Un hombre es capaz de desarrollar la anhelada obra maestra cuando se lo propone, en cualquier disciplina es posible maravillar a los demás si de verdad hay compromiso artístico. Hay glorias en exponer los sueños que para otros son locura, para otros la industria, el oro y el automóvil del año, en cuanto al artista, solo existe una proposición: crear para inmortalizar y más allá de eso, la transgresión de las artes, revolucionar los sistemas impuestos, cambiar el panorama y remover los preceptos establecidos.
Los procesos para crear demuestran que la mente aguarda secretos que a partir del ejercicio y declaración total por amor al arte, es posible alcanzar esas ensoñaciones que nos invaden para movernos en un espíritu de inspiración y transpiración.
Eso sucede con el pintor Reinaldo Hernández, maestro de muchas generaciones, aun entre sus recónditos sueños, hay más que solo arte por el arte, también hay una necesidad de expresar lo que otros rechazan porque se ven mutilados artísticamente debido a la pobre educación pictórica de este país. Pobre porque la atmósfera artística rinde culto a las ideas trasnochadas y aceptadas por la costumbre, vivimos una época de regresión y hermetismo, todo es oculto si representa algo distinto a la tradición, debe ser así, para impedir que las mentes sueñen y elucubren maravillosas obras de arte.
Reinaldo vino un día a tomar en mi casa, como siempre, pasamos hablando de libros, y sus viajes a Europa. Después de algunos tragos me contó un encuentro espeluznante, tal vez, cansado de dar clases y moverse por toda Managua, lo llevó al delirio. Sin embargo, soy testigo de su sinceridad, es un hombre honesto, y un creador como ninguno otro en este país. Esto fue lo que me contó:
“Tú sabes que hace unas semanas atrás me llamaron del Centro Cultural para solicitarme dos obras: Venusiano y Damas de la noche. A ambas les tengo cariño, además que la técnica de la acuarela no es tan fácil como la gente cree, podes ver a Andrew Wyeth y sus cuadros parecen óleo, pero es acuarela. Mi sueño siempre ha sido dibujar desnudos; mientras estaba en Italia, mi trabajo era hacer lo que los maestros decían, y quería ir más allá.
El desnudo para mí es la máxima referencia del arte, no entiendo porque la academia se esmera en dar clases con la botella y darle todos los días hasta lograr la perfección de ese objeto. Si vas a los museos de Europa no encontrás botellas, tal vez jarrones con girasoles, pero ¿a quién le importa una botella?
Te dije que muchas de mis estudiantes exponen en galerías, también te dije que muchos galeristas me evitan, no quieren mi trabajo, no sé si es por hipocresía y moralidad, vos sabes que el desnudo es estigmatizado; como dicen, es para pervertidos, pero la gente no comprende que desde los griegos y los romanos siempre se ha representado el desnudo como la máxima referencia para aprender de manera precisa la excelencia del arte. Los griegos no esculpían botellas, ni los romanos, eran desnudos porque ahí estaba la belleza en su mayor plenitud.
Mientras fui a la exposición de los dos cuadros, esto puede ser sórdido, pero sucedió, estaba con algunos colegas hablando sobre mis cuadros, algunos con copas de vino en sus manos, otros se acercaban a ver los cuadros enmarcados, de tantas personas que me elogiaban llegué a encontrarme con un tipo bastante excéntrico, parecía de otra época. Observaba ambos cuadros y me acerqué como experimento social para ver qué decía de los cuadros. El hombre tenía un espeso bigote, llevaba un sombrero corto, y vestía tan elegante como un cónsul.
—El desnudo es mi mayor inspiración, pienso en la belleza de las mujeres, y no hay nada más bello que sus cuerpos y esas miradas que deslumbran en la noche.
El hombre parecía ignorarme mientras hablaba, estaba absorto observando Damas de la noche. Supuse que era algún crítico enviado tal vez de París. Me regocijaba y a la misma vez temblé, porque parecía un hombre inteligente, de esos que meten sus narices en los libros durante horas para averiguar el secreto de las letras.
—Supongo, usted es Reinaldo Hernández, autor de estos preciosos cuadros. Debo decir que la desnudez y la sensualidad es también mi inspiración.
Aquella voz solemne, toda su vestimenta y aquella pose de hombre en busca de las glorias del arte, solo parecían indicar que era más que un crítico, tal vez un novelista o mejor aún, un poeta. Los nervios me invadieron, a pesar de mi sagacidad para tratar con las personas, me encontré perplejo con la presencia de este hombre desconocido. Quería saber quién era, pero temí me viera como alguien débil que busca en los hombres su destino, porque como te he dicho, no importa de dónde venimos, ni adónde vamos, sino lo que hacemos y lo que somos por dignidad humana. Los hombres por esa razón no deben preguntar a sus semejantes la procedencia, ni siquiera su nombre, hay que dejar que ellos hablen.
—Esta obra titulada Venusiano, supongo debe ser por Pompeya, ciudadanos adoradores del falo, también del color rojo, de ahí su nombre: rojo pompeyano. Conozco la historia, el Vesubio se tragó a la ciudad.
—Así es maestro.
Fue en ese momento que me di cuenta de algo, era el maestro encarnado, salió de su tumba resguardaba por un león de piedra, estaba ahí, frente a mí, no podía creerlo, pero era él. Luego procedió a hablarme sobre Damas de la noche. —Solo hay dos tipos de hombres: artistas y empresarios, reconozco en usted lo primero. Debió inspirarse tanto en esta obra porque parece que dejó toda su alma en ella.
—Estaba desnudo cuando pinté a estas muchachas, que son primas y la casa antigua de Granada, representa…
—Representa la prostitución, el trabajo más antiguo del mundo.
El maestro en persona hacía una apreciación exacta de mi obra.
—Como le decía, estaba desnudo mientras pinté a las muchachas, lo hice de esa manera para crear un ambiente en las que ellas también pudieran verme, y no solo yo a ellas. Todo comenzó cuando llegaron a visitarme y empezamos a tomar vino; hablamos de modelar para pintar una obra de arte. La primera prima se desnudó y las otras también y me preguntaron ¿Qué vas a hacer? Les contesté: una obra de arte.
—Hay algo en su obra que me maravilla, yo lo hice con poemas, usted con sus cuadros que representa mis sueños con jovencitas, sus ojos refulgentes me dicen que aguardan un tesoro, y ese tesoro es el creador.
—Gracias maestro, es un honor escuchar esas palabras, palabras que solo usted puede decir, es raro, pero no me atrevo preguntarle como llego hasta acá, pero eso es irrelevante, bienvenido a la sala Armando Morales, espero disfrute de mis cuadros.
Me di la vuelta para atender a Julio León Báez.
—Reinaldo, vení, que vamos a tomarnos una foto.
Cuando quise volver a hablar con el maestro, no lo encontré, desapareció. Eso fue lo que sucedió aquel día, como te podés imaginar, todavía me resuenan aquellas palabras vetustas, la elegancia en su mayor plenitud. Me cuesta creerlo, tal vez solo fue un sueño, pero es posible, se trataba del maestro”
-¿De Rubén Darío?
-Sí, el mismo.
He leído entusiasmado las historias de Claude Tockler, el escritor francés que se asemeja a Le Fanu en sus fantasmagorías, sin embargo, más allá de la lectura, ocurrió en mi recámara el siniestro. Lo llamo de esa manera porque no sabía cómo categorizarlo, a pesar de mi doctorado en Filosofía de la Ciencia en la Universidad de McGill, doy por sentado que el conocimiento científico es ineficaz para tratar el tema de los sueños profundos. Me refiero a los sueños que muestran presagios malditos y, uno de estos se trata sobre algo que desconozco y quiero explicar en seguida. En reiteradas veces este sueño me invade a toda hora, es decir, si tomo un descanso luego de impartir clases en la Universidad Centroamericana y, me quedo dormido en mi cubículo de la Facultad de Humanidades; es ahí donde tambié
Cuando leí a Cioran, pensé en mi ansiedad por la vida, esa manera de ir a prisa para realizar todo lo que me he propuesto. Morir de vivir, dice el filósofo, morir de vivir; pero ¿qué significa esta frase tan sublime? Supuse que me tomaría tiempo para descifrar aquellas palabras, y por supuesto, también para dejar de cometer los mis errores de siempre. Mientras profundizaba en el texto, me di cuenta que mi párpado izquierdo se movía, no le tomé importancia, continué con mi lectura y avancé a través de las páginas. En esos días combinaba mis lecturas y prefería el pesimismo y la locura desenfrenada de Grabinski, sus locomotoras fantasmas y esos seres de ultratumba. Me entusiasmaba leer para divertirme, pero con la lectura de Cioran poco a poco, aquellos pensamientos se volvieron más radicales y
En la infinidad de las posibilidades del mundo de Clon existen y se repiten de manera caótica muchas ideas. A veces considero que no hay salida, es decir, escapar sería la muerte, en todo caso, una lobotomía, si acaso existe ese método en este siglo. Es difícil verificar si la constante realidad es como se ve desde el mundo de Clon. Como la mayoría de las veces me despierto con la vista nublada; es imposible darme cuenta donde me encuentro, es como si viviera un sueño tras otro, y nunca se determina una concreta realidad. Todo es producto de mi visita a este mundo extraño donde las emociones se vuelven sensibles y cuando trato de hablar con otros me tildan de intenso. Esta intensidad se asemeja a las personas con emociones exacerbadas, incapaces de ver como los otros los ven, es verdad que me comporto igual cuando entro al mundo de Clon. Pero ahí t
Los jugadores rugían al obtener un premio y se regocijaban en su victoria; este hecho también se hace mención en un relato de Sebastián Ramos, donde relata la vida de varios visitadores del casino. Pueden leerlo en la Antología de Relatos Urbanos del 2000 publicada en la Editorial 400 Elefantes. Pero la historia del coreano Han, y el gringo, son otra cosa, nadie las cuenta por el temor de despertar esos demonios. Sin embargo, conozco la historia porque alguna vez los vi en pleno apogeo de victorias y derrotas, noche tras noche. Aquellos hombres tomaban cervezas y permanecían alerta ante el premio añorado. Han era el dueño de una maquila donde explotaba a miles de nicaragüenses, y con su cuentas bancarias llenas de dinero, jugaba en las máquinas ruidosas de aquel casino. Recuerdo verlo sentado durant
Garance Robert estaba de visita en Managua, venía de París y, había viajado por otros países mientras tomó un año sabático con sus ahorros luego de trabajar como mesera. Para estar tranquilos fuimos al café El Molino, ubicado en el centro de la ciudad. Mientras la escuchaba hablar sobre su viaje a Colombia, México y Turquía, me sentí con ganas de contarle acerca de mi aventura con el tablero fantasma. Aguardé mientras ella continuaba hablando las maravillas de esos países. No tenía ninguna aventura como las de ella, sin embargo, el tablero era lo más cercano a un viaje lejano y sombrío. Quiero decir, en ese tablero pude ver las jugadas de los ancestros, para ser más específicos, vi movimientos parecidos a Capablanca, el ajedrecista cubano. Garance sabía cuánto me emo
Había visto a Manuel en la esquina del barrio, siempre permanecía sentado en una escalera, fumaba marihuana y al atardecer tomaba agua ardiente. Una vez, mientras pasaba por aquella esquina, lo vi enojado y golpeó con sus puños dos veces la pared de una casa. Se veía furioso, por un momento pensé me atacaría y me mataría a golpes, sin embargo, no fue así. Caminé hacia la tienda donde venden gaseosas y refrescos, al volver me encontré a Manuel, me detuvo y me incrustó contra la pared diciéndome que se quería morir. Manuel era un indigente, había hablado muchas veces con él, me contaba sobre su vida y aquel pasado atormentador. Mientras me sostenía de la camisa le dije que se tranquilizara, sabía que no iba a agredirme, solo quería desahogarse. El tipo se derrumbó, comenz&oa
Las historias disparatadas existen en todas partes, pero hay algunas que llegan por correo; no sé por qué me eligieron, tal vez por la fama de escribir artículos en el Diario La Prensa. Después de meditar, le solicité al editor que publicara el escrito intacto, es como un fragmento metafísico moderno, pero de algo tiene razón. “¿Cuántas vidas han transitado este mundo terrenal? ¿Cuánto han derrochado? Si la cantidad del derroche fuera precisa, y se escribiera un ensayo al respecto, se sostendría que la humanidad ha gastado tanto para sobrevivir, y ha tirado tanto dinero con estúpidos inventos que nos inhiben desde lo intelectual hasta lo emocional. El libro del estoico Séneca, titulado Sobre el derroche, explica ciertos ejercicios espirituales para dejar de gastar el dinero en objetos
1Recuperé la conciencia al igual cuando uno despierta de una pesadilla entre convulsiones y sofocado en sudoración excesiva. Desconozco cuánto tiempo transcurrió desde mi desvanecimiento, me desangraba, porque un fluido tibio se colaba en mis entrañas, al abrir un ojo con mucho esfuerzo divisé un gran cauce. Urgía de asistencia médica lo más pronto posible, de lo contrario quedaría tendido en el concreto. Hacía frío, y ese frío que todos conocen por las escenas cinematográficas, se sentía tal como lo describen los actores en agonía. Pero esto no se trataba de una película, sino de la vida real. Aunque en ese momento desconocía por completo si deliraba en un absurdo encuentro con el destino fatal. Contar cada detalle es doloroso, recordar esos suspi