CAPÍTULO 145

Sebastián sostenía a su hija recién nacida en sus brazos, con los ojos llenos de lágrimas de alegría. La pequeña se movía suavemente, acurrucada contra su pecho, y él no podía dejar de mirarla con amor y asombro. Cada diminuto dedo, cada pequeño suspiro lo llenaba de una emoción indescriptible.

Una enfermera, con una sonrisa amable, se acercó a él.

—Es una niña hermosa, señor Montenegro —le dijo suavemente, antes de retirarse para darles un momento a solas.

Sebastián acariciaba la cabecita de su hija, sintiendo una conexión instantánea y profunda. En esos instantes, todas las dificultades y el caos de los últimos meses parecían desvanecerse, dejando solo el amor puro y la esperanza de un futuro mejor.

Sin embargo, su momento de felicidad se vio interrumpido por la llegada de un médico con una expresión grave en el rostro. Sebastián sintió un nudo en el estómago mientras el médico se acercaba.

—Señor Montenegro, necesito hablar con usted sobre Ammy —dijo el médico, su voz baja y seria.
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