El frío de diciembre cubría la ciudad como un manto de escarcha. Las luces navideñas adornaban ya las calles de Norvill, brillando con colores cálidos y festivos.
En otros tiempos, esta era la época favorita para Alexandra, pero ahora... todo parecía distante y borroso. Apenas podía creer lo que estaba a punto de hacer. —¿Estás segura de esto? —preguntó Jessica, su voz llena de preocupación mientras le ajustaba el último botón del vestido. —No lo sé —susurró Alexandra, su mirada fija en el espejo frente a ella. La imagen reflejaba a una mujer que no reconocía. Vestía un elegante vestido blanco de seda, sencillo pero sofisticado, que caía suavemente sobre sus curvas. El maquillaje realzaba sus ojos grises, dándoles un brillo intenso, y su cabello color arena estaba recogido en un moño impecable. Un velo largo y fino cubría su rostro, le llegaba hasta la espalda baja. Parecía una novia… pero no una novia feliz. —Lexie… —Jessica la miró a través del espejo, su voz cargada de inquietud—. Aún puedes echarte atrás. No tienes que hacer esto. Alexandra tragó saliva, sintiendo el peso de la decisión que estaba tomando. —No, Jess —respondió con firmeza—. Ya tomé una decisión. Esto… esto es lo mejor para ambos. Jessica suspiró, sabiendo que no podía convencerla. —Solo prométeme que no te perderás en esto. Nathaniel puede ser… peligroso. Y me refiero a tu corazón, para que me entiendas. No es alguien de quien deberías enamorarte —le advirtió. Alexandra sonrió débilmente. —Lo sé. Más me valía no acabar cayendo por esos ojos dorados, porque si un clavo saca otro clavo, ¿qué haría con el nuevo clavo? ─────༻✧༺───── La capilla privada donde se llevaría a cabo la ceremonia era discreta y elegante. Solo estaban presentes unos pocos testigos: Jessica y Evelyn, junto con dos amigos cercanos de Nathaniel (empresarios del ramo petrolero), y su abogada Stella, quien miraba todo con expresión calculadora. Nathaniel esperaba al frente, impecable en su traje negro a medida. Su porte era majestuoso, imponente, y sus ojos dorados brillaban con intensidad cuando Alexandra comenzó a caminar hacia él. Ella sintió un nudo en la garganta mientras avanzaba por el pasillo. Cada paso la acercaba a un destino que no sabía si podría controlar. Nathaniel la observaba fijamente, y aunque su rostro era una máscara de indiferencia, sus ojos delataban algo más… ¿Ansiedad? ¿Deseo? ¿O tal vez… duda? Cuando llegó junto a él, Nathaniel extendió su mano. Alexandra la tomó, sintiendo el calor de su piel contrastar con el frío que la envolvía. —¿Lista para convertirte en la señora Stravakis? —murmuró él, su voz baja y grave. —Demasiado tarde para arrepentirme, ¿no? —respondió ella en un susurro, forzando una sonrisa. —Nunca es tarde para arrepentirse, Alexandra —dijo Nathaniel, su mirada fija en la de ella por un segundo eterno. Pero ninguno de los dos retrocedió. El oficiante comenzó la ceremonia, y Alexandra apenas pudo procesar las palabras. Sus pensamientos eran un torbellino. Solo volvió a la realidad cuando sintió el roce del anillo deslizándose en su dedo. Nathaniel le sostuvo la mano porque le comenzaba a temblar, y eso la hizo sentirse aún más nerviosa. No sabía cómo iba a sobrevivir a siquiera tocarle la mano. ¿Por qué sentía cosas que no debería? ¡TODO era falso! Pero su desgraciado ser no parecía cooperar ni aprender de las malas experiencias. —Ahora pueden besarse —anunció el oficiante. El corazón de Alexandra se aceleró. Se había olvidado por completo de esa parte de la boda, ¿se tendrían que besar o...? Nathaniel se acercó lentamente, su rostro a solo centímetros del de ella. Podía sentir su respiración, cálida y tentadora. Por un instante, el mundo pareció detenerse. Cuando sus labios se encontraron, fue un roce suave demasiado suave para lo que él solía ser -frío y dominante-. Pero incluso ese beso falso hizo que un escalofrío recorriera su cuerpo. “Esto no debería afectarme tanto”, pensó, intentando ignorar el temblor en sus manos. —Es oficial —susurró Nathaniel contra sus labios antes de separarse. El quedo aplauso de los presentes llenó la sala, pero antes de que Alexandra pudiera procesar lo que acababa de suceder, el sonido de cámaras y flashes invadió el lugar. —¿Qué…? —exclamó ella, mirando hacia la entrada. —Paparazzi —murmuró Nathaniel, su mandíbula apretada con furia contenida. Al parecer, alguien había filtrado la ubicación de la ceremonia. Aunque la capilla estaba alejada de la ciudad y destinada a ser un evento privado, los fotógrafos habían logrado colarse. Y ahora, las imágenes de Nathaniel Stravakis casándose con una mujer desconocida estarían en todas partes. —Mierda —masculló Nathaniel, rodeando la cintura de Alexandra para sacarla rápidamente del lugar. Pero ya era demasiado tarde, ellos tenían lo que querían. ─────༻✧༺───── —¿La “Dama del Diablo”? —murmuró Alexandra en voz baja mientras leía los titulares desde el sofá de la lujosa suite donde se refugiaban. Las noticias estaban en todas partes. Los medios habían bautizado a Alexandra como la Dama del Diablo, haciendo referencia a su inesperada unión con el hombre más temido y poderoso del mundo empresarial. Nadie sabía quién era ella, y la especulación estaba al rojo vivo. —Es una locura… —susurró, sintiendo el peso de su nueva realidad caer sobre sus hombros. Para el mundo entero, era la esposa de Nathaniel Stravakis. —Debimos haber previsto esto —dijo Nathaniel, con una expresión dura mientras leía otro artículo en su teléfono. —¿Y ahora qué? —preguntó Alexandra, sin apartar la vista de las imágenes de ellos besándose en la portada de una revista. Aún podía sentir la calidez de sus labios contra los suyos, aunque fuera una tonta por desear que volviera a repetirse, si surgía la oportunidad la tomaría. Fernando nunca la hizo sentir tan viva con un pequeño roce de labios. Nathaniel se giró hacia ella, sus ojos dorados brillando con una intensidad que la dejó sin aliento. —Ahora, jugamos el papel que nos toca, Lexie —respondió él, su voz cargada de determinación—. Y lo haremos tan bien… que nadie sospechará jamás. Alexandra sintió un escalofrío recorrer su espalda. Porque aunque todo esto era una farsa… El diablo ya la tenía en sus manos. - ¿Qué opinan, les está gustando la novela? Dejen sus comentarios :)Alexandra despertó sintiendo el peso del cansancio sobre sus hombros. Las últimas veinticuatro horas habían sido un torbellino de emociones y acontecimientos que la habían dejado agotada. El suave roce de las sábanas de seda sobre su piel le recordaba que ya no estaba en su pequeño departamento ni en la casa de Jessica. Estaba en la suite privada de Nathaniel Stravakis… su “esposo”. “Esposo”, pensó, saboreando la palabra con una mezcla de incredulidad y nerviosismo. Aún no podía asimilarlo del todo. Abrió los ojos lentamente, solo para encontrarse con la habitación bañada por la tenue luz de la mañana. Todo en ese lugar gritaba lujo: desde los muebles de diseño hasta las enormes ventanas que ofrecían una vista privilegiada de la ciudad. Pero lo que más la inquietó fue la figura que estaba de pie junto a la ventana, con una taza de café en la mano. Nathaniel. Llevaba solo unos pantalones de pijama negros, y su torso desnudo revelaba músculos bien definidos, una piel bronceada que p
La noche se había alargado más de lo esperado. Después de soportar horas de sonrisas falsas, miradas curiosas y comentarios velados, Alexandra solo quería desaparecer. Pero la pesadilla aún no terminaba. —¿Estás bien? —preguntó Nathaniel mientras abría la puerta de la habitación privada que compartían en la mansión de los Stravakis. —Sí… solo agotada —murmuró Alexandra, entrando al lujoso dormitorio.Era más grande que cualquier lugar en el que había vivido. La decoración minimalista y elegante reflejaba el estilo impecable de Nathaniel, pero también su frialdad, ahí no había nada hogareño. A pesar de la calidez de las luces tenues y de lo relajado que se veía su esposo, el ambiente estaba impregnado de tensión.Nathaniel cerró la puerta tras de sí y se quitó el saco, dejándolo cuidadosamente sobre el respaldo de una silla. Su camisa blanca estaba ligeramente desabotonada, y sus mangas arremangadas dejaban al descubierto sus fuertes antebrazos. Se veía tan peligroso como tentador.
La suave luz del amanecer se filtraba por las gruesas cortinas de la suite, acariciando la piel desnuda de Alexandra. Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la claridad, pero su mente aún estaba atrapada en los recuerdos de la noche anterior. O… mejor dicho, de las tres veces que Nathaniel la había hecho suya. Alexandra cerró los ojos, mordiéndose el labio mientras las imágenes la asaltaban sin piedad. Nathaniel no solo la había tomado una vez, sino que había reclamado cada parte de ella, haciéndola suya de maneras que jamás habría imaginado. La primera vez había sido suave, cuidadoso, casi como si temiera romperla. Pero después… después no había quedado rastro del hombre controlado. Nathaniel había despertado algo salvaje dentro de él, algo primitivo que la había consumido por completo. Recordaba sus labios deslizándose por su cuello, descendiendo por su pecho hasta encontrar sus puntos más sensibles. La forma en que sus manos la habían sujetado con firmeza, como si t
El rugido suave de los motores del jet privado llenaba el aire mientras Alexandra miraba por la ventana, observando cómo las nubes parecían deslizarse bajo ellos. La isla de Daxus aún estaba lejos, pero su mente no podía dejar de divagar, atrapada entre la tensión de la discusión que había tenido con Nathaniel y… la noche que compartieron. Sus labios aún recordaban el sabor del pecado. Sus caricias, sus besos… la manera en que la había poseído no solo con su cuerpo, sino también con su mente. Y lo peor de todo era que ella había disfrutado cada segundo. —¿Estás cómoda? —la voz de Nathaniel la sacó de su ensimismamiento. Alexandra giró la cabeza y se encontró con esos ojos dorados que la tenían prisionera. Nathaniel estaba sentado a su lado, impecable como siempre, con su camisa blanca ajustada y las mangas arremangadas, dejando ver esos antebrazos que la hacían perder la razón. —Sí —murmuró, apartando la mirada rápidamente. Pero Nathaniel no se dejó engañar. Se inclinó liger
Pensaba que Fernando estaría enojado luego de que la noche anterior hubiera rechazado entregarse a él por primera vez, pero en cambio le pediría matrimonio.Alexandra miró con alegría la sortija de matrimonio que había encontrado guardado en una pequeña cajita de terciopelo en el cajón de su novio. Tenía incrustado un diamante grande y brillante.«¡Me pedirá ser su esposa!», exclamó dentro de sí.Poco importó que no fuera exactamente como lo había imaginado, solo con saber que la quería para la eternidad era suficiente. Así que la guardó con sumo cuidado y salió de la habitación para darse una ducha.Minutos después salió del baño envuelta en una toalla, vió a su novio terminando de arreglarse la corbata para irse al trabajo.—Ya me voy, cariño. No me esperes despierta —se despidió Fernando sin mirarla.Pensó que quizás no quería levantar sospechas y por ello no le dió siquiera un beso de despedida.—¡Adiós, mi amor! —gritó tras de él, pero solo recibió el azote de la puerta como resp
Nathaniel Stravakis no solía nunca visitar a su prometida en su trabajo, respetaba sus espacios e individualidad, pero ese día tenía algo importante que hacer: pedirle que se mude con él. A sus veintiocho años, él ya estaba más que preparado para dar ese paso con su pareja, puesto que dentro de unos meses serían marido y mujer. ¿Por qué atrasar las cosas? Subió al ascensor y notó que algunos empleados se quedaron estupefactos al notar su presencia. Casi parecían aterrorizados... Y deberían. Dentro de poco, esa empresa sería suya, estaba a punto de adquirirla. Los cuchicheos no se hicieron esperar: ”Es el Diablo de los negocios". Aquello le hizo adornar sus labios con una sonrisa burlona. Su fama le precedía, y estaba bien con eso. De lo contrario, no podría haber amasado su fortuna antes de los treinta años, seguiría siendo el segundón, siempre a la sombra de su hermano mayor. Aunque eran como uña y mugre, estaba en sus genes ser competitivos, pero nunca en contra. Era algo
Los primeros días de Alexandra en la oficina de Nathaniel Stravakis fueron un completo desastre. Si no confundía los horarios de sus reuniones, olvidaba imprimir documentos importantes o terminaba derramando café sobre informes clave. Su torpeza parecía no tener fin, y más de una vez pensó que sería despedida antes de completar su primera semana. —¿Se te ocurre alguna otra forma de arruinar mi día? —espetó Nathaniel después de que ella entregara un informe incompleto a uno de sus clientes más importantes. Su voz era fría, cortante, pero sus ojos… sus ojos dorados brillaban con fastidio y algo más. ¿Desafío? —Lo siento, señor Stravakis. No volverá a ocurrir —dijo Alexandra con la cabeza gacha, sintiendo cómo el calor de la vergüenza le subía hasta las mejillas. Pero no era una mujer que se rendía fácilmente. Esa misma noche, se quedó hasta tarde para revisar todos los informes del día siguiente y memorizó la agenda de Nathaniel como si su vida dependiera de ello. Al día siguien
Se acercaba la Navidad, y el ambiente en la oficina de Nathaniel Stravakis estaba más tenso que nunca. Las luces festivas decoraban el lobby, pero la atmósfera en su interior no era nada alegre.Alexandra no podía quitarse de la cabeza el descubrimiento de Fernando y Lucía. A pesar de que intentaba concentrarse en su trabajo, la imagen de su ex, sonriendo junto a su prima, le atormentaba. ¿En qué momento comenzaron a traicionarla y como es que nunca se dió cuenta?Nathaniel también tenía sus propios problemas, pues todo indicaba que su ex prometida y su tío estaban comenzando a hacer ruido en la familia. A medida que se acercaba la Navidad, las noticias de su relación secreta salían a la luz. La familia Stravakis, siempre muy unida, no tardó en enterarse. Pero nadie dijo nada, parecían esperar a ver qué sucedía.Nathaniel no podía evitar sentirse herido, no solo por la traición de Azucena, sino también por la manera en que su propio tío, que siempre le había tenido envidia, se aprovec