Una Esposa Falsa para el Magnate
Una Esposa Falsa para el Magnate
Por: F. L. Diaz
1. Dame tu virginidad

Pensaba que Fernando estaría enojado luego de que la noche anterior hubiera rechazado entregarse a él por primera vez, pero en cambio le pediría matrimonio.

Alexandra miró con alegría la sortija de matrimonio que había encontrado guardado en una pequeña cajita de terciopelo en el cajón de su novio. Tenía incrustado un diamante grande y brillante.

«¡Me pedirá ser su esposa!», exclamó dentro de sí.

Poco importó que no fuera exactamente como lo había imaginado, solo con saber que la quería para la eternidad era suficiente. Así que la guardó con sumo cuidado y salió de la habitación para darse una ducha.

Minutos después salió del baño envuelta en una toalla, vió a su novio terminando de arreglarse la corbata para irse al trabajo.

—Ya me voy, cariño. No me esperes despierta —se despidió Fernando sin mirarla.

Pensó que quizás no quería levantar sospechas y por ello no le dió siquiera un beso de despedida.

—¡Adiós, mi amor! —gritó tras de él, pero solo recibió el azote de la puerta como respuesta.

Suspiró, aliviada de estar sola para poder llamar a su amiga y contarle la buena noticia, ¡se iba a casar con el amor de su vida!

Chillando de alegría, se alistó rápidamente y llamo a su amiga. Ella contestó segundos después, sonaba adormilada.

—¿Alex, por qué me llamas tan temprano? Creí que irías con Jessica a la tienda para buscar el empleo —se quejó, y por su tono supo que el día anterior había regresado tarde a casa.

—Uy, suena como que a alguien se le pegaron las sábanas. ¿Todas las posadas en esa empresa tienen que terminar así? —preguntó con el entrecejo fruncido.

Su gruñido le dijo todo.

—Si tuvieras un jefe como el mío, créeme que preferías ahogarte en alcohol que tratar con él. Estuvo sentado viéndonos con ojos juzgones hasta que se largo, ¡es un odioso! —exclamó.

No pudo evitar reírse de su amiga, porque para Jessica, el éxito profesional lo era todo en la vida. Así que soportaba todo con tal de seguir ascendiendo en la pirámide laboral.

—Esa es la ventaja de estar desempleada —se jactó, para después añadir—: ¿Adivina quién se va a casar dentro de poco?

El jadeo de su amiga fue muy audible.

—¿No me digas que... ESTÁS HABLANDO EN SERIO? ¿Fernando te ha pedido matrimonio? —chilló su amiga.

Soltó un suspiro, y negó con la cabeza aunque sabía que su amiga no podía verla.

—No, aún no. Pero es algo obvio, le encontré una sortija de matrimonio entre sus cosas —confesó, sintiendo sus mejillas ponerse rojas por la emoción.

Jessica se rió ante eso.

—Así que le arruinaste la sorpresa, increíble. Entonces solo debes esperar a que él se arme de valor, la primera parte ya está lista. Estoy feliz por ti, amiga. Te mereces toda la felicidad que tienes ahora —dijo.

Su corazón se apretó de tristeza. Llevaba años sin poder ver a su familia desde que se había ido de su país natal, encontrar el amor con Fernando apenas llegó a Norvill había sido casi una suerte.

—Gracias, Jess. Tengo que dejarte, hoy iré a dejarme hermosa en la estética.

—Por cierto, recuerda que mi oferta para ser la asistente suplente de mi jefe sigue en pie, así yo podría tomarme las vacaciones que me tocan. Piénsalo cariño, sabes que es una buena opción.

Colgó la llamada, un poco pensativa con las palabras de su amiga. Si no hubiera descubierto la sortija de matrimonio, lo habría hecho sin dudar, pero ahora...

Se convertiría en esposa, su sueño al fin se volvería realidad. Entrada en los veinticinco, ansiaba formar su propia familia. Amaba a Fernando y jamás volvería a amar con igual intensidad.

De modo que se alistó para ir a la estética, pasó el día dejándose hermosa y cuando regreso a casa se preparó por si ese día su novio le pedía matrimonio.

Cuando él llegó de madrugada, sus esperanzas cayeron en picada. Y la noche siguiente, y la siguente, y la siguente... En la próxima semana, no le pidió matrimonio.

La embargó una gran desilusión cuando se dió cuenta que la cajita con la sortija de matrimonio ya no estaba en ese cajón, y su novio seguía llegando tarde. Ya no la tocaba. Su única excusa:

—Estoy cansado, Alex. Alguien tiene que poner el pan sobre la mesa.

Esa noche volvía a llegar tarde, pero Lexie se hartó de seguir así, por lo que encaró a Fernando apenas cruzó el umbral de la puerta.

—¿Otra vez, cariño? Ya son las dos de la mañana y... —Sin dejarla contestar, él se lanzo sobre ella y la besó con pasión.

No pudo seguir manteniendo aquella discusión, porque ansiaba sus toques y sus besos.

—Hueles a alcohol —se quejó un poco, algo incómoda. No le gustaba la idea de que su pareja esté ebrio.

—Eres mi mujer y ya es tiempo de que me cumplas —espetó, comenzando a besar su cuello y tomarla entre sus brazos con fuerza.

Sus acciones la causaron pánico. Nunca había sentido miedo de él, hasta que comenzó a jalar su pantalón para bajarlo.

—No, por favor... Así no. Primero debemos estar...

—¿Casados? —soltó él con voz burlona, y la apartó con brusquedad—. Estoy harto de esa maldita excusa, quiero follarte y muy duro, Lexie. Un hombre no puede ser tan paciente.

Ella lo miró asombrada. ¿En qué momento él se habría convertido en ese tipo de persona?

—Y no me digas que es de familia, porque sé de buena mano que no es así —dijo Fernando de repente, jacarandose—. Solo eres tú, una santurrona incapaz de darle placer a un hombre.

Su corazón se aceleró dolorosamente entre sus costillas y sintió unas terribles ganas de llorar.

—Se supone que me pedirías matrimonio, ¿por qué me dices todo eso...? —Antes de poder decir algo más, él la empujó contra la cama y comenzó a bajarle los pantalones.

—Si me das tu virginidad está noche, me casaré contigo. De lo contrario tendré que casarme con otra mujer que sí pueda darme lo que tú no —amenazó con una sonrisa lasciva.

Fernando era otra persona bajo los efectos de la cerveza, él solía ser un buen hombre en estado de sobriedad.

Él comenzó a lamer su entrada con desespero, y ella no pudo concentrarse en el placer que solía sentir cuando su pareja lo hacía. Estaba tan asustada que se quedó estática del terror.

—No, por favor, no...

Sus manos masajearon el par de mansos montículos que tenía, y su lengua siguió tratando de tentarla a caer en pecado.

Escuchó que se bajaba la bragueta, y ahí fue cuando por fin entendió lo que estaba a punto de suceder si no huía pronto...

Fernando, el que creía era el amor de su vida, la accedería carnalmente en contra de su voluntad. La persona en quien más confiaba la iba a ultrajar.

Se le rompió el alma en mil pedazos, pero logró atinarle una patada en la cara con todas sus fuerzas. Él cayó de espaldas y soltó un gemido de dolor al caer en el frío suelo.

Como pudo se volvió a vestir y corrió para salir fuera de la casa.

—¡Si te vas, no regreses, frígida! —Oyó su grito.

Tomó su celular, el bolso y salió hacia la calle sin tener idea de a dónde ir.

Su vida se había derrumbado, el cuento de hadas que había imaginado al lado de Fernando se había vuelto una pesadilla. Las lágrimas encontraron su camino por sus mejillas, y caminó inconcientemente.

—¿Por qué yo? —susurró con el corazón desgarrado.

Justo un mes antes de navidad se había quedado sin un hogar, sin su pareja y sin un centavo. Se dejó caer en calle ya sin fuerzas, y sollozó sobre sus rodillas.

¿Qué sería de su vida a partir de ahora? Si el diablo saliera de las sombras para hacerle un trato, lo haría sin dudar.

“Pobre Alexandra, ten cuidado con lo que deseas".

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