Cuando leí a Cioran, pensé en mi ansiedad por la vida, esa manera de ir a prisa para realizar todo lo que me he propuesto. Morir de vivir, dice el filósofo, morir de vivir; pero ¿qué significa esta frase tan sublime? Supuse que me tomaría tiempo para descifrar aquellas palabras, y por supuesto, también para dejar de cometer los mis errores de siempre.
Mientras profundizaba en el texto, me di cuenta que mi párpado izquierdo se movía, no le tomé importancia, continué con mi lectura y avancé a través de las páginas. En esos días combinaba mis lecturas y prefería el pesimismo y la locura desenfrenada de Grabinski, sus locomotoras fantasmas y esos seres de ultratumba. Me entusiasmaba leer para divertirme, pero con la lectura de Cioran poco a poco, aquellos pensamientos se volvieron más radicales y teoricé en cuanto al polaco. Llegué a pensar, y puede sonar como un disparate, que la refulgencia de la locura proviene de lo más sencillo; hay locos que trabajan en una agencia de seguros, y aún hay otros que se encierran en sus cubículos dentro de un bufete de abogados; ¿acaso no hay locura en este afán de sobrevivir a toda costa por mantener ciertos gastos innecesarios como un traje nuevo y comida exquisita?
Había pensado estas cosas en mi habitación, y deliraba, sí, me di cuenta que deliraba porque sostenía estas ideas y las transformaba en desvaríos existenciales. Debo decir que mientras hacía mis análisis literarios, el párpado izquierdo se movió reiteradas veces, y me veía al espejo temiendo una parálisis facial. Supuse que se trataba de mi excesivo itinerario de lectura; no comía, tampoco tomaba agua, si lo hacía era porque mi madre tocaba a la puerta.
Nunca he valorado la existencia de espectros, para mí, esas apariciones existían en los libros, como dije, de Grabinski y Wymark Jacobs, pero cuando en otra ocasión el párpado volvió a moverse sin control alguno, me acerqué al espejo, y vi a estos escritores a mi lado con sus trajes de antaño hecho polvo. Sus rostros descarnados y aquella sonrisa diabólica fue como una maldición, porque mi cara se contornó en su totalidad, es decir, la mitad de mi rostro se vino hacia abajo.
Salí corriendo del baño en busca de mi madre. Mientras corría y gritaba a mi madre, me vi en el espejo de la sala, y la parálisis facial había desaparecido. Mi madre me socorrió y preguntándome porqué gritaba, preferí guardar mi secreto, es decir, no quería asustarla diciéndole que veía a escritores muertos y que la lectura de Cioran me tenía al borde del delirio.
Volví a mi habitación relajado, me senté en el escritorio y vi los libros empastados de estos autores, pensé que todo era una alucinación, y en cuanto volvía a leer aquellos relatos, presentí de nuevo la parálisis, esta vez no temí, me acerqué en el espejo del baño para asegurarme que no se trataba de una alucinación. Y, ahí estaba, con mi rostro desgajado y con los dos escritores a mi lado. No puedo asegurar si la parálisis es parte de mi locura, de esas invenciones y análisis sobre la sociedad corroída por ideales podridos.
Pensar en eso y en los autores muertos, me provocaba la parálisis. Pronto evitar la lectura, me di cuenta que esto era lo que me daba la parálisis facial, es decir, leer y pensar. Pero esa solución me llevó a esos pensamientos, leer y pensar, decía, leer para conocer por placer, y pensar para recrearme en mi mundo interior; al parecer era incapaz dejar de elucubrar esas ideas, y cada vez me veía al espejo podía presenciar a Grabinski o a Wymark, también la parálisis facial.
No lo soporté, le dije a mi madre que me llevara con el internista Miguel Guatemala. El doctor me valoró y valoró según mis explicaciones que sufría de algún padecimiento espontáneo debido a los pensamientos fugaces sobre la existencia humana. Omití que veía a los espectros para que no creyera estaba loco, pero continué con mi parálisis facial porque mis pensamientos aumentaban cada vez mientras me encerraba en mi cuarto.
Todo esto sucedió en las vacaciones decembrinas, tenía tiempo para leer y pensar, y al parecer no podía dejar de hacerlo. Todavía veo a los espectros en el espejo de mi baño, todavía sufro de parálisis facial, aunque sea en mi imaginación. Debo suponer que es una carga para toda la vida, no imagino al filósofo rumano escribiendo sobre el pesimismo y sin sufrir de lo que yo padezco. Como Cioran dice que lo mejor es verter el contenido en las artes, me decidí por dejar escrito mis pensamientos y mi problema con los espectros, a veces considero que debería morir de una sola vez para aplacar estas ideas, esa la única manera, de lo contrario voy a seguir viendo a Grabinski o a Wymark en el espejo del baño.
Para aliviar un poco el malestar, doné los libros a la Biblioteca José Coronel Urtecho de la Universidad Centroamericana de Managua. Pero como dije, no son los libros, soy yo y mis pensamientos exacerbados que me llevan a un desvarío total sobre la sociedad y el sistema en el que vivimos, sumado a las lecturas de terror.
Cuando celebramos navidad en familia, y estábamos en la mesa, mi padre me señaló horrorizado por mi rostro —tu rostro, hijo, tu rostro está desgajado, mira el espejo—. Esta vez la parálisis fue real, y al acercarme al espejo no vi nada, me veía como normal, antes era mi imaginación y para otros también, pero yo no veía nada, como dije, mi rostro en el espejo se veía normal, tampoco sentía el malestar, no sé cómo eso era posible, pero según mi madre y los doctores, debía tomar un tratamiento, aun cuando yo no sentía nada ni veía algo en mi rostro que estuviera mal. Según mi madre, la parálisis facial continúa, aunque yo no la vea, pero ahí está, mi rostro desgajado y deformado por tantas lecturas que me llevaron al desvarío.
En la infinidad de las posibilidades del mundo de Clon existen y se repiten de manera caótica muchas ideas. A veces considero que no hay salida, es decir, escapar sería la muerte, en todo caso, una lobotomía, si acaso existe ese método en este siglo. Es difícil verificar si la constante realidad es como se ve desde el mundo de Clon. Como la mayoría de las veces me despierto con la vista nublada; es imposible darme cuenta donde me encuentro, es como si viviera un sueño tras otro, y nunca se determina una concreta realidad. Todo es producto de mi visita a este mundo extraño donde las emociones se vuelven sensibles y cuando trato de hablar con otros me tildan de intenso. Esta intensidad se asemeja a las personas con emociones exacerbadas, incapaces de ver como los otros los ven, es verdad que me comporto igual cuando entro al mundo de Clon. Pero ahí t
Los jugadores rugían al obtener un premio y se regocijaban en su victoria; este hecho también se hace mención en un relato de Sebastián Ramos, donde relata la vida de varios visitadores del casino. Pueden leerlo en la Antología de Relatos Urbanos del 2000 publicada en la Editorial 400 Elefantes. Pero la historia del coreano Han, y el gringo, son otra cosa, nadie las cuenta por el temor de despertar esos demonios. Sin embargo, conozco la historia porque alguna vez los vi en pleno apogeo de victorias y derrotas, noche tras noche. Aquellos hombres tomaban cervezas y permanecían alerta ante el premio añorado. Han era el dueño de una maquila donde explotaba a miles de nicaragüenses, y con su cuentas bancarias llenas de dinero, jugaba en las máquinas ruidosas de aquel casino. Recuerdo verlo sentado durant
Garance Robert estaba de visita en Managua, venía de París y, había viajado por otros países mientras tomó un año sabático con sus ahorros luego de trabajar como mesera. Para estar tranquilos fuimos al café El Molino, ubicado en el centro de la ciudad. Mientras la escuchaba hablar sobre su viaje a Colombia, México y Turquía, me sentí con ganas de contarle acerca de mi aventura con el tablero fantasma. Aguardé mientras ella continuaba hablando las maravillas de esos países. No tenía ninguna aventura como las de ella, sin embargo, el tablero era lo más cercano a un viaje lejano y sombrío. Quiero decir, en ese tablero pude ver las jugadas de los ancestros, para ser más específicos, vi movimientos parecidos a Capablanca, el ajedrecista cubano. Garance sabía cuánto me emo
Había visto a Manuel en la esquina del barrio, siempre permanecía sentado en una escalera, fumaba marihuana y al atardecer tomaba agua ardiente. Una vez, mientras pasaba por aquella esquina, lo vi enojado y golpeó con sus puños dos veces la pared de una casa. Se veía furioso, por un momento pensé me atacaría y me mataría a golpes, sin embargo, no fue así. Caminé hacia la tienda donde venden gaseosas y refrescos, al volver me encontré a Manuel, me detuvo y me incrustó contra la pared diciéndome que se quería morir. Manuel era un indigente, había hablado muchas veces con él, me contaba sobre su vida y aquel pasado atormentador. Mientras me sostenía de la camisa le dije que se tranquilizara, sabía que no iba a agredirme, solo quería desahogarse. El tipo se derrumbó, comenz&oa
Las historias disparatadas existen en todas partes, pero hay algunas que llegan por correo; no sé por qué me eligieron, tal vez por la fama de escribir artículos en el Diario La Prensa. Después de meditar, le solicité al editor que publicara el escrito intacto, es como un fragmento metafísico moderno, pero de algo tiene razón. “¿Cuántas vidas han transitado este mundo terrenal? ¿Cuánto han derrochado? Si la cantidad del derroche fuera precisa, y se escribiera un ensayo al respecto, se sostendría que la humanidad ha gastado tanto para sobrevivir, y ha tirado tanto dinero con estúpidos inventos que nos inhiben desde lo intelectual hasta lo emocional. El libro del estoico Séneca, titulado Sobre el derroche, explica ciertos ejercicios espirituales para dejar de gastar el dinero en objetos
1Recuperé la conciencia al igual cuando uno despierta de una pesadilla entre convulsiones y sofocado en sudoración excesiva. Desconozco cuánto tiempo transcurrió desde mi desvanecimiento, me desangraba, porque un fluido tibio se colaba en mis entrañas, al abrir un ojo con mucho esfuerzo divisé un gran cauce. Urgía de asistencia médica lo más pronto posible, de lo contrario quedaría tendido en el concreto. Hacía frío, y ese frío que todos conocen por las escenas cinematográficas, se sentía tal como lo describen los actores en agonía. Pero esto no se trataba de una película, sino de la vida real. Aunque en ese momento desconocía por completo si deliraba en un absurdo encuentro con el destino fatal. Contar cada detalle es doloroso, recordar esos suspi
2Ahora bien, después de unos minutos tratando de encontrar claridad mental, mientras me desangraba, apenas escuché el rugido de los autos cruzar la pista, era un rugido colosal, me estremecí, no había reclamos, solo una quietud sombría. Nadie se detendría a observar el cauce y notaría a un hombre desangrándose, las posibilidades eran mínimas, aun así, tuve esperanzas. Aún era fiel a ciertos preceptos de salvación, que ahora descarto. Con los ojos cerrados dilucidé mi historia. Entre suspiros, vi imágenes dispersas y terroríficas del pasado, la angustia y la congoja, todo lo temible me acechó en ese momento. Vi los astros, y una galaxia alucinante, me dejé llevar por la histeria de los resplandores, aunque el sufrimiento continuaba, llegué a mi antigua habitaci&o
Es necesario elucubrar argumentaciones más allá de la lógica formal, me refiero, a la sagacidad de la fuerza artística. Aunque se puede caer en un preciosismo fatal, pues que caigan la fermentada verborrea, al menos así las mentecitas están ocupadas en los placeres de la mente humana, y no en el lujo descarnado. El humano por naturaleza tiene el deseo de crear, es fundamental, desde los pequeños dibujos hasta los poemas de amor, todo eso es rechazado, y metido en un baúl para exaltar el estudio metódico y sistematizado que conlleve a la producción dineraria. Yo estudié aquí, yo estudié allá, todos exaltan sus títulos para acreditarse la maestría. Y, se aseguran el doctorado, y otros calvos, hasta el postdoctorado. Cuánta audacia en estudiar para matar el espíritu, y vivir con las narice