El caos reinaba en la mansión de Ammy. Gritos, órdenes de la policía y el sonido de pasos apresurados llenaban el aire. Ammy, de pie en la carretera, miraba a su alrededor con los ojos desorbitados, tratando de entender lo que estaba ocurriendo. Fue entonces cuando notó la ausencia de Ava.—¿Dónde está Ava? —se preguntó en voz alta, su voz temblando de preocupación.Antes de que pudiera reaccionar, se escucharon un par de disparos provenientes del interior de la casa. El sonido resonó como un eco aterrador a través de la casa. Sin más dilación, la policía irrumpió en la mansión, armas en mano, listos para cualquier eventualidad.Mientras tanto, en una de las habitaciones, Ava se encontraba de rodillas junto al cuerpo ensangrentado de Alejandro. El disparo de Marie había sido preciso, y Alejandro yacía en el suelo, su vida desvaneciéndose lentamente. Ava, con lágrimas en los ojos, trataba de mantener la presión sobre la herida, su mente en un torbellino de emociones.—¡Aguanta, Alejand
Sara, Angelo, Nancy y Pablo llegaron al hospital a toda prisa, sus rostros reflejaban la ansiedad y la preocupación que los embargaba. Apenas cruzaron las puertas de urgencias, una enfermera los dirigió hacia una pequeña sala de espera donde un oficial de policía los esperaba para informarles sobre el estado de Ava.—¿Cómo está Ava? —preguntó Sara, sin poder ocultar el temblor en su voz.—Ava Montenegro está estable —respondió el oficial, con un tono tranquilizador—. Fue tratada por algunos golpes menores y está descansando ahora. Su esposo, Sebastián Montenegro, está deshidratado, pero los médicos ya lo están tratando.Los cuatro quedaron en silencio, mirándose unos a otros con incredulidad. Fue Pablo quien rompió el silencio, su voz cargada de confusión y asombro.—¿Sebastián Montenegro? —preguntó—. ¿Está seguro? Porque, Sebastián está muerto.El oficial asintió, comprendiendo la sorpresa en sus rostros.—Esa es la información que recibimos de Ava —confirmó—. Ella misma identificó a
Sebastián se encontraba en una habitación del hospital, rodeado de enfermeras y médicos que realizaban una revisión exhaustiva. Las luces fluorescentes iluminaban su rostro cansado, reflejando las sombras de las noches de incertidumbre y dolor. Un médico, tras examinar sus signos vitales, se volvió hacia sus colegas y declaró:—Solo tiene una descompensación. Con unos días de reposo y buena hidratación, estará bien.Sebastián, aún aturdido, miró a su alrededor con ojos llenos de ansiedad y desesperación.—¿Dónde está mi esposa? —preguntó con voz ronca y urgente—. Necesito verla. Exijo verla ahora mismo.Una de las enfermeras, conmovida por su insistencia, asintió y salió rápidamente de la habitación en busca de Ava.Pocos minutos después, Ava entró en la habitación a toda prisa, sus ojos llenos de lágrimas y esperanza. Al ver a Sebastián, dejó escapar un sollozo de alivio y corrió hacia él, arrojándose en sus brazos. Lo abrazó con fuerza, sintiendo el calor de su cuerpo y el latido de
Ava y Sebastián regresaron a su nueva casa, con Bastián corriendo a recibirlos en la entrada. El niño se lanzó a los brazos de sus padres, su cara iluminada por una sonrisa que reflejaba pura felicidad.—¡Papá! ¡Mamá! —gritó Bastián, abrazándolos con fuerza.Sebastián se agachó y lo levantó en sus brazos, sosteniéndolo con ternura.—Te he extrañado mucho, campeón —dijo Sebastián, su voz temblorosa de emoción.Martha, que había estado esperando en la puerta, quedó paralizada al ver a Sebastián. Sus ojos se llenaron de lágrimas de alegría y sorpresa.—¡Señor! No puedo creerlo... —dijo Martha, llevándose una mano a la boca.Ava sonrió, sintiéndose completa por primera vez en mucho tiempo.—Estamos de vuelta, Martha —dijo, su voz llena de gratitud.Martha se acercó y abrazó a Sebastián con fuerza.—Bienvenido a casa —dijo, sollozando de felicidad.Ahora todo era felicidad, la familia estaba unida. Esa noche, Sebastián, Ava y Bastián durmieron juntos como familia, agradecidos por estar re
Una semana después de todos los acontecimientos, la vida de Ava y Sebastián comenzaba a encontrar un nuevo ritmo. En su hogar, la paz y la alegría habían vuelto a instalarse. Aquella mañana, los rayos dorados del sol se filtraban suavemente por la ventana, iluminando la habitación con un cálido resplandor.Ava y Sebastián estaban recostados en la cama, disfrutando de la tranquilidad del momento. Ava, con ternura, acariciaba la cicatriz en el rostro de Sebastián, una marca que había quedado como testimonio de todo lo que habían superado.—Deberías considerar operarte para quitar esta cicatriz —sugirió Ava, su voz suave y amorosa.Sebastián la miró con una sonrisa, sus ojos llenos de amor y gratitud.—Lo pensaré —respondió, llevándose la mano de Ava a sus labios para besarla suavemente—. Pero no me importa llevar esta marca. Me recuerda lo afortunado que soy de estar aquí contigo.Ava sonrió y se acurrucó más cerca de él, disfrutando del momento de intimidad. La vida, aunque llena de de
Varias semanas habían pasado desde aquel caótico y trágico incidente. El hospital y los tribunales habían sido escenarios de las nuevas realidades que Ava, Sebastián, y todos los involucrados, enfrentaban.Antony permanecía en coma, inmóvil y silencioso, mientras Ammy se preparaba para enfrentar su juicio. Los días pasaban lentamente en el hospital, con Ava y Sebastián visitando a Antony regularmente, esperando algún indicio de mejoría. Sin embargo, sus esperanzas estaban divididas entre la recuperación de Antony y la resolución de los asuntos legales que los mantenían atados a un pasado turbulento.En el juzgado, la tensión era palpable. Ammy, vestida con un traje sobrio y con una expresión severa, se sentaba en el banquillo de los acusados. Los abogados presentaban sus argumentos, y los testigos desfilaban uno a uno. A pesar de las mentiras y engaños de Ammy, Sebastián había decidido no presentar una demanda en su contra, creyendo que ya habían sufrido suficiente. Sin embargo, la
—¿Está seguro doctor? —preguntó Ava. —Claro que sí. Ava salió de la clínica del médico con una mezcla de emociones. La noticia que llevaba consigo era crucial, y sabía que cambiaría el rumbo de su vida y la de su familia. Condujo hacia la casa de sus padres, donde todos estaban reunidos para una cena familiar. El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y rosados, un reflejo del calor y la esperanza que sentía en su corazón.Al llegar, escuchó el bullicio de risas y conversaciones que provenían del interior. Abrió la puerta y fue recibida por una oleada de cálida bienvenida. Todos estaban allí: Sebastián, Sara, Angelo, Bastián, y la pequeña Ángela, la hija de Sara, que jugaba alegremente con su primo mayor. También estaban Jazmín, Pablo y Nancy, conversando animadamente alrededor de la mesa del comedor.—¡Ava! —exclamó Sara, levantándose para abrazar a su hermana—. ¿Cómo te fue?Ava sonrió y abrazó a Sara con fuerza antes de dirigirse al resto de la familia.
Sebastián sostenía a su hija recién nacida en sus brazos, con los ojos llenos de lágrimas de alegría. La pequeña se movía suavemente, acurrucada contra su pecho, y él no podía dejar de mirarla con amor y asombro. Cada diminuto dedo, cada pequeño suspiro lo llenaba de una emoción indescriptible.Una enfermera, con una sonrisa amable, se acercó a él.—Es una niña hermosa, señor Montenegro —le dijo suavemente, antes de retirarse para darles un momento a solas.Sebastián acariciaba la cabecita de su hija, sintiendo una conexión instantánea y profunda. En esos instantes, todas las dificultades y el caos de los últimos meses parecían desvanecerse, dejando solo el amor puro y la esperanza de un futuro mejor.Sin embargo, su momento de felicidad se vio interrumpido por la llegada de un médico con una expresión grave en el rostro. Sebastián sintió un nudo en el estómago mientras el médico se acercaba.—Señor Montenegro, necesito hablar con usted sobre Ammy —dijo el médico, su voz baja y seria.