Los primeros días de Alexandra en la oficina de Nathaniel Stravakis fueron un completo desastre.
Si no confundía los horarios de sus reuniones, olvidaba imprimir documentos importantes o terminaba derramando café sobre informes clave. Su torpeza parecía no tener fin, y más de una vez pensó que sería despedida antes de completar su primera semana. —¿Se te ocurre alguna otra forma de arruinar mi día? —espetó Nathaniel después de que ella entregara un informe incompleto a uno de sus clientes más importantes. Su voz era fría, cortante, pero sus ojos… sus ojos dorados brillaban con fastidio y algo más. ¿Desafío? —Lo siento, señor Stravakis. No volverá a ocurrir —dijo Alexandra con la cabeza gacha, sintiendo cómo el calor de la vergüenza le subía hasta las mejillas. Pero no era una mujer que se rendía fácilmente. Esa misma noche, se quedó hasta tarde para revisar todos los informes del día siguiente y memorizó la agenda de Nathaniel como si su vida dependiera de ello. Al día siguiente, cuando él llegó a la oficina, todo estaba perfectamente en su lugar. —¿Y esto? —Nathaniel frunció el ceño al notar que cada detalle estaba cubierto. —Me aseguré de que todo estuviera listo para su junta con el señor Davis. También le organicé la lista de proveedores para la reunión de la tarde —respondió Alexandra, con una sonrisa tímida. Nathaniel la miró por un momento, sin decir nada. Sus ojos dorados recorrieron su rostro, y luego bajaron lentamente, deteniéndose por un segundo más de lo necesario en el escote sutil de su blusa. Alexandra se removió incómoda, sintiendo un ligero cosquilleo recorrer su piel. —Veo que aprendiste rápido —murmuró él, casi como si hablara para sí mismo. Los días siguientes fueron similares. Alexandra no solo se adaptó al ritmo frenético de la oficina, sino que empezó a anticipar los deseos de Nathaniel antes de que él los expresara. Se convirtió en una fuerza imparable, manejando todo con precisión quirúrgica. Y ahí fue cuando Nathaniel comenzó a verla de otra manera. No fue solo su eficiencia lo que llamó su atención. Era la forma en que su falda ajustada delineaba sus curvas cuando pasaba por su oficina, o cómo su cabello color arena caía suavemente sobre sus hombros cuando se inclinaba para tomar notas. El perfume suave que usaba quedaba suspendido en el aire, envolviéndolo y haciendo que su cuerpo reaccionara de formas que no debería. Una tarde, después de que Alexandra manejara con maestría una crisis de último minuto, Nathaniel la llamó a su oficina. —Cierra la puerta —ordenó con voz grave. Ella obedeció, sintiendo el peso de su mirada sobre ella. Se acercó a su escritorio, esperando instrucciones, pero cuando sus ojos se encontraron, el aire pareció cargarse de algo más… algo peligroso. —Has hecho un buen trabajo —dijo él, su tono más suave de lo habitual. —Gracias, señor Stravakis. —Su voz tembló apenas, pero lo notó. Nathaniel no respondió de inmediato. Sus ojos se deslizaron por su cuerpo, notando cada curva, cada pequeño detalle que la hacía tan increíblemente atractiva. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba perdiendo el control. "Esto es un problema...", pensó, pero no apartó la mirada. Jamás había sido débil con ninguna de sus empleadas, jamás las veía así, no eran una... tentación, como le estaba resultando el reemplazo de su secretaria. Resulta que la tentación llegó en tacones y tocando directamente a su puerta. ¿Cómo se puede resistir a eso? ─────༻✧༺───── - Alexandra - Nathaniel se inclinó ligeramente hacia Alexandra, sus ojos dorados clavados en los labios de ella. El silencio que los envolvía estaba cargado de tensión, y Alexandra sintió cómo su corazón latía desenfrenado dentro de su pecho. —Señor Stravakis... —susurró, casi sin aliento. —Alexandra… —susurró su nombre con una suavidad peligrosa, su voz apenas un ronroneo que la hizo estremecer. Sus labios estaban a punto de encontrarse cuando, de repente, el sonido insistente de su teléfono rompió la magia del momento. Alexandra se sobresaltó y retrocedió, maldiciendo mentalmente por no haber silenciado el aparato. —Lo siento, yo... —balbuceó, sacando el teléfono de su bolso. Al ver el nombre en la pantalla, su rostro palideció. Fernando. Nathaniel frunció el ceño al notar el cambio en su expresión. Alexandra dudó un segundo antes de contestar, pero sabía que si ignoraba la llamada, él seguiría insistiendo. —¿Qué quieres, Fernando? —preguntó en voz baja, alejándose un poco de Nathaniel. —Alex, por fin. Necesito que vayamos al banco —respondió él, con ese tono autoritario que tanto odiaba—. La cuenta que compartimos sigue bloqueada. Necesitamos estar los dos para retirar el dinero. Alexandra sintió que la sangre le hervía. —¿Dinero? ¿Después de todo lo que hiciste, tienes la desfachatez de pedirme esto? —No hagas un escándalo, solo firma los papeles y terminemos con esto. Me debes al menos eso —dijo él con frialdad. Nathaniel observaba todo desde su lugar, sus ojos dorados ahora oscuros y peligrosos. —No te debo nada, Fernando. —Alexandra colgó con furia, sus manos temblando. Cuando se giró para enfrentar a Nathaniel, su expresión ya no era la misma. La calidez que había en sus ojos hacía un momento había desaparecido, reemplazada por una fría indiferencia. —¿Novio? —preguntó él, su voz gélida y cargada de desdén. —Ex —corrigió Alexandra, pero era demasiado tarde. Nathaniel se reclinó en su silla, cruzando los brazos sobre su pecho. —No es asunto mío —dijo con frialdad, su tono profesional y distante. —Regresa a tu puesto, Alexandra. Ella sintió un nudo en la garganta, pero asintió sin decir una palabra más. Había vuelto a ser el hombre odioso y distante que todos temían, aunque ahora… había algo diferente. Algo en su mirada que delataba que esa frialdad era una máscara. ─────༻✧༺───── Los días siguientes fueron un infierno para Alexandra. Nathaniel volvió a tratarla con la misma dureza que al principio, pero ahora había un matiz diferente. Sus órdenes eran tajantes, pero no tan hirientes como antes. Incluso cuando cometía algún error —aunque cada vez eran menos—, su reprimenda era más… mesurada. "¿Por qué sigue siendo tan difícil de leer?", pensaba Alexandra, cada vez más confundida por su comportamiento. Pero no tuvo mucho tiempo para analizarlo. Una tarde, mientras revisaba su celular durante la hora del almuerzo, sintió que el mundo se detenía. En la pantalla, una publicación en redes sociales mostraba una foto de Fernando… con su prima, Lucía. "Estamos felices de anunciar nuestro compromiso. Pronto seremos marido y mujer." Alexandra sintió como si le hubieran dado un golpe en el estómago. La sonrisa radiante de Fernando y la expresión triunfante de Lucía la hicieron sentir enferma. "Mi propia prima…", pensó, sintiendo una mezcla de traición y rabia invadirla. Los recuerdos vinieron como una avalancha. Lucía siempre había sido competitiva con ella, desde niñas. Pero jamás pensó que sería capaz de algo así. —¿Estás bien? —La voz de Jessica la sacó de su trance. —Fernando… se va a casar con Lucía —murmuró Alexandra, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con escapar. —¡¿Qué?! —exclamó su amiga, casi derramando su café. —¡Ese bastardo! ¿Con tu prima? —Sí… —susurró Alexandra, su voz quebrada. Jessica apretó los labios, conteniendo su enojo. —No llores por él, Alex. Te hizo un favor. Ahora es problema de tu prima soportarlo. Alexandra asintió, pero por dentro su corazón se rompía en pedazos. ¿Cómo había terminado todo así?Se acercaba la Navidad, y el ambiente en la oficina de Nathaniel Stravakis estaba más tenso que nunca. Las luces festivas decoraban el lobby, pero la atmósfera en su interior no era nada alegre.Alexandra no podía quitarse de la cabeza el descubrimiento de Fernando y Lucía. A pesar de que intentaba concentrarse en su trabajo, la imagen de su ex, sonriendo junto a su prima, le atormentaba. ¿En qué momento comenzaron a traicionarla y como es que nunca se dió cuenta?Nathaniel también tenía sus propios problemas, pues todo indicaba que su ex prometida y su tío estaban comenzando a hacer ruido en la familia. A medida que se acercaba la Navidad, las noticias de su relación secreta salían a la luz. La familia Stravakis, siempre muy unida, no tardó en enterarse. Pero nadie dijo nada, parecían esperar a ver qué sucedía.Nathaniel no podía evitar sentirse herido, no solo por la traición de Azucena, sino también por la manera en que su propio tío, que siempre le había tenido envidia, se aprovec
El frío de diciembre cubría la ciudad como un manto de escarcha. Las luces navideñas adornaban ya las calles de Norvill, brillando con colores cálidos y festivos.En otros tiempos, esta era la época favorita para Alexandra, pero ahora... todo parecía distante y borroso. Apenas podía creer lo que estaba a punto de hacer.—¿Estás segura de esto? —preguntó Jessica, su voz llena de preocupación mientras le ajustaba el último botón del vestido.—No lo sé —susurró Alexandra, su mirada fija en el espejo frente a ella. La imagen reflejaba a una mujer que no reconocía.Vestía un elegante vestido blanco de seda, sencillo pero sofisticado, que caía suavemente sobre sus curvas. El maquillaje realzaba sus ojos grises, dándoles un brillo intenso, y su cabello color arena estaba recogido en un moño impecable. Un velo largo y fino cubría su rostro, le llegaba hasta la espalda baja.Parecía una novia… pero no una novia feliz.—Lexie… —Jessica la miró a través del espejo, su voz cargada de inquietud—.
Alexandra despertó sintiendo el peso del cansancio sobre sus hombros. Las últimas veinticuatro horas habían sido un torbellino de emociones y acontecimientos que la habían dejado agotada. El suave roce de las sábanas de seda sobre su piel le recordaba que ya no estaba en su pequeño departamento ni en la casa de Jessica. Estaba en la suite privada de Nathaniel Stravakis… su “esposo”. “Esposo”, pensó, saboreando la palabra con una mezcla de incredulidad y nerviosismo. Aún no podía asimilarlo del todo. Abrió los ojos lentamente, solo para encontrarse con la habitación bañada por la tenue luz de la mañana. Todo en ese lugar gritaba lujo: desde los muebles de diseño hasta las enormes ventanas que ofrecían una vista privilegiada de la ciudad. Pero lo que más la inquietó fue la figura que estaba de pie junto a la ventana, con una taza de café en la mano. Nathaniel. Llevaba solo unos pantalones de pijama negros, y su torso desnudo revelaba músculos bien definidos, una piel bronceada que p
La noche se había alargado más de lo esperado. Después de soportar horas de sonrisas falsas, miradas curiosas y comentarios velados, Alexandra solo quería desaparecer. Pero la pesadilla aún no terminaba. —¿Estás bien? —preguntó Nathaniel mientras abría la puerta de la habitación privada que compartían en la mansión de los Stravakis. —Sí… solo agotada —murmuró Alexandra, entrando al lujoso dormitorio.Era más grande que cualquier lugar en el que había vivido. La decoración minimalista y elegante reflejaba el estilo impecable de Nathaniel, pero también su frialdad, ahí no había nada hogareño. A pesar de la calidez de las luces tenues y de lo relajado que se veía su esposo, el ambiente estaba impregnado de tensión.Nathaniel cerró la puerta tras de sí y se quitó el saco, dejándolo cuidadosamente sobre el respaldo de una silla. Su camisa blanca estaba ligeramente desabotonada, y sus mangas arremangadas dejaban al descubierto sus fuertes antebrazos. Se veía tan peligroso como tentador.
La suave luz del amanecer se filtraba por las gruesas cortinas de la suite, acariciando la piel desnuda de Alexandra. Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la claridad, pero su mente aún estaba atrapada en los recuerdos de la noche anterior. O… mejor dicho, de las tres veces que Nathaniel la había hecho suya. Alexandra cerró los ojos, mordiéndose el labio mientras las imágenes la asaltaban sin piedad. Nathaniel no solo la había tomado una vez, sino que había reclamado cada parte de ella, haciéndola suya de maneras que jamás habría imaginado. La primera vez había sido suave, cuidadoso, casi como si temiera romperla. Pero después… después no había quedado rastro del hombre controlado. Nathaniel había despertado algo salvaje dentro de él, algo primitivo que la había consumido por completo. Recordaba sus labios deslizándose por su cuello, descendiendo por su pecho hasta encontrar sus puntos más sensibles. La forma en que sus manos la habían sujetado con firmeza, como si t
El rugido suave de los motores del jet privado llenaba el aire mientras Alexandra miraba por la ventana, observando cómo las nubes parecían deslizarse bajo ellos. La isla de Daxus aún estaba lejos, pero su mente no podía dejar de divagar, atrapada entre la tensión de la discusión que había tenido con Nathaniel y… la noche que compartieron. Sus labios aún recordaban el sabor del pecado. Sus caricias, sus besos… la manera en que la había poseído no solo con su cuerpo, sino también con su mente. Y lo peor de todo era que ella había disfrutado cada segundo. —¿Estás cómoda? —la voz de Nathaniel la sacó de su ensimismamiento. Alexandra giró la cabeza y se encontró con esos ojos dorados que la tenían prisionera. Nathaniel estaba sentado a su lado, impecable como siempre, con su camisa blanca ajustada y las mangas arremangadas, dejando ver esos antebrazos que la hacían perder la razón. —Sí —murmuró, apartando la mirada rápidamente. Pero Nathaniel no se dejó engañar. Se inclinó liger
Pensaba que Fernando estaría enojado luego de que la noche anterior hubiera rechazado entregarse a él por primera vez, pero en cambio le pediría matrimonio.Alexandra miró con alegría la sortija de matrimonio que había encontrado guardado en una pequeña cajita de terciopelo en el cajón de su novio. Tenía incrustado un diamante grande y brillante.«¡Me pedirá ser su esposa!», exclamó dentro de sí.Poco importó que no fuera exactamente como lo había imaginado, solo con saber que la quería para la eternidad era suficiente. Así que la guardó con sumo cuidado y salió de la habitación para darse una ducha.Minutos después salió del baño envuelta en una toalla, vió a su novio terminando de arreglarse la corbata para irse al trabajo.—Ya me voy, cariño. No me esperes despierta —se despidió Fernando sin mirarla.Pensó que quizás no quería levantar sospechas y por ello no le dió siquiera un beso de despedida.—¡Adiós, mi amor! —gritó tras de él, pero solo recibió el azote de la puerta como resp
Nathaniel Stravakis no solía nunca visitar a su prometida en su trabajo, respetaba sus espacios e individualidad, pero ese día tenía algo importante que hacer: pedirle que se mude con él. A sus veintiocho años, él ya estaba más que preparado para dar ese paso con su pareja, puesto que dentro de unos meses serían marido y mujer. ¿Por qué atrasar las cosas? Subió al ascensor y notó que algunos empleados se quedaron estupefactos al notar su presencia. Casi parecían aterrorizados... Y deberían. Dentro de poco, esa empresa sería suya, estaba a punto de adquirirla. Los cuchicheos no se hicieron esperar: ”Es el Diablo de los negocios". Aquello le hizo adornar sus labios con una sonrisa burlona. Su fama le precedía, y estaba bien con eso. De lo contrario, no podría haber amasado su fortuna antes de los treinta años, seguiría siendo el segundón, siempre a la sombra de su hermano mayor. Aunque eran como uña y mugre, estaba en sus genes ser competitivos, pero nunca en contra. Era algo