5. Matrimonio relámpago

El frío de diciembre cubría la ciudad como un manto de escarcha. Las luces navideñas adornaban ya las calles de Norvill, brillando con colores cálidos y festivos.

En otros tiempos, esta era la época favorita para Alexandra, pero ahora... todo parecía distante y borroso. Apenas podía creer lo que estaba a punto de hacer.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Jessica, su voz llena de preocupación mientras le ajustaba el último botón del vestido.

—No lo sé —susurró Alexandra, su mirada fija en el espejo frente a ella. La imagen reflejaba a una mujer que no reconocía.

Vestía un elegante vestido blanco de seda, sencillo pero sofisticado, que caía suavemente sobre sus curvas. El maquillaje realzaba sus ojos grises, dándoles un brillo intenso, y su cabello color arena estaba recogido en un moño impecable. Un velo largo y fino cubría su rostro, le llegaba hasta la espalda baja.

Parecía una novia… pero no una novia feliz.

—Lexie… —Jessica la miró a través del espejo, su voz cargada de inquietud—. Aún puedes echarte atrás. No tienes que hacer esto.

Alexandra tragó saliva, sintiendo el peso de la decisión que estaba tomando.

—No, Jess —respondió con firmeza—. Ya tomé una decisión. Esto… esto es lo mejor para ambos.

Jessica suspiró, sabiendo que no podía convencerla.

—Solo prométeme que no te perderás en esto. Nathaniel puede ser… peligroso. Y me refiero a tu corazón, para que me entiendas. No es alguien de quien deberías enamorarte —le advirtió.

Alexandra sonrió débilmente.

—Lo sé.

Más me valía no acabar cayendo por esos ojos dorados, porque si un clavo saca otro clavo, ¿qué haría con el nuevo clavo?

─────༻✧༺─────

La capilla privada donde se llevaría a cabo la ceremonia era discreta y elegante. Solo estaban presentes unos pocos testigos: Jessica y Evelyn, junto con dos amigos cercanos de Nathaniel (empresarios del ramo petrolero), y su abogada Stella, quien miraba todo con expresión calculadora.

Nathaniel esperaba al frente, impecable en su traje negro a medida. Su porte era majestuoso, imponente, y sus ojos dorados brillaban con intensidad cuando Alexandra comenzó a caminar hacia él.

Ella sintió un nudo en la garganta mientras avanzaba por el pasillo. Cada paso la acercaba a un destino que no sabía si podría controlar. Nathaniel la observaba fijamente, y aunque su rostro era una máscara de indiferencia, sus ojos delataban algo más… ¿Ansiedad? ¿Deseo? ¿O tal vez… duda?

Cuando llegó junto a él, Nathaniel extendió su mano. Alexandra la tomó, sintiendo el calor de su piel contrastar con el frío que la envolvía.

—¿Lista para convertirte en la señora Stravakis? —murmuró él, su voz baja y grave.

—Demasiado tarde para arrepentirme, ¿no? —respondió ella en un susurro, forzando una sonrisa.

—Nunca es tarde para arrepentirse, Alexandra —dijo Nathaniel, su mirada fija en la de ella por un segundo eterno.

Pero ninguno de los dos retrocedió.

El oficiante comenzó la ceremonia, y Alexandra apenas pudo procesar las palabras. Sus pensamientos eran un torbellino. Solo volvió a la realidad cuando sintió el roce del anillo deslizándose en su dedo. Nathaniel le sostuvo la mano porque le comenzaba a temblar, y eso la hizo sentirse aún más nerviosa.

No sabía cómo iba a sobrevivir a siquiera tocarle la mano.

¿Por qué sentía cosas que no debería? ¡TODO era falso! Pero su desgraciado ser no parecía cooperar ni aprender de las malas experiencias.

—Ahora pueden besarse —anunció el oficiante.

El corazón de Alexandra se aceleró. Se había olvidado por completo de esa parte de la boda, ¿se tendrían que besar o...?

Nathaniel se acercó lentamente, su rostro a solo centímetros del de ella. Podía sentir su respiración, cálida y tentadora. Por un instante, el mundo pareció detenerse. Cuando sus labios se encontraron, fue un roce suave demasiado suave para lo que él solía ser -frío y dominante-. Pero incluso ese beso falso hizo que un escalofrío recorriera su cuerpo.

“Esto no debería afectarme tanto”, pensó, intentando ignorar el temblor en sus manos.

—Es oficial —susurró Nathaniel contra sus labios antes de separarse.

El quedo aplauso de los presentes llenó la sala, pero antes de que Alexandra pudiera procesar lo que acababa de suceder, el sonido de cámaras y flashes invadió el lugar.

—¿Qué…? —exclamó ella, mirando hacia la entrada.

—Paparazzi —murmuró Nathaniel, su mandíbula apretada con furia contenida.

Al parecer, alguien había filtrado la ubicación de la ceremonia. Aunque la capilla estaba alejada de la ciudad y destinada a ser un evento privado, los fotógrafos habían logrado colarse. Y ahora, las imágenes de Nathaniel Stravakis casándose con una mujer desconocida estarían en todas partes.

—Mierda —masculló Nathaniel, rodeando la cintura de Alexandra para sacarla rápidamente del lugar.

Pero ya era demasiado tarde, ellos tenían lo que querían.

─────༻✧༺─────

—¿La “Dama del Diablo”? —murmuró Alexandra en voz baja mientras leía los titulares desde el sofá de la lujosa suite donde se refugiaban.

Las noticias estaban en todas partes. Los medios habían bautizado a Alexandra como la Dama del Diablo, haciendo referencia a su inesperada unión con el hombre más temido y poderoso del mundo empresarial. Nadie sabía quién era ella, y la especulación estaba al rojo vivo.

—Es una locura… —susurró, sintiendo el peso de su nueva realidad caer sobre sus hombros.

Para el mundo entero, era la esposa de Nathaniel Stravakis.

—Debimos haber previsto esto —dijo Nathaniel, con una expresión dura mientras leía otro artículo en su teléfono.

—¿Y ahora qué? —preguntó Alexandra, sin apartar la vista de las imágenes de ellos besándose en la portada de una revista. Aún podía sentir la calidez de sus labios contra los suyos, aunque fuera una tonta por desear que volviera a repetirse, si surgía la oportunidad la tomaría.

Fernando nunca la hizo sentir tan viva con un pequeño roce de labios.

Nathaniel se giró hacia ella, sus ojos dorados brillando con una intensidad que la dejó sin aliento.

—Ahora, jugamos el papel que nos toca, Lexie —respondió él, su voz cargada de determinación—. Y lo haremos tan bien… que nadie sospechará jamás.

Alexandra sintió un escalofrío recorrer su espalda. Porque aunque todo esto era una farsa…

El diablo ya la tenía en sus manos.

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