Garance Robert estaba de visita en Managua, venía de París y, había viajado por otros países mientras tomó un año sabático con sus ahorros luego de trabajar como mesera. Para estar tranquilos fuimos al café El Molino, ubicado en el centro de la ciudad. Mientras la escuchaba hablar sobre su viaje a Colombia, México y Turquía, me sentí con ganas de contarle acerca de mi aventura con el tablero fantasma. Aguardé mientras ella continuaba hablando las maravillas de esos países. No tenía ninguna aventura como las de ella, sin embargo, el tablero era lo más cercano a un viaje lejano y sombrío.
Quiero decir, en ese tablero pude ver las jugadas de los ancestros, para ser más específicos, vi movimientos parecidos a Capablanca, el ajedrecista cubano. Garance sabía cuánto me emo
Había visto a Manuel en la esquina del barrio, siempre permanecía sentado en una escalera, fumaba marihuana y al atardecer tomaba agua ardiente. Una vez, mientras pasaba por aquella esquina, lo vi enojado y golpeó con sus puños dos veces la pared de una casa. Se veía furioso, por un momento pensé me atacaría y me mataría a golpes, sin embargo, no fue así. Caminé hacia la tienda donde venden gaseosas y refrescos, al volver me encontré a Manuel, me detuvo y me incrustó contra la pared diciéndome que se quería morir. Manuel era un indigente, había hablado muchas veces con él, me contaba sobre su vida y aquel pasado atormentador. Mientras me sostenía de la camisa le dije que se tranquilizara, sabía que no iba a agredirme, solo quería desahogarse. El tipo se derrumbó, comenz&oa
Las historias disparatadas existen en todas partes, pero hay algunas que llegan por correo; no sé por qué me eligieron, tal vez por la fama de escribir artículos en el Diario La Prensa. Después de meditar, le solicité al editor que publicara el escrito intacto, es como un fragmento metafísico moderno, pero de algo tiene razón. “¿Cuántas vidas han transitado este mundo terrenal? ¿Cuánto han derrochado? Si la cantidad del derroche fuera precisa, y se escribiera un ensayo al respecto, se sostendría que la humanidad ha gastado tanto para sobrevivir, y ha tirado tanto dinero con estúpidos inventos que nos inhiben desde lo intelectual hasta lo emocional. El libro del estoico Séneca, titulado Sobre el derroche, explica ciertos ejercicios espirituales para dejar de gastar el dinero en objetos
1Recuperé la conciencia al igual cuando uno despierta de una pesadilla entre convulsiones y sofocado en sudoración excesiva. Desconozco cuánto tiempo transcurrió desde mi desvanecimiento, me desangraba, porque un fluido tibio se colaba en mis entrañas, al abrir un ojo con mucho esfuerzo divisé un gran cauce. Urgía de asistencia médica lo más pronto posible, de lo contrario quedaría tendido en el concreto. Hacía frío, y ese frío que todos conocen por las escenas cinematográficas, se sentía tal como lo describen los actores en agonía. Pero esto no se trataba de una película, sino de la vida real. Aunque en ese momento desconocía por completo si deliraba en un absurdo encuentro con el destino fatal. Contar cada detalle es doloroso, recordar esos suspi
2Ahora bien, después de unos minutos tratando de encontrar claridad mental, mientras me desangraba, apenas escuché el rugido de los autos cruzar la pista, era un rugido colosal, me estremecí, no había reclamos, solo una quietud sombría. Nadie se detendría a observar el cauce y notaría a un hombre desangrándose, las posibilidades eran mínimas, aun así, tuve esperanzas. Aún era fiel a ciertos preceptos de salvación, que ahora descarto. Con los ojos cerrados dilucidé mi historia. Entre suspiros, vi imágenes dispersas y terroríficas del pasado, la angustia y la congoja, todo lo temible me acechó en ese momento. Vi los astros, y una galaxia alucinante, me dejé llevar por la histeria de los resplandores, aunque el sufrimiento continuaba, llegué a mi antigua habitaci&o
Es necesario elucubrar argumentaciones más allá de la lógica formal, me refiero, a la sagacidad de la fuerza artística. Aunque se puede caer en un preciosismo fatal, pues que caigan la fermentada verborrea, al menos así las mentecitas están ocupadas en los placeres de la mente humana, y no en el lujo descarnado. El humano por naturaleza tiene el deseo de crear, es fundamental, desde los pequeños dibujos hasta los poemas de amor, todo eso es rechazado, y metido en un baúl para exaltar el estudio metódico y sistematizado que conlleve a la producción dineraria. Yo estudié aquí, yo estudié allá, todos exaltan sus títulos para acreditarse la maestría. Y, se aseguran el doctorado, y otros calvos, hasta el postdoctorado. Cuánta audacia en estudiar para matar el espíritu, y vivir con las narice
vTamara González, madre de Augusto González, al dar a luz estaba la revuelta contra la dictadura de Somoza. Los guardias mataban a los muchachos porque era prohibido ser joven, había reuniones clandestinas donde se conspiraba en contra del dictador. Augusto no nació en las mejores condiciones que un humano merece por dignidad. Ese día, Tamara González fue al cementerio a enflorar a su hermana, que llevaba dos meses de haber muerto, luego que los guardias la acribillaron en una tarde de abril. Aun embarazada, con los meses contado, fue al cementerio, y sintió los dolores de parto, no resistió y le dijo a su hijo mayor, que para esas fechas tenía diez años, fuera a buscar un médico porque no aguantaba más. Al lado de la tumba de su difunta hermana había un sepulcro abierto, y ahí fue donde dio a luz a August
Al atardecer, cuando por fin me desperté del coma, mi abuela y los doctores me atendieron al parecer sorprendidos por mi repentino despertar. También observé en la puerta a un oficial de policía, y mientras mi abuela me decía palabras de consuelo, el policía dijo en su idioma que iba a ser procesados por varios delitos que cometí en Los Ángeles. Aun con mi operación de intestinos fui a juicio, y condenaron a ocho años por asalto a mano armada, y pequeños robos en casas particulares. Fui a prisión, allí me encontré con Gamaliel, un transexual que se hizo mi amigo. Pronto otro señor dijo que había tenido un sueño; en el sueño Dios le decía que yo saldría pronto de prisión. Aunque pasaron dos años para que esa profecía se cumpliera, salí de prisi&o
Concebí en la historia de Marcelo Gurdián la temerosa idea de la ira divina; desde los primeros tiempos cuando los cristianos sufrieron persecución, según el libro de John Knox, se sabe que a través del Espíritu Santo, el humano es capaz de llevar a todas partes del mundo la maravillosa gracia del evangelio. Cuando visité por primera vez la casa de mi amigo, deduje que su pasión por la teología era como un escritor que ama los cuentos completos de Chéjov; había en su librero las obras del puritano John Owen y varios textos de Jonathan Edwards; también múltiples comentarios como el más famoso de todos: Matthew Henry. La casa en El Dorado era pequeña, apenas tenía dos habitaciones, un baño, y la sala, donde se encontraba el librero y el escritorio de Marcelo. Parecía que la unción