Capítulo 3

Día uno como asistente del imbécil.

Solo quedan tres años de contrato matrimonial...

Jamás esperé que al cambiarme de empleo conocería al imbécil de mi esposo ausente. Sí, nos casamos hace dos años, enviando a sustitutos a nuestra increíble boda. Los reporteros no estuvieron presentes, ya que, Günther, no quería que nos vieran juntos.

Casado con una estudiante universitaria... ¡Qué vergüenza! Imbécil, como te odio.

Sí podemos verle el lado positivo a esta situación. Supuestamente, él no sabía quién era yo, pero por su reacción al escuchar mi nombre, estoy segura de que eso es mentira. Aunque sí sabe quién soy está bien porque no tendrá que llevarme a su cama o hacer las mismas cosas que le hace a las mujeres rubias.

Su padre tenía razón al querer mantener a raya a su hijo. Me sacrifiqué por tanta gente, por mis deudas estudiantiles y me casé por dinero. Él lo sabe y no me importa. Así las cuentas están claras y no tendremos que convivir como pareja.

Esta mañana, cuando llegué puntual al trabajo, no esperaba que mi flamante jefe, ya estuviese en la oficina. Según me dijo Tina, que él solía llegar muy tarde porque trabajaba horas extras en la oficina.

Pero es su empresa y trataré de no mezclar lo personal con lo profesional.

—¿Es común de su parte llegar tan tarde a su primer día de trabajo? Novatas... por eso no me gustan —su voz se escuchaba molesta.

—Buenos días, señor Schwarzgruber —hace una mueca de desagrado—. Hoy es un buen día para promover la paz y disfrutar del hermoso cielo nublado. Llegué hace 15 minutos y estaba buscando su café, señor.

—En ningún momento te pedí café. Podías ir primero a dar la cara a mi oficina y después empezar sus labores —se queja—. Además, no me gusta como te fuiste ayer de aquí. Debes esperar a que yo te diga que te puedes ir.

—Estuve estudiando su agenda y decía que a usted sin su café matutino no le gustaba empezar. Su rutina de ejercicios, antes de llegar a la oficina, lo dejaba sediento. Así que estaba revisando donde vendían cerca de aquí jugos naturales —respondo, él me estudió por unos minutos haciéndome sentir incómoda.

¡No me gusta que me vean así!

—¿Sabes que no me gustan las pelirrojas? —asiento obvia—. Ayer cuando no te conocía eras más agradable. Los jugos naturales deben estar fríos y trata de traerme un desayuno que no contengan frutas. Simplemente no las tolero. Su textura me desagrada.

Sin frutas, pero jugos naturales sí.

¿Así son los ricos?

—Entonces iré por su desayuno, señor —alza una ceja—. Su café no pude llevarlo a su oficina, así que está en mi escritorio esperando por usted.

—Ya debe estar frío. Olvídalo —frunzo el ceño—. Vamos a mi oficina a tener una conversación sobre tus deberes.

Ayer estuve hablando con Tina y me explicó cómo se trabaja en la empresa. Me dijo donde quedaban los supermercados, joyerías, lugares de comida rápida y restaurantes cercanos. Eso en caso de que a mi jefe le provocara ir a cualquiera de esos lugares.

Me encanta mi trabajo porque anteriormente ya lo he hecho, solo me molesta mi marido ausente.

[...]

Entramos a su oficina en silencio, cierro la puerta con cuidado mientras lo veo sentarse en la pequeña sala de estar que había aquí. Me señala el sofá frente a él y me indica que tome asiento.

Él sostiene su mirada con la mía a tal punto de hacerme querer salir corriendo de aquí.

De seguro ya se arrepintió y me va a despedir.

—Por tu actitud conmigo debes saber perfectamente quien soy yo. Pero pudiste darte cuenta de que no tenía conocimientos de tu existencia hasta el día de hoy —con voz calmada, se dirige hacia mí.

No logro mediar ninguna palabra. No tengo miedo de nada. Hicimos esto hace dos años y estuvimos de acuerdo, pero estoy muy segura de que ninguno de los dos, pretendía encontrarse con la persona con la que se casó hace dos años.

Él siendo un esposo ausente para mí.

Yo siendo una esposa ausente para él.

—Honestamente no sabía quien eras hasta que escuché tu nombre —toma sus manos—. Tengo 33 años y he vivido lo suficiente para darme cuenta de las intenciones de cada quien —frunzo el ceño sin entender—. No entiendo como lograste convencer a mi familia para que pudieras llevar mi apellido, pero aquí no serás tratada como mi esposa. No ascendemos a nadie solo por los lazos que se tienen. Nunca me he presentado como un hombre casado, así qué no creas que algo cambiará porque viniste a buscarme.

Pongo cara de pánico y me empiezo a reír.

¡Gran imbécil, no me hagas reír!

¿Qué vine por ti?

Vine a esta empresa porque sí, fui recomendada, pero el resto lo hice sola. Mis notas, mi desempeño en la anterior compañía, mis exámenes psicológicos y conocimientos tanto en el área administrativa como a nivel general. Sé hablar cuatro idiomas y estoy aprendiendo uno más. Inglés, español, alemán y francés, ¿pero ahora resulta que vine a este lugar para buscar a un hombre que no sabía que era mi esposo ausente?

Después de unos eternos minutos donde intenté calmarme y salir del pánico, le hablé.

—¿Qué vine a buscarlo? ¿Qué gano buscándolo dos años después del matrimonio? No tengo nada que buscar con usted. Bueno, sí. La experiencia que me puede dar su compañía y las buenas referencias al irme de aquí. No vine por usted, vine por su trabajo y el dinero que se me ofreció por mi puesto como asistente —respondo, guardando mi molestia.

—Entonces, si las cosas son así, no tenemos por qué entablar temas personales —suelto el aire que no sabía que estaba reteniendo—. En estos dos años no sé qué estuviste haciendo, pero que sepas que este matrimonio no se ha consumado y estoy esperando a que pase el tiempo para que sea anulado —sonríe con malicia—. No espero nada de ti, pero quiero que hagas tu trabajo correctamente y no me traigas problemas.

—No volvamos a tener una conversación personal... jamás.

—Bien, que así sea, Daphne.

[...]

Después de ponerme al día con el trabajo arreglar la agenda, hacer informes que eran necesarios terminar para la reunión de mañana y un sin fin de cosas más, olvidé que mi hora de salida había pasado, pero recordando las palabras de mi jefe antes de irse a las 2 de la tarde de hoy, no quería tener otra conversación en su oficina.

—Voy a salir por un momento. Debes esperar a que yo llegue para entregarte los documentos firmados que debes archivar para después irte. No quiero errores, esos documentos son importantes —me decía, dándole golpecitos al escritorio.

—Mi salida es a las 6, señor —asiente obvio—. Está bien, lo esperaré hasta que regrese nuevamente a la oficina.

Ahora son las 8 de la noche y tengo mucha hambre. En este piso la única persona que queda soy yo y no puedo pedir comida porque no se le permite la entrada a nadie aquí.

Mis barritas ya me las comí con un jugo hace una hora.

Gracias al cielo las puertas del ascensor están abiertas y suspiro exhausta, porque sé qué podré irme en cuestión de minutos.

Tomaré una ducha y me pondré mi pijama de algodón, encenderé el aire acondicionado de mi habitación mientras como comida tailandesa.

Falta poco para encontrar mi propia gloria.

—¿Qué haces aquí? Tu hora de salida es a las 6. ¿Por qué sigues aquí? —me levanto de la silla y veo como una mujer viene detrás de él—. Pensé que había sido una pesadilla tenerte aquí, pero eres más real que un dolor en las bolas.

—Me dijo que no me podía ir sin antes recibir los documentos que tenía que archivar —alza una ceja y señala a la mujer rubia, asiento al verla, y empiezo a tomar mis cosas—. No tenía la intención de quedarme más tiempo de lo debido, pero usted me lo había ordenado por los documentos... —explico titubeante ante esa mirada fría que me da.

—Mira, no quiero sonar grosero, pero estoy ocupado con ella —hace énfasis en la última palabra—. La próxima vez que veas que va a pasar esto, llámame o déjame un mensaje que yo en lo que pueda te responderé —empieza a dirigirse a su oficina, pero se detiene y me vuelve a hablar—. Vamos a llevar la fiesta en paz, pero me molesta encontrarme con los empleados después de la hora de salida. Respeta y acata las órdenes. Tu presencia me desagrada y no quiero tener que echarte sin razones.

¿Ahora yo soy la culpable? Yo soy una persona bastante obediente y no me quedé porque quería.

No te deseo mal, pero ojalá te dé diarrea con gripe.

Le iba a responder, pero siguió su camino sin importar que yo seguía aquí.

—Debes llegar mañana temprano y entregarme los documentos de la reunión para que los firme. No llegues tarde y debes buscar un restaurante para el almuerzo. Vienen unos inversionistas españoles y no quiero atenderlos aquí. No hagas ruido al irte y por favor, trata de cambiar donde pides mi desayuno. El de esta mañana era poco casero y carecía de buen sabor.

Lo odio, lo odio, lo odio.

¡Cuando vea al señor Müller lo voy a matar! ¿Por qué tuvo que tener un hijo así?

—Eres... ¡Eres un imbécil! —murmuré, echa furia.

—Te escuché, Daphne —su risa burlona me hizo enojar más.

Mi trabajo soñado está siendo estropeado por esa persona.

Pensé que en mi segundo día este tipo sería más agradable, pero me equivoqué.

¿Por qué cree que vine aquí por él?

¿Qué alguien me explique por qué piensa eso?

Te vas a arrepentir por hacerme esto.

¡Sufrirás por hacerme estas cosas, imbécil!

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