella.

—No, estoy esperando a que mi ballena voladora me recoja. ¿Tú?— dije intentando hacerla reír.

Soltó una risa, por fin alzando la mirada de su celular. —Claro… qué pregunta más tonta.— siguió riendo unos segundos. —Yo también espero el camión, pero de la ruta sur. Ojalá… no se tarde mucho… ya sabes, cosas que hacer.

—¿Te quedas a alguna extracurricular?— pregunté.

—Eh… sí, me quedo a danza. Me gusta mucho bailar...—hizo una pausa y prosiguió tímida —De mayor quiero dedicarme al baile de manera profesional.

Alcé las cejas. Me agradaba poder conocerla más.

—Interesante. ¿Qué tipo de baile? ¿O te refieres al baile en general?

—Folklórico.— dijo ella con una pequeña sonrisa y un brillo en sus ojos —También me gusta el hip hop. Lo sé… — rió nerviosa —son... estilos muy diferentes.

Conversamos unos minutos más sobre baile hasta que llegó mi autobús. Me despedí de ella y subí. Alcancé a oír cómo daba un gritito de alegría. Sonreí otra vez, sintiéndome identificado por la emoción que había sentido un rato atrás por Scarlett.

El pensamiento me borró la sonrisa. Me cuestioné si debía hablarle más. Era verdad que me atraía fuertemente Scarlett, pero también me gustaba la idea de conocer a Andrea más allá de la etiqueta de “mi fan” que le habían puesto mis amigos y quizá llegar a algo más. Pero no podía intentar algo con ambas. Luego solté una risita mientras me movía hasta la parte trasera y me desplomaba en un asiento junto a la ventanilla. ¿Acaso había asumido que Scarlett querría algo conmigo también? Recargué mi cabeza en la ventanilla, cansado, contemplando cómo se alejaban los imponentes edificios del instituto. Mi cabeza había comenzado a atiborrarme de pensamientos, por lo que saqué 1984 y continué mi lectura. Si había algo que le agradecía al universo era la capacidad de leer en el autobús o en las largas horas que pasaba en el coche cuando mis padres y yo salíamos de viaje, sin terminar con el estómago revuelto y las sienes a punto de estallar.

Mantuve mi lectura hasta poco antes de llegar al parque que quedaba cerca de mi casa. Cuando estuve allí, descendí del autobús, anhelando que mi celular aún tuviera batería para poder escuchar música. Podía haberme bajado mucho después y caminar menos para llegar a mi hogar, pero de vez en cuando me gustaba darme unos minutos para caminar, pensar y apreciar el atardecer que pintaba el cielo. Hoy era uno de esos días.

El parque estaba en sus horas más concurridas; los niños retozaban por todas partes, mientras sus padres estaban atentos, o hablaban entre ellos. En las banquetas la gente pasaba desinteresadamente, y de fondo podía escucharse el bullicio urbano que llenaba el silencio que nunca existía. Me perdí en mis pensamientos durante los quince minutos que me tomó llegar a mi calle.

Una vez en casa, arrojé mi mochila al sofá y el olor de comida recién hecha despertó mi apetito de golpe. Mi padre picaba algo enérgicamente mientras mi madre le hablaba sobre su nuevo caso. Ambos se detuvieron en cuanto me vieron.

—Tony.— dijo mi madre con una sonrisa. —Llegaste un poco tarde hoy.

—Había tráfico.— expliqué a medias. Mis padres solían recriminarme ligeramente el pasar más tiempo del necesario solo en las calles. —¿Qué preparas, pa’?

—Pasta.— respondió mientras vertía la cebolla picada en la sartén. Mi madre volvió su vista hacia su laptop. Parecía realmente inmersa en lo que allí veía. Usualmente lo estaba, pero solía abstenerse a la hora de la comida. Me extrañó el cambio de rutina, así que pregunté qué era lo que la tenía tan ocupada.

—Hoy me asignaron un caso. Asesinato. Apenas estoy revisando las evidencias, pero… nada tiene mucho sentido.— dijo sin apartar la vista de la pantalla. Hizo una mueca tras decir eso. —Pero tienes razón, la hora de la comida no es para revisar evidencias.

Cerró su ordenador y la puso en la mesita de centro de la sala. Se quitó las finas gafas y las guardó en su estuche, para preguntarme qué tal me había ido en la escuela.

Mi madre trabajaba como subjefa de un despacho privado de investigadores criminales. Era frecuente que le dieran algunos de los casos más graves o más difíciles, pues tenía una intuición y observación impresionantes. Casi todos mis intentos de mentirle habían fracasado a lo largo de mi vida. Por otra parte, mi padre se desempeñaba mayormente como traductor de libros académicos y solía viajar seguido, por lo que había convivido más con mi madre. Era hijo único y había muchos días en los que me quedaba solo en casa, pues mis padres a veces no podían pasar tanto tiempo conmigo. No creía que aquello me hubiera afectado demasiado, por el contrario, pensaba que ahí estaba el origen de mi personalidad introvertida y mi gusto por la lectura. En esos días solía invertir mucho tiempo en ella, en algunos videojuegos y en series animadas o de televisión. Definitivamente era alguien que vivía más por la ficción que por la realidad.

Aquella tarde no hablamos demasiado mientras cenábamos, lo cual era ciertamente inusual, pues mi madre siempre hacía plática durante las comidas, seguida de mi padre, a lo que yo solía escuchar con interés. No le presté mucha atención a ese detalle en su momento, pero era el caso lo que la tenía tan ensimismada. Tanto, que cuando acabamos de merendar y volvió a su laptop, no se dio cuenta cuando me asomé a la pantalla a ver de qué se trataba. De cierto modo, a mí también me interesaba. No lo habría admitido, pero en aquellos tiempos, veía el trabajo de mi madre como fragmentos de novelas policiacas.

De pronto, una idea loca, que parecía uno más de mis escenarios imaginarios donde mi vida tomaba un giro impresionante y yo satisfacía mis aspiraciones de protagonista, cruzó mi mente. ¿Y si me asomaba un poco a ver de qué se trataba? Mi madre nunca solía darnos demasiados detalles de sus casos, por razones de seguridad y confidencialidad –algo de lo que no estaba muy consciente a mis dieciséis años–, y jamás había cuestionado aquello. Pero en ese momento fue más fuerte mi necesidad por darme la ilusión de vivir una historia ficticia, y la idea de escabullirme entre los detalles ocultos del caso no sonó tan descabellada. Al fin sólo quería conocer el caso, no iba a involucrarme en él.

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