COLETTE BAKER
El hombre se gira dejándose caer más sobre el suelo, está apenas consciente, limpió la herida y comienzo con la extracción de las balas, luego de detener un poco el sangrado, toco su frente y siento su piel ardiendo como lava.
—Tienes fiebre, esto ayudará, pero necesitamos llevarte al hospital, soy doctora, tranquilo —balbuceo.
Intento alejar mi mano de su toque y noto que levanta su mano, envolviendo la mía con la suya, sus ojos penetrantes se anclan en los míos, sus pupilas están dilatadas y sus labios secos.
—Lanai… —susurra en tono hosco.
—Te pondrás bien —miro a mi alrededor—. No tengo anestesia, por lo que dolerá.
Mi mano tiembla un poco, cierro los ojos y respiro profundo, lo he hecho miles de veces, tranquila, comienzo con un corte recto con el bisturí, extraigo lo que queda de una.
—Estás embarazada —su voz suena hueca y pastosa.
Él observa fijamente mi enorme vientre.
—Soy médico, tranquilo, sé lo que hago —le aseguro terminando.
Él no volvió a quejarse mientras terminaba, esta clase de dolor sin anestesia suele ser un infierno, sin embargo, este hombre lo ha soportado, es como si no temiera al dolor, como si estuviera acostumbrado a esta tortura.
—Listo, ahora tengo que llevarte…
Mis palabras se quedan ahogadas con el sonido estridente del rechinar de unas llantas, varios pasos se escuchan a mis espaldas, el hombre intenta moverse, pero no puede.
—¿Desde cuándo dejas que te salve una mujer? Roan —dice una voz ronca.
Todo sucede en cuestión de segundos, el tipo de negro apunta directo al herido, pero lo protejo con mi cuerpo, sintiendo los impactos de bala, deseando que todo esto fuese una pesadilla. El dolor es punzante y potente, una descarga de chispas de la misma sensación se dispara por todo mi cuerpo y entonces todo se vuelve oscuro, al tiempo que escucho el grito de alguien.
—¡M*****a mujer!
Un disparo más.
[…]
ROAN FIORI
No le temo a la muerte, nunca lo he hecho, sin embargo, es la primera vez que temo por la vida de otra persona ajena a mi mundo, a mi organización y a todo lo relacionado conmigo, una emboscada por parte de los griegos, es lo que me trajo hasta aquí, y ahora, veo cómo han disparado a una mujer embarazada.
Un impacto de bala le fue dado cerca de la cabeza, veo en cámara lenta como su cabello castaño se cubre por una fina línea de sangre, al tiempo que la luz que había en sus ojos verdes, se va apagando hasta que su mirada es casi negra y vacía, como mi interior.
—¡M*****a mujer! —grita uno de los griegos.
Ella me protegió con su cuerpo y me siento rabioso por no poder hacer algo, mi cuerpo no reacciona, m*****a sea. El griego la observa con determinación, vuelve a apuntarle con el arma, conozco a la perfección esa mirada, la va a rematar, cuento los segundos esperando lo peor, porque después de que lo haga, vendrá hacia mí.
El sonido del disparo llega, pero es el cuerpo del griego que cae al suelo con una perfecta perforación en el cráneo, uno de mis hombres aparece detrás y los demás rodean la zona.
—¡Don! —grita mi Sottocapo Renzo.
La ola de calor que recorre mi cuerpo, hace que me sienta débil y casi inconsciente, aunque me obligo a seguir despierto, mis músculos se entumecen. Renzo llega hasta mí al tiempo que mi Consigliere, hace un recuento de los daños.
—Los malditos griegos —susurro.
—Tranquilo, te llevaremos enseguida a un hospital.
—Las balas estaban envenenadas —apunta Renzo.
Dejo caer mi espalda con la necesidad de tener a esos desgraciados en mis manos, van a pagar por lo que hicieron, eso es un hecho.
—¿Y la mujer? —pregunto con un sabor amargo en la boca.
—Al parecer ella recibió el ataque directo que iba en tu contra —comenta mi Sottocapo.
Asiento con un dolor en el pecho que comprime el aire en mis pulmones, el veneno hace su efecto y me siento desmayar.
—La mujer… llévenla conmigo al hospital de la mafia —demando rechinando los molares.
—Don, ¿estás seguro? —Renzo, quien no solo es mi Sottocapo, sino, mi mejor amigo, me mira con un fruncimiento letal en la mirada.
—Se hace lo que ordeno sin poner excusas.
El aire me falta, las voces de mis hombres se convierten en un fuerte eco que resuena por mi cabeza, las imágenes de aquella mujer que se parece tanto a Lanai, se repasan en mi memoria como si fuera una cinta de película.
—¿Lo haces por qué te salvó la vida, o porque se parece a ella?
No respondo, dejo que la pregunta flote en el aire, cierro los ojos y me hundo en la oscuridad a la que llevo tantos años acostumbrado, dejando en medio de la incertidumbre, el destino de aquella mujer que, aun estando embarazada, se arriesgó por mí, un mafioso poderoso, hijo del capo de la mafia siciliana.
[...]
Cuando despierto, revivo una y otra vez lo sucedido por la noche. Las paredes blancas mezcladas con el olor antiséptico del hospital, me ponen de mal humor. Poco a poco me incorporo, mi cuerpo sigue estando débil.
—Por fin despiertas —la voz de Renzo hace que espabile—. Don, todo está bien.
—¿Qué sucedió?
—Como te habíamos dicho antes del ataque, las balas estaban envenenadas, pero los médicos ya han hecho todo para salvarte, no tienes nada de qué preocuparte —me explica y miro por la ventana.
—No me refiero a mí, sino a la mujer que me salvó la vida —decirlo, deja que se sienta extraño.
—Esa mujer es tonta al haberse interpuesto entre tú y el griego, estando embarazada, las balas que recibió, de igual modo estaban envenenadas, está en urgencias, no te voy a mentir, su estado es crítico debido a su estado de embarazo.
Me pongo rígido y trato de mantener la calma.
—Le tuvieron que practicar una cesárea debido a las circunstancias, ella tuvo gemelos, de no haberlo hecho antes, la toxina hubiera atacado el sistema de los bebés, pero al parecer todo lo recibió el cuerpo de la madre —se pone rígido y su gesto tranquilo se desvanece—. No saben si va a sobrevivir, ella necesita cuidados y un tratamiento que no tenemos aquí, en este hospital.
Me quedo callado, esa mujer me salvó la vida, lo hace como mis hombres, solo que en ellos se infunde temor, y se les paga, en cambio, ella, olvidó por un segundo su estado, arriesgando así su vida e incluso la de sus dos hijos. Si algo he aprendido de mi padre desde que tengo uso de razón, es que un Fiore nunca tiene deudas con nadie. Le debo esto.
—Pide que la trasladen a uno de los mejores hospitales en Sicilia —demando.
—Don, ¿qué planeas?
La puerta se abre y enseguida entra mi Consigliere.
—Don, me da gusto que se encuentre bien.
Le lanzo una mirada amenazante, ambos saben bien que no me gusta que me pongan excusas sobre las mesa o que duden de mis decisiones cuando nunca he tenido una sola falla en nuestra organización.
—He ordenado algo y eso se hace.
—Es peligroso, los griegos estarán a su caza, después de esta noche, no lo dudo, ¿y qué piensas hacer con sus hijos?
Sello mis labios, mi mente comienza a maquinar las cosas, no importa qué es lo que digan, ella me salvo la vida, se lo debo y punto final. El consejero sale dejándonos a solas una vez que toma nota de mis demandas, y Renzo merma el espacio entre los dos.
—Es por ella, ¿cierto? No lo haces por esa mujer, lo haces porque tiene un parecido a…
—Sabes bien que no me gusta hablar de ese tema.
—Lo tengo en cuenta.
Luego de un par de minutos, me deja a solas, para que pueda descansar, más tarde, me avisan que la mujer ya está siendo trasladada en helicóptero a la base del avión privado, en donde tendrá todas las comodidades.
—¿Y ahora qué piensas hacer?
Volteo a ver a Renzo.
—Quiero ver a los niños.
—Como ordenes —Renzo sale de la habitación.
Tenso el cuerpo en los minutos en los que me quedo a solas, esperando, sin tener las fuerzas suficientes todavía, cuando llega con una enfermera, que carga a los niños.
—Señor, aquí están.
Los niños lloran a todo pulmón, cuando me los acercan, pido cargarlos en brazos, al instante, ellos dejan de llorar, detallo sus rostros regordetes y rosados, ellos son rubios, de un rubio muy parecido al mío, y sus ojos… son verdes, del mismo color que los de aquella mujer, observo un poco más de tiempo sus rasgos, es curioso, y creo que me estoy volviendo loco, pero juraría que ellos incluso tienen la misma nariz respingona que yo.
—¿Qué es lo que ves? —Renzo frunce el ceño.
—Ellos se parecen mucho a mí…
—¡Señor!
La puerta se abre de golpe y enseguida entra corriendo uno de mis Antonegra.
—¿Qué sucede?
—Mi Don, siento informarle que el hospital al que hemos trasladado a la mujer, fue bombardeado por los griegos, al parecer pensaron que era usted quien había ingresado.
—La mujer —tenso el cuerpo.
—Ella estaba dentro, el lugar ha quedado destruido por completo.
COLETTELos recuerdos del día en el que me casé, vienen a mí como si fuesen memorias de un pasado lejano, uno en el que me duele recordar que por un solo segundo fui feliz al lado del hombre que mi tío Norman, creyó que era el indicado para mí. Todo mi cuerpo me duele, me siento entumecida, lo mismo que la mujer más estúpida del planeta, es el único sentimiento al que me aferro, lentamente abro los ojos, ahora soy como un lienzo en blanco, poco a poco, esa nada de la que tanto hablaba cuando era niña y perdí a mis padres, se transforma en una neblina a mi alrededor, la misma que después se transforma en oscuridad. Lamo mis labios con parsimonia, poco a poco mi entorno se registra en mi mente, las paredes blancas, el olor a hospital que me resulta tan familiar, es una mezcla entre blanqueador y antiséptico, la sola palabra me resulta complicada, el recuerdo de aquel hombre en el callejón, estaba herido, le saqué las balas, luego regresaron esos hombres vestidos de negro e intentaron
COLETTEGrandes manos se mueven a mi alrededor, tocando mi cuerpo, pierdo la lucha de abrir los ojos al instante, las emociones giran dentro de mí, el aire es tan sofocante que me quema la garganta. Mis articulaciones se desgarran y todas las imágenes vienen a mi mente como un estallido de guerra. —La perderemos si no despierta —escucho una voz femenina. —Estará bien —la voz ronca que le sigue hace que me desespere. Siento un vacío en mi interior, uno que no es llenado ni por mis miedos aflorados en ese justo instante. —¡La perdemos! Dolor y entumecimiento, estoy cansada, me dejo llevar por la suavidad de un par de garras invisibles y gélidas. —¡Se nos va! Traigan el desfibrilador.—¡Doctor! Todo me da vueltas, me pierdo de nuevo en medio de esa densa neblina hasta que poco a poco mis párpados se abren lentamente y observo mi entorno, estudiando cada cosa que aparece ante mi mirada perdida. A lo lejos, el llanto de un bebé me devuelve a la realidad y me saca de mi sueño, incorp
COLETTETRES AÑOS DESPUÉS.Meto las últimas cosas que me faltan en la maleta, el vuelo que me espera es largo, pero amo mi trabajo y quiero hacer lo mejor. Han pasado tres años desde que perdí a mi hijo, tres años en los que mi vida ha dado un vuelvo enorme, algunas cosas cambiaron, como el hecho de que ahora viva en Inglaterra y no en Italia como había tenido planeado. A las primeras semanas de mi estancia en ese país, intenté sobrevivir, pero mi tío un día solo hizo una llamada que me obligó a cambiarme de país, así como de apellido, ya no era una Baker, sino, una Jane, como el apellido de soltera de mi madre. “¡Maldita insensata! Regresa ahora mismo, tienes que estar con tu marido, o juro, que si no regresas por tu propio pie, yo mismo te traeré a rastras, no puedes hacernos esto”Esas fueron las palabras de mi tío que me impulsaron a abandonar Italia y buscar refugio en Inglaterra, en donde había estudiado años atrás la universidad, gracias a una beca que me gané por mis propios
COLETTEEn cuanto abrazo al hombre, me aparto de él, mirando por encima de mi hombro como Harvey se aleja y ya está incluso caminando al lado con la rubia, quien el reclama algo, él solo niega con la cabeza, vuelvo a llenar de aire mis pulmones, sintiendo que las cosas van mejorando, puede que creyera quién era, pero al ver que abrazaba a otro, se retractó, borrando de su mente cualquier idea de que estuviera de regreso. —Lo siento mucho —me repongo y pongo distancia entre los dos. El tipo es alto, delgado, pero fornido, su cabello negro como la tinta, y un par de ojos grises como el humo, intensos, oscuros, su mirada es cruda y de pronto me siento demasiado intimidada. —No lo vuelva a hacer —su tono denota un tinte de autoridad que sella mis labios. —Le pido de nuevo, una disculpa, lo confundí con alguien —miento ajustando la correa de mi bolso. —Bien. El jefe me ha mandado por usted, espero que pueda ayudarlo. —¿Él lo ha mandado por mí? No era necesario, pude haber venido por
COLETTEMe quedo en silencio, escuchando cada una de las acusaciones de la mujer que se me presenta al frente, la rubia de ojos azules me fulmina con la mirada, el odio que emana de su mirada es tanto, que eriza mi piel. El ambiente se convierte en una nube brumosa que me deja sin aliento, retrocedo un paso. —Angela, comportate a la altura de una Fiore, no es ella —la voz de Renzo me saca de mi ensimismamiento. La mujer relaja las facciones de su rostro, sus hombros caen, sus ojos vuelven a recorrerme con estudiada intención, aparta el cabello rubio que cubre su pecho y se cruza de brazos, optando por una postura rígida pero más serena. —Ella es Angela Fiore, la hermana menor de Roan —habla Renzo y asiento. —Un placer —recupero mi voz—. Soy… —No la quiero aquí —me interrumpe rechinando los molares. Bajo la mano que había estirado para saludarla, frunciendo el ceño busco la ayuda de Renzo, quien se le queda mirando de un modo que no sé descifrar. —Eso no lo decides tú —espeta co
COLETTEEl corazón me late con fuerza descomunal, mis sentidos caen en picada y los recuerdos del pasado vienen a mí como memorias casi fotográficas que mi mente ha estado guardando todo este tiempo, el tiempo se detiene a nuestro alrededor, siento que el contacto con su cuerpo quema mi piel, poco a poco aflojo el agarre en su brazo, en especial porque ahora su mirada es amenazante como el infierno. El aire se me atasca en la garganta y me encuentro siendo incapaz de articular una sola palabra. No, no puede ser él, me parece que estoy divagando, como no parece tener la intención de decir nada, espabilo y regreso a esta nueva realidad que casi me saca de mi meta. —Lo siento —trago grueso—. Lo he confundido con alguien más. Le ofrezco una sonrisa sincera, pero él parece que no le agrada porque enseguida entrecierra los ojos, luego le lanza una mirada desafiante a Renzo y se aparta de mí con un movimiento brusco. —Yo me encargo esta vez, Colette —anuncia Renzo a mis espaldas, preparad
ROANDOS HORAS ANTES.Nací dentro de una de las organizaciones más sádicas, peligrosas y sangrientas del mundo, la mafia italiana, crecí sabiendo que en este mundo no hay coincidencias, solo traiciones y un deseo de sangre tan imparable, que quien no haya asesinado por la orden; los miembros más antiguos, no se puede dar el lujo de llamarse un mafioso siciliano. Mi padre es el Capo, el líder supremo de todo, y como tal, siempre se ejerció en mí más presión de la esperada.—¿Qué es lo que sucede? —me pregunta Renzo.—¿En dónde demonios está la carpeta con la información de Colette Baker?Se queda en silencio, se dirige a uno de los cajones de la encimera lejana a la cama, sus movimientos están llenos de duda y no lo culpo, cuando me la entrega, la abro, hace dos semanas que me contaron de ella, la investigué solo superficial en internet, y por supuesto, hablé con algunos de los magnates más poderosos que han obtenido buenos resultados de ella, por ello accedí.Y es que la única verdad d
COLETTENo puedo dormir, cuando menos me doy cuenta, ya son poco más de las seis de la mañana, es la primera vez que siento esto, la opresión en mi pecho desde que vi a esos dos pequeños correr a los brazos de Roan Fiore, sus miradas… no sé cómo expresar o describir esta sensación burbujeante que me deja sin aliento. Me levanto con el corazón acelerado, esos niños se parecen mucho a su padre, pero sus miradas aún clavadas en mi mente, son un duro golpe en el vientre. Trago grueso y me permito beber un poco de agua. Nada me quita esta cruda sensación de vacío en mi interior. Hace tres años que he buscado a mi hijo, he contratado a gente especializada, la mejor, he buscado toda la información posible y los resultados siempre han sido los mismos, nada, eso es lo que encuentro, un nada de respuestas inconclusas. Me pongo de pie y hago lo primero, marco el número que me sé de memoria esperando escuchar esa voz que tanto mejora mis días. —¡Mami! Mi corazón palpita descomunal, no importa