Es necesario elucubrar argumentaciones más allá de la lógica formal, me refiero, a la sagacidad de la fuerza artística. Aunque se puede caer en un preciosismo fatal, pues que caigan la fermentada verborrea, al menos así las mentecitas están ocupadas en los placeres de la mente humana, y no en el lujo descarnado. El humano por naturaleza tiene el deseo de crear, es fundamental, desde los pequeños dibujos hasta los poemas de amor, todo eso es rechazado, y metido en un baúl para exaltar el estudio metódico y sistematizado que conlleve a la producción dineraria.
Yo estudié aquí, yo estudié allá, todos exaltan sus títulos para acreditarse la maestría. Y, se aseguran el doctorado, y otros calvos, hasta el postdoctorado. Cuánta audacia en estudiar para matar el espíritu, y vivir con las narice
vTamara González, madre de Augusto González, al dar a luz estaba la revuelta contra la dictadura de Somoza. Los guardias mataban a los muchachos porque era prohibido ser joven, había reuniones clandestinas donde se conspiraba en contra del dictador. Augusto no nació en las mejores condiciones que un humano merece por dignidad. Ese día, Tamara González fue al cementerio a enflorar a su hermana, que llevaba dos meses de haber muerto, luego que los guardias la acribillaron en una tarde de abril. Aun embarazada, con los meses contado, fue al cementerio, y sintió los dolores de parto, no resistió y le dijo a su hijo mayor, que para esas fechas tenía diez años, fuera a buscar un médico porque no aguantaba más. Al lado de la tumba de su difunta hermana había un sepulcro abierto, y ahí fue donde dio a luz a August
Al atardecer, cuando por fin me desperté del coma, mi abuela y los doctores me atendieron al parecer sorprendidos por mi repentino despertar. También observé en la puerta a un oficial de policía, y mientras mi abuela me decía palabras de consuelo, el policía dijo en su idioma que iba a ser procesados por varios delitos que cometí en Los Ángeles. Aun con mi operación de intestinos fui a juicio, y condenaron a ocho años por asalto a mano armada, y pequeños robos en casas particulares. Fui a prisión, allí me encontré con Gamaliel, un transexual que se hizo mi amigo. Pronto otro señor dijo que había tenido un sueño; en el sueño Dios le decía que yo saldría pronto de prisión. Aunque pasaron dos años para que esa profecía se cumpliera, salí de prisi&o
Concebí en la historia de Marcelo Gurdián la temerosa idea de la ira divina; desde los primeros tiempos cuando los cristianos sufrieron persecución, según el libro de John Knox, se sabe que a través del Espíritu Santo, el humano es capaz de llevar a todas partes del mundo la maravillosa gracia del evangelio. Cuando visité por primera vez la casa de mi amigo, deduje que su pasión por la teología era como un escritor que ama los cuentos completos de Chéjov; había en su librero las obras del puritano John Owen y varios textos de Jonathan Edwards; también múltiples comentarios como el más famoso de todos: Matthew Henry. La casa en El Dorado era pequeña, apenas tenía dos habitaciones, un baño, y la sala, donde se encontraba el librero y el escritorio de Marcelo. Parecía que la unción
Román Altamirano se escondía en su casa por temor a morir acuchillado, eso decía; conozco sus traumas y delirios, he visto sus ojos refulgentes, he visto como mueve la mandíbula cada vez que fuma un cigarrillo, pero sus temores se los guarda. Quería saber por qué decía que moriría acuchillado, así que le solicité visitarlo para hablar al respecto, esto fue lo que me contó. “He vivido durante muchos en soledad, prefiero ocultarme, hace tiempo, cuando era un estudiante de contabilidad, mis padres me llevaban todos los días en su auto; sin embargo, luego del segundo año, decidí ir a la universidad por mi cuenta, es decir, en bus o en taxi. Hace cinco años, como te dije, cuando era un estudiante de contabilidad, me sentía abrumado por el futuro, presentía que el fracaso era inminente.
El aburrimiento en su mayor plenitud; clausuraron las clases en la universidad, mi madre tomó precauciones rigurosas y, no podía salir de mi casa a menos. ¿Qué hice para merecer esto? En realidad, desde mi perspectiva, yo era el que sufría, pero viendo las noticias internacionales, vi como miles morían a diario. Pero eso me daba ansiedad y ataques de pánico, dejé de ver televisión, y guardé mi celular para concentrarme en lo que realmente me gusta: leer. En ese momento tenía al menos unos cien libros, algunos leídos y otros a la mitad, pero la euforia comenzó mientras deslizaba mis dedos por los lomos de aquellos libros, y me encontré con Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós. Un tocho de 1200 páginas. Nunca había leído un libro más de setecientas p&aacu
La justicia humana se hizo para que los poderosos tengan autoridad sobre los pueblos que apenas pueden ganarse el pan de cada día; es cierto, hay psicópatas y esperpentos que desgarran las vidas de los demás por mera satisfacción. No en mi caso, soy víctima de este sistema que no comprende la naturaleza del otro mundo, sin importar lo que suceda voy a explicar lo que hice y lo que el Orangután hizo en vida para cumplir con su instinto. Esta sala me atormenta, el público, la fiscalía y usted señor juez parece que temen de mí, no soy un monstruo, y tampoco me los comeré, siento compasión por sus ideales de justicia, pero no puedo hacer nada al respecto, pueden continuar con el circo de la justicia humana y nada cambiará sus decisiones. Como afirmaciones esenciales, quiero explayarme en algunas ideas sobre el terror. Existe
Un puñado de moscas salió de mi garganta mientras me observaba frente al espejo del baño. Aquellos seres alados rondaban por todas partes. No era la primera vez que sucedía tal fenómeno. Aún seguía de pie y en el reflejo vi mi rostro tornarse famélico después de expulsar el último insecto. Poco a poco me deslicé del lavado hasta quedar tendido en el azulejo. Una de las moscas me susurró al oído que la comida en mi estómago era deliciosa. Otra se acercó para decirme que Mauricio, mi psiquiatra, quiere envenenarme con la medicina. A los minutos me incorporé y, vi que las moscas seguían ahí para continuar conversando. A veces las moscas están encima de las cabezas de las personas y las escucho hablar sobre la peste humana. También aparecen en el consultorio de Mauricio, y me
En el otro mundo me llamaba Miguel Lorío, un nombre común, aunque detestable para otros. Detestable porque me conocían como el baterista de una banda de Death Metal y me emborrachaba para tocar toda la noche nuestras canciones. Como siempre, Daniel Casares quería tomar el liderazgo de la banda, y muchas veces se lo impedí. Tenía la maldición estúpida de hacer fama con la música. Nosotros apenas éramos unos jóvenes que disfrutábamos tocar en el Ateneo (lugar para conciertos de metal) y en la Casa del Obrero (local contiguo al otro lugar para conciertos). Durante mucho tiempo pensé, bueno, desde que tengo memoria, pensé que la música agradaba al oído creando orgasmos con el doble pedal a toda velocidad y las guitarras chillando junto a la voz gutural. Siempre quise dirigir mi propia banda, es decir, quería componer las letras de las canciones y hacer los arreglos de la música. A Casares le molestaban m