—Qué horror —susurró Mariana—. No me puedo creer que el señor Hudson haya traído de vuelta a esa arpía. Kath la escuchó, pero prefirió no decir nada y prosiguió moviendo el desayuno fingiendo que comía. No tenía hambre, esa mañana había sido especialmente difícil después de una noche de casi no poder dormir y despertarse con demasiadas nauseas. —Yo no me puedo creer que le haya hecho eso a nuestra Kath, te juro que pensaba que estaba enamorado. Era todo tan bonito, como el cuento de la Cenicienta y el príncipe, yo estaba viviendo esa historia de amor con ellos. —No digas tonterías, Clarisse —se quejó la cocinera—. Los cuentos no se dan en la vida real y por más que no me guste, algo me decía que esto no iba a salir bien. Yo antes trabajaba en la casa de la familia… Ay no, cuando el señor Hudson me trajo con él fue una bendición. —Era casi un cuento, al verlos a ellos yo me ilusioné pensando que en algún momento llegaría uno para mí —dijo Clarisse emitiendo un suspiro—. Un empresar
—No hay duda de que te gusta desayunar basura, cariño. ¿Para tener que ver esto me has traído aquí? ¡Es que no te importa que esté embarazada! Shirley se sujetó a una silla como si la visión de ellos dos juntos le provocara malestar y no pudiera sostenerse. Kath miró a William, este parecía sorprendido y enseguida dio un paso atrás para liberarla. Ahí tenía la prueba, ese hombre no se conformaba con una, estaba con Shirley de nuevo y jugaba con ella. —La basura se va a su habitación —murmuró Kath. —No —sentenció, Will—. No has desayunado. —Ay, qué más da, que no lo haga, cariño —se quejó la insoportable mujer y se dirigió a William—. Me levanté temprano para desayunar contigo, deja que se marche, amor, quiero pasar un rato contigo. —Sí, cariño —recalcó Kath su última palabra—. Deja que me marche y quédate desayunando con tu mujercita. Recuerda que también la embarazaste.Shirley la miró de arriba abajo y sonrió con malicia. —Claro que me embarazó y conmigo no necesitó estar ebr
Si el infierno existía, debía ser algo parecido a aquello. Por fin había podido visitar a su familia y lo tuvo que hacer acompañada de dos guardias de seguridad. Todavía podía a recordar a su padre diciéndole: «Te cuida mucho, Kath, ese hombre te ama. Hasta te manda con seguridad para que nada te ocurra». Tuvo que omitir que la seguridad no era para su protección, era porque así William se aseguraba de que ella no escapara o se le ocurriera correr a los brazos de otros hombres. Pero hasta salir de aquella casa en esas condiciones, era mejor que tener que pasar los días enteros en esa cárcel y soportando a Shirley. Era mediodía cuando regresó y para su suerte la casa estaba solitaria. No había rastro de Shirley por ninguna parte y a Will ella misma lo había visto marcharse en la mañana antes de dejarla bien custodiada por los dos guardias. No parecía el mismo William Hudson para el que había trabajado cincos años. En aquellas semanas se veía distinto, desmejorado y con mucha tris
Will había estado dando vueltas por la ciudad antes de ir a su casa.Había visto las fotos que le mandó Shirley varias veces y en todas las ocasiones era incapaz de controlar sus celos.Él que tanto se había quejado de los arranques de su exnovia cuando lo veía cerca de cualquier mujer o se inventaba que había estado cerca, y ahora se comportaba igual o peor.Estar enamorado no era nada agradable. Esa sensación de vacío por no poder estar con ella y percatarse de que a Kath no le importaba lo más mínimo estar con él y que cualquiera le servía lo estaba volviendo loco.Una llamada entró a su teléfono por octava vez, era Shirley.—Ya voy para allá —contestó sin ganas de darle más explicaciones.—Cariño, te llamé mil veces, ¿por qué no contestas? Bueno, como sea, te llamaba para avisarte que iré a ver a mi familia. Esta noche me quedaré allí a dormir, ya voy de camino.Saber que no iba a tener que verla cuando llegara lo alegró. No estaba de humor para que comenzara a hablarle de Kath y
Kath se encontraba en su cama intentando leer un libro, aunque ya había pasado dos veces la misma página y todavía no lograba enterarse de lo había leído.Desde que Clarisse llegó para avisarle de que Will había llegado a casa temprano ese día, decidió no salir de su habitación. Además, que después de caerse a la alberca, un irritante pensamiento no salía de su mente.Tenía los recuerdos muy confusos por el miedo que pasó, pero cuanto más lo pensaba, más sentía que no se había caído sin que alguien la ayudara con un pequeño empujón.¿Pero quién? Ella se llevaba bien con todos los empleados, todos eran amables con ella. Ninguno podía tener interés en hacerle daño. No tenía sentido.La única que tenía algo en su contra era Shirley, pero por más que preguntó ninguno la había visto cerca de ella. No podía acusarla sin pruebas y menos sin estar segura de lo ocurrido.«Tal vez fue sin querer», pensó. Puede que alguien pasara a su lado y ella con los auriculares puestos no lo hubiera escucha
Kathleen no dejaba de dar vueltas en la cama.Tenía hambre, pero no pensaba salir a cenar y nadie le había avisado de que la cena estuviera lista. Ya había anochecido y Clarisse, la que se había autonombrado se empleada personal, no le había traído noticias desde el incidente con Will.Quizá él se había marchado después de eso y no se encontraba en la casa, pero no pensaba salir a averiguarlo.No era capaz de concentrarse y ponerse a leer. Si no había podido antes, menos en ese instante. Solo con mirar el libro le recordaba a Will en el suelo y con la frente roja.—Se lo tenía merecido —volvió a excusarse por haberse comportado como una loca, pero es que ya no sabía de dónde le vendrían los ataques.Ella que siempre había sido una mujer tranquila, en esos momentos vivía en tensión.Después de lo ocurrido con la familia de William, solo pensaba en cuándo sería que los encontrara de nuevo. No quería volver a verlos, pero mientras viviera allí, no podría evitarlos siempre.Solo esperaba
—Estás aquí —le dijo William en cuanto la vio aparecer a través de las puertas corredizas que daban al porche del jardín.Estaba muy nervioso, se sentía como un adolescente intentando impresionar a su primer amor.Cuando ella se encerró de nuevo en su habitación, tuvo una idea. Si no podía llevarla a esa cita romántica, él se la traería hasta allí.Pidió la cena en un buen restaurante, hizo correr a los empleados para que consiguieran velas y lo ayudaran a organizar todo con rapidez. Para culminar su plan, destrozó el mismo gran parte de los rosales que Raimon tan bien cuidaba.Debía recordar subirle el sueldo al jardinero y más después de aquel desbarajuste que le acababa de hacer. Después, una vez que estuvo todo listo, les dio la noche libre a todos los empleados.En esa ocasión no quería testigos y más después de la charla con Raimon. Ya suficiente material para hablar sobre ellos les había dado, que se quedaran con las ganas de saber el desenlace.—Dónde más podría estar —murmuró
A la mañana siguiente del intento que hizo Will para que ella volviera a calentar su cama, todavía continuaba muy enfadada.—¡¿Qué haces aquí?! —dijo Clarisse a la vez que entraba como un vendaval sin haber llamado antes—. Lo siento, no sabía que estabas aquí.Kath se asustó por la intromisión y miró a su amiga, con los ojos muy abiertos.—Uno más así y me matas, ¿dónde debería de estar? Esta es mi habitación, son las siete de la mañana, me acabo de despertar. Anoche no dormí bien.—Vaya, qué desilusión. Acabo de perder la apuesta que hice con el jardinero.—¿De qué apuesta hablas? —preguntó extrañada ante la cara de tristeza de Clarisse.La joven se acercó a la cama y se sentó a su lado con toda la confianza.—Ya sabes cómo son estas cosas, los empleados hablamos y una cosa lleva a la otra. La verdad es que la última apuesta fue si el señor Hudson se casaría o no con la bruja.—¿Apostaron que me levantaría tarde? —dijo con toda la ingenuidad.Clarisse la empujó con suavidad y comenzó