Al llegar a casa, William les pidió a los miembros de seguridad que no la perdieran de vista y les dio la orden de que no la dejaran salir de la casa. Kathleen no podía creerlo, estaba tan furiosa que el miedo inicial había quedado relegado. En cuanto entró, lanzó su bolso al sofá y se dio la vuelta para enfrentarlo. Él tuvo el descaro de ofrecerle una sonrisa, pero no una de las que tanto le gustaban, era cínica y llena de prepotencia. —¡¿Cómo te atreves a encerrarme?! ¡No eres mi dueño! —¡Te estoy protegiendo porque no estás en tus cabales! —le gritó, fuera de sí, y se acercó a ella. En cualquier otro momento, su cercanía le resultaría agradable, pero en ese instante la intimidaba. —¿Secuestrar ahora se llama proteger? ¡Estás loco! Quiero marcharme, no quiero pasar ni un momento más contigo. El rostro de William cambió, por unos segundos su expresión se llenó de dolor, pero con rapidez volvió a comportarse con cinismo. —¿Quieres correr a sus brazos? ¿Es eso? ¿Cuándo lo conoc
Kath no había vuelto a ver a William en varios días. Desde la noche de la discusión, él no había regresado ni siquiera a dormir. No le había vuelto a mandar mensajes para saber cómo estaba o se preocupó como siempre lo hacía por saber si estaba comiendo bien o descansando. Lo que si hizo fue los cambios que ella le pidió.Al día siguiente de la discusión, él mismo ordenó a varios empleados que la ayudaran a trasladar sus pertenencias y la acomodaron en un cuarto lo más alejado de las habitaciones principales. Era lo que ella había pedido la última vez que hablaron, pero eso significaba que todo se había terminado. —No llores —le dijo Clarisse cuando la encontró con la cabeza enterrada en la almohada ahogando los sollozos—. Nos tienes muy preocupadas. No quieres salir de esta habitación. Tal vez si hablas con el señor…Kath se frotó los ojos y la miró. —El señor no necesita hablar, me hace entender muy bien. Lo llamé y no contestó, le escribí para pedirle que me liberara del contrat
Cuando Kath entró a la oficina de William, se quedó mirando a su alrededor, nerviosa. El clic de la puerta al cerrarse la hizo contener la respiración y más porque podía sentir la presencia de él en su espalda. Sin necesidad de enfrentarlo sabía que la observaba. Will no dijo nada, se dirigió a un aparador, agarró un vaso y se sirvió un poco del líquido. Ella frunció el ceño, era temprano para beber y él se veía como si los últimos días hubiera abusado mucho de eso. —Te ofrecería, pero los dos sabemos que no puedes —dijo e hizo un movimiento con el vaso, como si brindara solo. —No deberías beber a estas horas —musitó Kath sin poder ocultar la preocupación por él—. No te ves demasiado bien. William arqueó una ceja. —¿Te preocupas por mí? ¡Qué sorpresa! Supongo que será por el parecido que tengo con mi querido hermano.—Uf —Kath bufó con un sonido poco femenino y se dispuso a salir sin escucharlo, pero antes de llegar descubrió que eso no sería posible. —Cerré con llave —la inter
Will se recargó en la puerta de su despacho cuando Kathleen se marchó. Lo único que quería era detenerla, besarla de nuevo y hacerla olvidar a cualquier otro hombre. Él había sido el primero, eso lo sabía, estaba muy seguro. No pudo haber engaño esa noche porque ninguno de los dos esperaba lo que ocurrió. Intentó poner en orden sus ideas durante esos días. Dejar a un lado los celos que sentía y pensar en lo ocurrido. Se repitió una y otra vez, que las fotos que le había mostrado su hermano y lo que le había contado, era algo que ocurrió antes de que ellos estuvieran juntos. En ese momento ella era libre… Y después también, porque él nunca le dijo que eran algo más. Lo imaginó en su mente, se vio pasando la vida con ella, con sus hijos, formando una familia y lo dio todo por hecho. Después se encontró con la gran sorpresa. ¿Por qué ella se había entregado a él esa noche? La había rememorado una y otra vez y siempre llegaba a la misma conclusión: Kath lo estaba esperando para que
—Qué horror —susurró Mariana—. No me puedo creer que el señor Hudson haya traído de vuelta a esa arpía. Kath la escuchó, pero prefirió no decir nada y prosiguió moviendo el desayuno fingiendo que comía. No tenía hambre, esa mañana había sido especialmente difícil después de una noche de casi no poder dormir y despertarse con demasiadas nauseas. —Yo no me puedo creer que le haya hecho eso a nuestra Kath, te juro que pensaba que estaba enamorado. Era todo tan bonito, como el cuento de la Cenicienta y el príncipe, yo estaba viviendo esa historia de amor con ellos. —No digas tonterías, Clarisse —se quejó la cocinera—. Los cuentos no se dan en la vida real y por más que no me guste, algo me decía que esto no iba a salir bien. Yo antes trabajaba en la casa de la familia… Ay no, cuando el señor Hudson me trajo con él fue una bendición. —Era casi un cuento, al verlos a ellos yo me ilusioné pensando que en algún momento llegaría uno para mí —dijo Clarisse emitiendo un suspiro—. Un empresar
—No hay duda de que te gusta desayunar basura, cariño. ¿Para tener que ver esto me has traído aquí? ¡Es que no te importa que esté embarazada! Shirley se sujetó a una silla como si la visión de ellos dos juntos le provocara malestar y no pudiera sostenerse. Kath miró a William, este parecía sorprendido y enseguida dio un paso atrás para liberarla. Ahí tenía la prueba, ese hombre no se conformaba con una, estaba con Shirley de nuevo y jugaba con ella. —La basura se va a su habitación —murmuró Kath. —No —sentenció, Will—. No has desayunado. —Ay, qué más da, que no lo haga, cariño —se quejó la insoportable mujer y se dirigió a William—. Me levanté temprano para desayunar contigo, deja que se marche, amor, quiero pasar un rato contigo. —Sí, cariño —recalcó Kath su última palabra—. Deja que me marche y quédate desayunando con tu mujercita. Recuerda que también la embarazaste.Shirley la miró de arriba abajo y sonrió con malicia. —Claro que me embarazó y conmigo no necesitó estar ebr
Si el infierno existía, debía ser algo parecido a aquello. Por fin había podido visitar a su familia y lo tuvo que hacer acompañada de dos guardias de seguridad. Todavía podía a recordar a su padre diciéndole: «Te cuida mucho, Kath, ese hombre te ama. Hasta te manda con seguridad para que nada te ocurra». Tuvo que omitir que la seguridad no era para su protección, era porque así William se aseguraba de que ella no escapara o se le ocurriera correr a los brazos de otros hombres. Pero hasta salir de aquella casa en esas condiciones, era mejor que tener que pasar los días enteros en esa cárcel y soportando a Shirley. Era mediodía cuando regresó y para su suerte la casa estaba solitaria. No había rastro de Shirley por ninguna parte y a Will ella misma lo había visto marcharse en la mañana antes de dejarla bien custodiada por los dos guardias. No parecía el mismo William Hudson para el que había trabajado cincos años. En aquellas semanas se veía distinto, desmejorado y con mucha tris
Will había estado dando vueltas por la ciudad antes de ir a su casa.Había visto las fotos que le mandó Shirley varias veces y en todas las ocasiones era incapaz de controlar sus celos.Él que tanto se había quejado de los arranques de su exnovia cuando lo veía cerca de cualquier mujer o se inventaba que había estado cerca, y ahora se comportaba igual o peor.Estar enamorado no era nada agradable. Esa sensación de vacío por no poder estar con ella y percatarse de que a Kath no le importaba lo más mínimo estar con él y que cualquiera le servía lo estaba volviendo loco.Una llamada entró a su teléfono por octava vez, era Shirley.—Ya voy para allá —contestó sin ganas de darle más explicaciones.—Cariño, te llamé mil veces, ¿por qué no contestas? Bueno, como sea, te llamaba para avisarte que iré a ver a mi familia. Esta noche me quedaré allí a dormir, ya voy de camino.Saber que no iba a tener que verla cuando llegara lo alegró. No estaba de humor para que comenzara a hablarle de Kath y