Kath se encontraba en la camilla del hospital, con la bata puesta y un doctor haciendo un ultrasonido entre sus piernas porque cinco semanas era muy pronto para hacerla en su vientre. Cuando Will la vio ponerse mal, sin importar que le dijera que ya se sentía mejor y que había sido solo un mareo, la subió en el coche y la llevó al hospital. En menos de una hora había sido expuesta su anatomía a manos de tres doctores y todo por no ser capaz de explicarle lo ocurrido. Tenía miedo, ¿tendría Will una extraña personalidad múltiple? Porque no podía darle explicación de otro modo. Él le había entregado esas flores y se había comportado como un egocéntrico patán, para después convertirse en el hombre más maravilloso del mundo. —Pero ¡¿qué tenemos aquí?! —murmuró el doctor y la hizo mirar la pantalla—. ¿Escuchan eso? Sí, ella lo hacía. Era el sonido de unos latidos acelerados y que parecían estar en descontrol uniéndose unos a los otros. Imaginó que era el suyo y el de su bebé. Tal vez
—¿Ahora me crees? —le habló Elena para sacarla de sus pensamientos—. Esas fotos las consiguió Shirley contratando un detective privado. Una infidelidad tras otra, mi pobre hijo es incapaz de mantener el pantalón puesto, pero eso lo sabes muy bien. Por algo estás embarazada. Kath negó con la cabeza, por más que tenía aquellas horribles fotos frente a ella era incapaz de imaginar que él fuese así. —No puedes ser… No, me está engañando. —¡Ja! De verdad que eres más tonta de lo que pensé. Te estoy haciendo el favor de tu vida, niña. Shirley está embarazada y Dios sabe por qué esa buena mujer es capaz de perdonarle tantas humillaciones, pero está dispuesta a regresar con él. ¿Acaso mi hijo no te dijo que ella lo abandonó cuando supo que la humilló públicamente contigo? —Él no me quiso decir cuando le pregunté —susurró para sí misma. —Ella lo abandonó y no la culpo, pero son tantos años juntos y ahora embarazada… —¿Está em-embarazada? ¿Entonces por qué me buscó a mí? —Kath apretó las
—¡¿Qué se supone que estás haciendo?! —le gritó William a James—. ¡Suéltala! —¿Seguro? —respondió su hermano con ese toque de burla tan propio de él. Kathleen estaba inconsciente entre sus brazos. En cuanto se recuperó de la sorpresa por lo que acababa de encontrarse, se la arrebató de los brazos e intentó que reaccionara. —¡¿Qué le has hecho?! —soportó la ira que sentía en ese momento contra su hermano, porque quería asegurarse de que ella estuviera bien. —Will —la voz agitada de Shirley se escuchó a su espalda—, ¡tienes que escucharme! De pronto, se vio rodeado, su madre apareció por el pasillo y se colocó frente a su hermano. —¿Qué le ocurrió a la chiquilla? —preguntó con indiferencia. —Nada, mamá —respondió su hermano—. No pudo aguantar que mi hermanito la descubriera en mis brazos. Will no pensaba quedarse allí por más tiempo. Su madre le había tendido una trampa, cuando fue a ver de qué invitados se trataba, se encontró con Shirley. Su exnovia se había abalanzado sobr
Al llegar a casa, William les pidió a los miembros de seguridad que no la perdieran de vista y les dio la orden de que no la dejaran salir de la casa. Kathleen no podía creerlo, estaba tan furiosa que el miedo inicial había quedado relegado. En cuanto entró, lanzó su bolso al sofá y se dio la vuelta para enfrentarlo. Él tuvo el descaro de ofrecerle una sonrisa, pero no una de las que tanto le gustaban, era cínica y llena de prepotencia. —¡¿Cómo te atreves a encerrarme?! ¡No eres mi dueño! —¡Te estoy protegiendo porque no estás en tus cabales! —le gritó, fuera de sí, y se acercó a ella. En cualquier otro momento, su cercanía le resultaría agradable, pero en ese instante la intimidaba. —¿Secuestrar ahora se llama proteger? ¡Estás loco! Quiero marcharme, no quiero pasar ni un momento más contigo. El rostro de William cambió, por unos segundos su expresión se llenó de dolor, pero con rapidez volvió a comportarse con cinismo. —¿Quieres correr a sus brazos? ¿Es eso? ¿Cuándo lo conoc
Kath no había vuelto a ver a William en varios días. Desde la noche de la discusión, él no había regresado ni siquiera a dormir. No le había vuelto a mandar mensajes para saber cómo estaba o se preocupó como siempre lo hacía por saber si estaba comiendo bien o descansando. Lo que si hizo fue los cambios que ella le pidió.Al día siguiente de la discusión, él mismo ordenó a varios empleados que la ayudaran a trasladar sus pertenencias y la acomodaron en un cuarto lo más alejado de las habitaciones principales. Era lo que ella había pedido la última vez que hablaron, pero eso significaba que todo se había terminado. —No llores —le dijo Clarisse cuando la encontró con la cabeza enterrada en la almohada ahogando los sollozos—. Nos tienes muy preocupadas. No quieres salir de esta habitación. Tal vez si hablas con el señor…Kath se frotó los ojos y la miró. —El señor no necesita hablar, me hace entender muy bien. Lo llamé y no contestó, le escribí para pedirle que me liberara del contrat
Cuando Kath entró a la oficina de William, se quedó mirando a su alrededor, nerviosa. El clic de la puerta al cerrarse la hizo contener la respiración y más porque podía sentir la presencia de él en su espalda. Sin necesidad de enfrentarlo sabía que la observaba. Will no dijo nada, se dirigió a un aparador, agarró un vaso y se sirvió un poco del líquido. Ella frunció el ceño, era temprano para beber y él se veía como si los últimos días hubiera abusado mucho de eso. —Te ofrecería, pero los dos sabemos que no puedes —dijo e hizo un movimiento con el vaso, como si brindara solo. —No deberías beber a estas horas —musitó Kath sin poder ocultar la preocupación por él—. No te ves demasiado bien. William arqueó una ceja. —¿Te preocupas por mí? ¡Qué sorpresa! Supongo que será por el parecido que tengo con mi querido hermano.—Uf —Kath bufó con un sonido poco femenino y se dispuso a salir sin escucharlo, pero antes de llegar descubrió que eso no sería posible. —Cerré con llave —la inter
Will se recargó en la puerta de su despacho cuando Kathleen se marchó. Lo único que quería era detenerla, besarla de nuevo y hacerla olvidar a cualquier otro hombre. Él había sido el primero, eso lo sabía, estaba muy seguro. No pudo haber engaño esa noche porque ninguno de los dos esperaba lo que ocurrió. Intentó poner en orden sus ideas durante esos días. Dejar a un lado los celos que sentía y pensar en lo ocurrido. Se repitió una y otra vez, que las fotos que le había mostrado su hermano y lo que le había contado, era algo que ocurrió antes de que ellos estuvieran juntos. En ese momento ella era libre… Y después también, porque él nunca le dijo que eran algo más. Lo imaginó en su mente, se vio pasando la vida con ella, con sus hijos, formando una familia y lo dio todo por hecho. Después se encontró con la gran sorpresa. ¿Por qué ella se había entregado a él esa noche? La había rememorado una y otra vez y siempre llegaba a la misma conclusión: Kath lo estaba esperando para que
—Qué horror —susurró Mariana—. No me puedo creer que el señor Hudson haya traído de vuelta a esa arpía. Kath la escuchó, pero prefirió no decir nada y prosiguió moviendo el desayuno fingiendo que comía. No tenía hambre, esa mañana había sido especialmente difícil después de una noche de casi no poder dormir y despertarse con demasiadas nauseas. —Yo no me puedo creer que le haya hecho eso a nuestra Kath, te juro que pensaba que estaba enamorado. Era todo tan bonito, como el cuento de la Cenicienta y el príncipe, yo estaba viviendo esa historia de amor con ellos. —No digas tonterías, Clarisse —se quejó la cocinera—. Los cuentos no se dan en la vida real y por más que no me guste, algo me decía que esto no iba a salir bien. Yo antes trabajaba en la casa de la familia… Ay no, cuando el señor Hudson me trajo con él fue una bendición. —Era casi un cuento, al verlos a ellos yo me ilusioné pensando que en algún momento llegaría uno para mí —dijo Clarisse emitiendo un suspiro—. Un empresar