Se acercaba la Navidad, y el ambiente en la oficina de Nathaniel Stravakis estaba más tenso que nunca. Las luces festivas decoraban el lobby, pero la atmósfera en su interior no era nada alegre.
Alexandra no podía quitarse de la cabeza el descubrimiento de Fernando y Lucía. A pesar de que intentaba concentrarse en su trabajo, la imagen de su ex, sonriendo junto a su prima, le atormentaba. ¿En qué momento comenzaron a traicionarla y como es que nunca se dió cuenta? Nathaniel también tenía sus propios problemas, pues todo indicaba que su ex prometida y su tío estaban comenzando a hacer ruido en la familia. A medida que se acercaba la Navidad, las noticias de su relación secreta salían a la luz. La familia Stravakis, siempre muy unida, no tardó en enterarse. Pero nadie dijo nada, parecían esperar a ver qué sucedía. Nathaniel no podía evitar sentirse herido, no solo por la traición de Azucena, sino también por la manera en que su propio tío, que siempre le había tenido envidia, se aprovechaba de la situación. Siempre le trató con respeto hacia él como hombre de negocios (por conveniencia , claro estaba) pero ahora parecía tener otras intenciones. La nueva “pareja” tenía mucho sentido: Azucena, quien había sido parte de su vida en la infancia, siempre fue muy ambiciosa; aunque nunca imaginó que su ambición la llevaría hasta su tío. Era un golpe bajo, y Nathaniel estaba decidido a no quedarse con los brazos cruzados. Los días pasaron rápidamente, y la noticia de la relación de su tío con Azucena fue confirmada oficialmente en las redes sociales, el daño ya estaba hecho. Nathaniel había recibido una llamada del secretario familiar, quien le informó que está vez todos irían a pasar las vacaciones de Navidad en una isla privada cerca de Grecia, Daxus, un destino exclusivo y tranquilo donde la familia Stravakis solia reunirse en ocasiones. Nathaniel sabía que no podía presentarse como el único miembro solitario de la familia, especialmente con la mirada de todos sobre él. Los rumores sobre su ruptura con Azucena estaban en su apogeo, y su familia comenzaba a preguntarse qué sucedía entre ellos. Estaba decidido a no ser el “cornudo de la fiesta”, como seguramente todos los estaban viendo. ─────༻✧༺───── La casa de la tía de Alexandra estaba llena de risas, música y familiares disfrutando de la celebración. Aunque la atmósfera festiva llenaba la casa, Alexandra no podía dejar de sentirse incómoda. ¿Cómo podría disfrutar de una reunión cuando su vida estaba hecha un caos? Fernando había arruinado todo, y ahora se encontraba en una fiesta de cumpleaños, con el dolor de su traición clavado como una espina. Se acercó a la mesa de la comida, intentando aparentar que todo estaba bien. Pero no pudo evitar notar la forma en que Fernando la observaba desde el otro lado de la sala. Como si no tuviera ninguna culpa. Le dio un vistazo rápido a Lucía, su prima, que estaba con su madre, sonriendo, completamente ajena a la tormenta que se avecinaba. Alexandra tomó una copa de vino, el único consuelo en ese momento, y decidió hablar con Fernando ya envalentonada por el vino. Se acercó a él, su voz apenas audible debido al bullicio, pero lo suficientemente clara para que él la escuchara. —Fernando —dijo Alexandra con una mezcla de furia y tristeza—, nunca me has hablado con la verdad, eres una rata. Y anoche, en la llamada todo quedó claro para mí: así que no voy a darte ese dinero. Ya puedes hacerte a la idea. Fernando la miró sorprendido, pero intentó no mostrar su preocupación ocultandolo tras la mirada de desprecio que le dedicó. —Alexandra, ¿estás segura de lo que estás diciendo? No seas tan maldita. Eso es dinero que necesitamos, tú también, te fuiste sin nada de casa así como llegaste. Ese dinero es mío y es todo lo que tenemos para… —Comenzó a decir, pero ella lo interrumpió. —No, Fernando. No lo necesitas. Ninguno de nosotros lo necesita. Si quieres algo, lucha por tu cuenta, como siempre has hecho. Pero no te lo voy a dar. Ni a ti, ni a Lucía. —El tono de Alexandra fue firme y sin espacio para más negociaciones. Fernando la miró en silencio, pero Alexandra lo dejó allí, sin más palabras. Él nunca había pensado que ella fuera a oponer tanta resistencia para retirar el dinero, siempre fue fácil de manipular. «Te tengo envuelta en mi dedo, ya cederas», susurró con burla Fernando. La atmósfera se volvió más densa cuando Lucía se acercó en la sala, con una sonrisa calculadora y la mano en su abdomen. Al ver a Alexandra en la esquina de la sala, no dudó en acercarse, con esa actitud arrogante que la caracterizaba. —¿Vas a quedarte callada todo el día, Lexie? —le dijo Lucía con voz dulce, pero la burla era palpable. Todos a su alrededor se callaron para escuchar. Alexandra la miró, tratando de mantener la calma, pero su rabia comenzaba a desbordarse. Ella se estaba buscando que la asesine y entierre frente a todos. —No sé de qué hablas —respondió Alexandra, con una sonrisa forzada. Lucía no perdía la oportunidad de humillarla. —Oh, claro, seguro que no sabes. —Lucía se acomodó con un gesto teatral, pasando la mano sobre su vientre aún plano—. Pero yo sí sé. Sé que Fernando y yo vamos a tener un hijo. Y tú, bueno... ¿A ti qué te queda? Solo quedarte aquí, como siempre, mirando cómo todo me va mejor. Me lo debes. Alexandra apretó los puños, pero no permitió que la rabia la controlara. Sabía que Lucía intentaba provocarla, y no iba a darle ese placer. Ella quería verla destruida. —Fernando siempre ha sido un buen hombre. ¿Por qué lo dejarías ir? Yo me quedé con él, y tenemos un futuro por delante. —Lucía sonrió, como si acabara de ganar la batalla, y luego se giró, dejando a Alexandra con una sensación amarga en la boca del estómago. —Eso, quédate con mis sobras —murmuró ella con odio, tenía ganas de tomarla del cabello y azotarla contra la pared Alexandra se quedó quieta en su lugar, mirando a la pareja feliz, tan insensibles a todo lo que había pasado. Sin embargo, no podía evitar sentir cómo la humillación la quemaba por dentro. Lo que más le dolía no era lo que Lucía decía, sino que todo lo que había hecho por amor a Fernando fue una pérdida de tiempo para que alguien más recoja los frutos. Entonces vió su anillo en la mano de su prima Lucia. Era el anillo que estaba en el cajón de su ex novio. Algo dentro de ella se rompió en ese momento, pero también algo se fortaleció. Sabía que no podía seguir siendo la persona que Fernando pensaba que era. Ya no más. Y no se quedaría sentada a ver cómo se reían sobre sus pedazos, los haría pagar lágrima por lágrima. ─────༻✧༺───── Nathanael se reclinó en su escritorio, mirando por la ventana de su oficina. Alexandra estaba ahí, organizando documentos, ajena al caos que se avecinaba. La veía como siempre, concentrada y perfecta en su trabajo, aunque había algo en ella que lo desconcertaba. Se había vuelto más confiada en los últimos días, y aunque no había vuelto a mencionar a Fernando, algo en su actitud había cambiado. El día anterior la había visto llorar desconsolada y ella por fin le habla cotado lo que él desgraciado se su ex había hecho. Ambos estaban rotos. Ambos fueron traicionados. Ambos necesitaban... Fue entonces cuando la idea cruzó su mente. "Venganza", pensó. No solo quería hacerle frente a su tío y Azucena, sino también borrar el recuerdo de Fernando de la vida de Alexandra. Necesitaba una esposa, una que no solo fuera una fachada, sino alguien que realmente pudiera hacerle sentir aunque solo sea deseo, no quería volver a estar con una mujer interesada y superficial como su ex. Alexandra era la persona perfecta. Decidido, se levantó de su silla y caminó hacia ella. —Lexie —dijo con una calma calculada, haciéndola voltear—. Necesito que me ayudes. Alexandra frunció el ceño, algo intrigada por la seriedad de su tono. —Claro, señor Stravakis. ¿Qué sucede? —preguntó, sin dejar de ordenar unos papeles. Nathaniel la observó por un momento, la tensión en sus músculos aumentando con cada segundo que pasaba en silencio. Finalmente, decidió lanzarse. —Cásate conmigo. Alexandra levantó la vista, desconcertada. ¿Qué estaba diciendo? No podía ser cierto. Quizás estaba borracho o no pensaba bien las cosas después de estar sumido en tanta presión mediática. —¿Perdón? —respondió, incapaz de ocultar su sorpresa. Nathaniel respiró hondo, sin apartar la mirada de ella. —Es simple, Lexie. Con Azucena y mi tío liados, todos pensarán que soy el cornudo de la casa, y no quiero que eso me defina. Necesito que todo el mundo crea que estás conmigo, que somos una pareja feliz. Así nadie me preguntará sobre mi relación con Azucena. Por eso: quiero que seas mi esposa falsa. Alexandra se quedó en silencio, pensando en todas las razones por las que debería rechazar la propuesta. "Esto no debería suceder, porque... él es mi jefe, ¿qué diría Jessica?" Pero al mismo tiempo, había algo en la propuesta que la tentaba. No solo estaba hartada de Fernando, sino también de lo que la vida le había dado. Podía hacer esto. Podía ser alguien más, alguien fuerte. Además, estar al lado de Nathaniel Stravakis le daría todo lo que deseaba… poder, respeto y quizás, algo que nunca había imaginado: una oportunidad para probarse a sí misma. Finalmente, suspiró y levantó la vista hacia él. —¿Qué es lo tengo que hacer? —preguntó con decisión, su corazón acelerándose por la decisión que había tomado. Jamás hubiera pensado que sería capaz de hacer algo así. Pero tampoco he habría imaginado que su propia prima se metería con su novio. Nathaniel sonrió ligeramente, y en su expresión había un brillo de satisfacción. Sabía que ella lo haría. —Solo sé tú misma. Actúa como si fueras mi esposa, y lo serás —respondió, su voz firme—. Solo hay una regla que debes seguir: nada de amor. Lo primero era fácil. ¿Lo segundo? misión imposible. Pero... —Lo haré. Alexandra Bennett acaba de hacer un trato con el Diablo.El frío de diciembre cubría la ciudad como un manto de escarcha. Las luces navideñas adornaban ya las calles de Norvill, brillando con colores cálidos y festivos.En otros tiempos, esta era la época favorita para Alexandra, pero ahora... todo parecía distante y borroso. Apenas podía creer lo que estaba a punto de hacer.—¿Estás segura de esto? —preguntó Jessica, su voz llena de preocupación mientras le ajustaba el último botón del vestido.—No lo sé —susurró Alexandra, su mirada fija en el espejo frente a ella. La imagen reflejaba a una mujer que no reconocía.Vestía un elegante vestido blanco de seda, sencillo pero sofisticado, que caía suavemente sobre sus curvas. El maquillaje realzaba sus ojos grises, dándoles un brillo intenso, y su cabello color arena estaba recogido en un moño impecable. Un velo largo y fino cubría su rostro, le llegaba hasta la espalda baja.Parecía una novia… pero no una novia feliz.—Lexie… —Jessica la miró a través del espejo, su voz cargada de inquietud—.
Alexandra despertó sintiendo el peso del cansancio sobre sus hombros. Las últimas veinticuatro horas habían sido un torbellino de emociones y acontecimientos que la habían dejado agotada. El suave roce de las sábanas de seda sobre su piel le recordaba que ya no estaba en su pequeño departamento ni en la casa de Jessica. Estaba en la suite privada de Nathaniel Stravakis… su “esposo”. “Esposo”, pensó, saboreando la palabra con una mezcla de incredulidad y nerviosismo. Aún no podía asimilarlo del todo. Abrió los ojos lentamente, solo para encontrarse con la habitación bañada por la tenue luz de la mañana. Todo en ese lugar gritaba lujo: desde los muebles de diseño hasta las enormes ventanas que ofrecían una vista privilegiada de la ciudad. Pero lo que más la inquietó fue la figura que estaba de pie junto a la ventana, con una taza de café en la mano. Nathaniel. Llevaba solo unos pantalones de pijama negros, y su torso desnudo revelaba músculos bien definidos, una piel bronceada que p
La noche se había alargado más de lo esperado. Después de soportar horas de sonrisas falsas, miradas curiosas y comentarios velados, Alexandra solo quería desaparecer. Pero la pesadilla aún no terminaba. —¿Estás bien? —preguntó Nathaniel mientras abría la puerta de la habitación privada que compartían en la mansión de los Stravakis. —Sí… solo agotada —murmuró Alexandra, entrando al lujoso dormitorio.Era más grande que cualquier lugar en el que había vivido. La decoración minimalista y elegante reflejaba el estilo impecable de Nathaniel, pero también su frialdad, ahí no había nada hogareño. A pesar de la calidez de las luces tenues y de lo relajado que se veía su esposo, el ambiente estaba impregnado de tensión.Nathaniel cerró la puerta tras de sí y se quitó el saco, dejándolo cuidadosamente sobre el respaldo de una silla. Su camisa blanca estaba ligeramente desabotonada, y sus mangas arremangadas dejaban al descubierto sus fuertes antebrazos. Se veía tan peligroso como tentador.
La suave luz del amanecer se filtraba por las gruesas cortinas de la suite, acariciando la piel desnuda de Alexandra. Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la claridad, pero su mente aún estaba atrapada en los recuerdos de la noche anterior. O… mejor dicho, de las tres veces que Nathaniel la había hecho suya. Alexandra cerró los ojos, mordiéndose el labio mientras las imágenes la asaltaban sin piedad. Nathaniel no solo la había tomado una vez, sino que había reclamado cada parte de ella, haciéndola suya de maneras que jamás habría imaginado. La primera vez había sido suave, cuidadoso, casi como si temiera romperla. Pero después… después no había quedado rastro del hombre controlado. Nathaniel había despertado algo salvaje dentro de él, algo primitivo que la había consumido por completo. Recordaba sus labios deslizándose por su cuello, descendiendo por su pecho hasta encontrar sus puntos más sensibles. La forma en que sus manos la habían sujetado con firmeza, como si t
El rugido suave de los motores del jet privado llenaba el aire mientras Alexandra miraba por la ventana, observando cómo las nubes parecían deslizarse bajo ellos. La isla de Daxus aún estaba lejos, pero su mente no podía dejar de divagar, atrapada entre la tensión de la discusión que había tenido con Nathaniel y… la noche que compartieron. Sus labios aún recordaban el sabor del pecado. Sus caricias, sus besos… la manera en que la había poseído no solo con su cuerpo, sino también con su mente. Y lo peor de todo era que ella había disfrutado cada segundo. —¿Estás cómoda? —la voz de Nathaniel la sacó de su ensimismamiento. Alexandra giró la cabeza y se encontró con esos ojos dorados que la tenían prisionera. Nathaniel estaba sentado a su lado, impecable como siempre, con su camisa blanca ajustada y las mangas arremangadas, dejando ver esos antebrazos que la hacían perder la razón. —Sí —murmuró, apartando la mirada rápidamente. Pero Nathaniel no se dejó engañar. Se inclinó liger
Pensaba que Fernando estaría enojado luego de que la noche anterior hubiera rechazado entregarse a él por primera vez, pero en cambio le pediría matrimonio.Alexandra miró con alegría la sortija de matrimonio que había encontrado guardado en una pequeña cajita de terciopelo en el cajón de su novio. Tenía incrustado un diamante grande y brillante.«¡Me pedirá ser su esposa!», exclamó dentro de sí.Poco importó que no fuera exactamente como lo había imaginado, solo con saber que la quería para la eternidad era suficiente. Así que la guardó con sumo cuidado y salió de la habitación para darse una ducha.Minutos después salió del baño envuelta en una toalla, vió a su novio terminando de arreglarse la corbata para irse al trabajo.—Ya me voy, cariño. No me esperes despierta —se despidió Fernando sin mirarla.Pensó que quizás no quería levantar sospechas y por ello no le dió siquiera un beso de despedida.—¡Adiós, mi amor! —gritó tras de él, pero solo recibió el azote de la puerta como resp
Nathaniel Stravakis no solía nunca visitar a su prometida en su trabajo, respetaba sus espacios e individualidad, pero ese día tenía algo importante que hacer: pedirle que se mude con él. A sus veintiocho años, él ya estaba más que preparado para dar ese paso con su pareja, puesto que dentro de unos meses serían marido y mujer. ¿Por qué atrasar las cosas? Subió al ascensor y notó que algunos empleados se quedaron estupefactos al notar su presencia. Casi parecían aterrorizados... Y deberían. Dentro de poco, esa empresa sería suya, estaba a punto de adquirirla. Los cuchicheos no se hicieron esperar: ”Es el Diablo de los negocios". Aquello le hizo adornar sus labios con una sonrisa burlona. Su fama le precedía, y estaba bien con eso. De lo contrario, no podría haber amasado su fortuna antes de los treinta años, seguiría siendo el segundón, siempre a la sombra de su hermano mayor. Aunque eran como uña y mugre, estaba en sus genes ser competitivos, pero nunca en contra. Era algo
Los primeros días de Alexandra en la oficina de Nathaniel Stravakis fueron un completo desastre. Si no confundía los horarios de sus reuniones, olvidaba imprimir documentos importantes o terminaba derramando café sobre informes clave. Su torpeza parecía no tener fin, y más de una vez pensó que sería despedida antes de completar su primera semana. —¿Se te ocurre alguna otra forma de arruinar mi día? —espetó Nathaniel después de que ella entregara un informe incompleto a uno de sus clientes más importantes. Su voz era fría, cortante, pero sus ojos… sus ojos dorados brillaban con fastidio y algo más. ¿Desafío? —Lo siento, señor Stravakis. No volverá a ocurrir —dijo Alexandra con la cabeza gacha, sintiendo cómo el calor de la vergüenza le subía hasta las mejillas. Pero no era una mujer que se rendía fácilmente. Esa misma noche, se quedó hasta tarde para revisar todos los informes del día siguiente y memorizó la agenda de Nathaniel como si su vida dependiera de ello. Al día siguien