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Si todavía sigue en pie, quiero ser tu esposa

—¡Sí! —gritó y al momento se arrepintió—. ¡No!, levántate, Will. ¿Estás loco? La bigamia está prohibida y te recuerdo que tú vas a casarte con Shirley.

William no se levantó, continuó en la misma postura y sin apartar el precioso anillo. Era hermoso, demasiado bonito para caminar con él puesto por su barrio y no acabar sin un dedo cuando se lo intentaran robar.

—Con la única mujer que voy a casarme es contigo, te amo, Kath. ¿Tú has dejado de amarme? —Él parecía tan vulnerable en aquel momento, arrodillado frente a ella que tuvo que decirle la verdad.

Kath se acercó y le colocó una mano en su mejilla. William cerró los ojos un instante, como si estuviera disfrutando de su contacto.

—No creo que pueda dejar de amarte, pero es justo por eso que debo decir que no.

Él colocó la mano sobre la de ella y se levantó. Sin soltarla, cerró la cajita con el anillo de compromiso y la dejó sobre su palma.

—¿Por qué pretendes que seamos infelices separados cuando podemos ser felices juntos? Has confe
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