El tramo del recorrido en el elevador hasta el estacionamiento subterráneo, fue en total silencio. Desde su lugar, Max miró a Emma, quien estaba mirando las puertas del elevador frente a ella. Había notado como su rostro se había relajado momentos después que se habían puesto en marcha. Quería preguntarle realmente como se sentía, quizás palmear su espalda en señal de entenderla, o tomarla ahí mismo y hacerla venirse un par de veces hasta que se les olvidara el mundo a ambos.Pero no sucedió ninguna de las dos una vez que el elevador abrió sus puertas. Emma salió dando las gracias, pero sin mirarlo, Max se quedó un momento ahí, mirándola marchar, se armó de valor y caminó detrás de ella, solo para asegurarse de que estaba bien para manejar.Entonces se detuvo Emma al lado de un pilar con la letra A en mayúscula marcado en azul oscuro. Max hizo lo mismo, y ahí estaba a un par de metros de distancia de ella, callado, esperando a que se diera la vuelta y lo mirase a él, que le dijera que
El cálido agarre de la mano de Max, se intensificó una vez que ambos caminaron hacia el servicio de caballeros. Detuvo a Emma a cierta distancia para él entrar a revisar que tanta gente estaba en el interior, cuando revisó, solo se encontró con dos personas con cabello largo que hablaban acerca del próximo concierto de rock en la ciudad, mientras se lavaban las manos, cuando estos salieron, tocó las cuatro puertas de los cubículos y ninguno contestó del otro lado, no se quiso arriesgar y miró por encima de las puertas al interior, arriesgándose que alguien no hubiese querido contestar y encontrárselo ahí sentado. Al confirmar finalmente que no había nadie, fue por Emma quien estaba claramente eufórica y excitada por lo que venía. Cerraron la puerta y se preocupó de que alguien los pillara, además, Max era alto, podría verse su cabeza. Entraron al último espacio y cerraron la puerta a toda prisa. —¿Estás seguro de que quieres hacerlo? —preguntó Emma al ver la cara de Max. —Sí, quiero
Max no dejó de sonreír cuando llegó al edificio de su departamento, metió la mano en el bolsillo de su pantalón y acarició la tela de encaje. Repasó una y otra vez lo que habían hecho en el cubículo del servicio de caballeros de aquel bar, sería sin duda, material para recordar cuando no la viese. Cuando las puertas del elevador se abrieron, ya tenía en su mente la rutina que haría, ducha y a la cama. Le había enviado un mensaje de texto a Emma preguntando si había llegado bien, de inmediato respondió que, si y que esperaba que él también, le mandó un emoji de una sonrisa y le dijo que acababa de llegar, que pasara buenas noches, y ella respondió con un “Igualmente” notó que había levantado aquel muro, pero la entendía. Cuando levantó la mirada para ir hacia su departamento, se encontró con Irina, Max se detuvo y abrió sus ojos de par en par. —Hasta que el señor Müller aparece. —escupió con ira, él quería cantarle sus verdades, pero se contuvo. —Buenas noches, Irina. ¿Qué haces en el
Hotel Four Seasons, Downtown, New York Emma entró al lobby del hotel casi diez minutos antes de la hora acordada con el señor Bradford, miró su reloj y luego suspiró agradecida por el tremendo tráfico de esa zona que tuvo que esquivar. —¿Señorita Spencer?—una voz masculina se escuchó a su espalda, se volvió hacia la persona y se encontró con un hombre alto, elegante, y su tensión en el rostro era visible, sin querer calculó en su mente que debía de tener pasado los cincuenta años. Las canas nos la cubría, al contrario, pareció estar orgulloso de cargar con ellas. —¿Sí?—Emma sonrió. —¿Es el señor…?—no la dejó terminar la oración. —Bradford, Jack Bradford. —Emma se preguntó por qué imaginó que podría ser ella, luego recordó el uniforme con un pequeño logo en su lado izquierdo y otro discreto en el maletín de su laptop. —Mucho gusto, Emma Spencer. —él le ofreció su mano en saludo y le sonrió, quitando la tensión en su mirada, ella respondió igual. —¿Ya ha desayunado?—preguntó él gui
Emma llegó molesta a la empresa, no se podría creer que Max hubiese llegado a un desayuno de trabajo solo porque sí, pero se recordó que él había entregado ese cliente y claro, él era el dueño de la empresa. Ladeó su cuello y lo masajeó cuando se sentó en su silla, la tensión en ella era mucha. Así que se enfocó en trabajar y poner su mente en ese tema una vez que terminara, pero media hora después, Max había citado a Emma en la oficina principal. —¿Está todo bien?—preguntó la señora Byrne al enterarse de que el señor Müller la había citado. Emma estaba levantándose de su silla para ir a la oficina de Max. Ella asintió. —¿Pero todo bien con el señor Müller?—Byrne quiso saber. —Sí, jefa. —¿Y por qué te ha citado en su oficina?—Emma no le sorprendió que ella lo supiese, siempre está al tanto de todo lo que pasa en su piso y en la empresa. —No lo sé, desconozco el motivo, señora Byrne. —salieron de la oficina y luego desviaron sus caminos. Las puertas del elevador se abrieron en el
Max cedió el paso a Irina para que entrara a la oficina, cerró la puerta sin antes lanzar una mirada a Katharina quien de inmediato le articuló que lo sentía. —¿Qué haces en la empresa?—preguntó Max en un tono cargado de total frialdad, ella no era de hacer visitas y menos sin avisar, sabía que eso no le gustaba a él. Irina se sentó en uno de los sillones y se tomó el tiempo para acomodarse en el sillón. —No contesta mi prometido las llamadas, te fuiste sin decir nada, desperté desnuda en tu cama. —luego miró hacia él que se había quedado a lado de la puerta. —No voy a renunciar a ti, Max. —Eso lo hablaremos en la noche, pero en este momento, tengo mucho trabajo. —No tardaré, —dijo Irina como si la frialdad de la mirada de Max, no fuese absolutamente nada para ella. —Quiero hablar acerca de tu infidelidad. —él se tensó.—Primero hablemos de la tuya. —dijo Max caminando hacia donde estaba ella, se sentó en el sillón a lado de donde se encontraba, sus ojos se abrieron de par en par.
Irina detuvo el auto frente aquella casa de descanso a las afueras de la ciudad de New York, bajó, y con furia, cerró la puerta de golpe de su Lamborghini, Horacio bajó las escaleras trotando con una gran sonrisa en sus labios, al ver a Irina que estaba furiosa, la borró de inmediato. ―¿Qué pasa? ¿Quién ha hecho enojar a mi conejita?―dijo Horacio acercándose a ella, Irina le lanzó una mirada de odio. ―Max lo sabe. ―solo esas tres palabras hicieron que Horacio palideciera por completo, alzó sus cejas y se pasó una mano por su cabello.―¿Cómo es que se ha enterado?―preguntó de inmediato quedando frente a ella, Irina se recargó contra la puerta del auto, se cubrió el rostro con sus dos manos y comenzó a llorar. ―Tranquila, tranquila, conejita, si quieres que yo vaya a hablar y decirle que yo fui quien te sedujo o algo así, tendrás tu boda del siglo, ―él acarició sus brazos e intentó consolarla, pero era lo menos que quería hacer Horacio, la quería para él y no para Max, pero estaba tan
Max miró a Emma, notó el gesto frío y distante, pero no le importó, ella tenía que darle oportunidad de hablar y aclarar.―Sí, eres mi amiga. ―replicó Max recargándose a su lado, la miró desde su lugar y ella solo levantó la mirada. ―¿Qué haces aquí? ¿A quién esperas? ¿A tu ex prometido?―soltó molesto, Emma solo negó. ―El menos indicado para decirme algo, ¿Sabías? ―se quejó Emma, se hizo un breve silencio―Se ha roto mi tacón cuando estaba dispuesta a esquivarte en el elevador, pero he alcanzado a escuchar tus gritos contra mi jefa.―No le grité. ―se defendió Max.―Pues parecía que estabas molesto.―replicó Emma. ―No debiste darle más información de la que tenía, ahora pensará que pasa algo entre nosotros. ―Pero es que está pasando algo entre nosotros. ¿No lo ves?―No es así. Solo…―no siguió cuando él se sentó sobre sus talones e intentó tomar el pie de ella.―A ver, deja ver tu tacón―ella negó impidiendo que la tocara. ―Se supone que no debemos vernos, señor Müller. Y menos portarse