Tienes que confiar en mí

A William le costó dormir esa noche, pero al final el cansancio terminó por vencerlo. Tenía miedo de despertar y encontrarse de nuevo solo en la cama.

Cuando despertó, su pesadilla parecía haberse hecho realidad, Kath no se encontraba a su lado. De un salto se levantó, desnudo, y salió de la habitación.

La encontró en mitad de la sala, con una bandeja en las manos y los ojos muy abiertos.

Ella lo recorrió con la mirada y la bandeja tembló. Una vez que el susto inicial pasó, sonrió al darse cuenta de la forma en que ella se lo comía con los ojos.

—¿Todavía no te has cansado de verme desnudo, futura esposa? —preguntó pagado de sí mismo.

William era muy consciente de su atractivo.

—No creo que me canse nunca, futuro esposo, pero será mejor que te cubras. Iba a llevarte el desayuno a la cama, por una vez, me toca a mí cuidar de ti.

Él arqueó una ceja, sin creerse demasiado sus motivos.

—Claro, querías cuidar de mí… Seguro que no fue que tu estómago no soportó un minuto más sin llenarse, ¿
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