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Capítulo 5: La desgracia de conocer a los Huxley

Lily Smith

Tomo mi ropa, me visto todo lo rápido que puedo y salgo del departamento de Jake, le envío un mensaje para decirle en dónde estaré y luego de eso no me fijo más en mi teléfono. Ahora lo único que deseo es llegar con mi abuelo, saber qué le pasó y rogar para que no sea tan grave, porque si me falta, no sé que pasaría conmigo.

Tomo un taxi y quince minutos después estoy preguntando por él, escribiendo desesperada en un papel en blanco, ¡Dios, todos deberían saber lenguaje de señas! Una enfermera me indica a dónde debo ir, corro como si la vida se me fuera en ello y cuando finalmente llego con el doctor, le muestro una nota con letra enorme para que no me ignore y me lleva a una camilla en donde está mi abuelo.

—Está consciente —a pesar de eso corro hacia él para abrazarlo y él me regresa ese gesto con ternura—, sólo tiene un esguince en el tobillo, que no le dejará moverse mucho por un par de semanas. No tiene golpes en la cabeza, nada que lo comprometa a nivel vital, en unos minutos le daremos el alta.

Yo asiento, lo miro y lloro sin contenerme, mientras él me acaricia la espalda. No tiene idea del susto que pasé, el miedo a perderlo y cómo eso habría sido mi perdición. Le pregunto qué le pasó y me cuenta algo cansado.

—Estaba saliendo de una tienda, quise cruzar la calle y un auto se pasó el semáforo en rojo, intenté echarme atrás y mi pie se atoró en el pavimento roto de la calle. Caí de lado, por eso no me sucedió nada más, pero mi tobillo se quedó metido en el hoyo del suelo. Estoy bien, sólo me duele un poco, te juro que estoy bien, ya no llores.

Asiento, pero no puedo evitar llorar, el miedo que sentí cuando me dijeron que tuvo un accidente aún me estremece el cuerpo. Jake llega corriendo con nosotros, lo veo pálido y agitado, me abraza fuerte y siento cómo me voy relajando poco a poco, sin soltarme se acerca a mi abuelo y le pregunta.

—¿Qué le dijeron? ¿Qué le pasó?

—Estoy bien… —mi abuelo lo pone al tanto de lo ocurrido y Jake asiente. Cuando el doctor llega para anunciar el alta, Jake se encarga de llevarlo en la silla de ruedas hasta el auto.

Me sorprendo de ver a Will llegar allí, asustado y regañando a Jake por no contestar el teléfono. Como su auto es más bajo, decidimos irnos allí y Will se lleva la camioneta de Jake, siguiéndonos de cerca. No puedo evitar mirar por el espejo a Jake, quien me mira nervioso y sé por qué, pero ya tendré tiempo para tomarme la píldora, sólo quiero acomodar a mi abuelo en casa.

Al llegar, entre los dos lo llevan a la casa, mientras corro a abrir la puerta y acomodar la sala para que se siente frente al televisor.

—Menos mal que esta cosa se convierte en cama o no sé qué sería de mí estas semanas —dice mi abuelo tratando de relajarse. Jake le dice algo de ser consentido, pero no escucho bien porque voy a la cocina por algo de comer para mi abuelo.

Cuando llego, veo a Jake en el teléfono, con el ceño fruncido y cuando corta sólo le da una mirada a Will, quien asiente y sale de la casa tras despedirse. Jake se acerca a mí, me toma las manos y me dice con dulzura.

—Amor, tengo que irme, te escribiré luego para contarte lo que pasa. Dime si necesitan cualquier cosa, estaré muy pendiente de ustedes, pero es una emergencia en el trabajo, tengo que ir rápido.

Asiento contrariada, me da un beso rápido y se va de allí casi corriendo. Le acerco la bandeja a mi abuelo, nos sentamos a comer juntos y tras un largo día, él se queda dormido en el sofá. Lo acomodo lo mejor que puedo, subo a mi cuarto para darme una ducha, hasta que recuerdo que Jake no me dio la píldora.

Termino de bañarme, salgo a buscar mi teléfono y le escribo, pero los mensajes no le llegan. Me paso las manos por el cabello asustada, hasta que decido ver si puedo comprarla yo misma, porque ir al hospital no es una opción, mi abuelo lo sabría y eso sería fatal.

Veo mis ahorros, que no son muchos, salgo a la farmacia y le pregunto los precios de la píldora a una de las chicas del mostrador, pero cuando me indica el precio, me doy cuenta de que lo último que me queda es rogar para que no me quede embarazada.

Regreso a casa a esperar los mensajes de Jake, pero estos no llegan y los míos tampoco le entran, mis ojos se cierran al fin con el teléfono en la mano. Así es como se me pasan unos cuantos días sin saber de Jake, hasta que me manda un mensaje diciendo que está bien, en Grecia resolviendo un asunto de la empresa y que estará incomunicado, ya que el lugar donde está no hay señal.

Suspiro triste, pero al menos sé que está bien y ese último mensaje me calienta el corazón, «te amo, mi muñequita preciosa». Sigo con mi rutina, pero cuando los días se vuelven un par de semanas, yo siento que algo me falta y mis mensajes siguen sin entrar, así que desisto de hacerlo, ya él me escribirá para decirme que está bien y que regresará pronto, porque eso es lo que espero.

Pero no todo es bueno, me despierto con unas fuertes náuseas y tengo que correr al baño, mi cuerpo se estremece y las lágrimas me brotan sin que pueda hacer nada para detenerlas, porque estoy segura de lo que me ocurre.

Me baño, me visto y tras darle el desayuno a mi abuelo, salgo un poco más temprano para pasar por la farmacia. Compro una prueba casera y me meto al baño de mi trabajo para hacerla, cuando se revela el resultado, me llevo las manos a la boca y lloro, lo que no quería que me sucediera, me está pasando y por más que le escribo a Jake, no logro contactar con él.

Salgo para cumplir con mi trabajo, pero mi supervisora me ve tan mal, que me envía a casa. Sin embargo, en lugar de ir hasta allá, hago lo que he decidido mientras trabajaba y me voy a la casa de sus padres, ellos deben saber muy bien lo que sucede con Jake.

Me recibe su madre, con la misma cara de desagrado de siempre, saco la libreta que cargo en mi cartera y le escribo rápidamente para qué he ido.

—No sé nada de Jake, él no suele llamarme y hace varios días que no responde mis llamadas o las de su padre… —le escribo que me dijo estaba en Grecia y ella se encoge de hombros—. Si eso dijo, entonces allí estará. Ve a esperarlo por allí, ahora vete porque estoy ocupada.

La mujer se gira para marcharse, la tomo por la manga de la blusa y la miro con gesto suplicante, le escribo rápidamente lo que me sucede y cuando lee sus ojos se abren como platos, luego me mira con desprecio y me toma del brazo causándome daño mientras me saca de la casa.

—No me interesa si estás embarazada, ese niño bien puede no ser de mi hijo y te sugiero que te deshagas de él. Si quieres dinero para eso, te lo daré, pero lárgate… —yo niego con las lágrimas surcando mis ojos, pero ella se ríe—. ¿No quieres? ¿Crees que con eso lo amarrarás? ¿Acaso no has pensado en que él está haciendo todo esto porque quiere que te olvides de él?

«Ya te abriste de piernas, querida, algo que les quita el interés a todos los hombres y como comprenderás, mi hijo es un hombre de mundo, un heredero importante, no puede casarse con una mujer como tú, y si tanto te molesta, grítalo… a ver si puedes —me dice con una maldad más allá de la que he sentido jamás—. ¡Guardias, saquen a esta mujer y que no se acerque más a esta casa!

Las lágrimas bañan mi rostro, la impotencia de no poder gritar, de no lograr decir lo que me pasa, de pedir ayuda… si tan sólo su padre o su hermana me hubiesen atendido en lugar de ella, sé que todo sería diferente. Me sacan a la calle como si fuera un perro con sarna, me veo sola, desprotegida y estoy muerta de miedo.

Estoy embarazada.

Estoy sola, embarazada, herida y asustada. Sin saber a dónde ir o qué hacer, camino un poco abrazándome a mí misma, pensando qué puedo hacer. Detener mi embarazo es la primera idea que descarto, porque aunque fuera cierto que Jake no quiere nada más conmigo, para mí es fruto de mi amor por él y no voy a cobrarme con su vida el desprecio de su padre.

«Tengo que decirle a mi abuelo», pienso una y otra vez. Pero ¿cómo?

Estoy viendo su cara de decepción por mi causa, de odio a Jake y las ganas de querer buscarlo para que responda.

Luego de un tiempo indeterminado, llego a la parada de autobús y me subo a uno que me acerca a casa, con el alma en los pies, el corazón herido y la vergüenza de haber caído en un juego como ese.

Cuando voy llegando a mi casa, veo una patrulla frente a ella y dos oficiales que están peleándose con mi abuelo. Corro hacia ellos, me acerco y cuando uno de los policías se gira, me pregunta.

—¿Lily Smith? —asiento y se acerca a mí con paso decidido, saca sus esposas y me las coloca sin esperar nada—. Queda detenida por el robo de una joya de la señora Huxley.

Abro los ojos, niego con vehemencia y busco la mirada de mi abuelo, quien mira incrédulo. Antes de colocarme las manos en la espalda, me quita el bolso y se lo entrega a su compañero, quien lo vacía sin contemplaciones a mis pies. Y allí resaltan dos cosas: un fino anillo de oro blanco… y la prueba de embarazo.

Mi abuelo recoge la prueba, me mira sorprendido y yo sólo lloro angustiada, llena de vergüenza. Los policías lo interpretan como signo de mi culpabilidad, pero nada más lejos de lo que siento en realidad.

—Lily… dime que esta prueba no es tuya, que es de alguna compañera de trabajo —me pide él como una súplica dolorosa y yo sólo lloro más—. ¡Dime que no estás embarazada de ese chico!

Pero no puedo responder a nada, mis manos están atadas a mi espalda, el miedo se hace más grande y fuerte, mientras que los policías me llevan a la patrulla.

Y otra vez esa necesidad de gritar me invade, de suplicar que no me lleven, que yo no he cometido el crimen del que se me acusa. Es tanta mi desesperación de no poder hablar, defenderme, gritar, que termino colapsando antes de que me metan dentro y la fría oscuridad me abraza como un fiel testigo de la injusticia que están cometiendo conmigo.

Pero justo antes de abandonarme a ella, mi último pensamiento es acerca de la desgracia de haber conocido a los Huxley.

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