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Capitulo 6. Un sheriff de temer

—¿Qué pudiste obtener de la señorita?

—Nada, solo que se llama Rouse LeRoy —Niega —.   Jesey, necesito que la vigiles muy bien.

—¿Crees que sea capaz de escaparse de nuevo?

—Es una posibilidad, no puedo permitir que se marche sin antes saber de dónde viene. Presiento que está ocultando muchas cosas importantes, y sospecho que su estadía en el pueblo nos traerá ciertas complicaciones.

—Tom, deberías dejarla marchar. Puede traer problemas si la retenemos aquí, somos un pueblo tranquilo. La gente ya anda comentando sobre la forastera, quizás es mejor que la dejes ir en cuanto pueda montar. No me importa el servicio que le preste.

—A mí si me importa, la señorita no sé ira de aquí hasta que yo lo diga —El sheriff toca la punta de su sombrero —. Mándame a llamar si sucede algo.

—Hazme caso Tom, lo más conveniente para todos es que esa señorita se marche del pueblo.

—Lo pensaré, pero de momento, la señorita LeRoy se queda.

El doctor asiente mientras lo ve marcharse, luego aplana los labios y niega. Creía que esa muchacha solo traería desgracia, pero el sheriff era quien tenía la última palabra. Contaba con que no se estuviera equivocando con su decisión.

[…]

Ese sheriff le iba a traer muchas complicaciones si no se iba lo más pronto posible de ese pueblo, <Coloma> le dice su voz interior, había escuchado hablar sobre él. Y también acerca de la tranquilidad que residía en el mismo, se corría el rumor que el nuevo sheriff de ese lugar era implacable.

Había conseguido alejar a cualquier bandido que llegase al pueblo, realmente, se decía que era el mejor de muchos a los alrededores. Incorruptible, y eso ameritaba un serio problema para los bandidos, no era como otros sheriffs, que con unas cuantas monedas dejaban que hiciera lo que se les diera la gana.

Tom Wesley era tan diferente, Rouse oyó mucho sobre él, siempre se dijo que sería el último pueblo al que llegaría. De hecho lo evito numerosísimas veces, ese hombre no era catalogado por darle buenas bienvenidas a los forasteros. Pero allí estaba, en el maldito pueblo, atrapada y sin posibilidad de poder largarse.

Ese sheriff jamás la dejaría ir por las buenas, no sin antes de que le contará todo lo que deseará saber.

—¡Maldita sea! —Musita en voz baja.

Rouse mira la luz del día por la ventana, era imprescindible que saliera de ese pueblo…

[…]

Tom caminaba, bajó los primeros rayos del sol, se encaminaba hasta la comisaria, cuando por la calle se encontró con un pequeño niño. Era quien se encaraba de lustrar los zapatos de los que podían darse ese lujo.

—¡Sheriff! ¡Sheriff! ¿Es cierto que ha encontrado a una mujer desnuda en el desierto?

—Ve a casa, niño —Le contesta sin siquiera verlo.

—¿Pero lo estaba?

—Si no te vas a casa, te juro que te daré una buena tunda —Tom se detiene para mirarlo.

—Sí, sí, ya me voy.

El niño sale corriendo junto con sus utensilios de limpieza. Tom ajusta el sobretodo y continúa caminando. Era obvio que todos estuvieran al tanto sobre la llegada de esa mujer, pero después se ocuparía de acallar los rumores. No deseaba que se corriera el rumor de que había llegado una forastera medio desnuda al pueblo y de paso malherida.

Al entrar en la comisaria, saluda su mano derecha…

—Buenos días, Harry.

—¡Sheriff! —Se pone en pie —. La noche estuvo bastante tranquila.

—Ya puedes soltarlos a todos los prisioneros, pero déjales una advertencia a cada uno.

—Sí, enseguida.

Tom se sienta detrás de su escritorio y saca un fajo de carteles donde aparecen los rostros de muchos forajidos, junto con una cuantiosa recompensa en la parte baja. Revisa uno por uno, pero hasta donde recordaba, no había visto a una mujer entre esos panfletos. Era muy raro encontrarse con una mujer como una bandida.

No obstante, no se podía decir que no existieran, desde luego, que si había muchas mujeres que les gustaba saltarse las leyes. Y por una extraña razón, sospechaba que la señorita LeRoy era una de ellas, por el simple hecho de que apareciera de la nada y toda malherida hablaba mucho de ella.

Era una razón importante para no dejarla ir, si era una bandida, le aplicaría justicia. Si fue a parar justamente en su pueblo, pues ya debía de darse por vencida de que no continuaría con su vida de libertinaje. Y si estaba equivocado, y simplemente, la mujer solo fue asaltada, entonces se disculparía y le concedería su libertad.

Tom revisó hasta el último impreso, algunos estaban tan desgastados que a duras penas conseguía ver el rostro del forajido. Pero era consciente de que todos eran hombres, le iba a tocar mandar a pedir el nuevo listado de bandidos para estar al tanto. Y si en alguno de ellos aparecía la señorita misteriosa, entonces, estaría en serios problemas.

—¿Qué está buscando sheriff? —Harry le pregunta al verlo revisar los papeles.

—Necesito que solicites el nuevo listado de bandidos, lo más pronto posible.

—Eso tomará un par de días, sheriff. El tren de la ciudad de Tombstone llegará en ese tiempo, al menos un día de viaje me tomaría en llegar a la ciudad para pedir su encomienda.

—Entonces, será mejor que partas de una vez. Necesito ese listado cuanto antes.

—De acuerdo, sheriff.

—Toma el mejor caballo, y no vayas desarmado.

—Sí, sheriff. Saldré en seguida.

Tom asiente al ver partir a su compañero, Harry se podría valer por sí solo en caso de que se le presentará algo. Era lo bastante astuto como para no dejar que lo mataran, al menos el pedido pronto estaría hecho y él descubriría quien era esa mujer.

[…]

Esa tarde, Rouse estaba dispuesta a ponerse en pie. Si prolongaba su estadía en esa cama, jamás conseguiría levantarse. Estar todo un día postrada en un camastro no era su ideal salida de allí, además, mientras más tiempo perdure en Coloma, la deuda que tenía con el sheriff acrecentaría.

Eso no podía suceder, fuera de ello, debía encontrar el modo de fugarse del pueblo y en caso de que no pudiera hacerlo, al menos tratar de pagarle al maldito del sheriff, de esa manera verse librada de él. Al sentarse en la cama, de inmediato siente una fuerte punzada en el costado, pero se la aguanta.

Unas horas antes, una mujer había entrado en el cuarto para dejarle un vestido sobre una silla. Aunque le advirtió que no estaba segura de que le quedara, y también le sugirió que no se levantara debido a las heridas en su cuerpo. Pero Rouse no estaba dispuesta a dejarse vencer por esas heridas, con determinación logro ponerse en pie aun cuando le dolía a horrores la planta de los mismos, tomó  el vestido y lo observo.

—Demonios, ni siquiera es de mi gusto —Masculla soltando el aliento.

Pero eso era mejor, a tener que seguir estando en ropa interior, era molesto que el imbécil del sheriff la estuviera viendo desnuda. Ya tenía suficiente con que la encontrará en el desierto, casi sin nada de ropa.

La rubia observa aquel ajustado corsé, dudaba que pudiera usarlo. No de momento. Así que se vistió con lo que podía usar, no era lo mismo utilizar corsé con esos vestidos, pero se las arreglaría hasta que ya no sintiera dolor.

Ajusto por delante las trenzas del vestido, lo más que podía soportar, e hizo un nudo resistente para que no se soltara cuando caminara.  Era un vestido de criada algo manchado, no era el que solían utilizar las mujeres de sociedad. Rouse suelta el aliento, toma las botas vaqueras marrones que la mujer dejo para ella y por suerte eran una talla más. Lo que le daba la ventaja, ya que sus pies estaban vendados.

Bueno, ya estaba lista para salir de esa casa y tratar de buscar la manera de hacerse con algo de dinero para salir de ese pueblo…

En cuanto se disponía salir del cuarto, la puerta se abre, dejando pasar al mismísimo Tom Wesley, quien de pies a cabeza la miró todo asombrado.

—¿A dónde cree que va?

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