Gabriel Uzcátegui Me senté en el suelo, apoyando la espalda contra la puerta cerrada de la habitación. El silencio era ensordecedor, solo interrumpido por los sollozos ahogados de Emma al otro lado. Cada lágrima que escuchaba era como un puñal en mi corazón. "¿Cómo llegamos a esto?", me pregunté, pasando las manos por mi cabello en señal de frustración. Hace apenas unos años, éramos la pareja perfecta, llenos de sueños y planes para el futuro. Ahora, parecíamos dos extraños unidos por el dolor y la desilusión. —Emma, por favor, abre la puerta —supliqué, mi voz quebrada por la emoción—. Tenemos que hablar de esto. No podemos terminar así. Hubo un momento de silencio antes de escuchar su respuesta. —¿Para qué, Gabriel? ¿Para qué me sigas echando en cara que no puedo darte un hijo? —su voz sonaba cansada, derrotada. Sus palabras me golpearon con fuerza. ¿De verdad la había hecho sentir así? La culpa me invadió como una ola. —No, mi amor. Yo... yo estaba equivocado. Esto no es tu cu
Cuando llegamos a casa, el silencio seguía envolviéndonos como una manta pesada. Respiré hondo, mirando a Gabriel, intentando encontrar la fuerza que sabía que necesitaríamos. Un par de semanas después regresamos a la clínica, para que me realizaran unos nuevos exámenes para verificar el éxito del procedimiento. Me tomaron la muestra de sangre mientras nos indicaban que esperáramos en la sala contigua. La esperanza brillaba en nuestros ojos mientras esperábamos los resultados. Gabriel sostenía mi mano con fuerza, sus dedos entrelazados con los míos, como si nunca quisiera soltarme. —Esta vez tiene que funcionar —, susurró, besando mi frente con ternura. Yo solo asentí, sin atreverme a hablar por miedo a que mi voz traicionara el miedo que sentía. Habíamos pasado por esto tantas veces ya, cada intento fallido, erosionando un poco más nuestra fe. Cuando el doctor entró, su expresión lo dijo todo antes de que pudiera abrir la boca. Sentí cómo el mundo se derrumbaba a mi alrededor, c
Gabriel UzcáteguiMe desperté en el sofá con la espalda entumecida, el sol aún no había salido, la habitación estaba en silencio, me levanté con cuidado, sintiendo la cabeza pesada por haber bebido la noche anterior, por la falta de sueño y los eventos de la noche anterior. Caminé silenciosamente, esperaba salir ante de que ella despertara. La discusión con Emma había dejado un vacío en mi pecho, un abismo que parecía imposible de cruzar.Sin embargo, cuando llegué a la cocina, allí estaba ella, de espaldas a mí, moviéndose de forma automática mientras servía café en una taza. Sus movimientos eran lentos, como si cada acción requiriera un esfuerzo monumental. ¿Cuánto dolor le había causado?—Buenos días —dije en un susurro, esperando no romper el delicado silencio. Emma se giró lentamente, sus ojos hinchados por el llanto, pero su expresión era neutral, casi indiferente. Colocó la taza sobre la mesa, sin decir una palabra, sin siquiera saludarme y se sentó frente a mí, sin siquiera
Gabriel UzcáteguiMientras hacía mi maleta, sentí como si estuviera dejando atrás una parte de mí mismo. Pero en el fondo sabía que esto era necesario. Si no nos alejábamos ahora, nos destruiríamos por completo. Cuando terminé de empacar, me acerqué a Emma, que estaba sentado en el sofá con la mirada perdida. Me incliné y besé su frente, sintiendo cómo las lágrimas caían por sus mejillas. —Te amo, Emma. Nunca lo olvides —dije, mi voz quebrándose. Ella no respondió, pero su mano buscó la mía y la apretó con fuerza, como si no quisiera dejarme ir. Pero ambos sabíamos que esto era inevitable. Salí de la casa esa noche, dejando atrás no solo a Emma, sino también todos los sueños que alguna vez compartimos. Mientras caminaba hacia mi auto, sentí el peso de mi decisión, pero también una pequeña chispa de esperanza. Tal vez, con el tiempo, podríamos encontrar el camino de regreso del uno al otro. Mientras el auto se alejaba, no pude evitar mirar hacia atrás, viendo la luz de la sala
Emma UzcáteguiFinalmente, encontré mi voz, aunque estaba temblorosa. —Reina, con todo el respeto que merece, esto es entre Gabriel y yo. No entre usted y yo. Agradezco su preocupación, pero no creo que sea su lugar decirme qué debo hacer. Si su hijo quiere decirme algo al respecto, debe hacerlo él, usted no es su representante.Hubo un silencio al otro lado de la línea, y luego un suspiro. “Eres más terca de lo que pensé”, dijo finalmente su tono gélido”. Pero no olvides mis palabras, Emma. Si amas a mi hijo, haz lo correcto”. La llamada terminó abruptamente, dejándome con el auricular en la mano y una sensación de vacío aún mayor en el pecho. Colgué el teléfono y me quedé mirando el aparato como si fuera un enemigo. Las palabras de Reina seguían resonando en mi mente, cada una de ellas un recordatorio de mis inseguridades más profundas. ¿Era egoísta por aferrarme a Gabriel? ¿Debería dejarlo ir para que pudiera tener la familia que siempre había soñado?Me acerqué a la ventan
Emma UzcáteguiEl beso de Gabriel fue suave al principio, casi temeroso, como si temiera que lo rechazara. Pero mientras nuestros labios se encontraban, sentí cómo toda la tensión y el dolor de los últimos días comenzaban a desmoronarse. Mi corazón, que había estado atrapado en una prisión de incertidumbre, empezó a latir con fuerza, como si finalmente encontrara un propósito.Me aparté ligeramente, lo suficiente para mirarlo a los ojos. Sus manos seguían sosteniendo mi rostro, y en su mirada vi reflejado el mismo torbellino de emociones que sentía en mi interior.Sus labios se encontraron con los míos de nuevo y todo el estrés del día se desvaneció. Las manos de Gabriel se deslizaron por mi espalda, apretándome contra él como si no pudiera acercarse lo suficiente. La tensión que nos había estado agobiando se evaporó al calor de nuestro apasionado abrazo.Me condujo a nuestro dormitorio, cada paso imbuido de una nueva urgencia. Prácticamente, me arrancó la ropa y yo la suya. Esta qued
Gabriel UzcáteguiLos días pasaban como un susurro, llenos de risas y momentos compartidos que parecían sacados de una película romántica. Emma y yo habíamos decidido disfrutar de nuestra segunda luna de miel, alejándonos de las miradas de la gente y sus malos comentarios, solo éramos nosotros dos, y los sentimientos que sentíamos el uno por el otro.Sentí que los días habían empezado a recuperar un brillo que hacía tiempo no veía. Después de semanas de tormenta emocional, Emma y yo estábamos encontrando nuestro equilibrio, como si hubiésemos decidido reescribir nuestra historia desde el principio. Habíamos tomado la decisión de alejarnos de todo lo que nos causara tensión: los tratamientos, las expectativas, y especialmente mi familia. No había lugar para los comentarios venenosos de Reina o los juicios de mis hermanos en esta nueva etapa que estábamos viviendo.Pasábamos el tiempo juntos, haciendo cosas que habíamos olvidado cuánto disfrutábamos. Paseamos por calles que alguna vez
Gabriel UzcáteguiLa vi alejarse, su figura perdiéndose en la oscuridad de la noche, y sentí que mi mundo se desmoronaba una vez más. Me quedé allí, inmóvil, con el corazón latiendo dolorosamente en mi pecho. Cada paso que Emma daba parecía llevarse un pedazo de mí.Pasaron los minutos, tal vez horas; no estaba seguro. El frío de la noche se coló en mis huesos, pero apenas lo noté. Mi mente no dejaba de repetir nuestra conversación, buscando desesperadamente una manera de arreglar las cosas.Finalmente, con un suspiro pesado, me obligué a moverme. Conduje sin rumbo por las calles de la ciudad, pasando por lugares que Emma y yo habíamos visitado en los últimos días. Cada rincón, cada esquina, me recordaba a ella y a la felicidad que habíamos compartido.Llegué a nuestro apartamento, pero las luces estaban a pagadas. Tomé el móvil donde tenía las cámaras de la casa y al revisarla, me di cuenta de que ella no había llegado, por lo que decidí no entrar. La idea de estar allí sin Emma era