Capítulo 2

COLETTE BAKER

El hombre se gira dejándose caer más sobre el suelo, está apenas consciente, limpió la herida y comienzo con la extracción de las balas, luego de detener un poco el sangrado, toco su frente y siento su piel ardiendo como lava.

Tienes fiebre, esto ayudará, pero necesitamos llevarte al hospital, soy doctora, tranquilo —balbuceo.

Intento alejar mi mano de su toque y noto que levanta su mano, envolviendo la mía con la suya, sus ojos penetrantes se anclan en los míos, sus pupilas están dilatadas y sus labios secos.

Lanai… —susurra en tono hosco.

Te pondrás bien —miro a mi alrededor—. No tengo anestesia, por lo que dolerá.

Mi mano tiembla un poco, cierro los ojos y respiro profundo, lo he hecho miles de veces, tranquila, comienzo con un corte recto con el bisturí, extraigo lo que queda de una.

Estás embarazada —su voz suena hueca y pastosa.

Él observa fijamente mi enorme vientre.

Soy médico, tranquilo, sé lo que hago —le aseguro terminando.

Él no volvió a quejarse mientras terminaba, esta clase de dolor sin anestesia suele ser un infierno, sin embargo, este hombre lo ha soportado, es como si no temiera al dolor, como si estuviera acostumbrado a esta tortura.

Listo, ahora tengo que llevarte…

Mis palabras se quedan ahogadas con el sonido estridente del rechinar de unas llantas, varios pasos se escuchan a mis espaldas, el hombre intenta moverse, pero no puede.

—¿Desde cuándo dejas que te salve una mujer? Roan —dice una voz ronca.

Todo sucede en cuestión de segundos, el tipo de negro apunta directo al herido, pero lo protejo con mi cuerpo, sintiendo los impactos de bala, deseando que todo esto fuese una pesadilla. El dolor es punzante y potente, una descarga de chispas de la misma sensación se dispara por todo mi cuerpo y entonces todo se vuelve oscuro, al tiempo que escucho el grito de alguien.

—¡M*****a mujer!

Un disparo más.

[…]

 

ROAN FIORI

No le temo a la muerte, nunca lo he hecho, sin embargo, es la primera vez que temo por la vida de otra persona ajena a mi mundo, a mi organización y a todo lo relacionado conmigo, una emboscada por parte de los griegos, es lo que me trajo hasta aquí, y ahora, veo cómo han disparado a una mujer embarazada.

Un impacto de bala le fue dado cerca de la cabeza, veo en cámara lenta como su cabello castaño se cubre por una fina línea de sangre, al tiempo que la luz que había en sus ojos verdes, se va apagando hasta que su mirada es casi negra y vacía, como mi interior.

—¡M*****a mujer! —grita uno de los griegos.

 Ella me protegió con su cuerpo y me siento rabioso por no poder hacer algo, mi cuerpo no reacciona, m*****a sea. El griego la observa con determinación, vuelve a apuntarle con el arma, conozco a la perfección esa mirada, la va a rematar, cuento los segundos esperando lo peor, porque después de que lo haga, vendrá hacia mí.

El sonido del disparo llega, pero es el cuerpo del griego que cae al suelo con una perfecta perforación en el cráneo, uno de mis hombres aparece detrás y los demás rodean la zona.

—¡Don! —grita mi Sottocapo Renzo.

La ola de calor que recorre mi cuerpo, hace que me sienta débil y casi inconsciente, aunque me obligo a seguir despierto, mis músculos se entumecen. Renzo llega hasta mí al tiempo que mi Consigliere, hace un recuento de los daños.

Los malditos griegos —susurro.

Tranquilo, te llevaremos enseguida a un hospital.

Las balas estaban envenenadas —apunta Renzo.

Dejo caer mi espalda con la necesidad de tener a esos desgraciados en mis manos, van a pagar por lo que hicieron, eso es un hecho.

—¿Y la mujer? —pregunto con un sabor amargo en la boca.

Al parecer ella recibió el ataque directo que iba en tu contra —comenta mi Sottocapo.

Asiento con un dolor en el pecho que comprime el aire en mis pulmones, el veneno hace su efecto y me siento desmayar.

La mujer… llévenla conmigo al hospital de la mafia —demando rechinando los molares.

Don, ¿estás seguro? —Renzo, quien no solo es mi Sottocapo, sino, mi mejor amigo, me mira con un fruncimiento letal en la mirada.

Se hace lo que ordeno sin poner excusas.

El aire me falta, las voces de mis hombres se convierten en un fuerte eco que resuena por mi cabeza, las imágenes de aquella mujer que se parece tanto a Lanai, se repasan en mi memoria como si fuera una cinta de película.

—¿Lo haces por qué te salvó la vida, o porque se parece a ella?

No respondo, dejo que la pregunta flote en el aire, cierro los ojos y me hundo en la oscuridad a la que llevo tantos años acostumbrado, dejando en medio de la incertidumbre, el destino de aquella mujer que, aun estando embarazada, se arriesgó por mí, un mafioso poderoso, hijo del capo de la mafia siciliana.

[...]

Cuando despierto, revivo una y otra vez lo sucedido por la noche. Las paredes blancas mezcladas con el olor antiséptico del hospital, me ponen de mal humor. Poco a poco me incorporo, mi cuerpo sigue estando débil.

 

Por fin despiertas —la voz de Renzo hace que espabile—. Don, todo está bien.


—¿Qué sucedió?

 

Como te habíamos dicho antes del ataque, las balas estaban envenenadas, pero los médicos ya han hecho todo para salvarte, no tienes nada de qué preocuparte —me explica y miro por la ventana.

 

No me refiero a mí, sino a la mujer que me salvó la vida —decirlo, deja que se sienta extraño.

 

Esa mujer es tonta al haberse interpuesto entre tú y el griego, estando embarazada, las balas que recibió, de igual modo estaban envenenadas, está en urgencias, no te voy a mentir, su estado es crítico debido a su estado de embarazo.

 

Me pongo rígido y trato de mantener la calma.

 

Le tuvieron que practicar una cesárea debido a las circunstancias, ella tuvo gemelos, de no haberlo hecho antes, la toxina hubiera atacado el sistema de los bebés, pero al parecer todo lo recibió el cuerpo de la madre —se pone rígido y su gesto tranquilo se desvanece—. No saben si va a sobrevivir, ella necesita cuidados y un tratamiento que no tenemos aquí, en este hospital.

 

Me quedo callado, esa mujer me salvó la vida, lo hace como mis hombres, solo que en ellos se infunde temor, y se les paga, en cambio, ella, olvidó por un segundo su estado, arriesgando así su vida e incluso la de sus dos hijos. Si algo he aprendido de mi padre desde que tengo uso de razón, es que un Fiore nunca tiene deudas con nadie. Le debo esto.

 

Pide que la trasladen a uno de los mejores hospitales en Sicilia —demando.

 

Don, ¿qué planeas?

 

La puerta se abre y enseguida entra mi Consigliere.

 

Don, me da gusto que se encuentre bien.

 

Le lanzo una mirada amenazante, ambos saben bien que no me gusta que me pongan excusas sobre las mesa o que duden de mis decisiones cuando nunca he tenido una sola falla en nuestra organización.

 

He ordenado algo y eso se hace.

 

Es peligroso, los griegos estarán a su caza, después de esta noche, no lo dudo, ¿y qué piensas hacer con sus hijos?

 

Sello mis labios, mi mente comienza a maquinar las cosas, no importa qué es lo que digan, ella me salvo la vida, se lo debo y punto final. El consejero sale dejándonos a solas una vez que toma nota de mis demandas, y Renzo merma el espacio entre los dos.

 

Es por ella, ¿cierto? No lo haces por esa mujer, lo haces porque tiene un parecido a…

 

Sabes bien que no me gusta hablar de ese tema.

 

Lo tengo en cuenta.

 

Luego de un par de minutos, me deja a solas, para que pueda descansar, más tarde, me avisan que la mujer ya está siendo trasladada en helicóptero a la base del avión privado, en donde tendrá todas las comodidades.

 

—¿Y ahora qué piensas hacer?

 

Volteo a ver a Renzo.

 

Quiero ver a los niños.

 

Como ordenes —Renzo sale de la habitación.

 

Tenso el cuerpo en los minutos en los que me quedo a solas, esperando, sin tener las fuerzas suficientes todavía, cuando llega con una enfermera, que carga a los niños.

 

Señor, aquí están.

 

Los niños lloran a todo pulmón, cuando me los acercan, pido cargarlos en brazos, al instante, ellos dejan de llorar, detallo sus rostros regordetes y rosados, ellos son rubios, de un rubio muy parecido al mío, y sus ojos… son verdes, del mismo color que los de aquella mujer, observo un poco más de tiempo sus rasgos, es curioso, y creo que me estoy volviendo loco, pero juraría que ellos incluso tienen la misma nariz respingona que yo.

 

—¿Qué es lo que ves? —Renzo frunce el ceño.

 

Ellos se parecen mucho a mí…

 

—¡Señor!

 

La puerta se abre de golpe y enseguida entra corriendo uno de mis Antonegra.

 

—¿Qué sucede?

Mi Don, siento informarle que el hospital al que hemos trasladado a la mujer, fue bombardeado por los griegos, al parecer pensaron que era usted quien había ingresado.

La mujer —tenso el cuerpo.

Ella estaba dentro, el lugar ha quedado destruido por completo.

 

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